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Era el director técnico del hotel y daba la impresión de estar a punto de orinarse encima. Movía las piernas sin parar y no podía dejarse el bigote tranquilo.

– Pero ésta no está marcada en el plano -dijo Silje mirando la puerta con profunda desconfianza, como si la hubieran puesto allí contra toda ley y toda regla.

– Pero ¿qué planos estás manejando? -preguntó el director técnico intentando encontrar la fecha.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó el policía, haciendo un nuevo intento de organizar las enormes hojas de papel.

– Cuando le di mi número de teléfono dijo que era del Secret Service -se lamentaba Ali Khurram-. ¿Cómo iba yo a saber que…? ¡Me enseñó su identificación y todo! Una cosa de ésas como las de la tele, con foto y estrella y… Me lo había dicho ya antes, aquel día, que acudiera en cuanto me llamara. ¡De inmediato, dijo! ¡Era del Secret Service y todo! ¿Cómo iba yo a saber…?

– Tendrías que habernos avisado cuando entendiste lo que había pasado -dijo Silje, fría como el hielo, y le dio la espalda-. Tendrías que haber dado la alarma enseguida. ¿Te aclaras con esto?

Lo último se lo decía al director técnico.

– Pero es que mi mujer… -continuó Ali Khurram-. Tenía mucho miedo por lo de… ¿Qué le va a pasar a mi mujer? ¿Se va a tener que ir? ¿No podría…?

– Ahora no vamos a volver a hablar de eso -dijo Silje alzando la mano-. Ya llevas varias horas dándonos explicaciones. La situación no va a mejorar porque sigas dando la lata, ni para ti ni para tu mujer. Quédate allí. Y mantén la boca cerrada.

Señaló con severidad un punto a un par de metros de la puerta. Ali Khurram se fue para allá cabizbajo, tapándose la cara con las manos y murmurando en urdu. El policía de uniforme lo siguió.

– Tienes los planos equivocados -dijo al final el director técnico-. Estos son los originales. De cuando se construyó el hotel, quiero decir. Lo acabaron en el año 2001. Y entonces esa puerta no estaba ahí.

Añadió una sonrisa, probablemente con la intención de desarmarla, como si la puerta hubiera dejado de tener importancia una vez que se había aclarado el misterio de los planos inexactos.

– Planos equivocados -repitió Silje Sørensen sin entonación en la voz.

– Sí -dijo el director técnico con ánimo-. O…, bueno, esta puerta en realidad no debe de aparecer en ninguno de los planos. Cuando empezaron a construir la ópera, como estaban volando la piedra para los cimientos, nos obligaron a colocar una puerta que conectara con el aparcamiento por aquí. Por si acaso…

– ¿Qué aparcamiento? -preguntó Silje Sørensen abatida.

– Este -dijo el director técnico señalando la pared.

– ¿Éste? ¿Este?

Silje Sørensen era un caso sumamente poco común, era una policía forrada. Siempre hacía todo lo que estaba en su mano para ocultar su mayor debilidad: la arrogancia que suele acompañar a una infancia protegida y la riqueza heredada. En ese momento le estaba resultando difícil.

El director técnico era un idiota.

La chaqueta que llevaba era de mal gusto. De color burdeos y mal cortada. Los pantalones brillaban en las rodillas. El bigote era ridículo. Su nariz, estrecha y aguileña, recordaba al pico de un pájaro. Y, además, se arrastraba ante ella. A pesar de la seriedad de la situación no paraba de sonreír. Silje Sørensen sentía una repulsión casi física por el tipo, y cuando éste le puso la mano sobre el antebrazo en un gesto de amabilidad, se lo quitó de encima de un empujón.

– Éste -repitió, intentando controlar su temperamento-. Estás siendo algo impreciso, tal vez. ¿Qué quieres decir?

– El aparcamiento de la Estación Central -explicó-. Un aparcamiento público. No hay acceso desde el hotel. Hay que dar la vuelta. Si los huéspedes…

– Acabas de decir que esta puerta conduce hasta allí -lo interrumpió ella tragando saliva.

– Que sí -él seguía sonriendo-. ¡Ésta sí! Pero no se utiliza. Nos obligaron a hacerla. Cuando iban a dinamitar…

– Eso ya lo has dicho -lo volvió a interrumpir Silje, que pasó la mano sobre los tapajuntas burdamente ajustados de la puerta-. ¿Por qué no hay pomo?

– Como te he dicho, se supone que esta puerta no se usa, pero nos obligaron a hacer una apertura que diera al aparcamiento. Por razones de seguridad, hemos quitado el pomo. Y por lo que yo sé, nunca la han incluido en los planos.

Se rascó la nuca y se agachó. A Silje no le cabía en la cabeza que una puerta pudiera cumplir las funciones de salida de emergencia si no se podía abrir, pero no tenía fuerzas para seguir discutiendo. Optó por extender la mano hacia el pomo suelto que el director técnico había sacado de una gran bolsa con el logo del hotel en un costado.

– La llave -le ordenó, e introdujo el pomo en su sitio.

El director técnico obedeció. A los pocos segundos la puerta estaba abierta. Procuró no dejar huellas dactilares. Los investigadores de la Escena del Crimen estaban en camino para ver si aún quedaban huellas técnicas. Abrió la puerta. Los golpeó el denso olor de coches aparcados y de los tubos de escape. Silje Sørensen se quedó quieta, no entró en el aparcamiento.

– La salida es por ahí, ¿no?

Señaló hacia la derecha, hacia el este.

– Sí, y tengo que añadir que… -sonrió aún más y daba la impresión de que al hablar aliviaba un poco su nerviosismo- el propio Secret Service ha inspeccionado la zona. Todo está perfectamente en orden. Incluso se les dio un pomo y una llave para ellos. Tanto para la puerta como para el ascensor. Vamos, que hicieron un trabajo impresionante. Inspeccionaron el hotel desde el sótano hasta el tejado, varios días antes de que llegara la presidenta.

– ¿A quién has dicho que se le dio la llave y el pomo?

– Al Secret Service.

– ¿A quién del Secret Service?

– Bueno, a quién… -El director técnico echó una risotada-. Esto ha estado abarrotado de esa gente. Como es natural no me quedé con todos los nombres.

Por fin Silje Sørensen se dio la vuelta. Cerró la pesada puerta, sacó el pomo y se metió la llave y el pomo en el bolso. De un bolsillo lateral sacó una hoja que le mostró al director técnico.

– ¿Pudo ser éste?

El hombre entornó un poco los ojos y arrimó la cabeza al papel sin mover el cuerpo. Parecía un cuervo.

– ¡Ese es! Los nombres se me pueden olvidar, pero las caras nunca. Gajes del oficio, quizá. En la profesión de hostelero…

– ¿Estás completamente seguro?

– ¡Desde luego! -El director técnico se echó a reír-. Lo recuerdo perfectamente. Un tipo muy simpático. Bajó aquí dos veces, de hecho.

– ¿Solo?

El hombre se lo pensó.

– Sí… -dudó-. Eran tantos. Pero estoy casi seguro de que de esta parte del sótano se encargó él solo. Aparte de que le acompañaba yo, claro. Yo mismo…

– Está bien -dijo Silje, y volvió a meter la fotografía de Jeffrey Hunter en el bolso-. ¿Alguien ha estado aquí abajo después?

– ¿Qué quieres decir con después? ¿Después de la desaparición?

– Sí.

– No -dijo el director técnico vacilando-. Durante las horas después de que se descubriera que la presidenta había desaparecido, estuvieron registrando todo el edificio. Como es obvio no puedo estar completamente seguro, puesto que estaba en mi despacho con un policía, controlándolo todo con los planos… -La mano rozó los papeles que asomaban del bolso de Silje-. Dando órdenes por aquí y por allá. Además el sótano estaba bloqueado.

– ¿Bloqueado? ¿El sótano?

– Sí, claro -sonrió elocuentemente-. Por razones de seguridad… -La frase sonó como un mantra, algo que decía cien veces al día y que, por tanto, había perdido su significado-. La planta del sótano se cerró por razones de seguridad bastante tiempo antes de que llegara la presidenta. Por lo que entendí, el Secret Service quería… minimizar los riesgos. También cerraron parte del ala oeste. Además de una parte de las plantas octava y novena. Eso es lo que se llama minimal risk…, minimizing risk… -Buscaba en vano las palabras inglesas que acababa de aprender-. Minimizar los riesgos -dijo al final en noruego y contento-. Eso es lo normal. En esas esferas. Muy razonable.