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– ¿Y bien?

– Requiere cierta pericia llegar a esto. Lo tenía oculto tras su pase privado, con su propia voz y la palma de su mano. Y bajo varios dispositivos de seguridad. Casi saltamos por los aires hace una hora, ¿verdad, Roarke?

Roarke se levantó y metió las manos en los bolsillos.

– No he dudado de ti ni por un momento, capitán.

– ¡Y un cuerno! -Feeney sonrió con complicidad-. Si tú no estabas rezando tus oraciones, muchacho, yo sí. Y sin embargo no puedo pensar en muchas otras personas con quienes me gustaría saltar por los aires.

– El sentimiento es casi mutuo.

– Si habéis terminado vuestras varoniles muestras de afecto, ¿os importaría explicarme qué demonios debería estar viendo aquí?

– Es un escáner. El más intrincado que jamás he visto aparte de en Reconocimiento.

– ¿Reconocimiento?

Se trataba de un examen que todos los policías temían, y al que debían enfrentarse cuando se habían visto obligados a utilizar sus armas para matar.

– Aun cuando tenemos archivados los patrones de las ondas cerebrales de cada miembro del DPSNY, durante los reconocimientos se hace un escáner. Se buscan las posibles lesiones, defectos y anomalías que pueden haberle llevado a utilizar la máxima fuerza. Este escáner se compara con el último realizado, y el individuo debe realizar un par de viajes de realidad virtual en los que se utilizan los datos obtenidos a partir del escáner. Un asunto desagradable.

Feeney sólo había pasado por ello en una ocasión y esperaba no tener que volver a hacerlo.

– ¿Y él ha conseguido copiar o promocionar ese método? -preguntó Eve.

– Diría que lo ha mejorado en un par de aspectos. -Feeney hizo un gesto hacia el montón de discos-. Allí tenemos un montón de patrones de ondas cerebrales. No debe de ser muy difícil compararlos con los de las víctimas e identificarlas.

Uno de ellos debía ser su patrón, pensó ella. Su mente comprimida en un disco.

– Genial -murmuró.

– Realmente brillante. Y potencialmente letal. Nuestro amigo cuenta con una asombrosa variación de estados de ánimo. Y todos están vinculados a pautas musicales, ya sabes, notas y acordes. Él escoge la melodía, luego aumenta lo que llamarías el tono de ésta para estimular la reacción de la víctima, digamos el estado de ánimo de éste, sus impulsos inconscientes.

– De modo que lo utiliza para sumergirse en lo más profundo de nuestras mentes. En el subconsciente.

– Hay un montón de tecnología médica con la que no estoy muy familiarizado, pero diría que es algo así. Sobre todo en lo que toca a apetitos sexuales -añadió Feeney-. Ésa es la especialidad de nuestro amigo. Aún no he terminado, pero diría que puede programar las ondas cerebrales, fijar el estado de ánimo y dar a la mente de la víctima un fuerte empujón.

– ¿De un tejado? -preguntó ella.

– Eso es trampa, Dallas. Estoy hablando de sugestión. Claro que si alguien está en el borde de un tejado planteándose saltar, con esto puedes darle el último empujón. Pero que sea posible influir en una mente para que actúe de un modo completamente contrario y ajeno a su naturaleza no puedo afirmarlo de momento.

– Saltaron, se asfixiaron y se desangraron hasta morir -le recordó ella impaciente-. Tal vez todos tenían inclinaciones suicidas en el subconsciente y esto sólo las hizo emerger.

– Para esto necesitas a Mira, no a mí. Yo seguiré con lo mío. -Sonrió esperanzado-. ¿Después de desayunar?

Ella tragó saliva.

– Después de desayunar. Te agradezco toda la noche en vela, Feeney, y tu trabajo rápido. Pero necesitaba lo mejor.

– Y lo has tenido. El tipo con el que decidiste unirte tampoco está nada mal como técnico. Haría de él un ayudante decente si se decidiera a renunciar a su monótono estilo de vida.

– Mi primera oferta del día. -Roarke sonrió-. Ya sabes dónde está la cocina, Feeney. Puedes utilizar el Autochef o pedir a Summerset que te prepare la comida que quieras.

– Estando donde estoy, eso significa huevos de verdad. -Feeney estiró el cuello y todas las articulaciones-. ¿Queréis que pida desayuno para los tres?

– Empieza tú -sugirió Roarke-. Nosotros bajaremos seguida. -Esperó a que Feeney saliera silbando ante la perspectiva de unos huevos benedictinos y crepes de arándano, y se volvió hacia Eve-: No tienes mucho tiempo, lo sé.

– El suficiente si tienes algo que decirme.

– Así es. -Era raro que él se sintiera incómodo. Casi había olvidado esa sensación-. Lo que Feeney acaba de decirte acerca de la capacidad que cree que tiene esta consola. Del hecho de que sea poco probable que un individuo sea influenciado para actuar de una forma poco habitual en él, de hacer algo abominable.

Ella vio adónde quería ir a parar y quiso soltar una maldición.

– Roarke…

– Déjame terminar. Yo he sido el hombre que te violó anoche. He vivido bajo esta piel y no ha pasado aún tanto tiempo como para haberme olvidado de él. Lo convertí en algo más porque quise. Y pude. El dinero ayudó, y cierto deseo de… distinción. Pero sigue allí. Sigue siendo parte de mí. Anoche lo recordé de golpe.

– ¿Quieres que te odie por ello, que te culpe de ello?

– No; quiero que lo comprendas, y me comprendas. Vengo de esa clase de hombre que anoche te hizo daño.

– Yo también.

Eso lo detuvo en seco, y le hizo aflorar lágrimas en los ojos.

– Por Dios, Eve.

– Y me asusta. Me despierta a mitad de la noche con la pregunta de qué hay dentro de mí. Vivo con ello cada santo día. Sabía de dónde venías cuando te acepté, y no me importa. Sé que has hecho cosas, quebrantado leyes y vivido al margen de ellas. Pero estoy aquí. -Eve resopló y cambió de postura-. Te quiero, ¿me oyes? Eso es todo. Ahora tengo hambre, y me espera un día muy ajetreado, así que voy a bajar antes de que Feeney nos deje sin huevos.

Él le cerró el paso.

– Un minuto más. -Le sujetó el rostro con las manos, la besó tiernamente y convirtió su ceño en un suspiro.

– Bueno -logró decir ella cuando él la soltó-. Así está mejor, supongo.

– Mucho mejor. -Él entrelazó los dedos con los suyos. Y porque lo había utilizado cuando le había hecho daño, ahora lo compensó haciéndolo de nuevo-: A ghra.

– ¿Eh? ¿Otra vez gaélico?

– Sí. -Se llevó los dedos entrelazados de ambos a los labios-. Amor mío.

– Suena bien.

– Ya lo creo -respondió él con un suspiro. Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que se había permitido oír su musicalidad.

– No debería entristecerte -murmuró ella.

– No lo hace. Sólo me pone melancólico -respondió Roarke-. Me encantaría invitarte a desayunar, teniente.

– Convénceme. ¿Tenemos crepes?

El problema con los fármacos, pensó Eve mientras se preparaba para interrogar a Jess Barrow, era que no importaba los seguros y leves que afirmaran ser, siempre te hacían sentir falsa. Sabía que no estaba despierta de forma natural, que debajo de ese estallido de energía provocado, su cuerpo era un cúmulo de desesperado cansancio.

No paraba de imaginarse llevando una enorme máscara de entusiasmo sobre su rostro triste y exhausto.

– ¿De vuelta al trabajo, Peabody? -preguntó Eve a su ayudante al entrar en la despejada sala de paredes blancas.

– Sí, teniente. He leído tus informes, y he pasado por tu oficina al venir aquí. Tienes un mensaje del comandante, y dos de Nadine Furst. Creo que se huele una noticia.

– Nadine tendrá que esperar. Y hablaré con el comandante en nuestro primer descanso. ¿Sabes algo de béisbol, Peabody?

– Jugué un par de años en la academia. Guante de oro.

– Bueno, pues caliéntate. Cuando te lance la pelota, debes interceptarla y devolvérmela. Feeney hará su aparición antes del final de la entrada.