Выбрать главу

– Puede funcionar- dije.

– Por supuesto que sí. Como he dicho, se le proporcionará un despacho en la Casa Rosada, que es donde está la sede de la SIDE, y tendrá un vehículo a su disposición. Se le pagarán dietas. Tendrá un salario. Y plena identificación de la SIDE. Estará directamente bajo mis órdenes. Me tendrá al corriente de todo. Absolutamente todo. Por muy insignificante que sea. El doctor Pack vendrá dentro de un par de semanas. Entonces se consultará con él. Por razones obvias, sin embargo, me gustaría que iniciase las investigaciones de inmediato. Se le entregará una lista de nombres y direcciones de sus viejos camaradas en la Casa Rosada. Como es lógico, Fuldner y la DAIE nos han informado sobre quiénes eran esas personas en Alemania. Qué hicieron y cuándo. Pero me gustaría saber mucho más sobre ellos, con el fin de evaluar el riesgo diplomático y de seguridad que podrían suponer para nosotros en el futuro. Puede actualizar los expedientes a medida que desarrolle su investigación. ¿Está claro?

– Creo que sí.

– Supongo que una de sus prioridades será conocer a los padres de la chica desaparecida.

– Si fuera posible.

El coronel asintió. Abrió un cajón pequeño de la mesa y sacó un portafolios de cuero. De uno de los bolsillos del portafolios extrajo una pistola, antes de vaciar el resto de los contenidos en la mesa.

– Una pistola semiautomática Smith & Wesson. Una caja de munición. Una pistolera. Un carné de conducir a nombre de Carlos Hausner. Un carné de identidad de la SIDE a nombre de Carlos Hausner. Un certificado de seguridad para la Casa Rosada a nombre de Carlos Hausner. Un manual de la SIDE, que debe leer atentamente. Cien mil pesos en efectivo. Recibirá más cuando los necesite. Naturalmente, se requieren recibos en la medida de lo posible. El manual le dirá exactamente cómo debe rellenar el formulario de gastos. Encontrará todo lo demás en su archivador de la Casa Rosada: los expedientes de la DAlE sobre los inmigrantes alemanes, los expedientes del Kripo y la Gestapo de Alexanderplatz.

Asentí en silencio. No era necesario decir que todo esto estaba preparado antes de que entrase en la jefatura de policía. Tan seguro estaba el coronel de que yo iba a aceptar su ofrecimiento, que me dieron ganas de mandarlo a la mierda. Me horrorizaba que diese por sentada mi colaboración. Pero me horrorizaba aún más estar enfermo. ¿Cómo podía negarme? Los dos sabíamos que no tenía elección, si quería recibir el mejor tratamiento médico.

Sacó del bolsillo una llave de coche y me la entregó.

– Es el que está fuera. El Chevrolet de color lima en el que hemos venido.

– Mi sabor favorito -le dije.

– ¿Sabe conducir, verdad? -me preguntó después de levantarse de la mesa.

– Sí.

– Bien. Entonces vamos a Retiro. -Miró la hora-. Nos están esperando, así que más vale que nos pongamos en camino.

– Antes de irnos me gustaría echar otro vistazo al cadáver.

– Si quiere -dijo el coronel, encogiéndose de hombros-. ¿Ha observado algo?

– Nada aparte de lo evidente. -Negué con la cabeza-. Es que antes no presté mucha atención.

CAPITULO 6

BERLIN. 1932

En un manual de medicina forense que entregaba Ernst Gennat a todos los sabuesos que ingresaban en el Departamento Cuatro, había una fotografía que siempre suscitaba cierto alborozo al verla por primera vez. En ella aparecía una chica desnuda, tendida en una cama, con las manos atadas en la nuca; alrededor del cuello tenía una ligadura ceñida y le faltaba la mitad de la cabeza, que le habían volado con una escopeta. Ah, sí, y también tenía un consolador en el culo. Por supuesto, la escena no tenía ninguna gracia. Lo gracioso era el pie de fotografía que había debajo de la imagen. Decía: «Circunstancias que levantan sospechas». Nos partíamos de risa con eso. Cada vez que los miembros del D4 nos encontrábamos con un caso atroz y evidente de homicidio, repetíamos las palabras del pie de foto. Ayudaba a esclarecer las cosas.

El cadáver apareció en el parque de Friedrichschain, cerca del hospital, en la zona este de Berlín. Era un lugar popular entre los niños por su fuente de cuento. El agua caía en una serie de escalones poco profundos, rodeados por diez grupos de personajes de cuentos tradicionales, que todos los niños conocían desde la más tierna infancia. Cuando se recibió la llamada en la jefatura de policía de Alexanderplatz, esperábamos que la niña se hubiera muerto ahogada de forma accidental. Pero con un vistazo al cadáver supe que no era así. Parecía la víctima del lobo de un cuento infantil. Un lobo feroz que hubiera intentado comerse a todos aquellos héroes y heroínas de piedra caliza.

– Qué infierno, señor -dijo mi sargento, el KBS Heinrich Grund, mientras iluminábamos el cadáver con las linternas-. Circunstancias que levantan sospechas, ¿no?

– Me da en la nariz que sí.

– Sí, ligeramente. Joder, ya verás cuando los chicos de Alex se enteren de esto.

En Alex no había una plantilla permanente de detectives para las investigaciones de homicidios. El D4 estaba concebido como un mero órgano supervisor con tres equipos rotantes de policías procedentes de otros cuerpos de Berlín, pero en la práctica no funcionaba así. En 1932 había tres equipos en servicio activo, sin ningún agente en la reserva. Aquella noche ya me había desplazado a Wedding para examinar el cadáver de un chico de quince años que apareció apuñalado en una marquesina de autobús. Los otros dos equipos continuaban trabajando en otros casos: el KOK Muller investigaba la muerte de un hombre que apareció ahorcado en una farola de Lichtenrade; y el KOK Lipik se encontraba en Neukolln, investigando la muerte de una mujer por arma de fuego. Aunque parezca lo contrario, aquello no era una oleada de crímenes. La mayoría de los asesinatos que ocurrieron en Berlín aquella primavera y al principio del verano eran políticos. Al margen de la violencia de represalias desencadenada por las tropas de asalto nazis y los grupos comunistas, el índice de criminalidad disminuyó durante los últimos meses de la República de Weimar.

El parque de Friedrichschain era un kilómetro arbolado al noroeste de Alex. Después de recibir la llamada, llegarnos allí en menos de veinte minutos. El secretario de distrito Grund, un secretario criminal ordinario, un ayudante de secretario general, media docena de agentes uniformados de la Policía de Protección, la Schutzpolizei y yo.

– ¿Crees que es un asesinato lascivo? -preguntó Grund.

– Es posible. Aunque no veo mucha sangre por aquí. Si hubo algún acto lascivo, debió de ocurrir en otra parte. -Eché un vistazo a los alrededores. El cruce de carreteras de Konigs- Thor estaba a pocos metros de allí hacia el oeste-. Quienquiera que fuese pudo parar el coche en Friedenstrasse, o en Am Friedrichschain, y quizá la sacó del maletero y la arrastró hasta aquí hoy mismo al anochecer.

– Con el parque a un lado de la carretera y un par de cementerios al otro, parece un lugar adecuado -dijo Grund-. Con tantos árboles y arbustos pudo pasar desapercibido. Es un sitio tranquilo y agradable.