Выбрать главу

Sor Fidelma se situó de espaldas a la chimenea, entre Gelasio y Marino, mirando al grupo con las manos cruzadas delante de ella discretamente.

El obispo Gelasio parecía molesto mientras la miraba en silencio durante unos instantes. Entonces emitió un ruido áspero como para aclararse la garganta.

– No os entiendo, hermana. Sin duda atrapasteis a Eanred en el mismo momento en que cometía el crimen. Por lo que dijo Licinio, yo entendí que a Eanred lo habíais cogido justo encima del cadáver de su víctima, el abad, cuando el hermano Eadulf y vos entrasteis en la habitación. ¿No es así?

– Necesito que me dediquéis un momento de vuestro tiempo -dijo Fidelma sin responder a su pregunta-. Ha habido muchos misterios relacionados con la muerte de Wighard. Han sucedido muchas cosas que han ocultado la realidad. Ahora hemos de examinarlas con claridad y separar el grano de la paja.

El obispo Gelasio lanzó una mirada al gobernador militar en señal de aprobación, pero Marino estaba sentado con rostro pétreo, los músculos faciales aparentemente tensos para ocultar su impaciencia. Gelasio se giró y le hizo un gesto con la mano a Fidelma, una invitación a que continuara no exenta de un cierto asombro.

– Muy bien -dijo Fidelma, aceptando aquel gesto como una aprobación para que procediera-. Como debéis de saber, había que resolver dos misterios. Dos misterios que ocasionaron gran confusión cuando el hermano Eadulf yyo empezamos a examinar este asunto, porque nosotros, naturalmente, pensamos que el mismo misterio poseía dos aspectos. Pero, de hecho, no estaban conectados, coexistían sin que uno formara parte del otro.

Los presentes hacían esfuerzos para seguir lo que decía la muchacha, pero estaban claramente confusos. Fidelma empezó a aclarar las cosas.

– El primer misterio era simple. Wighard fue asesinado. ¿Quién lo mató? El segundo misterio era el que complicaba el primero. A Wighard le robaron sus tesoros, los objetos preciosos que él había traído de regalo a Su Santidad y los cálices de los reinos sajones que tenía que bendecir el obispo de Roma. ¿Quién robó a Wighard? Al principio todos pensamos que el misterio era el siguiente: a Wighard lo mataron y le robaron. Quien mató a Wighard también cometió el robo. O mejor, quien cometió el robo también lo mató. Pero ésa no era la pregunta ni en ella estaba la solución. Ambas acciones estaban separadas y no tenían conexión entre sí.

Gelasio inclinó la cabeza con gravedad al entender la lógica de lo que decía Fidelma.

– ¿Queréis decir que la persona que robó a Wighard no lo mató? -preguntó con voz profunda dando a entender que captaba sus conclusiones.

Fidelma lo miró y le sonrió en señal de conformidad.

– Sí. Sin embargo, al principio no nos dimos cuenta de esto y este error hizo que no avanzáramos. El hermano Ronan Ragallach y el hermano Osimo Lando estaban involucrados en un complot para robar los tesoros que Wighard de Canterbury había traído a Roma y utilizarlos para comprar ciertos libros valiosos, que habían pertenecido a la gran biblioteca cristiana de Alejandría. Sabemos que los seguidores de Mahoma capturaron esa biblioteca de Alejandría hace unos veinte años y con ella algunos de los libros más valiosos del mundo griego antiguo.

Hará cosa de una semana un comerciante griego llegó a Roma con una docena de textos médicos raros que habían sido rescatados de la destrucción en Alejandría. Obras de Hipócrates, Herófilo, Galeno de Pérgamo y otros: varios libros de valor incalculable que tan sólo existían en Alejandría. Este comerciante entró en contacto con uno de los médicos más reputados de Roma, una persona que había estudiado en Alejandría y que había huido de la ciudad cuando los seguidores de Mahoma la conquistaron.

Ese hombre, como sabía el comerciante, entendería el valor de los libros que quería vender. Era, por supuesto, Cornelio de Alejandría.

Fidelma hizo una pausa. Nadie dijo nada. La noticia de que Cornelio había sido arrestado ya se había extendido por todo el palacio de Letrán.

– Cornelio estaba bien situado, ya que era médico personal de Vitaliano. Sin embargo, no era lo bastante rico para reunir la cantidad que exigía el árabe. La suma exigida por el comerciante estaba muy por encima de sus posibilidades. Pero él ansiaba aquellos libros. Conocía el valor de esos grandes textos médicos, que se perderían para siempre para la civilización si él no encontraba la manera de evitarlo.

– ¿Por qué no recurrió a nosotros? -preguntó Gelasio-. Sabe Dios que aquí no tenemos mucho dinero ahorrado, pero podíamos haber reunido la cantidad necesaria para rescatar esas obras para la cristiandad.

Fue Eadulf el que amplió la explicación. Habló lentamente, sin moverse de su posición de detrás de la puerta.

– Para decirlo con una palabra: codicia. Cornelio quería los libros para él. Si obtenía esos libros se haría más rico de lo que jamás hubiera soñado. Pero él no medía la riqueza en términos pecuniarios. Él consideraba los libros una riqueza en sí mismos. Tenía que hacerse con ellos. Tenía que poseerlos.

Fidelma asintió con la cabeza y continuó.

– Entonces se confió a un conciudadano alejandrino, el hermano Osimo Lando. Cornelio ya tenía un plan para robar a los ricos y recuperar los libros. Osimo, por su cargo de subpretor que trabajaba en el Secretariado de Exteriores, tenía información de los potentados extranjeros que había en Roma y de sus riquezas.

– Wighard y su séquito acababan de llegar y con un tesoro que podía satisfacer las exigencias del comerciante árabe. Entre ellos decidieron quitarle a Wighard esos objetos preciosos. Tal vez Osimo se convenció de que era una misión divina rescatar los grandes tesoros que tenían los infieles. Quizá Cornelio no le dijo que se iba a quedar los libros para él.

Hizo una pausa al percibir la expresión de asombro en los rostros de los asistentes.

– Muy bien -continuó, tras unos momentos en que nadie dijo nada-. Osimo Lando tenía un amante, el hermano Ronan Ragallach. Osimo convenció a Cornelio de que Ronan debía participar en la conspiración. Tres cabezas eran mejor que una o incluso dos, así que Cornelio accedió. La idea era robar el tesoro mientras Wighard dormía. Ronan decidió inspeccionar la domus hospitalis para trazar un plan…

– Eso fue la noche anterior a la muerte de Wighard -interrumpió Furio Licinio, hablando por primera vez-. En esa ocasión casi lo pesco acechando en el patio exterior de la domus hospitalis. -Se encogió de hombros y sonrió con autocomplacencia-. Me engañó en aquella ocasión y escapó.

– Así fue -admitió Fidelma-. Estaba vigilando las habitaciones. Ahora bien, en la parte posterior del edificio hay otro patio más pequeño. Justo en el exterior de las ventanas hay un pequeño alféizar. Pero allí donde el edificio más nuevo se une con el que alojaba a Wighard, un alféizar más ancho va casi directamente a la que fue la habitación del hermano Eanred. En ese edificio nuevo, para gran suerte de los conspiradores, se encontraba la mismísima officina del Munera Peregrinitatis. Ése era obviamente el mejor camino para introducirse en la domus hospitalis, porque los guardias del palacio estaban apostados en el patio y en las escaleras.

– Para tener acceso, por supuesto, debían sacar a Eanred de su habitación. Cornelio persuadió a Eanred para que fuera a su villa la noche en cuestión y lo llenó de bebida hasta pasada una hora de la entrada de Osimo y Ronan Ragallach en la domus hospitalis y de su robo del tesoro. El plan funcionó. Hasta cierto punto.

Fidelma hizo una pausa y examinó las expresiones de las caras cuidadosamente.