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– Da la casualidad de que sí. -Reeanna siguió balanceando las piernas despacio, pero tenía una expresión alerta, interesada-. Nivel cuatro, clase B.

– Casi. Si se diera el caso, ¿qué te parecería trabajar para tu ciudad en calidad de asesora temporal? Puedo garantizarte muchas horas, malas condiciones y pésimo sueldo.

– ¿Quién podría declinar una oferta así? -Reeanna rió echándose el cabello hacia, atrás-. La verdad, me encantaría tener la oportunidad de volver a tratar con pacientes. Llevo demasiado tiempo encerrada en laboratorios, trabajando con máquinas. A William le encanta, ya sabes, pero yo necesito a la gente.

– Pues es posible que te llame -concluyó Eve. Y decidiendo que era más estúpido permanecer en el agua que salir con naturalidad, se levantó.

– Ya sabes dónde encontrarme… Por Dios, ¿qué te ha pasado? -Reeanna se puso de pie-. Estás negra y azul.

– Gajes del oficio.

Cogió una de las toallas amontonadas cerca del bordillo y se disponía a envolverse cuando Reeanna se la arrebató.

– Déjame echarte un vistazo. No te han tratado -dijo tocándole la cadera.

– ¿Te importa?

– Por supuesto. -Impaciente, Reeanna levantó la mirada-. Oh, estáte quieta. No sólo soy mujer y conozco personalmente el cuerpo femenino, sino que también tengo una licenciatura en medicina. ¿Qué te has puesto en la rodilla? Tiene muy mal aspecto.

– Un vendaje de hielo. Está mejor.

– Pues me habría muerto si lo hubiera visto peor. ¿Por qué no has ido al centro médico o a un puesto de asistencia?

– Porque los odio. Y no tenía tiempo.

– Pues ahora lo tienes. Quiero que te tumbes en la mesa de masajes. Iré al coche por mi maletín de emergencia y me ocuparé de esto.

– Escucha, te lo agradezco, pero sólo son cardenales. -Eve tuvo que alzar la voz porque Reeana ya se estaba lejando presurosa.

– Tendrás suerte si no te has astillado un hueso de esa cadera. -Con ese triste vaticinio, Reeanna entró en el ascensor.

– Oh, gracias. Me siento mucho mejor ahora.

Resignada, Eve se quitó la toalla, se puso el albornoz y se acercó de mala gana a la mesa situada debajo de una pérgola llena de glicinias en flor. Apenas se había instalado cuando Reeanna volvió con un pulcro maletín de cuero.

Esa mujer sabía actuar, pensó Eve.

– Creía que tenías hora en la peluquería.

– He llamado para que me la cambien. Échate, nos ocuparemos primero de la rodilla.

– ¿Cobras extra por las visitas a domicilio?

Reeanna sonrió mientras abría el maletín. Eve echó un vistazo al interior y volvió la cabeza. Por Dios, odiaba la medicina.

– Esta es gratis. Considérala una práctica. Llevo casi dos años sin trabajar en seres humanos.

– Muy alentador. -Eve cerró los ojos cuando Reeanna sacó un miniescáner y le examinó la rodilla-. ¿Por qué lo dejaste?

– Hummm. No está rota, eso ya es algo. Sólo está dislocada e hinchada. ¿Por qué? -Volvió a revolver en su maletín-. Roarke es parte del motivo. Nos hizo a William y a mí una oferta imposible de declinar. El sueldo era generoso, y Roarke sabe qué teclas tocar.

Eve silbó al sentir en la rodilla algo frío y que escocía.

– ¡Me lo vas a decir a mí!

– El sabía que yo llevaba tiempo interesándome en los patrones de conducta y en los efectos de la estimulación. La oportunidad de crear nueva tecnología con fondos literalmente ilimitados era demasiado tentadora para dejarla escapar. La vanidad no me permitió rechazar la oportunidad de participar en algo nuevo, y con el respaldo de Roarke sin duda iba a ser un éxito.

Eve se dio cuenta de que había sido un error cerrar los ojos, porque empezaba a flotar. Las palpitaciones en las caderas se atenuaron a medida que los delicados dedos de Reeanna esparcían algo frío. Recibió el mismo tratamiento en el hombro. La ausencia de dolor era como un tranquilizante y la llevó a ir aún más lejos y añadir:

– Al parecer nunca fracasa.

– No, al menos desde que lo conozco.

– Tengo una reunión dentro de un par de horas -se apresuró a decir Eve.

– Descansa primero. -Reeanna le retiró el vendaje de la rodilla y comprobó que la hinchazón había disminuido-. Voy a ponerte otro vendaje ultracicatrizante, y luego uno de hielo para terminar de bajarla. Es probable que sigas sintiéndola un poco rígida. Te aconsejo que la mimes los próximos dos días.

– Claro. La mimaré.

– ¿Te hiciste todo esto anoche, cercando a tu sospechoso?

– No, antes. Él no me dio problemas. El muy cabrón. -Eve arrugó las cejas-. No consigo hallar pruebas contra él.

– Estoy segura de que lo harás -repuso Reeanna mientras continuaba con el tratamiento-. Eres rigurosa y te implicas en los casos. Te vi en uno de los canales de noticias. En el tejado con Cerise Devane, arriesgando la vida.

– Fracasé.

– Lo sé. -Reeanna untó las contusiones con una crema anestesiante-. Fue horrible. Y más aún para ti, imagino. Tendrías que haber visto su cara y sus ojos de cerca cuando saltó.

– Sonreía.

– Ya lo vi.

– Quería morir.

– ¿Tú crees?

– Dijo que morir era agradable. La experiencia máxima.

Satisfecha de haber hecho todo lo que estaba en su mano, Reeanna cogió otra toalla y la extendió sobre Eve.

– Hay quienes consideran la muerte como la experiencia humana suprema. No importa lo avanzadas que estén la medicina y la tecnología, nadie puede escapar a ella. Y dado que estamos llamados a morir, ¿por qué no ver la muerte como un objetivo en lugar de un obstáculo?

– Estamos llamados a luchar. Cada trecho del camino.

– No todo el mundo tiene la energía o la necesidad de luchar. Algunos la aceptan tranquilamente. -Reeanna le cogió una mano y le tomó el pulso-. Otros se resisten. Pero todos mueren.

– Alguien la incitó y eso lo convierte en un asesinato. Y allí entro yo.

– Sí, supongo que sí. Duerme un poco. Le diré a Summerset que te despierte para la reunión.

– Gracias.

– No es nada. -Reeanna le tocó el hombro-. Entre amigas.

Estudió a Eve unos momentos más, luego echó un vistazo a su reloj con incrustaciones de diamantes. Tendría que darse prisa si quería llegar a tiempo a la peluquería, pero todavía debía ocuparse de un detalle.

Volvió a guardar el equipo y tras dejar en la mesa un tubo de crema anestesiante para Eve, se apresuró a salir.

18

Eve se paseaba por la oficina elegantemente enmoquetada de la doctora Mira con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha como un toro listo para embestir.

– No lo entiendo. ¿Cómo es posible que no coincida su perfil? Puedo encerrarlo por cargos menos graves. Ese cabrón ha estado jugando con los cerebros de otras personas, disfrutando con ello.

– No se trata de coincidencias, Eve, sino de probabilidades.

Paciente y con expresión serena, Mira se hallaba sentada en su confortable butaca adaptable al cuerpo, bebiéndose un té al jazmín. El ambiente estaba cargadísimo de la frustración y energía que emanaban de Eve.

– Tienes su confesión y pruebas de que ha experimentado en torno a la influencia del patrón de las ondas cerebrales individualizadas. Y estoy de acuerdo en que tiene muchas preguntas que responder. Pero en lo que se refiere al cargo de coacción al suicidio, no puedo corroborar dé un modo decisivo tu sospecha.

– Bueno, eso es estupendo. -Eve se volvió. El tratamiento de Reeanna y un sueñecito de una hora la habían reanimado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes-. Sin tu corroboración Whitney no se tragará el asunto, lo que significa que el fiscal tampoco lo hará.

– No puedo amañar mi informe a tu gusto, Eve.

– ¿Quién te ha pedido que lo hagas? -Levantó las manos, luego volvió a meterlas en los bolsillos-. ¿Qué no encaja, por el amor de Dios? Ese hombre se cree Dios y eso lo ve hasta el más ciego.