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– Concluyendo -intervino Gelasio-: Eanred era el hijo de Wighard.

Fue Eadulf el que respondió con gran entusiasmo para confirmar la afirmación del nomenclator.

– Siendo así -dijo Gelasio-, entonces seguramente fue Eanred el asesino.

Fidelma parecía molesta.

– Es cierto que los nombres escritos en estas tablillas demostrarán que el granjero a quien fueron vendidos los hijos de Wighard y el granjero que mató Eanred eran la misma persona. Por tanto, Eanred era hijo de Wighard. Sin embargo, eso no significa que Eanred fuera el asesino de su padre o de Ronan Ragallach y Puttoc.

– Entonces, no veo… -empezó a decir Gelasio, levantando las manos en señal de impotencia.

– Paciencia, obispo -insistió Fidelma- pues ya casi estamos.

Se giró hacia la abadesa Wulfrun, se situó ante ella y observó su rostro blanco y desencajado.

– ¿Creéis que estos nombres escritos revelarán a una única persona, abadesa de Sheppey? -preguntó Fidelma en tono inocente.

– ¿Cómo voy a saberlo yo? -dijo crispada la mujer, que parecía sentirse humillada y haber perdido su pompa y arrogancia.

– ¿Cómo no? -se preguntó Fidelma-. ¿Crecisteis en el reino de los sajones orientales, no?

Todos los ojos se volvieron hacia la abadesa.

– Sí. Yo soy… Yo era…

Eadulf de repente entendió donde los llevaba todo lo que había comentado anteriormente Fidelma en relación con las saturnales. Se quedó mirando a Wulfrun con sorpresa. ¿Wulfrun, antigua esclava? ¿Wulfrun… la hermana perdida de Eanred?

– ¿Estáis diciendo que Wulfrun es…? -empezó a decir.

Wulfrun estaba a punto de levantarse de la silla con el rostro desencajado cuando Fidelma, súbitamente, se alejó de ella.

– Como he dicho anteriormente, Wighard tenía dos hijos -explicó- un hijo y una hija.

– Yo no soy -gritó Wulfrun, a la que, en el momento de alzarse para agarrar a Fidelma, se le cayó el tocado del cuello, que había estado acariciando. Tenía una cicatriz reveladora alrededor de éste. La marca de un collar de esclava.

Pero Fidelma no prestaba atención a Wulfrun. Sus ojos brillantes se posaban sobre la figura carente de gracia de sor Eafa.

– ¿Fuisteis esclava en una granja, no es así, Eafa?

La muchacha parpadeó, pero no respondió.

– No voy a pediros que os quitéis el tocado, Eafa. Simplemente confirmad lo que vaya diciendo. Al igual que Wulfrun, tenéis la cicatriz de un collar de esclava, ¿no es así?

Los ojos de color castaño claro de la muchacha brillaban. Observaban a Fidelma con un fuego extraño.

– ¿Si lo sabéis, por qué lo preguntáis? Sí, crecí como esclava en una granja en la tierra de los sajones orientales.

– Y fue en esa granja donde os encontró la abadesa Wulfrun y compró vuestra libertad; después os llevó a la abadía de Sheppey para que fuerais su criada.

La joven simplemente se encogió de hombros.

– ¿Podríais decirnos el nombre del dueño de esa granja y dónde se encontraba? -preguntó Fidelma-. ¿O hemos de preguntarle a la abadesa Wulfrun?

Sor Eafa se mordió un labio. Luego habló en voz baja.

– Era… era la granja de Fobba, en Fobba's Tun.

En el rostro de Fidelma se esbozó una sonrisa.

– Marino, le importaría leernos el nombre que aparece en esas tablillas.

El gobernador militar levantó las dos tablillas y entrecerrando los ojos las leyó en voz alta.

– Fobba, de Fobba's Tun.

– Que creciera en la granja de Fobba no significa necesariamente nada más -intervino Wulfrun, intentando recuperar algo de su autoridad perdida.

– Pero así es, pues la misma Eafa me dijo durante el interrogatorio que era originaria de Kent, y que de niña la habían llevado a la tierra de los sajones orientales. Se olvidó de decir que la habían llevado como esclava. Es la hermana de Eanred y la hija de Wighard.

La muchacha levantó la cabeza con los ojos ardiendo de ira.

– No es ningún crimen ser la hermana de Eanred.

Fidelma sonrió con tristeza.

– No, eso no era un crimen. Y si la similitud de los ojos de color castaño claro que ambos tenéis no fuera prueba suficiente, yo creo que entendí que erais hermano y hermana cuando os vi en íntima conversación en la capilla de Elena. La forma de besaros…

– ¿Eafa era la mujer de la capilla? -gritó Furio Licinio, asombrado-. Pero no dijisteis que la hubierais reconocido.

– ¿Erais vos, no es así, Eafa? -insistió Fidelma.

Eafa se encogió de hombros. Con su expresión admitía la verdad de lo que decía Fidelma.

– Lo sospeché, pero no estaba segura -dijo Fidelma, suspirando-. El beso entre hermanos es diferente a un beso de amante. Eanred protegía a su hermana, ¿no es así? Era amable y se preocupaba de que estuviérais a salvo. Cuando vuestra madre fue asesinada y los dos fuisteis vendidos como esclavos, él asumió el papel de protector. Permaneció a vuestro lado hasta que llegasteis a la juventud. Cuando Fobba os violó, quiso vengarse. Sólo la intervención de Puttoc lo salvó de la horca y lo llevaron a Stanggrund. No volvisteis a verlo hasta que llegasteis a Roma.

– Eso es cierto. No voy a ocultarlo -confesó la muchacha con dignidad-. ¿Pero dónde está el crimen?

– Continuasteis trabajando en la granja para los herederos de Fobba hasta que, cosas del destino, unos meses después la abadesa Wulfrun apareció buscando una esclava inteligente para llevársela a la abadía, alguien que obedeciera rápidamente. Compró vuestra libertad.

Fidelma dirigió sus ojos a la abadesa Wulfrun, que estaba sentada en actitud inquieta y asombrada. Su mirada exigía una confirmación y la abadesa Wulfrun la dio con un movimiento de cabeza.

– Yo no sabía que Eafa era la hija de Wighard -añadió con tono confuso.

– Por supuesto que no. Pero entonces tampoco Eafa lo sabía -admitió Fidelma-. De hecho, ambos, Eanred y Eafa, habían crecido con tan pocos recuerdos de su pasado que ninguno de ellos sabía que eran hijos de Wighard, ni que su padre había ordenado que los mataran junto con su madre, simplemente para hacer carrera en el seno de la Iglesia.

– ¿Entonces cómo…? -empezó a decir Marino.

– ¿Podéis decirnos, Eafa, cuándo y a través de quién os enterasteis de vuestro oscuro secreto? -preguntó Fidelma, interrumpiendo al Superista.

La joven religiosa echó hacia adelante la barbilla en un gesto desafiante. Fidelma se lo tomó como una negativa. Esperó un momento y continuó.

– El abad Puttoc era un hombre muy inteligente, pero tenía un defecto. Era indulgente con lo que en Roma se llamarían los pecados de la carne. Su mayor pecado consistía en obligar a las mujeres a hacerle caso, lo desearan o no.

Eafa parecía estar realmente alterada, aunque luchaba por mantenerse calmada.

– Conocía la historia de Eanred, y que había matado a su amo para proteger a su hermana. Puttoc sabía que el amo de Eanred había sido Fobba, de Fobba's Tun. Por algo que Wulfrun había dejado caer en una conversación que tuvieron también había situado a Eafa en Fobba's Tun, y se había dado cuenta de que ella no era otra que la hermana de Eanred…

– ¿Pero cómo pudieron ser relacionados con Wighard? -inquirió Sebbi, interviniendo en la conversación.

– Sencillo -contestó Fidelma-. Ronan Ragallach sabía el nombre del hombre que había comprado a los hijos de Wighard. Se lo dijo a Osimo, quien se lo dijo a Cornelio y Cornelio…

– ¡Se lo dijo a Puttoc! -acabó Eadulf triunfante.

– Y Puttoc os lo dijo a vos, Eafa, ¿no es así? -inquirió Fidelma, volviendo a mirar a la muchacha, cuyo rostro revelaba una extraña variedad de emociones-. ¿He de deciros por qué?

Súbitamente, la muchacha explotó, enfurecida contra Fidelma. Todo en ella se transformó en furia desatada.

– No es necesario. Intentó seducirme y cuando yo rechacé a ese cerdo se enfadó y me lo explicó todo sobre… ¡mi padre! -Escupió esta última palabra como veneno desagradable.