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– La misma, y he traído a mi poli.

La mujer examinó a Peabody de arriba abajo con sus ojos azules lechosos.

– Maciza. En fin, Mavis dice que eres una tía legal. Yo me llamo Big Mary.

Eve ladeó la cabeza.

– Y lo eres, desde luego.

Big Mary esperó unos segundos, luego su rostro del tamaño de la luna se dividió en una gran sonrisa.

– Venga, pasad. Jess está calentando motores. -A modo de bienvenida, cogió a Eve del brazo y la condujo por un corto pasillo-. Vamos, poli de Dallas.

– Peabody -corrigió la oficial con cautela, manteniéndose fuera del alcance de Big Mary.

– Es cierto, no eres mucho más grande que un guisante *

Riéndose de su propia broma, Big Mary las llevó a un ascensor acolchado y esperó a que la puerta se cerrara. Permanecieron apretujadas como sardinas en lata mientras Mary programaba la unidad para que las llevara al nivel uno.

– Jess dice que os lleve a control. ¿Tenéis dinero?

Era difícil mantener la dignidad con la nariz pegada a la axila de Mary.

– ¿Para qué?

– Para traer algo de comer. Tienes que poner algo si quieres comer.

– Me parece justo. ¿Ya ha llegado Roarke?

– No he visto a ningún Roarke. Mavis dice que no puedo dejar de verlo porque está como un tren.

La puerta acolchada se abrió y Eve suspiró. La voz potente y frenética de Mavis aullaba acompañada de un ruido ensordecedor.

– Está en plena forma.

Sólo el profundo afecto que sentía por Mavis le impidió regresar de un salto a la zona insonorizada.

– Eso parece.

– Os traeré algo para beber. Jess ha traído la cerveza.

Mary se alejó a grandes zancadas dejando a Eve y Peabody en una cabina de cristal semicircular situada a medio nivel por encima del estudio donde Mavis cantaba a pleno pulmón. Sonriendo, Eve se acercó al cristal para verla mejor.

Mavis se había recogido con una cinta de colores el cabello y éste le caía como una cascada púrpura. Vestía un peto, cuyos tirantes de cuero negro le cubrían el centro de sus senos desnudos, y el resto de la indumentaria era un deslumbrante calidoscopio que le empezaba en el estómago y terminaba justo en la entrepierna. Bailaba sobre un par de zuecos con tacones de diez centímetros.

Eve no dudó de que el diseñador del vestuario había sido el novio de Mavis. Lo divisó en una esquina del estudio, contemplando a ésta con una sonrisa radiante como un rayo de sol, vestido con un mono ceñido al cuerpo que le daba todo el aspecto de un elegante oso pardo.

– Menuda pareja -murmuró, y metió los pulgares en los bolsillos traseros de sus gastados vaqueros.

Volvió la cabeza para hablar con Peabody, pero advirtió que ésta dirigía su atención a la izquierda, y que su expresión era una combinación de asombro, admiración y lujuria.

Siguiendo la mirada fascinada de Peabody, Eve vio por primera vez a Jess Barrow. Era un hombre atractivo. Un cuadro en movimiento, con una melena larga y brillante de color roble, ojos casi plateados con gruesas pestañas, concentrado en los mandos de una sofisticada consola. Tenía la tez bronceada y sin ninguna imperfección, acentuada por unos pómulos redondeados y una robusta barbilla. Tenía la boca llena y firme, y las manos, que sobrevolaban los mandos, parecían hermosamente esculpidas en mármol.

– Sécate la baba, Peabody.

– Cielo santo. Está aún mejor en carne y hueso. ¿No te entran ganas de morderlo?

– No particularmente, pero no te reprimas. -Peabody se ruborizó. Era su superior, se recordó conteniéndose.

– Admiro su talento.

– Lo que admiras es su pecho, Peabody. No está nada mal, así que no te lo tomo en cuenta.

Big Mary regresó con dos botellas de un turbio líquido marrón.

– Jess consigue esta cerveza de su familia del sur. Es buena.

Dado que no tenía etiqueta ni marca, Eve se preparó para sacrificar unas capas de las paredes de su estómago, pero se quedó gratamente sorprendida cuando el líquido se deslizó suavemente por la garganta.

– Es muy buena, gracias.

– Si pones más podrás beber más. Se supone que tengo que bajar a esperar a Roarke. He oído decir que tiene pasta. ¿Cómo es que no llevas anillo tú que estás unida a un hombre rico?

Eve decidió no mencionar el diamante que llevaba debajo de la camisa.

– Mi ropa interior es de oro macizo. Me irrita un poco la piel, pero me hace sentir segura.

Tras un leve desconcierto, Mary soltó una carcajada y le dio unas palmaditas en la espalda lo bastante fuertes como para hacerle meter la cabeza en el vaso. Luego se alejó a grandes zancadas.

– Tendríamos que reclutarla -murmuró Eve-. Ella no necesitaría arma ni escudo.

La música llegó a un doloroso crescendo y se interrumpió de golpe. Mavis dejó escapar un chillido y se arrojó a los brazos abiertos de Leonardo.

– Has estado muy bien, encanto. -La voz de Jess brotó como la crema acumulada en el cuello de la botella y se quedó flotando con su acento sureño-. Tómate diez minutos y descansa esa preciosa garganta.

Mavis soltó otro chillido y saludó a Eve efusivamente con la mano.

– ¡Estás aquí, Dallas! ¿No es súper? Ahora mismo subo, no te muevas. -Echó a correr hacia la puerta con sus zuecos a la moda.

– Así que ésa es Dallas.

Jess se levantó de la consola. Tenía buena figura y la realzaba dentro de unos vaqueros tan gastados como los de Eve y una sencilla camisa de algodón que costaba la paga mensual de un policía. Llevaba en la oreja un pendiente de diamante que destelló al entrar en la cabina, y una cadena de oro alrededor de la muñeca que se movió con fluidez al extender una de sus hermosas manos.

– Mavis no para de contar historias de su poli.

– No para nunca. Es parte de su encanto.

– Así es. Me llamo Jess y me alegro de conocerte por fin. -Sin soltar la mano de Eve, se volvió hacia Peabody con una sonrisa cautivadora-. Y al parecer hoy tenemos dos polis por el precio de uno.

– Yo… soy un gran admiradora tuya. -Peabody logró vencer el balbuceo nervioso y añadió-: Tengo todos tus discos, en audio y vídeo. Y te he visto en concierto.

– Los aficionados a la música siempre son bienvenidos -repuso Jess, soltando la mano de Eve para estrecharle la suya-. ¿Qué tal si os enseño mi juguete predilecto? -sugirió, conduciéndola a la consola.

Antes de que Eve pudiera seguirlos, Mavis irrumpió en la cabina.

– ¿Qué te parece? ¿Te ha gustado? Lo escribí yo. Jess lo orquestó, pero lo escribí yo. Cree que podría ser un gran éxito.

– Estoy muy orgullosa de ti. Sonaba genial. -Eve le devolvió el entusiasmado abrazo y sonrió a Leonardo por encima de su hombro-. ¿Qué se siente estando unido a una leyenda musical en ciernes?

– Es maravillosa -respondió él, inclinándose para dar a Eve un apretón en el brazo-. Estás estupenda. Vi unas imágenes tuyas en las noticias exhibiendo muchos de mis diseños. Gracias.

– Yo soy la que te da las gracias -respondió Eve muy seria. Leonardo era un joven genio del diseño de moda-. Gracias a ti no parecía la prima andrajosa de Roarke.

– Tú nunca dejas de ser tú misma -le corrigió Leonardo, pero entornó los ojos y le pasó la mano por el cabello despeinado-. Necesitas hacer algo con tu pelo. Si no te lo cortas cada tantas semanas, pierde forma.

– Iba a cortármelo un poco, pero…

– No, no. -Sacudió la cabeza con solemnidad, pero le brillaban los ojos-. Ya han terminado los tiempos de hacerte tajos. Llama a Trina y pídele que te lo haga.

– Tendremos que volverla a arrastrar -intervino Mavis, sonriendo a todo-. No para de poner excusas y se recorta el flequillo con las tijeras de la cocina.- Soltó una risita al ver que Leonardo se estremecía-. Nos encargaremos de que Roarke la presione.

– Me encantaría. -Roarke salió del ascensor y fue derecho a Eve, le alzó el rostro y la besó-. ¿Para qué debo presionarte?

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* Peabody significa literalmente “cuerpo del tamaño de un guisante”