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– Nada. Toma un trago. -Eve le pasó su botella.

En lugar de beber, Roarke besó a Mavis.

– Gracias por la invitación. Esto es todo un montaje.

– ¿No es genial? El sistema de sonido es de primera, y Jess hace toda clase de magia con la consola. Tiene seis millones de instrumentos programados dentro. También sabe tocarlos todos. Es capaz de todo. La noche que apareció en el club cambió mi vida. Fue como un milagro.

– Tú eres el milagro, Mavis. -Con delicadeza Jess condujo a Peabody de nuevo al grupo. Ésta estaba sonrojada y con los ojos vidriosos.

– Baja de las nubes -le murmuró al oído.

Pero Peabody puso los ojos en blanco.

– Ya has conocido a Dallas y Peabody. Y éste es Roarke. -Mavis dio un brinco sobre sus zancos-. Mis mejores amigos.

– Es un verdadero placer. -Jess le tendió una de sus delicadas manos-. Admiro tu éxito en el mundo de los negocios y tu gusto en cuestión de mujeres.

– Gracias. Suelo cuidar ambos aspectos. -Roarke recorrió con la mirada el estudio e inclinó la cabeza-. Es impresionante.

– Me encanta exhibirlo. Ha estado un tiempo en fase de remodelación. Mavis ha sido la primera en utilizarlo, aparte de mí mismo. Mary va a traer algo para picar. ¿Qué tal si os enseño mi creación antes de que ponga a Mavis de nuevo a trabajar?

Los condujo a la consola y se sentó ante ella como un capitán al timón.

– Los instrumentos están programados, por supuesto. Puedo hacer cualquier número de combinaciones y variar el tono y la velocidad. Se puede acceder a ellos mediante una instrucción vocal, pero raras veces lo hago así. Me distrae de la música.

Movió unos mandos e hizo sonar un sencillo ritmo de fondo.

– Tengo voces grabadas. -Manipuló unas teclas y salió la voz de Mavis, sorprendentemente intensa. En un monitor aparecieron los sonidos convertidos en colores y formas-. Lo utilizo para analizarlos por ordenador. -Esbozó una encantadora sonrisa autocrítica y añadió-: Los musicólogos no podemos controlarnos, pero eso es otra historia.

– Suena bien -comentó Eve.

– Y sonará aún mejor cuando la mezcle con ella misma. -Entonces la voz de Mavis se dividió en dos y ambas se superpusieron en total armonía. Las manos de Jess danzaban sobre los mandos haciendo sonar guitarras, instrumentos de metales, percusión y saxos-. Mezzo -ordenó, y la música se volvió más lenta y suave-. Allegro. -Y de pronto se aceleró y sonó a todo volumen-. Todo es muy sencillo, como lo es hacer un dúo con grabaciones de artistas del pasado. Tendríais que oír su versión de A Hard Day's Night con los Beatles. También puedo codificar cualquier sonido.

Con una sonrisa hizo girar un dial y tocó varias teclas, y se oyó la voz de Eve susurrar: «Baja de las nubes.» Las palabras se fundieron con la voz de Mavis, repitiéndose como un eco hasta dejar de oírse.

– ¿Cómo lo has hecho? -preguntó Eve.

– Tengo un micrófono conectado a la consola -explicó-. Ahora que tengo tu voz programada, puedo hacer que sustituya la de Mavis. -Volvió a tocar los mandos y Eve se estremeció al oírse cantar.

– Basta -ordenó, y Jess la desconectó riendo.

– Lo siento, no puedo evitar jugar. ¿Quieres oír tu melodiosa voz, Peabody?

– No. -Pero se mordió el labio y añadió-: Bueno, tal vez.

– Veamos, algo tranquilo, sobrio, clásico.

Trabajó unos momentos y se recostó. Peabody se quedó atónita al oírse cantar melodiosamente I've Got you Under my Skin.

– ¿Es una de tus canciones? -preguntó-. No la reconozco.

Jess rió.

– No; es más vieja que yo. Tienes una voz firme, oficial Peabody. Y un buen control de la respiración. ¿Quieres dejar tu empleo diurno para unirte al grupo?

Ella se ruborizó y negó con la cabeza. Jess sintonizó la consola con instrumentos tipo blues.

– Trabajé con un ingeniero que diseñaba aparatos autotrónicos para Disney Universo. Le llevó cerca de tres años terminar éste. -Acarició la consola como a un ser querido-. Ahora que tengo un modelo, espero fabricar más. También funciona por control remoto. Puedo hacer funcionar el teclado desde cualquier parte. Tengo los ojos puestos en una unidad portátil más pequeña y he estado trabajando en un alterador del ánimo.

Hizo un gesto de contenerse y meneó la cabeza.

– Me entusiasmo demasiado. Mi agente está empezando a quejarse de que paso más tiempo trabajando en electrónica que en grabaciones.

– ¡Comida! -bramó Big Mary.

Jess sonrió, examinando a su público.

– En fin. Al ataque. Tienes que reponer energía, Mavis.

– Me muero de hambre -respondió ella, cogiendo a Leonardo de la mano y dirigiéndose a la puerta.

Abajo, Mary entraba paquetes y bolsas al estudio.

– Servíos vosotros mismos -dijo Jess-. Yo tengo que hacer unos ajustes. Enseguida vuelvo.

– ¿Qué te parece? -murmuró Eve a Roarke al bajar seguidos por Peabody.

– Creo que está buscando un inversor. -Ella suspiró y asintió.

– Sí, eso me ha parecido. Lo siento.

– No te preocupes. Tiene un producto interesante. -Pedí a Peabody que indagara sobre él. No encontramos nada. Pero no me gustaría que te utilizara, ni a ti ni a Mavis.

– Eso todavía está por verse. -Roarke la volvió entre sus brazos al entrar en el estudio y le deslizó las manos por las caderas-. Te echo de menos. Echo de menos pasar mucho tiempo contigo.

Ella sintió entre los muslos un súbito calor acompañado de un estremecimiento.

– Yo también te he echado de menos. ¿Por qué no discurrimos el modo de escabullirnos de aquí, volvemos a casa y follamos sin parar?

Él la tenía tiesa como una roca. Al inclinarse hacia ella para mordisquearle la oreja, tuvo que contenerse para no arrancarle la ropa.

– Buena idea. Cielos, cómo te deseo.

Al demonio dónde estaban, pensó Roarke, y sujetándola por el cabello la besó ávidamente.

En la consola, Jess los vio y sonrió. Unos minutos más y podrían muy bien estar en el suelo, copulando salvajemente. Más valía que no. Con dedos hábiles cambió el programa. Más que satisfecho, se levantó y bajó las escaleras.

Dos horas más tarde, volviendo en coche a casa por las oscuras calles salpicadas de los colores de las vallas publicitarias que se encendían y apagaban, Eve lanzó el coche patrulla más allá de los límites de velocidad permitidos. Sentía calor entre los muslos, un ardor que le urgía aliviar.

– Estás quebrantando la ley, teniente -susurró Roarke. Volvía a estar excitado, como un adolescente que toma hormonas.

Eve, que se enorgullecía de no haber abusado nunca de su placa, replicó:

– Querrás decir flexionándola.

Roarke se inclinó y le acarició un pecho.

– Pues sigue haciéndolo.

– Oh, cielos. -Eve ya podía imaginarlo dentro de ella, de modo que pisó el acelerador y bajó por Park como un rayo.

El conductor de un carro aerodeslizante le hizo un gesto obsceno cuando ella dobló la esquina haciendo chirriar los neumáticos y se encaminó al este. Con una maldición, Eve colocó en el techo del vehículo la luz azul de servicio.

– No puedo creer que esté haciendo esto. Jamás lo hago.

Roarke le deslizó una mano entre los muslos.

– ¿Sabes qué voy a hacerte?

Ella soltó una carcajada y tragó saliva.

– No me lo digas, por Dios. O acabaremos estrellándonos.

Tenía las manos pegadas al volante y temblorosas, y el cuerpo le vibraba como una cuerda tensa. Respiraba entrecortadamente. Las nubes que ocultaban la luna se desvanecieron, liberando su luz.

– Utiliza el mando a distancia -jadeó ella-. No voy a reducir.

Él se apresuró a codificarlo. Las puertas de hierro se abrieron majestuosamente y ella se coló entre ambas.

– Buen trabajo -la felicitó él-. Para el coche.