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– Un fiambre.

Morris asintió, aparentemente satisfecho.

– Lo que definiríamos como un cadáver normal y corriente a causa de una pérdida excesiva de sangre, posiblemente autoinfligida.

– ¿Posiblemente?

– A simple vista el suicidio es la conclusión lógica. En su organismo no había drogas, muy poco alcohol, no presenta heridas ni contusiones ofensivas o defensivas, la cantidad de sangre conservada en sus venas coincide con su posición en la bañera, de modo que no se ahogó, y el ángulo de las heridas de las muñecas… -Se acercó, cogió una de las manos pulcramente manicuradas de Fitzhugh por la muñeca, donde los cortes recordaban un lenguage antiguo e intrincado-. También concuerdan con la hipótesis de suicidio: un hombre diestro, ligeramente reclinado. -Hizo una demostración, sosteniendo un cuchillo imaginario-. Se hizo unos cortes muy rápidos y precisos en la muñeca, rajándose la arteria.

Aunque ella ya había examinado las heridas en fotografías, se acercó aún más y volvió a hacerlo.

– ¿Por qué no pudo venir alguien por detrás, inclinarse y abrirle las venas desde el mismo ángulo?

– No es totalmente descartable, pero si ése fuera el caso, esperaría encontrar más heridas defensivas. Si alguien te golpea en la bañera y te corta las venas, tiendes a enfadarte y a oponer resistencia. -Sonrió radiante-. No creo que te recuestes en la bañera para morir desangrado.

– De modo que se inclina por el suicidio.

– No tan deprisa. Estuve a punto… -Se mordió el labio inferior-. Pero he realizado el escáner cerebral exigido cuando se trata o sospecha de un suicidio. Y eso me tiene intrigado.

Acercó el taburete a la terminal de trabajo y le hizo un gesto por encima del hombro para que lo imitara.

– Este es el cerebro -explicó, dando unos golpecitos al órgano que flotaba en un líquido claro y estaba conectado a unos finos cables metálicos que salían de la unidad central del ordenador-. No es normal.

– ¿Hay lesiones en el cerebro?

– Lesiones… En fin, me parece una palabra excesiva para lo que he descubierto. Fíjese aquí, en la pantalla. -Se volvió en el taburete y pulsó varias teclas, y apareció un primer plano del cerebro de Fitzhugh-. De nuevo, a primera vista, es tal como esperamos. Pero si mostramos un corte transversal… -De nuevo pulsó unas teclas y el cerebro se dividió en dos-. Ocurren tantas cosas en esta pequeña masa -murmuró Morris-. Pensamientos, ideas, música, deseos, poesía, ira, odio. La gente habla del corazón, teniente, pero es el cerebro el que contiene toda la magia y el misterio de la especie humana. Nos eleva, nos diferencia y define como individuos. Y los secretos que encierra, bueno, no sabemos si algún día los descubriremos. Fíjese aquí.

Eve se acercó más, tratando de ver lo que él le señalaba con el dedo.

– Sólo veo un cerebro. Poco atractivo pero necesario.

– No se preocupe, a mí también casi me pasó inadvertido. En esta imagen… -continuó mientras en el monitor se sucedían colores y formas- el tejido aparece en tonos azules, de pálidos a oscuros, y el hueso en blanco. Los vasos sanguíneos en rojos. Como puede ver, no hay cóagulos o tumores que indiquen desórdenes neurológicos en ciernes. Ampliar cuadrante B, secciones de la treinta y cinco a la cuarenta, treinta por ciento.

La pantalla vibró y se amplió una sección de la imagen. Eve se inclinó.

– ¿Qué es eso? Parece… ¿qué? ¿Una mancha?

– ¿Verdad? -El médico volvía a sonreír sin apartar los ojos de la pantalla, donde una débil sombra no mayor que un excremento de mosca manchaba el cerebro-. Es casi como una huella dactilar de un niño. Pero cuando vuelves a ampliarlo… -y así lo hizo con unas breves órdenes- parece más bien una quemadura diminuta.

– ¿Cómo es posible hacerse una quemadura dentro del cerebro?

– Exacto. -Visiblemente fascinado, Morris se volvió hacia el cerebro en cuestión-. Nunca he visto nada que se parezca a este diminuto agujerito. No fue causado por un derrame cerebral, ni por un leve ataque de apoplejía, ni por un aneurisma cardíaco. He ejecutado todos los programas de imágenes del cerebro y no he logrado encontrar ninguna causa neurológica que lo explique.

– Pero está allí.

– Así es. Podría no ser nada, o no ser más que un minúsculo defecto que le causaba las vagas jaquecas o mareos de vez en cuando. Sin duda no era letal, pero es curioso. He pedido todos los historiales médicos de Fitzhugh para ver si hay algún análisis o datos sobre esta quemadura.

– ¿Podría haberle causado depresión o ansiedad?

– No lo sé. Afecta el lóbulo frontal del hemisferio derecho del cerebro. Según la opinión médica actual, ciertos aspectos de la personalidad están localizados en esta zona específica del cerebro. Y esto está en la sección del cerebro que actualmente se cree que recibe y pone en práctica sugerencias e ideas. -Alzó los hombros-. Sin embargo, no podemos demostrar que este defecto haya contribuido a causar la muerte. El hecho es que estoy tan confundido como fascinado. No voy a abandonar el caso hasta encontrar algunas respuestas.

Una quemadura en el cerebro, se dijo Eve al descodificar las cerraduras del apartamento de Fitzhugh. Había ido sola en busca de silencio y soledad para pensar con claridad. Hasta que no resolviera el caso Foxx viviría en otra parte.

Volvió a subir por las escaleras y examinó de nuevo el espeluznante cuarto de baño.

Una quemadura en el cerebro. Las drogas parecían la respuesta más lógica. El hecho de que no hubieran aparecido en el análisis toxicológico podía deberse a que se trataba de un nuevo tipo de droga aún no registrada.

Entró en la sala de recreo. No había nada allí aparte de los caros juguetes de un hombre rico que disfrutaba de su tiempo libre.

Tenía insomnio, recordó Eve. Entraba para relajarse y se tomaba un coñac. Se echaba en la tumbona y veía algo en la pantalla. Apretó los labios al coger las gafas de realidad virtual que se hallaban junto a la silla. Hacía un rápido viaje, pensó. Pero no le gustaba utilizar la sala para eso y aquí simplemente se espatarraba.

Intrigada, se puso las gafas y pidió la última escena visualizada. Se encontró en un bote blanco que navegaba por un río verde. Los pájaros volaban alto, un pez de color plateado salió a la superficie y volvió a sumergirse. En las orillas había flores silvestres y árboles altos y tupidos. Se sentía flotar, y dejó que una mano se sumergiera en el agua y dejara una silenciosa estela. Casi era el atardecer, y el cielo estaba adquiriendo un tono rosado y púrpura hacia el oeste. Oía el débil zumbido de las abejas, el alegre chirrido de los grillos. El bote se mecía como una cuna.

Conteniendo un bostezo, se quitó las gafas. Una escena inofensiva y sedante, concluyó. Nada que pudiera despertarte un deseo repentino de abrirte las venas. Pero el agua podría haberle suscitado el deseo de tomar un baño caliente, así que había tomado uno. Y si Foxx había entrado a hurtadillas, si había sido lo bastante sigiloso y rápido, podría haberlo hecho él.

Era todo lo que tenía, decidió Eve. Y sacó su comunicador para ordenar un segundo interrogatorio a Arthur Foxx.

6

Eve examinó los informes de las visitas que los agentes habían realizado en el vecindario. La mayoría era lo que esperaba. Fitzhugh y Foxx eran muy reservados; pero afables con los vecinos del edificio. Sin embargo se aferró a la declaración del androide con funciones de portero de que Foxx había abandonado el edificio a las diez y media de la noche para regresar a las once.

– No dijo nada, ¿verdad, Peabody? No dijo una palabra de que había hecho una pequeña excursión por su cuenta aquella noche.

– No, no lo mencionó.

– ¿Tenemos ya los discos de las cámaras de seguridad del vestíbulo y el ascensor?

– Las he cargado yo misma. Las tienes en tu terminal bajo Fitzhugh 1051.

– Veamos qué encontramos. -Eve encendió el ordenador y se recostó en la silla.