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– Lo siento.

– Descuida. -Él se guardó la agenda y se levantó-. En esas compañías hay cientos, tal vez miles de empleados. Desde luego que puedo conseguirte una lista, por si sirve de algo. -Hizo una pausa y acarició el diamante que ella llevaba-. Debes saber que he trabajado y aprobado personalmente el diseño, y fui yo quien puso en marcha el proyecto. Llevamos perfeccionando ese modelo más de un año, y durante ese tiempo he revisado cada fase en un momento u otro. Encontrarás mis manos por todas partes.

Eve lo había imaginado. Lo había temido.

– Puede que no sea nada. Dickhead dice que mi teoría de incitación subliminal al suicidio raya en lo imposible.

Roarke esbozó una sonrisa.

– ¿Cómo vas a hacer caso de un hombre con ese nombre? Eve, tú misma probaste la nueva unidad.

– Sí, lo que hace tambalear mi débil hipótesis. Todo lo que saqué en claro fue un orgasmo. -Eve trató de sonreír-. Ojalá esté equivocada, Roarke. Quisiera estar equivocada y cerrar todos esos casos como suicidios. Pero si no…

– Nos ocuparemos de ello. Será lo primero que hagamos mañana por la mañana. Yo mismo investigaré. -Ella se disponía a negar con la cabeza, pero él le cogió la mano-. Eve, conozco el tema y tú no. Conozco a mi gente o al menos al jefe de departamento de cada etapa. Ya hemos trabajado juntos antes.

– No me gusta.

Roarke volvió a juguetear con el diamante que le colgaba entre los senos.

– Es una lástima, porque creo que a mí sí.

14

– Roarke sabe cómo montar una fiesta. -Mavis se zampó un huevo de codorniz con salsa picante y habló con la boca llena-. Todo el mundo está aquí, y me refiero a todo el mundo. ¿Has visto a Roger Keene? Va a la cabeza en Be There Records. ¿Y a Lilah Monroe? Está triunfando en Broadway con su espectáculo con participación del público. Tal vez Leonardo logre convencerla de que le diseñe el nuevo vestuario. Y allí está…

– Para el carro, Mavis -aconsejó Eve mientras su amiga parloteaba sin dejar de llevarse canapés a la boca-. No te aceleres.

– Estoy tan nerviosa… -Con las manos momentáneamente libres, Mavis se apretó el estómago, que llevaba al descubierto salvo por una artística versión de una orquídea roja-. ¿Sabes? No puedo controlarme. Cuando estoy tan excitada sólo puedo comer y hablar.

– Y vomitar si no te calmas un poco -advirtió Eve. Recorrió con la mirada la habitación y tuvo que admitir que Mavis tenía razón. Roarke sabía montar una fiesta.

La sala relucía, lo mismo que la gente. Incluso la comida se veía distinguida, casi demasiado decorativa para comer. Claro que no era el caso de Mavis. Como el tiempo no había fallado, habían abierto el techo dejando entrar la suave brisa y el brillo de las estrellas. Una de las paredes estaba cubierta por una enorme pantalla, y Mavis daba vueltas y brincaba en ella, mientras se oía crepitar la música. Roarke había sido lo bastante astuto para poner el volumen al mínimo.

– Nunca podré pagártelo.

– Vamos, Mavis.

– No; hablo en serio. -Después de dedicar a Leonardo una radiante sonrisa y enviarle un exagerado beso, se volvió hacia Eve-. Nos conocemos desde hace mucho, Dallas. Demonios, si no me hubieras detenido seguramente seguiría robando carteras y estafando a la gente.

Eve escogió un canapé de aspecto interesante.

– Eso ha quedado muy lejos, Mavis.

– Es posible, pero no cambia los hechos. Hice mucho por corregirme y cambiar de rumbo, y me siento orgullosa.

Cambiarnos a nosotros mismos, pensó Eve. Podía ocurrir. Había ocurrido, de hecho. Miró hacia donde Reeanna y William hablaban con Mira y su marido.

– Y tienes que estarlo. Yo estoy orgullosa de ti.

– Pero lo que quiero decir es que deseo salir de ésta, ¿comprendes? Antes de que me levante e intente arrancar todos los diamantes de las orejas de esta gente. -Mavis se aclaró la garganta y de pronto olvidó el pequeño discurso que había preparado-. Al demonio con esto. Te conozco, y te quiero. Te quiero de verdad, Dallas.

– Cielos, Mavis, no me pongas sensiblera. Roarke ya me ha drogado.

Mavis hizo un puchero, emocionada.

– Habrías hecho todo esto por mí… si hubieras sabido cómo. -Al ver que Eve parpadeaba y fruncía el entrecejo, Mavis logró convertir su sensiblería en una broma-. Vamos, tú no habrías tenido ni la más remota idea de encargar algo más complicado que salchichas de soja y platos de verduras picadas. Veo la mano de Roarke por todas partes.

«Encontrarás mi mano por todas partes.» Las palabras de Roarke resonaron en la mente de Eve y la hicieron estremecer.

– Desde luego.

Decidida a no permitir que nada le estropeara la velada, Eve negó con la cabeza.

– Lo hizo por ti, Mavis.

Mavis sonrió y volvieron a empañársele los ojos.

– Sí, supongo que sí. Tienes un maldito príncipe, Dallas. Un jodido príncipe. Ahora tengo que ir a vomitar. Enseguida vuelvo.

– Claro. -Medio riendo, Eve cogió un agua con gas de una bandeja que pasó por su lado y se acercó a Roarke-. Perdón, sólo es un momento -se disculpó apartándolo de un grupo-. Eres un maldito príncipe.

– Oh, muchas gracias. Supongo. -El le deslizó un brazo por la cintura con delicadeza, puso la otra mano sobre la de ella que sostenía una copa, y la sorprendió con unos pasos de baile-. Tienes que utilizar tu imaginación al… estilo de Mavis. Pero este tema casi puede considerarse romántico.

Eve arqueó una ceja y se concentró en la voz de Mavis que se alzaba por encima de los instrumentos de metal.

– Sí, es una melodía anticuada y sentimental. Soy una pésima bailarina.

– No lo serías si no intentaras llevarme. He decidido que ya que no vas a estar sentada y descansar tu exhausto cuerpo, podrías apoyarte un rato en mí. -Le sonrió-. Estás empezando a cojear ligeramente. Pero tienes un aspecto de lo más relajado.

– Siento la rodilla un poco rígida. Pero estoy muy relajada. Supongo que ha sido de tanto oír farfullar a Mavis. Ahora está vomitando.

– Encantador.

– Sólo son los nervios. Gracias. -Se dejó llevar por un impulso y le dio uno de sus raros besos en público.

– De nada. ¿Por qué?

– Por asegurarte de que no haya salchichas de soja y platos de verdura picada.

– El placer es mío. -La atrajo con delicadeza-. Créeme, el placer es mío. Bueno, a Peabody le sienta bien el negro y parece llevar bien la conmoción.

– ¿Cómo? -Separándose, Eve vio a su ayudante, que acababa de cruzar las amplias puertas dobles, coger una copa de una bandeja-. Debería estar en cama -murmuró y se apartó de Roarke-. Discúlpame, voy a hacerlo yo misma.

Cruzó la sala entornando los ojos mientras Peabody trataba de sonreír.

– Una gran fiesta, teniente. Gracias por la invitación.

– ¿Qué demonios estás haciendo levantada?

– Sólo fue un golpe en la cabeza, y todo lo que me hacían era toquetearme. No iba a permitir que una tontería como una explosión me impidiera asistir a una fiesta de Roarke.

– ¿Has tomado alguna medicación?

– Sólo un par de calmantes y… -Puso cara larga cuando Eve le arrebató el champán de la mano-. Sólo sostenía la copa. ¡De verdad!

– Sostén esto en su lugar -sugirió Eve y le entregó su vaso de agua-. Debería enviar tu trasero de vuelta al centro médico.

– Tú tampoco fuiste -murmuró Peabody, y alzó la barbilla y añadió-: Además, no estoy de servicio. Ahora soy dueña de mi tiempo y no puedes darme órdenes.