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– ¿Puedo pasar a verte esta noche?

– Estoy cansada -mintió Ruby-. Tengo que volver al trabajo.

Steve la dejó en el bufete donde trabajaba de recepcionista. Ambos vivían en Yorkshire. Él llevaba una agencia inmobiliaria, al otro lado de la calle, y persistía en intentar convencerla de que el sexo era una actividad deseable. Ruby había pensado que Steve, al que había encontrado muy atractivo, conseguiría hacerle cambiar de opinión. Pero sus besos eran demasiado húmedos y la tocaba como si amasara pan. Con él había aprendido que un hombre podía resultar atractivo sin ser sexy.

– Llegas tarde, Ruby -dijo la encargada, una mujer con gafas y gesto agrio.

Ruby se disculpó y se puso a trabajar, dejando que su mente vagara mientras llevaba acabo las tareas de rutina.

Había empezado a trabajar en Collins, Jones & Fowler con dieciocho años, tras la muerte de su madre. Sus colegas de trabajo eran mayores que ella y poco interesantes. Hablaban de sus padres y de sus hijos; nunca cotilleaban ni hablaban de moda o de hombres.

Aunque estaba resignada a la monotonía de su vida, a veces añoraba algo más de variedad y diversión.

Su madre, sin embargo, sí que había vivido plenamente.

La joven modelo había seducido a un príncipe árabe con el que se había casado tras un breve romance. Ruby había nacido en Ashur, en el Golfo Pérsico. Sin embargo, su padre, Anwar, había tomado una segunda mujer y Vanesa había pedido el divorcio, tras el cual volvió a Inglaterra.

Como las hijas no tenían ningún valor para un rey, Anwar había olvidado pronto su existencia.

Un año más tarde, Vanesa, que había recibido una cuantiosa suma como acuerdo de divorcio, se casó con Curtis Sommerton, quien le había dado su apellido a Ruby para olvidar a la familia de su primer marido. Curtis había gastado el dinero de su madre y la había abandonado.

Aquel segundo golpe sentimental había roto el corazón de Vanesa, que había muerto al poco tiempo, precisamente de un ataque cardiaco.

«Mi error ha sido dejarme llevar por los sentimientos», le había dicho a menudo a Ruby. «No te dejes seducir por encantadores de serpientes como he hecho yo».

De carácter fuerte e inteligente, Ruby era muy práctica y detectaba al instante a cualquiera que quisiera aprovecharse de ella. Había amado mucho a su madre y prefería recordarla como una mujer cariñosa y buena, demasiado inocente con los hombres. Por otro lado, su padrastro había sido un ser repugnante al que ella había temido y odiado. Mientras su madre creía en el amor, en su experiencia Ruby había aprendido que los hombres solo querían sexo. Como otros hombres antes que él, Steve le había hecho sentir asco, y estaba decidida a romper con él.

Después del trabajo volvió a su casa, un pareado que compartía con su amiga Stella Carter y su perra Hermione.

La esclavitud que representaba un perro estaba compensada con creces por la compañía y la protección que la fiel Jack Russel Terrier le había proporcionado a lo largo de los años. Hermione la había protegido de su padrastro, evitando que entrara a hurtadillas en su dormitorio durante la noche.

Al llegar, le sorprendió ver un lujoso BMW aparcado delante de la casa, y apenas había metido la llave en la cerradura cuando la puerta se abrió de par en par.

– ¡Menos mal que has llegado! -exclamó Stella con ojos desorbitados. En un susurro, añadió-: Tienes visita.

Alguien relacionado con tu padre biológico.

Desconcertada, Ruby entró en la pequeña sala que parecía abarrotada de gente. Un hombre bajo de cabello gris la saludó con una reverencia, seguido de un hombre más joven y de una mujer madura, de modo que Ruby se encontró mirando las coronillas de tres cabezas.

– Alteza -dijo el hombre mayor-, es un placer conocerla

– Desde que ha llegado insiste en que eres una princesa -masculló Stella.

– Yo no soy princesa -dijo Ruby con expresión entre incómoda y divertida-. ¿Quién es usted?

Wajid Sulieman se presentó a sí mismo, a su mujer, Anilla, y a su ayudante.

– Represento los intereses de la familia real de Ashur, y me temo que en primer lugar he de darle malas noticias.

Ruby les pidió que se sentaran. Entonces Wajid le informó de que su tío Tamim, su mujer y su hija, Bariah, habían muerto en un accidente de aviación tres semanas antes. Los nombres le resultaron vagamente familiares por la única visita que había realizado a Ashur cuando tenía catorce años.

– Si no recuerdo mal, mi tío era el rey…

– Y hasta el año pasado, su hijo mayor era su heredero -explicó Wajid.

Ruby lo miró sorprendida.

– ¿Tengo un hermano?

– Su padre tuvo dos hijos con su segunda esposa.

– No lo sabía -dijo Ruby con sarcasmo-. ¿Ellos saben de mí?

Wajid puso gesto solemne.

– Es mi deber darle la triste noticia de que ambos murieron en la reciente guerra entre Najar y Ashur.

Ruby abrió los ojos desorbitadamente.

– Es cierto…, he leído sobre la guerra en la prensa. ¡Lo siento mucho! Debían ser muy jóvenes -dijo, incómoda con su grado de desconocimiento de la realidad.

No había conocido ni a su padre ni a ninguno de sus familiares. Cuando había planeado el viaje al país, Vanesa había escrito una carta anunciando sus planes, pero ni siquiera había recibido respuesta. Tampoco había contestado nadie a sus llamadas una vez llegaron, de manera que no habían podido visitar el palacio, y ambas habían pasado por la humillante experiencia de que se les impidiera la entrada en la misma verja cuando la familia de su padre se había negado a recibirlas. Desde aquel instante, Ruby había borrado de su mente toda curiosidad por su lado ashurí.

– Sus hermanos eran muy valientes -dijo Wajid-. Murieron luchando por su país.

Ruby asintió con una sonrisa respetuosa y pensó con tristeza en los hermanos que no había llegado a conocer.

– Comparto estas tragedias con usted -continuó Wajid-, para que comprenda que es la única heredera al trono de Ashur.

– ¿Yo, la heredera? -dijo Ruby, riendo con incredulidad-. Pero si soy mujer. ¿Por qué me llama Alteza si no tengo título?

– Aunque no haya usado el título, es princesa desde su nacimiento -dijo Wajid.

Aunque sonara muy rimbombante, Ruby sabía que Ashur no era más que un país pobre que se recuperaba de una guerra en la que había entrado con su rico país vecino como prueba de su carácter indómito a pesar de tener todas las de perder.

Intentó mostrarse serena a pesar de lo surrealista de la situación. ¿Qué podía ser más ridículo que una princesa que trabajaba como recepcionista y que a veces tenía que hacer horas extra en el supermercado en el que trabajaba su amiga Stella para llegar a fin de mes?

– Me temo que soy una mujer muy vulgar -dijo, evitando resultar ofensiva.

– Eso es lo que nuestra gente quiere. Somos un pueblo de trabajadores -declaró Wajid con orgullo-. Y usted debe ocupar el lugar que le corresponde en el reino.

Ruby lo miró atónita.

– ¿Pretende que vaya a Ashur a vivir como una princesa?

– Para eso hemos venido -dijo el consejero, abriendo los brazos.

Ruby sacudió la cabeza enérgicamente.

– Ashur no es mi hogar. Me fui siendo una niña y nadie ha mostrado el menor interés por mí.

– Tiene razón -dijo Wajid con solemnidad-, pero las tragedias que se han producido en la familia Shakarian han cambiado las circunstancias. Ahora usted es muy importante, la hija de un rey reciente y sobrina de otro, con derecho a heredar…

– ¡Pero yo no quiero heredar el trono! Además, si no me equivoco, en Ashur no puede reinar una mujer -dijo Ruby con impaciencia-. Estoy segura de que hay un hombre preparado para gobernar el país.

Wajid se cuadró de hombros.

– Tiene razón en cuanto a que en nuestro país se prefiere la línea masculina de primogenitura…