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– ¿Antes de qué? -preguntó él cogiéndole la copa de la mano antes de que ella se la volcara en la cabeza. La dejó junto a la suya y añadió-: ¿Interrumpiste el programa casi antes de qué, exactamente?

Ella entornó los ojos.

– Eran increíbles. Voy a conseguir una copia de ese programa para mi uso personal. Ya no volveré a necesitarte, porque voy a tener un par de esclavos amantes.

– ¿Quieres apostar? -La tendió en la cama y forcejeó con ella hasta lograr quitarle la camisa por la cabeza.

– Para. No te deseo. Me basta con mis esclavos. -Ella le tumbó y casi había logrado inmovilizarlo cuando él acercó la boca a uno de sus senos y le deslizó una mano hasta el fino ovillo de la entrepierna.

Una oleada de calor la recorrió como un rayo.

– Maldita sea -jadeó-. Sólo estoy fingiendo.

– Muy bien.

Entonces él le quitó los pantalones y la acarició con los dedos. Ella ya estaba húmeda, invitándolo a penetrarla. Él le mordisqueó un pezón hasta llevarla al éxtasis.

Esta vez no fue un orgasmo suave, sino que llegó como una rápida y potente ola que la arrolló, para a continuación arrojarla hacia la siguiente cresta.

Impotente, ella lo llamaba. Una y otra vez. Pero cuando alargó la mano hacia Roarke, éste la cogió por las muñecas y le sujetó los brazos por encima de la cabeza.

– No. -La miró jadeante-. Tómame.

Y se deslizó dentro de ella despacio, poco a poco, observando cómo la mirada se le nublaba y oscurecía. Conteniendo sus deseos de seguir el repentino y frenético movimiento de sus caderas, dejó que se abandonara y llegara ella sola al siguiente orgasmo.

Y al verla por fin jadeante y sin fuerzas, comenzó las largas y continuas embestidas.

– Toma más y más -murmuró, manteniéndola cautiva.

Eve sintió que todo el organismo se le sobrecargaba y se le aceleraba. Su cuerpo estaba siendo asediado, y tenía el sexo tan sensibilizado que el intenso placer estaba a un paso del dolor. Y él seguía moviéndose despacio, poco a poco.

– No puedo -logró decir ella, rindiéndose mentalmente aun cuando sus caderas seguían arqueándose pidiendo más-. Es demasiado.

– Déjate llevar, Eve -dijo él manteniendo a duras penas el control-. Una vez más.

Y no se permitió caer hasta que ella lo hizo.

A Eve le seguía dando vueltas la cabeza cuando logró incorporarse sobre los codos. Los dos seguían medio desnudos y tendidos sobre la colcha. En una esquina de la cama, Galahad permanecía sentado observándola con reprobación felina. O tal vez era envidia.

Roarke se había dado la vuelta y tenía una sonrisa satisfecha en los labios.

– Supongo que eso habrá aplacado tus testoteronas.

Su sonrisa se hizo aún más amplia. Ella le hundió un dedo en las costillas.

– Si querías castigarme, no lo has logrado.

Él abrió los ojos y la miró afectuoso y divertido.

– Querida Eve, ¿realmente creías que iba a considerar tu pequeña aventura como una especie de adulterio virtual?

Ella hizo un mohín. Por ridículo que pareciera, le había molestado que él no se hubiera sentido celoso.

– Puede.

Con un profundo suspiro él se incorporó y la sujetó por los hombros.

– Puedes abandonarte a las fantasías que quieras, por motivos de trabajo o no. No soy tu carcelero.

– ¿No te molesta?

– En absoluto. -Él le dio un beso amistoso y le sujetó la barbilla-. Pero pruébalo en carne y hueso, aunque sólo sea una vez, y tendré que matarte.

Ella abrió mucho los ojos y se sintió tontamente complacida.

– Oh, bueno, eso es justo.

– Es un hecho -se limitó a decir él-. Una vez aclarado este punto, deberías dormir un poco.

– Ya no estoy cansada. -Eve volvió a subirse los pantalones, haciéndole suspirar de nuevo.

– Supongo que eso significa que quieres trabajar.

– Si pudiera utilizar tu equipo sólo un par de horas, adelantaría un montón el trabajo de mañana.

Resignado, él se puso también los pantalones.

– Vamos entonces.

– Gracias. -Ella le cogió la mano mientras se dirigían al ascensor privado-. Roarke, ¿de verdad me matarías?

– Desde luego que sí. -Sonriendo, él la metió de un empujón en la cabina-. Pero, dada nuestra relación, me encargaría de hacerlo deprisa y de la forma menos dolorosa posible.

Ella lo fulminó con la mirada.

– Entonces tendré que decir que eso también va por ti.

– Desde luego. Ala este, planta tercera -ordenó él, y con un apretón de manos añadió-: No permitiría que fuera de otro modo.

13

Los días que siguieron Eve se dio cabezazos contra el muro de cada callejón sin salida. Cuando necesitaba un cambio de ritmo para despejar la mente, utilizaba la cabeza de Peabody. Y acosó a Feeney para que dedicara todo el tiempo posible a averiguar algo, lo que fuera.

Cada vez que aterrizaban en su escritorio otros casos, apretaba los dientes y hacía horas extras.

Cuando los muchachos del laboratorio le daban largas, ella los perseguía y acosaba sin piedad. Hasta el punto de que empezaron a eludir sus llamadas. Para evitarlo hizo que Peabody la acompañara al laboratorio para tratar de persuadirlos personalmente.

– No intentes hacerme tragar la MMS de la copia de seguridad, Dickie.

Dickie Berenski, conocido en privado como Dickhead *, parecía dolido. En calidad de técnico principal del laboratorio, debería haber sido capaz de ordenar a media docena de subalternos que lo protegieran de una confrontación personal con una detective iracunda, pero todos habían desertado.

Iban a rodar cabezas, pensó con un suspiro.

– ¿Qué quieres decir con MMS?

– La misma mierda de siempre, Dickie. Siempre es la MMS en lo que a ti respecta.

Él la miró con ceño, pero decidió apropiarse de las siglas.

– Escucha, Dallas, te he conseguido toda la información disponible, ¿no? Te la he enviado personalmente como favor.

– Un cuerno de favor. Te soborné con unos asientos de palco para el desempate de Arena Ball. Dickie adoptó una expresión remilgada.

– Pensé que era un regalo.

– Y no pienso sobornarte de nuevo. -Eve le hundió un dedo en su enclenque pecho-. ¿Qué pasa con las gafas de realidad virtual. ¿Por qué no he recibido tu informe?

– Porque no había nada que informar. Es un programa algo picante… -Hizo un sugerente movimiento con las cejas-. Pero está limpio y sin defectos. Al igual que todas las demás opciones de esa unidad… está limpio y cumple los requisitos. O mejor que eso -añadió lloriqueando ligeramente-. Ojalá los tuviéramos tan buenos. Hice que Sheila desmontara la unidad y volviera a montarla. Es un equipo increíble, de primerísima calidad, o mejor aún. La tecnología supera cualquier escala. Pero no cabía esperar otra cosa tratándose de un producto de Roarke.

– Es un… -Eve se interrumpió, esforzándose por no dejar entrever su sorpresa o consternación ante esa nueva información-. ¿Qué planta lo fabrica?

– Mierda, Sheila tiene ese dato. Fuera del planeta, estoy seguro. La mano de obra es más barata allí. Y esta criatura acaba de salir. No lleva ni un mes en el mercado.

A Eve se le encogió el estómago.

– ¿Y no es defectuosa?

– No; es una maravilla. Yo ya me he encargado una. -Dickie arrugó las cejas, esperanzado-. Claro que seguramente tú podrías conseguirme una a precio coste.

– Consígueme un informe con todos los detalles y devuélveme esta unidad, y me lo pensaré.

– Sheila se ha tomado el día libre -gimoteó él haciendo un mohín para inspirarle compasión-. Pero tendrás el informe en tu escritorio antes de mañana al mediodía.

– ¿Mañana? Vamos, Dickie. -Un buen policía conocía el punto débil de su presa-. Intentaré regalarte uno.

– Bueno, en ese caso… espérame aquí.

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* En inglés, Dickhead significa «gilipollas». (N. de la T.)