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Una fugaz sonrisa cruzó su cara, sin ser correspondida por ninguno de los demás.

– ¿Y estáis totalmente seguros de que no hay más de los vuestros implicados en esto? ¿De que Jeffrey Hunter trabajaba solo?

– Tan seguros como se puede estar -dijo Warren Scifford-. Pero, con todos mis respetos, me tenéis que permitir que diga que no me acaba de gustar el tono que ha tomado esta reunión. Yo no he venido aquí para que me echéis la bronca. He venido para daros la información que necesitáis para encontrar a la presidenta Bentley, y para averiguar cómo va vuestra investigación, por supuesto.

La voz tenía un leve matiz de ironía cuando enderezó la espalda. Terje Bastesen carraspeó y dejó la dichosa taza sobre la mesa para decir algo. Yngvar se le adelantó.

– Ni lo intentes -dijo.

El tono de la voz era amable, pero estrechó los ojos lo suficiente como para que Warren tuviera que pestañear.

– Nosotros te informamos de todo -dijo Yngvar-, tan pronto como conseguimos dar contigo, cosa que ha resultado bastante complicada, por cierto. Tenemos a dos mil personas… -se interrumpió, como si acabara de entender la enorme magnitud de la cifra-, dos mil personas trabajando en este caso, sólo en las organizaciones policiales. Además de eso está la gente de los ministerios, las direcciones generales y, hasta cierto punto, el Ejér…

– Nosotros tenemos en total a sesenta y dos mil norteamericanos que -lo interrumpió Warren sin elevar la voz-, en estos momentos, están intentando averiguar quién secuestró a la presidenta. Además…

– ¡Esto no es una competición!

Todos miraron a Peter Salhus, que se había levantado. Warren e Yngvar intercambiaron las miradas de dos niños a los que el director del colegio ha pillado peleándose en el patio.

– Nadie pone en duda la prioridad absoluta de este caso en ambos países -dijo Salhus, con la voz aún más oscura de lo habitual-. Ni que los estadounidenses estén buscando una conspiración y un contexto mayor que el nuestro. Tanto la CIA como el FBI y la NSA han tenido una… actitud, llamémoslo así, bastante diferente durante la última jornada, en lo que se refiere al intercambio de información. No nos cuesta ver en qué dirección estáis trabajando. Los servicios de inteligencia de toda Europa están siguiendo lo que sucede. Nosotros también tenemos nuestras fuentes, como seguramente sabréis. Y, como es obvio, es sólo cuestión de tiempo que los periodistas norteamericanos se enteren de los métodos que estáis poniendo en práctica.

Warren no pestañeó.

– Eso es problema vuestro -continuó Salhus encogiéndose de hombros-. Tal y como interpreto yo los datos que han entrado, además de aquello que no conseguís mantener en secreto para los medios de comunicación… -Se agachó, cogió un documento de la cartera que tenía en el suelo, junto a la silla de la que se había levantado, y leyó-: Fuertes restricciones del tráfico aéreo. Interrupción total del tráfico aéreo proveniente de determinados países, la mayoría de ellos musulmanes. Extensas reducciones de personal en oficinas públicas. Colegios que se cierran indefinidamente… -Agitó los papeles antes de volver a meterlos en la cartera-. Podría seguir un buen rato. La suma de todo esto es evidente. Esperáis más agresiones. Agresiones mucho más globales que el secuestro de la presidenta de Estados Unidos.

Warren Scifford abrió la boca y alzó las palmas de las manos.

– Ahórrate las protestas -le dijo el jefe de Vigilancia noruego, su voz de bajo vibraba de rencor reprimido-. Te digo lo mismo que Stubø: no nos infravalores. -Su enorme dedo índice estaba muy cerca de la nariz del norteamericano-. Lo que tienes que recordar, lo que tienes que recordar…

Warren frunció el ceño y echó la cabeza hacia atrás.

– … es que somos nosotros, la Policía noruega, quienes tenemos posibilidades de solucionar este caso. Este caso concreto. Somos nosotros, y sólo nosotros, quienes podemos averiguar cómo ha podido suceder este caso concreto: llevarse a la presidenta de la habitación de un hotel de Oslo. ¿Lo comprendes?

Warren permanecía muy tranquilo.

– Y por nosotros, podéis hacer lo que os dé la gana respecto a colocar esto en una perspectiva más amplia. ¡¿Lo comprendes?!

El hombre asintió casi imperceptiblemente con la cabeza. Salhus suspiró, retiró la mano y continuó:

– Me resulta incomprensible que no sólo os neguéis a ayudarnos, sino que incluso saboteéis la investigación, al no proporcionarnos información esencial, como que un agente del Secret Service ha desaparecido de forma misteriosa. -Se detuvo, justo delante de Scifford -. Si no llega a ser porque una señora que estaba de excursión merodeó por una zanja en Nordmarka y luego se desmayó a pocos metros de distancia, aún estaríamos buscando al hombre del traje. Todavía no tendríamos la menor idea de que… -Salhus carraspeó y se tomó una pausa, como si se tuviera que contener para no ponerse realmente furioso-. En colaboración con el comisario jefe Bastesen, aquí presente, con nuestro ministro de Justicia y con nuestro ministro de Asuntos Exteriores, he enviado una queja formal a tu Gobierno -prosiguió Peter Salhus sin sentarse-. Con una copia para el Secret Service y otra para el FBI.

– Me temo -dijo Warren Scifford sin tono en la voz- que mi Gobierno, el FBI y el Secret Service tienen cosas más serias de las que ocuparse que de una queja como ésa. Pero, por favor…, Be my guest! No os puedo prohibir mantener correspondencia con otra gente, si es que tenéis tiempo para andar con esas cosas. -Se levantó bruscamente, agarró una chaqueta deportiva de color verde militar, que colgaba sobre el reposabrazos y, con una sonrisa, añadió-: Entonces no tengo más que hacer aquí. Ya me habéis dado lo mío. Y vosotros también habéis recibido un poco. Una reunión fructífera, en otras palabras.

Los otros tres hombres presentes en la habitación se quedaron tan sorprendidos por su repentina reacción que no consiguieron decir nada. Warren Scifford tuvo que posar la mano sobre el antebrazo de Salhus para que se moviera.

– Por cierto -dijo el norteamericano, que se dio la vuelta junto a la puerta, a los demás aún no se les había ocurrido nada sensato que decir-, te equivocas con respecto a quién puede resolver este caso. Este caso concreto, como lo has llamado tú. Hablas como si los secuestros se pudieran resolver sin tener en cuenta los motivos, la planificación, las consecuencias y el contexto. -Sonrió de oreja a oreja, parecía haber amabilidad en sus ojos-. Quien encuentre a la presidenta, ése será quien tenga posibilidad de resolver el caso. Todo el caso. Lamentablemente cada vez dudo más que vayáis a ser vosotros. Eso sí que me preocupa a mí -miró a Salhus-, a mi Gobierno, al FBI y al Secret Service. Pero mucha suerte, de todos modos, y buenas noches.

La puerta se cerró a sus espaldas, algo violentamente.

Capítulo 30

– Hemos encontrado a la presidenta -susurró Inger Johanne Vik-. No me lo…

No sabía qué decir y estuvo a punto de echarse a reír, pero puesto que hubiera sido más o menos tan adecuado como reírse en un entierro, consiguió contenerse. En su lugar, las lágrimas empezaron a correr de nuevo. Se sentía completamente exhausta y lo absurdo de toda la situación no mejoraba con la obstinada decisión de Hanne de no dar la alarma. Inger Johanne lo había intentado todo: desde el sentido común hasta el razonamiento, pasando por las súplicas e incluso las amenazas. De nada había servido.

– Una mujer como Helen Bentley sabe lo que tiene que hacer -dijo Hanne en voz baja, arropando con delicadeza a la presidenta-. Ayúdame un poco, por favor.

Helen Bentley respiraba constante y pesadamente. Hanne colocó dos dedos sobre su muñeca y miró su reloj. Se le movía la boca como si contara, hasta que volvió a dejar la mano sobre la cadera de la presidenta.