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– La verdad, teniente, si me hubiera empleado a fondo en ello, ¿no cree que lo habría conseguido?

– Yo diría que se empleó a fondo. Y no conseguirlo la habría enfurecido.

Leanore se encogió de hombros.

– Reconozco que lo estaba considerando. Fitz se estaba desperdiciando con Arthur. Fitz y yo teníamos muchas cosas en común, y me parecía muy atractivo. Le tenía mucho afecto.

– ¿Obró aquella noche de acuerdo con la atracción y el afecto que sentía hacia él?

– Digamos que le dejé claro que estaba abierta a una relación más íntima. Él no se mostró receptivo de entrada, pero sólo era cuestión de tiempo. -Leanore movió los hombros en un gesto rápido y confiado-. Arthur debía de saberlo. -Su mirada se volvió de nuevo glacial-. Por eso creo que lo mató.

– Menuda pieza, ¿eh? -murmuró Eve al terminar el interrogatorio-. No ve nada malo en conducir a un hombre al adulterio y romper una relación de años. Además, está convencida de que no hay hombre en el mundo que se le resista. -Suspiró-. Menuda zorra.

– ¿Vas a acusarla? -preguntó Peabody.

– ¿Por ser una zorra? -Con una risita, Eve negó con la cabeza-. Podría intentar procesarla por falso testimonio, pero ella y sus amigos abogados resolverían el asunto en un abrir y cerrar de ojos. No vale la pena. No podemos situarla en el lugar de los hechos a la hora de la muerte, ni imputarle ningún móvil. Y no imagino a esa monada abalanzándose sobre un hombre de ciento diez kilos y cortándole las venas. No habría querido manchar de sangre su bonito traje.

– Entonces volvemos a Foxx.

– Estaba celoso y cabreado, y va a heredar todos los juguetes. -Eve se levantó y se paseó por la habitación-. Sin embargo seguimos sin nada. -Se apretó los ojos-. No puedo evitar coincidir con lo que ha dicho al perder los estribos durante el interrogatorio: habría matado a Leanore, no a Fitzhugh. Voy a revisar los datos sobre los dos suicidios previos.

– Todavía no tengo gran cosa -se disculpó Peabody saliendo de la sala de interrogatorio detrás de Eve-. No ha habido tiempo.

– Ahora hay tiempo. Y Feeney probablemente ya me ha enviado los suyos. Pásame lo que tienes y sigue buscando -pidió Eve entrando en su despacho-. Conectar -ordenó al ordenador mientras se desplomaba en la silla delante de él-. Mostrar los nuevos mensajes.

El rostro de Roarke apareció en la pantalla.

«Supongo que has salido a erradicar el crimen. Estoy camino de Londres por un problema técnico que necesita atención personal. No creo que me lleve mucho. Estaré de vuelta a eso de las ocho, lo que nos deja tiempo de sobra para volar a New Los Ángeles para el estreno.»

– Mierda, lo olvidé.

En la pantalla Roarke sonrió.

«Seguro que has olvidado oportunamente la cita, así que considéralo como un recordatorio. Cuídate, teniente.»

Volar a California para pasar la velada codeándose con engreídas estrellas de vídeo, comiendo las elegantes y minúsculas verduras que la gente consideraba comida, dejando que los periodistas te pegaran las grabadoras a la cara y te hicieran preguntas estúpidas no era su idea de una noche divertida.

El segundo mensaje era del comandante Whitney ordenándole que preparara una declaración para los medios de comunicación sobre varios casos en marcha. Maldita sea, más titulares, se dijo con amargura.

A continuación los datos de Feeney aparecieron en la pantalla. Eve se encogió de hombros, se hundió en la butaca y se dedicó a estudiarlos.

A las dos de la tarde entró en el Village Bistro. Tenía la camisa pegada a la espalda porque el control de temperatura de su vehículo había vuelto a morir de muerte no natural. En el elegante restaurante el ambiente era tan fresco como la brisa del océano. Suaves y encantadores céfiros acariciaban las ligeras palmeras que crecían en enormes macetas de loza blanca. Las mesas de cristal estaban dispuestas en dos niveles, estratégicamente situadas cerca de una pequeña laguna de agua negra, o delante de una amplia pantalla de una playa de arena blanca. Las camareras llevaban uniformes cortos de tonos tropicales y se abrían paso entre las mesas con bebidas de colores y platos artísticamente presentados.

El maitre era un androide vestido con un mono blanco y programado con un altivo acento francés. Al ver los vaqueros gastados y la camisa arrugada de Eve, arrugó su prominente nariz.

– Me temo que no hay mesas libres, madame. Tal vez prefiera el establecimiento de la siguiente manzana al norte.

– Desde luego. -Irritada ante la actitud del androide, Eve le plantó la placa en la cara-. Pero voy a comer aquí. Y me importa un comino si eso pone tus chips en un lío, amigo. ¿Cuál es la mesa de la doctora Mira?

– Guarde eso -susurró él, mirando hacia todas partes a la vez y agitando las manos-. ¿Quiere que mis clientes pierdan el apetito?

– Lo perderán de verdad si saco mi arma, que es lo que voy a hacer si no me enseñas la mesa de la doctora Mira y te encargas de que me sirvan un vaso de agua mineral en los próximos veinte segundos. ¿Lo has programado?

El androide apretó los labios y asintió. Con la espalda rígida, la condujo por un tramo de escaleras de imitación de piedra hasta el segundo piso, y a continuación a un rincón decorado como una terraza mirando el océano.

– Eve. -Mira se levantó de su bonita mesa y le cogió ambas manos-. Tienes muy buen aspecto. -Para sorpresa de Eve, Mira la besó en la mejilla-. Se te ve descansada y feliz.

– Supongo que lo estoy. -Tras una breve vacilación, Eve se inclinó y le rozó la mejilla con los labios.

– La acompañante de la doctora Mira desea un agua mineral -ordenó el androide a la camarera.

– Fría -añadió Eve, sonriendo al maitre.

– Gracias, Armand. -Mira tenía brillantes sus serenos ojos azules-. Enseguida pediremos.

Eve echó otro vistazo al elegante restaurante. Cambió de postura en su silla.

– Podríamos haber quedado en tu oficina.

– Me apetecía invitarte a almorzar. Éste es uno de mis lugares favoritos.

– Ese androide es gilipollas.

– Bueno, tal vez han programado a Armand excesivamente altivo, pero la comida es exquisita. Tienes que probar las almejas Maurice. No te arrepentirás. -Se recostó mientras servían agua a Eve-. Dime, ¿qué tal la luna de miel?

Eve se bebió el vaso de un trago y volvió a sentirse un ser humano.

– Dime, ¿hasta cuándo debo esperar que la gente me haga esta pregunta?

Mira se echó a reír. Era una mujer atractiva, con el cabello negro azabache recogido hacia atrás en un rostro de serena belleza. Vestía uno de sus elegantes trajes amarillo pálido. Tenía un aspecto arreglado y pulcro. Era una de las principales psiquiatras conductivistas del país, y la policía a menudo le pedía su opinión acerca de los más perversos crímenes. Aunque Eve no era consciente de ello, Mira sentía hacia ella mucho afecto y un fuerte sentimiento maternal.

– Te incomoda.

– Bueno, ya sabes. Luna de miel, sexo… Es personal. -Eve puso los ojos en blanco-. Suena estúpido, pero supongo que no estoy acostumbrada a estar casada. Y a Roarke. A todo el asunto.

– Os queréis y os hacéis felices mutuamente. No es preciso acostumbrarse a ello, sólo disfrutarlo. ¿Duermes bien?

– Por lo general. -Y recordando que Mira conocía sus más profundos y oscuros secretos, Eve bajó sus defensas-. Sigo teniendo pesadillas, pero no tan a menudo. Los recuerdos van y vienen. Ninguno es tan doloroso ahora que lo he superado.

– ¿Lo has superado?

– Mi padre me violaba y me maltrataba -dijo Eve categóricamente-. Lo maté. Tenía ocho años. Sobreviví. Quienquiera que fuese antes de que me encontraran en aquel callejón, ya no importa. Me llamo Eve Dallas. Soy una buena policía. Me he hecho a mí misma.

– Bien. -Pero habría más, pensó Mira. Los traumas como el de Eve tenían resonancias que nunca terminaban de desaparecer-. Sigues poniendo por delante de todo lo de policía.