El Departamento 4, la policía criminal ordinaria, en teoría era independiente del Departamento la, la policía política. El D1a se encargaba de investigar todos los crímenes políticos, pero no operaba en secreto. La policía política debía trabajar con discreción para impedir la violencia política de todas las tendencias. Debido a la compleja situación de Alemania en aquellos años, era fácil comprender por qué el gobierno de Weimar consideró necesario crear dicha fuerza policial. Sin embargo, en la práctica, la existencia de la policía política no era del agrado del cuerpo policial regular ni de los ciudadanos alemanes: y el D1a resultó ser un fracaso estrepitoso en la prevención de la violencia política. Es más, la idea de tener dos departamentos de policía independientes era un sinsentido, pues la mayoría de los crímenes que investigábamos tenían también cierto carácter político: un soldado de las tropas de asalto asesinaba a un comunista, o viceversa. Por lo tanto, el D1a luchaba por consolidar su propia jurisdicción para justificar su continuidad. Los verdaderos republicanos consideraban que las funciones de ese departamento eran poco democráticas y potencialmente propicias para la explotación de cualquier gobierno poco escrupuloso, que quisiera instaurar un estado policial. Por ese motivo el profesor Hans Illmann, el patólogo encargado del caso Schwartz, prefirió que nos reuniésemos fuera de Alex, en su laboratorio y en su despacho del Instituto de Ciencias Policiales, en Charlottenburg. Aunque el Departamento 4 y el la tuviesen sus respectivas sedes en pisos distintos de Alex, era una cercanía excesiva para el sensible olfato político del principal científico forense del Kripo.
Encontré a Illmann asomado a una ventana, contemplando un jardín que nada tenía que ver con la policía ni con la patología. Aquel espacio y la villa circundante pertenecían a una época anterior, más distinguida, en la que los científicos tenían más pelo en las mejillas que un mandril. No costaba mucho imaginar por qué prefería estar ahí en vez de trabajar en Alex. Hasta con un par de cadáveres en el sótano, aquel lugar parecía más una residencia de ancianos que un instituto científico forense. El profesor era flaco como un bisturí. Llevaba gafas sin montura y una perilla holandesa que lo asemejaban al prototipo de artista. Toulouse-Lautrec en sus mejores tiempos.
– ¿Cómo? -dije mientras nos dábamos la mano, señalando con la barbilla un ejemplar del Der Angríff que tenía en la mesa-. ¿No me digas que te estás volviendo nazi? ¿Cómo es que lees esa mierda?
– Si hubiera más gente que leyese esa basura, no votarían a esos pigmeos intelectuales. O al menos sabrían lo que le espera a Alemania si llegan al poder. No, no, Bernie, todo el mundo debería leer esto. Sobre todo tú. Te han fichado, amigo republicano y lo han aireado en público. Bienvenido al club.
Cogió el periódico y empezó a leer en voz alta:
– «El símbolo del Frente de Hierro, que fue diseñado por un judío ruso, son tres flechas que apuntan hacia el sudeste dentro de un círculo. El significado de las flechas ha sido interpretado de diversos modos. Unos dicen que las tres flechas representan a los adversarios del Frente de Hierro: el comunismo, el monarquismo y el nacionalsocialismo. Otros dicen que las flechas simbolizan las tres columnas del movimiento obrero alemán: el partido, el sindicato y la Reichsbanner. Pero nosotros decimos que representa sólo una cosa: el Frente de Hierro es una alianza política llena de vergas.
»Entre las vergas del Frente de Hierro que contaminan el cuerpo policial de Berlín destacan el director de la policía, Grezinski; su número dos, el judío Bernhard Weiss; y su lacayo del Kripo, Bernhard Gunther. Son los policías que presuntamente investigan al asesino de Anita Schwartz. Cabría suponer que no van a escatimar ningún esfuerzo para detener a ese monstruo. ¡Pues de eso nada! El comisario Gunther, en la conferencia de prensa celebrada ayer, sorprendió a todos los presentes al comunicar a este atónito periodista que, por su parte, confiaba en que no se condenase a muerte al asesino.
»Que se entere el Comisario Gunther: si él o sus colegas liberales tuvieran la competencia suficiente para capturar al asesino de Anita Schwartz, sólo habrá una sentencia que satisfaga al pueblo alemán. La muerte. Lo cierto es que en este país sólo se respeta la brutalidad. El pueblo alemán exige que los criminales sientan un miedo saludable. ¿A qué viene tanto alboroto por la ejecución y la tortura de un puñado de transgresores de la ley? Así lo exigen las masas. El pueblo reclama algo que infunda a los criminales auténtico respeto a la ley. Por eso necesitamos el firme dominio del nacionalsocialismo frente a este gobierno del SPD, defensor de causas perdidas, que tiene miedo de su propia sombra corrupta. Si el comisario Gunther se preocupase más por atrapar a los asesinos y menos por los derechos de los criminales, tal vez esta ciudad no fuese el antro de iniquidad que es hoy.»
Illmann me lanzó el periód.ico desde el otro lado de la mesa y se puso a liar un cigarrillo perfecto con los dedos de una mano.
– Que se vayan a la, mierda esos cabrones -dije-.Me trae sin cuidado.
– ¿Estás seguro? Pues debería preocuparte. Si las elecciones de julio no son concluyentes en algún sentido, puede haber otro golpe de estado. Y tú y yo podríamos acabar flotando en el canal Landwehr, igual que la, pobre Rosa Luxemburgo. Ándate con cuidado, amigo. Mucho cuidado,
– No llegará la sangre al río -repliqué-. El ejército no lo consentirá.
– Lamento decirte que no comparto esa fe enternecedora en nuestras fuerzas armadas. Es tan probable que respalden a los nazis como que defiendan a la República. -Hizo un gesto de contrariedad y sonrió-. No, para que se salve la República sólo se puede hacer una cosa. Tienes que resolver este crimen antes del 31 de julio.
– Bueno, ya está bien, Hans. ¿Qué has averiguado?
– La muerte fue por asfixia, a causa del cloroformo. Anita Schwartz se tragó la lengua. He encontrado rastros de cloroformo en el pelo y en la boca. Es una muerte bastante habitual en los hospitales. Los anestesistas ineptos han matado a más de un paciente de ese modo.
– Qué alentador. ¿Hay indicios de abusos sexuales?
– No se puede saber, debido a la falta de órganos. Quizá por eso la evisceró.Para ocultar pruebas del abuso. En todo caso, sabía lo que se traía entre manos. Utilizó una cureta muy afilada con gran firmeza y seguridad. Tal vez por eso empleó cloroformo. Así el miedo de la chica no le condicionaba. Probablemente estaba inconsciente, y casi con toda seguridad muerta, cuando le extirpó los órganos. Supongo que recuerdas el caso deA Haarmann. Bueno, pues esto es algo muy diferente.
– Alguien con experiencia médica, quizá -dije, pensando en voz alta-. En cuyo caso la proximidad del Hospital Estatal puede ser relevante.
– Muy probablemente -dijo Illmann-. Pero no por ese motivo, sino por la pastilla que encontraste cerca del cadáver.
– ¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Qué es?
– Es algo que no había visto nunca. En términos químicos, es un compuesto de sulfona enlazado con un compuesto de amina. Pero la síntesis es nueva. Ni siquiera sé cómo se llama, Bernie. ¿Sulfanamina? No sé. Lo cierto es que no existe en la farmacopea actual. Ni aquí ni en ninguna parte. Es algo nuevo y experimental.
– ¿Tienes alguna idea de para qué sirve?
– La molécula de sulfa activa se sintetizó por primera vez en 1906 y se ha empleado mucho en la industria colorante.
– ¿La industria colorante?
– Supongo que hay un compuesto activo más pequeño contenido en la molécula del colorante. Hace unos quince años el Instituto Pasteur de París utilizó la molécula de sulfa como principio activo de algún tipo de agente antibacteriano. Lamentablemente no obtuvieron buenos resultados. Sin embargo, esta pastilla podría indicar que alguien, posiblemente aquí en Berlín, ha logrado sintetizar un fármaco de sulfa.