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No había nadie en el dormitorio. Pensó en hacer un registro de la casa por ordenador para localizar a Roarke, pero cayó de bruces en la cama. Galahad se escabulló de sus brazos y se subió a su trasero para enroscarse e instalarse cómodamente en él.

Roarke la encontró allí espatarrada unos minutos más tarde, muerta de agotamiento y con un gato en forma de salchicha guardándole las espaldas.

Se limitó a observarla. Él también había visto las imágenes del informativo. Le habían dejado paralizado, con la boca seca y el estómago revuelto. Sabía con qué frecuencia ella se enfrentaba a la muerte, a la de ella y a la de los demás, pero se repetía que lo aceptaba. Sin embargo esa mañana había observado impotente cómo ella se paseaba al borde del abismo. La había mirado a los ojos y había visto agallas, y miedo. Y había sufrido.

Ahora estaba en casa, una mujer con más huesos y músculos que curvas, con un cabello que pedía a gritos unas tijeras y unas botas de tacones gastados.

Se acercó, se sentó en el borde de la cama y le cogió la mano que descansaba en la colcha.

– Sólo estoy cargando las pilas -murmuró ella.

– Eso ya lo veo. Iremos a bailar en unos momentos.

Ella consiguió soltar una risita.

– ¿Puedes sacar de mi trasero esa cosa?

Solícito, Roarke cogió a Galahad y le acarició el pelaje erizado.

– Has tenido una jornada dura, teniente. Has salido en todos los medios de comunicación.

Ella se dio la vuelta, pero permaneció con los ojos cerrados.

– Me alegro de no haberlo visto. Entonces ya sabes lo de Cerise.

– Sí, tenía puesto el canal 75 mientras preparaba mi primera reunión de esta mañana. Lo vi en directo.

Eve percibió la tensión de su voz y abrió los ojos.

– Lo siento.

– Me dirás que estabas haciendo tu trabajo. -Roarke dejó el gato a un lado y le apartó el cabello de la mejilla-. Pero fuiste más lejos, Eve. Podría haberte arrastrado consigo.

– Yo no estaba dispuesta a acompañarla. -Eve le cogió la mano que él había apoyado en su mejilla-. Mientras estaba allí recordé algo. Me vi de niña en un mugriento albergue de vagabundos, delante de una ventana que él acababa de hacer añicos. Entonces sí pensé en saltar y terminar de una vez con todo. Pero decidí no hacerlo y no he cambiado de idea.

Galahad bajó del regazo de Roarke y se extendió cuan largo era sobre el estómago de Eve. Roarke sonrió.

– Parece que los dos queremos tenerte aquí por más tiempo. ¿Qué has comido hoy?

Ella se mordió el labio.

– ¿Qué es esto, un interrogatorio? La comida no está en un puesto muy alto en mi lista. Acabo de regresar del depósito. El impacto contra el cemento después de una caída de setenta pisos tiene resultados poco atractivos en la carne y los huesos.

– Imagino que no habrá suficientes restos que analizar para compararlo con los demás.

A pesar de la desagradable imagen, Eve sonrió, se incorporó y le dio un sonoro y rápido beso.

– Eres un lince, Roarke. Es una de las cosas que más me gustan de ti.

– Creía que era mi cuerpo.

– También está alto en la lista -respondió ella mientras él se levantaba y se acercaba al Autochef empotrado-. No, no habrá suficientes restos, pero tiene que haber una conexión. Tú también lo ves, ¿no?

Roarke esperó a recibir la bebida de proteínas que había pedido.

– Cerise era una mujer inteligente y sensata que sabía lo que quería. Era a menudo egoísta y siempre vanidosa, y podía ser realmente pesada. -Se acercó de nuevo a la cama y le ofreció el vaso a Eve-. Pero no era de las que saltan del tejado de su propio edificio y deja que los medios visuales se adelanten a su propio periódico con la primicia.

– Lo incluiré en mis datos. -Eve miró con ceño la cremosa bebida de color verde que sostenía en la mano-. ¿Qué es esto?

– Nutrición. Bébelo. -Se lo puso en los labios-. Todo.

Ella bebió el primer sorbo con recelo, decidió que no era tan repugnante y lo terminó de un trago.

– ¿Te sientes mejor ahora?

– Sí. ¿Te ha dado luz verde Whitney para seguir?

– Tengo una semana. Y sabe que he estado utilizando tus… equipos. Aunque finge que no lo sabe. -Dejó el vaso y volvió a tenderse-. Se suponía que íbamos a ver vídeos, comer palomitas y besuquearnos.

– Eso me ha tenido en pie -respondió él-. Tendré que divorciarme de ti.

– Cielos, qué estricto. -Nerviosa de pronto, se frotó las manos-. Supongo que será mejor que desembuche ahora que estás de buen talante.

– ¿Has estado besuqueándote con otro?

– No exactamente.

– No te entiendo.

– ¿Quieres una copa? Tenemos vino aquí arriba, ¿verdad? -Eve empezó a levantarse de la cama, pero no se sorprendió cuando él la sujetó del brazo.

– Habla claro.

– Eso voy a hacer. Sólo he pensado que tal vez lo encajarías mejor con un poco de vino, ¿de acuerdo?

Trató de esbozar una sonrisa, pero comprendió que ésta se había quedado corta al ver la glacial mirada de Roarke. Él la ayudó a levantar y la condujo apresuradamente a la caja refrigerada. Ella sirvió las copas y se mantuvo a distancia.

– Peabody y yo hicimos el primer registro de la oficina y dependencias de Devane. Tenía una sala de relajación.

– Me lo imagino.

– Por supuesto. -Eve bebió un sorbo para aunar fuerzas antes de volver a su lado-. En fin. Vi que tenía unas gafas de realidad virtual en el brazo de la tumbona. Mathias había hecho un viaje antes de ahorcarse, y Fitzhugh también solía hacerlos. Era un nexo muy débil, pero supongo que era mejor que nada.

– Cerca del noventa por ciento de la población de este país posee una unidad de realidad virtual -señaló Roarke sin dejar de entornar los ojos.

– Sí, pero tienes que empezar por alguna parte. Se trata de una tara en el cerebro, y la realidad virtual conecta con el cerebro al igual que con todos los sentidos. Se me ocurrió que si las gafas tenían un defecto, intencionado o accidental, podría haber suscitado los deseos de suicidarse.

Él asintió despacio.

– Está bien. Hasta aquí te sigo.

– Así que las probé.

– Espera. -Alzó una mano-. ¿Sospechabas que las gafas la habían inducido a quitarse la vida y te las pusiste alegremente? ¿Has perdido el juicio?

– Peabody estaba allí para controlar, con órdenes de tumbarme si era necesario.

– Entiendo. -Disgustado, Roarke agitó la mano-. Eso está muy bien. Es perfectamente razonable. Te dejaría inconsciente antes de que saltaras del tejado.

– Eso es. -Ella se sentó a su lado y le pasó la copa-. Comprobé la última fecha en que se utilizaron las gafas. Había hecho un viaje minutos antes de salir al tejado. Estaba convencida de que iba a encontrar algo en aquel programa. -Se detuvo para rascarse la nuca-. Ya sabes, imaginé que sería algún programa de relajación. O tal vez de meditación, el clásico crucero por el mar o un paseo por el campo.

– Y no lo era.

– No. Era, esto… una fantasía. Ya sabes, una fantasía sexual.

Intrigado, Roarke ladeó la cabeza. Permaneció serio, con mirada inexpresiva.

– ¿De veras? -Bebió un sorbo de vino con aire de indiferencia-. ¿Que consistía en…?

– Bueno, salían los típicos tíos.

– ¿En plural?

– Sólo dos. -Eve sintió cómo le subían los colores y se indignó-. Era una investigación oficial.

– ¿Estabas desnuda?

– Por Dios, Roarke.

– Creo que es una pregunta razonable.

– Sólo durante un minuto, ¿de acuerdo? Estaba en el programa, y tenía que probarlo, y no fue culpa mía si esos tipos se abalanzaron sobre mí… y lo interrumpí antes, bueno, casi antes…

Se detuvo vacilante y vio con sorpresa que él le sonreía.

– ¿Te parece divertido? -Cerró el puño y le golpeó en el hombro-. Llevo todo el día sintiéndome como una canalla, ¿y te parece divertido?