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Contemplándola con la respiración entrecortada, susurró:

– No sé cómo he podido reprimir el impulso de tocarte. Ha sido una tortura.

Ruby se incorporó sobre los codos. Se sentía maravillosamente irresistible, y con ojos brillantes, se inclinó para bajarle la cremallera de los pantalones. El volumen que causaba su erección, complicó el gesto y Ruby rio al necesitar que él la ayudara. Entonces él le presionó a mano contra su sexo y la prueba de su deseo incrementó la excitación de Ruby que, agachándose, lo tomó en su boca, dejando que su cabello le acariciara los muslos.

Observándola, Raja gimió por la intensidad del placer y hundió los dedos en su cabello, apartándole la cabeza cuando estaba llegando al límite.

– ¿Raja? -dijo ella, desconcertada.

– Quiero entrar en ti -dijo él con voz ronca-. Y una vez no va a ser suficiente.

Temblorosa como respuesta a la tensa presión que le palpitaba en el interior, Ruby dejó que la moviera. Su cuerpo estaba listo y preparado, tan anhelante y ansioso que casi le daba miedo.

Raja la penetró de un solo y decidido movimiento, adentrándose en ella con una fuerza y una energía que estuvo a punto de hacerla desmayarse de placer. Gimió y jadeó cuando él le levantó las piernas sobre sus hombros y se meció en su interior de seda una y otra vez.

Una excitación incontrolable la poseyó mientras la conducía a un clímax delirante. En el momento álgido, perdió el control, sacudiéndose y retorciéndose con una satisfacción libre de todo control, con violentos espasmos que la sacudieron en sucesivas oleadas. Cuando terminó, Raja la abrazó contra sí sin dejar de susurrarle en su lengua, acariciándole el rostro con los dedos y la mirada.

No cenaron hasta medianoche.

Ruby se despertó de madrugada sintiendo náuseas una vez más y Raja insistió en que fuera a ver al médico por temor a que tuviera gastroenteritis. Mientras Ruby yacía intentando controlar las ganas de devolver, él se ocupó de concertar una cita y fue a vestirse.

Una hora y media más tarde, la pregunta que Ruby llevado haciéndose desde hacía días, obtuvo respuesta.

– Enhorabuena -dijo la doctora Sema Mansour con una amplia sonrisa-. Me siento honrada de darle una noticia tan importante.

Ruby hizo tal esfuerzo por sonreír que le dolieron los músculos del rostro.

– Por favor, no se lo diga a nadie -suplicó, aunque sabía perfectamente que sería un secreto difícil del guardar.

– Claro que no. Es un asunto confidencial.

Tomando su maletín, la médico que había recomendado la princesa Hadeel, se fue.

Una sirvienta sirvió a Ruby el desayuno en la cama y le ahuecó las almohadas para que estuviera cómoda.

Mientras mordisqueaba una tostada con desgana, Ruby se preguntó cómo recibiría Raja la noticia. La noche anterior habían hecho el amor y el grado de deseo que inspiraba a su marido le había hecho sentir exultante.

Pero nunca habían hablado de formar una familia, aunque Raja estuviera dispuesto a secundarla en su deseo de adoptar a Leyla.

Ruby había asumido que algún día querría tener hijos, pero hasta conocer a Leyla no había sentido la llamada de la Naturaleza. La niña le había robado el corazón, despertando un impulso maternal en ella que la había tomado por sorpresa.

Y en aquel momento, llevaba en su seno el bebé de Raja. Había sido rápido, aunque tenía que admitir, con cierto rubor, que los días en el desierto habían sido muy activos y se habían comportado como dos adictos al sexo.

Con una mueca de preocupación, se preguntó qué pasaría, pues era consciente de que la existencia de un heredero al trono lo cambiaba todo.

En poco tiempo, Ruby había estado dispuesta a olvidar el divorcio y su libertad si con ello conseguía adoptar a Leyla. Aun así, había confiado en que en unos diez años, Raja y ella pudieran llegar a un acuerdo que les permitiera seguir con sus vidas sin que sus respectivos países se vieran afectados.

Pero la irrupción de un segundo hijo en la ecuación la obligaba a mantener una actitud más práctica. Tenía que plantearse si estaba dispuesta a someter a Leyla y a su futuro hijo o hija a la experiencia de un hogar roto tan solo porque ansiaba que su marido la amara como ella lo amaba a él. Los niños deseaban que sus padres vivieran juntos. Y ella tenía la oportunidad de tomar decisiones que afectaran positivamente a sus hijos.

Raja apareció en la puerta con gesto expectante y preocupado. Al verla comer, el rictus de sus labios se relajó.

– Supongo que solo ha sido un mal de estómago por comer alimentos a los que no estás acostumbrada. Debía pedirle al cocinero que prepare comida inglesa.

– No, lo que necesitamos es usar mejores anticonceptivos -explicó Ruby, dando unos sorbos al té sin apartar la mirada de su marido.

Raja arqueó las cejas con expresión desconcertada.

– ¿Mejores anticonceptivos? -repitió.

– No usamos nada en el desierto -dijo Ruby con un suspiro, pensando que entre las náuseas y la tensión de los pechos, estar embarazada no le estaba resultando nada divertido.

Raja se quedó mirándola fijamente mientras su mente se aceleraba.

– ¿Estás…? -preguntó finalmente con voz temblorosa-. ¿Estás embarazada?

– Así, es. Enhorabuena, eres un semental -dijo ella en un tono que no invitaba al entusiasmo.

Raja pareció no reaccionar. La noticia le había dejado la mente en blanco.

– Me siento idiota. La verdad es que no me había planteado que pudiera pasar.

– Yo tampoco. Al menos hasta después de hacerlo -dijo Ruby.

– Debías haberme dicho que lo sospechabas. No puedo creer que haya pasado por alto que cupiera la posibilidad -dijo Raja en tono solemne.

– Eso es poco propio de ti -dijo Ruby, que lo tenía por un hombre que siempre lo planeaba todo-. En un principio he llegado a pensar que dejarme embarazada podía ser parte de un plan para dificultar que te pidiera el divorcio.

– Jamás querría que una mujer tuviera un hijo mío sin desearlo -replicó Raja al instante, pasándose los dedos por el cabello con impaciencia-. No soy Maquiavelo. El deseo que despiertas en mí es muy fuerte y he actuado siempre por razones puramente instintivas.

A Ruby le perturbaba no llegar a darse cuenta de qué emociones despertaba en Raja saber que estaba embarazada. Inicialmente, había asumido que le agradaría y por eso se lo había contado sin ninguna solemnidad, pero ni su rostro ni su actitud le daban pistas de lo que sentía.

– Seguro que Wajid va a estar encantado -continuó en tono de broma.

– Mientras que imagino que tú te sientes aún más atrapada que antes -dijo Raja, apretando los dientes-. Sé que querías ofrecer a Leyla un hogar, pero eres muy joven para asumir la responsabilidad de la maternidad.

– Raja, en mi colegio algunas chicas se quedaban embarazadas a los catorce años. Con veintiún años me considero lo bastante madura, o no habría sugerido adoptar a Leyla -dijo Ruby, sintiéndose ofendida y preguntándose si la consideraba inmadura.

Raja fue hasta la ventana y contempló el jardín con expresión tensa.

– Comprendo cómo debes sentirte con todos los cambios que están produciéndose en tu vida. Sé sincera contigo misma y conmigo.

Ruby se irguió, alerta.

– ¿Qué quieres decir? ¿Y cómo te sientes tú?

– Cuando supe que parte del tratado de paz exigía que me casara me sentí atrapado -admitió súbitamente-. No quería casarme con una mujer a la que no había elegido yo mismo. Mi padre me recordó que él ni siquiera conocía a su mujer antes de casarse, pero tal y como le dije, él había sido educado y había crecido en un mundo en el que eso era lo normal. Yo jamás había esperado que me concertaran un matrimonio, pero tuve que aceptarlo.

Con aquella inesperada confesión, Ruby sintió que le clavaba un cuchillo en el corazón. Hasta entonces siempre había pensado que ella era la víctima, pero nunca había considerado la posibilidad de que él se hubiera resistido a aceptar una mujer que no quería. «No quería casarme con una mujer a la que no había elegido yo mismo». Aquel a frase resumía todo lo que necesitaba saber.