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– Escucha, cielo -dije mientras se zafaba de mí-. Probablemente no servirá de nada, pero lo intentaré una vez más y luego te dejaré en paz. Cuando dos personas se aman se supone que se cuidan.

– El amor no importa -dijo-. No es una razón suficiente.

– Déjame acabar. Cuando seas vieja, o quizá muy vieja, sabrás que es lo único que importa.

Mientras lo decía, sabía que no iba a suceder, Anna nunca envejecería. Nunca envejecería si el coronel Montalbán cumplía su perversa palabra.

– El amor es la única razón necesaria, cielo. Es la única razón que existe en el mundo para que confíes en mí. Tal vez no sea la clase de razón que satisfaría a un griego con toga. No sé si podrías utilizar esa clase de razón como fundamento de una verdad que existe fuera de nosotros. Lo único que sé es que hay que darle una oportunidad para saber si una persona es lo que queremos o lo que creemos que queremos. Se necesita un poco de tiempo. Hagamos lo siguiente. Vente conmigo sólo unos días. Como si volviésemos en tren a Tucumán. Y luego, si no funciona, puedes decir a la mierda, Gunther, me voy a Buenos Aires, porque prefiero morir a estar con un hombre como tú. Así que no digas nada más ahora. Piensa despacio lo que te he dicho. Habla con tu padre. Yo hablé con él. Te dará un buen consejo. Los padres siempre aconsejan bien. Te compraré un billete para el barco de esta noche. Podemos llegar a Montevideo en menos de lo que se tarda en decir «te esperaré en la oficina de la Compañía de Navegación Fluvial Argentina».

Y me marché.

CAPITULO 26

BUENOS AIRES. 1950

Aquella noche llovió mucho. El río estaba calmo, la marea alta y la luna llena. En algún lugar, al otro lado de la Plata, esperaba Uruguay. Me encontraba en la oficina de la CNFA, contemplando por la ventana el muelle, el barco y las olas que lamían el espigón. Tenía un ojo pendiente del reloj. Con cada movimiento espeluznante del segundero sentía que se desvanecían mis esperanzas. No era el primer hombre al que dejaba plantado una mujer. Tampoco sería el último. Así es como se llega a escribir poesía.

¿Qué se debe hacer cuando uno sabe, a ciencia cierta, que lo van a asesinar si se queda con la mujer que ama? ¿Esperar la muerte juntos como en una película sensiblera? No, las cosas no son así. Uno no se sale de la película, con la chica de la mano, al son de un coro invisible que celebra la llegada conjunta al paraíso. La muerte, cuando llega, suele ser desagradable, cruel y repentina. Algo sabía al respecto. Lo había visto a menudo a lo largo de la vida.

Una voz anunció por megafonía la última llamada a los pasajeros de las nueve con destino a Montevideo.

Y ella no venía.

Al recorrer el muelle sentía que el suelo se movía bajo mis pies, como si caminase sobre el pecho de un cíclope. La lluvia me irrigaba la cara. Era una lluvia melancólica, como las lágrimas del viento nocturno que me alborotaba el pelo. Salí de Argentina y embarqué. Había otros pasajeros pero no les presté atención. Prefería quedarme en la cubierta, aguardando el milagro que no iba a ocurrir. Hasta me aferré a la esperanza de que apareciera el coronel para despedirse, y así pudiera rogarle que no segase la vida de Anna. Pero él tampoco vino.

Arrancaron los motores. Soltaron amarras. El agua se removía en una vorágine debajo del barco y a bandazos nos alejamos del muelle. De Buenos Aires. De ella. Nos retiramos a la oscuridad como un objeto pagano, abandonado, arrojado a la deriva del mundo de los hombres. Abrumado por la autocompasión, el desconcierto, la lucha y la huida, a punto estuve de tirarme por la borda, con la esperanza de nadar hasta la extensa línea de la costa. En cambio, decidí bajar.

En la cocina, un camarero encendió un quemador de gas para hervir el agua del café. La llama azul circundante cosquilleaba la olla en silencio. E imaginé la otra llama: la pequeña llama misteriosa que ardía en mi interior, sin alegría, sin paz, sin esperanza, sin el consuelo del dolor solitario. No por Adolf Hitler. Sino por ella. Ardía por ella.

NOTA DEL AUTOR

Debo mucho al excelente libro de Uki Goñi, The Real Odessa [trad. casto La auténtica Odessa: la fuga nazi a la Argentina de Perón, Barcelona, Paidós, 2002], de donde procede gran parte de mi información sobre los nazis en Argentina. Es la fuente indispensable para cualquiera que escriba sobre este tema.

El ministro de Relaciones Exteriores argentino, José María Cantillo, aprobó el 12 de julio de 1938 la Directiva 11, que equivalía a una sentencia de muerte para unos 200.000 judíos europeos. Su existencia se sigue negando hasta la fecha.

A lo largo de la guerra, persistieron los rumores sobre la existencia de un campo de concentración argentino para los judíos en los bosques más remotos del país. Según Goñi, algunos ministros argentinos exigieron «una solución para el problema judío» en Argentina. Nunca se ha confirmado la existencia de un campo de tales características.

Según la fidedigna biografía de Gerald Posner y Iohn Ware, Mengele [trad. casto Mengele: el médico de los experimentos de Hitler, Madrid, La Esfera de los Libros, 2002], una parte sustancial del botín nazi quedó, casi con toda seguridad, bajo control de los Perón. Cuatro de los fideicomisarios germano-argentinos del dinero nazi fueron asesinados entre 1949 y 1952.

Eva Perón desarrolló cáncer uterino en 1950. A pesar de que el eminente cirujano norteamericano George T. Pack le practicó una histerectomía, el cáncer se reprodujo con rapidez. Sufrió metástasis pulmonar y fue la primera argentina que se sometió a un tratamiento de quimioterapia (muy novedoso para la época). Pese a todos los tratamientos disponibles, murió el 26 de julio de 1952 a los treinta y tres años de edad.

El hermano de Eva, Juan Duarte, fue enviado por Juan Perón a Zurich a principios de 1953, presumiblemente para convencer a las autoridades suizas de que cediesen a Perón la titularidad de la fortuna personal de Eva. Tras su regreso a Buenos Aires, en abril de 1953, Duarte se suicidó. Sin embargo, mayoritariamente se cree que fue asesinado.

En octubre de 1953, Perón, que por aquel entonces tenía 58 años, inició una relación con Nelly Rivas, de 14 años, a la que tomó como amante. Fue una de las numerosas jovencitas con las que coqueteaba el presidente sin tapujos. Perón fue excomulgado de la iglesia católica romana por el Vaticano el 16 de junio de 1955. Y poco después fue depuesto de su cargo.

Después de 18 años de exilio, Perón regresó como presidente en junio de 1973. Su esposa Isabel sucedió a su marido en la presidencia y fue depuesta por un golpe militar en marzo de 1976. Una junta militar tomó el poder y combinó una exhaustiva persecución de los disidentes políticos con el recurso del terrorismo de estado. «Desaparecieron» unos treinta mil ciudadanos argentinos.

Josef Mengele fue uno de los miles de criminales de guerra nazis que se trasladaron a vivir a Argentina después de la guerra. Mengele fue detenido en 1958 por la policía de Buenos Aires, acusado de ser abortista ilegal. Después de sobornar a un detective para que lo liberase, Mengele huyó a Paraguay. Probablemente se ahogó en Sao Paulo (Brasil) en 1979.

Adolf Eichmann fue secuestrado en Argentina en mayo de 1960, juzgado en Israel y ahorcado en Jerusalén el 31 de mayo de 1962.

El general doctor Hans Kammler fue un ingeniero que supervisó numerosos proyectos de construcción de las SS. Diseñó y construyó los campos de exterminio y dirigió la destrucción del gueto de Varsovia. Desde enero de 1945 era el número tres de las SS y el responsable de todos los proyectos de misiles nazis. Desapareció en mayo de 1945 y, según fundadas sospechas, fue trasladado a Estados Unidos en el marco del programa Paperclip. A partir de ese momento no se dispone de más información sobre Kammler, que probablemente es el criminal de guerra nazi de mayor rango más desconocido hasta la fecha.