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Y lo había matado.

Las manos manchadas de sangre a los ocho años. ¿Por eso se había convertido en policía? ¿Intentaba lavar esa sangre con leyes y lo que algunos seguían llamando justicia?

– ¿Teniente? -Peabody apoyó una mano en el hombro de Eve, sobresaltándola-. Lo siento. ¿Estás bien?

– No. -Eve se apretó los ojos. La discusión durante el postre le había perturbado más de lo que había supuesto-. Me duele la cabeza.

– Tengo los calmantes del departamento.

– No, gracias. -A Eve le asustaban los fármacos, incluso en las dosis oficialmente admitidos-. Ya me pasará. Se me están agotando las ideas sobre el caso Fitzhugh. Feeney me ha transmitido todos los datos conocidos sobre el joven del Olympus. No logro encontrar ninguna conexión entre él, Fitzhugh y el senador. No tengo nada más que estupideces que echar en cara a Leanore y Arthur. Podría pedir un detector de mentiras, pero es inútil. No conseguiré mantener el caso abierto veinticuatro horas más.

– ¿Sigues creyendo que están relacionados?

– Quiero que lo estén, y eso es otra historia. No estoy siendo muy eficiente en tu primera misión como mi ayudante.

– Ser tu ayudante es lo mejor que me ha podido ocurrir. -Peabody se sonrojó un poco-. Aunque nos quedáramos atascadas en los mismos casos los próximos seis meses, todavía estarías enseñándome.

Eve se recostó en la silla.

– Te contentas fácilmente.

Peabody desplazó la mirada hasta encontrarse con los ojos de Eve.

– De eso nada. Cuando no consigo lo mejor me vuelvo insoportable.

Eve se echó a reír y agitó una mano en el aire.

– ¿Lamiéndome el trasero, oficial?

– No, teniente. Si así fuera, haría una observación personal, como que salta a la vista que el matrimonio te sienta bien. O que nunca has tenido mejor aspecto. -Peabody sonrió cuando Eve resopló-. Así sabrías que te estoy lamiendo el trasero.

– No suelen salir policías de la Free Age. Artistas, granjeros, de vez en cuando un científico, y montones de artesanos, pero no policías.

– No me gustaba tejer esteras.

– ¿Sabes hacerlo?

– Sólo si me amenazas con un láser.

– ¿Qué pasó entonces? ¿Tu familia te cabreaba y decidiste romper el molde y meterte en un terreno alejado del pacifismo?

– No, teniente. -Confundida ante esa clase de interrogatorio, Peabody se encogió de hombros-. Mi familia es estupenda. Todavía estamos muy unidos. No comprenden qué hago o qué quiero hacer, pero nunca han intentado ponerme trabas. Simplemente decidí ser policía, del mismo modo que mi hermano quiso ser carpintero y mi hermana granjera. Uno de los principios más firmes del movimiento es la expresión personal.

– Pero tu no encajas con el código genético -murmuró Eve y tamborileó en el escritorio-. No encajas. La herencia, el entorno, las pautas genéticas… todo eso debió influenciarte de distinto modo.

– Ya les gustaría eso a los criminales -repuso Peabody con seriedad-. Pero aquí me tiene, manteniendo la ciudad sin peligros.

– Si de pronto sientes una necesidad imperiosa de tejer esteras…

– Descuida, tú serás la primera en saberlo…

El ordenador de Eve emitió dos pitidos anunciando la entrada de datos.

– El informe adicional sobre la autopsia del joven. -Eve le hizo señas de que se acercara y ordenó-: Enumerar cualquier anomalía en el cerebro.

ANOMALÍA MICROSCCSPICA, HEMISFERIO DERECHO DE LA CORTEZA CEREBRAL, LÓBULO FRONTAL, CUADRANTE IZQUIERDO. INEXPLICABLE. CONTINÚA INVESTIGÁNDOSE Y ANALIZÁNDOSE.

– Bien, creo que acabamos de hacer un descubrimiento. Visualizar el lóbulo frontal y la anomalía. -En la pantalla apareció el corte transversal del cerebro-. Aquí está. -Se le hizo un nudo en el estómago mientras señalaba la pantalla-. Esta sombra, ¿la ves?

– Muy mal. -Peabody se inclinó hasta quedar mejilla con mejilla con Eve-. Parece un defecto de la pantalla.

– No; es un defecto del cerebro. Incrementar cuadrante seis al veinte por ciento.

La imagen cambió, y la sección con la anomalía llenó la pantalla.

– Parece más bien una quemadura que un agujero, ¿no crees? Apenas se ve, pero ¿qué clase de influencia podría tener en el comportamiento, la personalidad y la toma de decisiones?

– Solían suspenderme en fisiología anormal en la academia. -Peabody encogió sus fornidos hombros-. Salí mejor parada en psico, y mejor aún en tácticas. Pero esto me supera.

– A mí también -admitió Eve-. Pero hay una conexión, la primera que tenemos. Visualizar la sección transversal de la anomalía cerebral de Fitzhugh, archivo 12871. Dividir pantalla con la imagen.

La pantalla se volvió borrosa. Eve soltó una maldición y le dio una palmada con el dorso de la mano haciendo aparecer en el centro una imagen temblorosa.

– Hijo de perra. El trasto que tenemos que utilizar aquí… Me pregunto cómo logramos cerrar un caso. Trasvasa todos los datos al disco, cabrón.

– Tal vez si lo enviases a mantenimiento -sugirió Peabody y recibió un gruñido por toda respuesta.

– Se suponía que iban a revisarlo en mi ausencia. Esos cabrones no rascan bola en todo el día. Voy a utilizar uno de los ordenadores de Roarke. -Sorprendió a Peabody arqueando una ceja y golpeó el suelo con el pie mientras esperaba que la máquina trasvasara los datos-. ¿Algún problema, oficial?

– No, teniente. -Peabody se mordió la lengua y decidió no mencionar la serie de códigos que Eve se disponía a infringir-. Ninguno.

– Bien. Haz los trámites necesarios para acceder al escáner del cerebro del senador y compararlo.

Peabody dejó de sonreír.

– ¿Pretendes que me dé cabezazos con East Washington?

– Tienes la cabeza lo bastante dura para soportarlo. -Eve sacó el disco y se lo guardó en el bolsillo-. Lláma me en cuanto lo tengas.

– Sí, teniente. Si encontramos una conexión, necesitaremos a un experto.

– Sí, y puede que tenga uno. -Eve pensó en Reeanna, luego se volvió y añadió-: Muévete.

9

Eve no era amiga de infringir las normas, pero se encontró de pie frente a la puerta cerrada con llave de la sala privada de Roarke. Era desconcertante darse cuenta de que, tras una década de ceñirse estrictamente a las normas, podía parecerle tan fácil saltárselas.

¿Realmente el fin justificaba los medios?, se preguntó. ¿Y eran estos medios tan incorrectos? Tal vez el equipo que la aguardaba al otro lado de la puerta no había sido registrado y detectado por Compuguardia, y por tanto era ilegal, pero se trataba de un modelo de primerísima calidad. Los lamentables equipos electrónicos asignados al Departamento de Policía y Seguridad ya estaban desfasados casi antes de que los instalaran, y la parte del presupuesto correspondiente a Homicidios era particularmente miserable.

Se metió la mano en el bolsillo donde guardaba el disco y movió los pies. Podía ser una policía respetuosa de la ley y largarse de allí, o simplemente ser una policía inteligente. ¡Al demonio con eso!, decidió.

Apoyó una mano en el lector de palmas.

– Teniente Dallas, Eve.

Las cerraduras se desconectaron con un silencioso chasquido y se abrió la puerta que conducía a la enorme base de datos de Roarke. El largo y curvo ventanal cubierto de protectores solares y del tráfico aéreo mantenían la sala en penumbra. Ordenó que se encendieran las luces, cerró la puerta y se acercó a la amplia consola en forma de U.

Roarke había registrado meses antes en el sistema la palma de la mano y la voz de Eve, pero ésta nunca había utilizado el equipo. Incluso ahora que estaban casados se sentía como una intrusa.

Acercó la silla a la consola y ordenó: