– ¿Puede decirme en qué estado de ánimo estaba anoche? Ha dicho que andaba preocupado por un caso.
– Preocupado sí, pero no deprimido. Había un policía al que no lograba hacer temblar en el estrado y eso le indignaba. -Foxx tomó un sorbo de agua.
Eve decidió que era mejor no mencionar que ella era el policía que lo había indignado.
– Y tenía un par de casos pendientes cuya defensa estaba preparando. Como ve, tenía la mente demasiado llena de cosas para dormir.
– ¿Recibió o hizo alguna llamada?
– Ambas cosas. A menudo se traía trabajo a casa. Anoche pasó un par de horas en su despacho de arriba. Llegó a casa a eso de las cinco y media, y trabajó hasta cerca de las ocho. Entonces cenamos.
– ¿Mencionó algo que lo preocupara aparte del caso Salvatori?
– Su peso. -Foxx sonrió ligeramente-. Fitz odiaba engordar un kilo de más. Hablamos de intensificar el programa de gimnasia, y tal vez hacerle algún retoque quirúrgico cuando tuviera tiempo. Vimos una comedia en la pantalla del salón y nos fuimos a la cama, como ya le he dicho.
– ¿Discutieron?
– ¿Discutir?
– Tiene cardenales en el brazo, señor Foxx. ¿Se peleó con el señor Fitzhugh anoche?
– No. -Palideció aún más y le brillaron los ojos al borde de un nuevo estallido de llanto-. Nunca nos peleábamos físicamente. Por supuesto que discutíamos de vez en cuando, todo el mundo lo hace. Supongo que me hice los cardenales en la bañera, cuando traté de…
– ¿Tenía el señor Fitzhugh relaciones con alguien más aparte de usted?
Los ojos hinchados de Foxx se enfriaron.
– Si se refiere a si tenía otros amantes, no. Estábamos comprometidos.
– ¿De quién es este piso?
Foxx se puso rígido.
– Lo puso a nombre de ambos hace diez años. Era de Fitz.
Y ahora es tuyo, pensó Eve.
– Supongo que el señor Fitzhugh era un hombre adinerado. ¿Sabe quién va a heredarle?
– Aparte de alguna obra benéfica, yo. ¿Cree que lo maté por dinero? -preguntó con una nota de desprecio, antes que de horror-. ¿Con qué derecho viene a mi casa y me hace estas horribles preguntas?
– Necesito saber las respuestas, señor Foxx. Si no se las pregunto aquí, tendré que hacerlo en comisaría. Y creo que aquí es más fácil para usted. ¿El señor Fitzhugh coleccionaba cuchillos?
– No. -Foxx parpadeó, luego palideció-. Yo sí. Tengo una amplia colección de cuchillos antiguos. Registrados -se apresuró a añadir-. Todos debidamente registrados.
– ¿Posee un cuchillo de empuñadura de marfil, de hoja recta y unos quince centímetros de largo?
– Sí, es del siglo XIX, de Inglaterra. -A Foxx se le aceleró el pulso-. ¿Es lo que utilizó? ¿Utilizó uno de mis cuchillos…? No lo vi. Sólo le vi a él. ¿Utilizó uno de mis cuchillos?
– Me he llevado un cuchillo como prueba, señor Foxx. Lo analizaremos y le daré un recibo por él.
– No lo quiero. No quiero verlo. -Foxx ocultó el rostro entre las manos-. ¿Cómo pudo utilizar uno de mis cuchillos?
Rompió a llorar de nuevo. Eve oyó voces en la otra habitación; el equipo de recogida de pruebas había llegado.
– Me ocuparé de que un agente le traiga algo de ropa, señor Foxx -dijo poniéndose de pie-. Le ruego se quede aquí un poco más. ¿Hay alguien a quien desee que llame?
– No quiero a nadie. Ni nada.
– No me gusta, Peabody -murmuró Eve mientras bajaban a buscar el coche-. Fitzhugh se levanta en mitad de una noche corriente, coge un cuchillo de coleccionista y se prepara él mismo la bañera. Enciende unas velas, pone música y se abre las venas. Y sin ninguna razón en particular. Un hombre en la cumbre de su carrera, con un montón de dinero, residencias lujosas y clientes a destajo, y sencillamente se dice: Qué demonios, creo que voy a morir.
– No comprendo el suicidio. Supongo que porque no soy una persona de grandes altibajos.
Eve sí lo comprendía. Ella incluso había barajado brevemente la posibilidad durante los años que pasó en los orfanatos estatales, y antes, en los oscuros tiempos anteriores, cuando la muerte le había parecido una liberación del infierno en que vivía.
Por esa misma razón no podía creerlo de Fitzhugh.
– En este caso no hay una motivación, o al menos nada lo demuestra por el momento. Pero tenemos un amante que colecciona cuchillos y que va a heredar una considerable fortuna.
– ¿Estás pensando que tal vez Foxx lo mató? -Peabody reflexionó sobre ello al llegar al nivel del garaje-. Fitzhugh era mucho más corpulento que él. No habría podido hacerlo sin luchar, y no había señales de lucha.
– Las señales pueden borrarse. Tenía cardenales. Y si Fitzhugh estaba drogado, no podría haberse defendido demasiado. Veremos qué dice el informe toxicológico.
– ¿Por qué quieres que sea un homicidio?
– Sólo quiero que tenga sentido, y el suicidio no encaja. Es posible que Fitzhugh no pudiera dormir y se levantara. Alguien estuvo utilizando la sala de relajamiento. O así lo han hecho parecer.
– Nunca he visto nada semejante -musitó Peabody tratando de hacer memoria-. Todos esos aparatos en una sola sala. Y esa gran silla con todos esos mandos, la pantalla de pared, el servicio de bar, la estación de realidad virtual, la bañera alteradora del ánimo. ¿Has probado alguna vez esa bañera?
– Roarke tiene una, pero a mí no me gusta. Prefiero que mis estados de ánimo cambien de forma natural antes que programarlos. -Eve vio la figura sentada en el capó de su coche y silbó-. Como ahora, por ejemplo. Siento que mi humor está cambiando. Creo que estoy a punto de cabrearme.
– Bien, Dallas y Peabody, juntas otra vez. -Nadine Furst, la mejor reportera del canal 75, se bajó ágilmente del coche-. ¿Qué tal la luna de miel?
– Privada -replicó Eve.
– Eh, creía que éramos colegas. -Nadine le guiñó un ojo a Peabody.
– Te faltó tiempo para divulgar nuestra pequeña reunión, colega.
Nadine extendió sus bonitas manos.
– Que atrapes a un asesino y cierres un caso candente en tu propia despedida de soltera, a la que soy invitada, es noticia. La gente no sólo tiene derecho a saber, también disfruta con ello. El índice de audiencia se disparó vertiginosamente. Y fíjate ahora, acabas de volver y ya estás envuelta en otro asunto importante. ¿Qué me dices de Fitzhugh?
– Está muerto. Tengo trabajo, Nadine.
– Vamos, Eve. -Nadine le tiró de la manga-. Después de todo lo que hemos pasado juntas, dame algo con que entretenerme.
– Los clientes de Fitzhugh harán bien en empezar a buscar otro abogado. Es todo lo que voy a decirte.
– Vamos. ¿Accidente, homicidio o qué?
– Estamos investigando -replicó Eve cortante, descodificando la cerradura.
– ¿Peabody? -La oficial se limitó a sonreír y encogerse de hombros-. Vamos, Dallas, todo el mundo sabe que el fallecido y tú no os profesabais mucha devoción. El estribillo que se oía ayer tras la vista eran las palabras de él describiéndote como una policía con inclinación a la violencia.
– Es una lástima que no pueda seguir dándote a ti y a tus colegas frases pegadizas.
Eve cerraba la portezuela de un golpe, cuando Nadie introdujo la cabeza por la ventana.
– Dámela tú entonces.
– S. T. Fitzhugh está muerto. La policía está investigando. Apártate.
Eve puso en marcha el motor y salió bruscamente de la plaza, de modo que Nadie tuvo que echarse atrás.
Al oír a Peabody soltar una risita, le lanzó una mirada glacial.
– ¿Qué es tan divertido?
– Me gusta. -Peabody miró atrás y vio que Nadine le sonreía-. Y a ti también.
Eve contuvo la risa.
– Sobre gustos no hay nada escrito -respondió mientras salía a la lluvia de la mañana.
Todo había marchado sobre ruedas. Absolutamente sobre ruedas. Saber que eras tú quien movía las palancas te daba una excitante sensación de poder. Todos los informes de las distintas agencias eran debidamente cargados y archivados. Tales cuestiones requerían una minuciosa organización y aumentaban la pequeña pero cada vez más alta pila de discos de datos.