– Estoy de acuerdo en que los rasgos de su personalidad se inclinan hacia un exceso de amor propio y que su temperamento recuerda el del artista atormentado. -Mira suspiró-. Me gustaría que te sentaras. Me canso sólo de verte.
Eve se dejó caer en una silla y frunció el entrecejo.
– Ya estoy sentada. Te escucho.
Mira no pudo evitar sonreír. La increíble energía e infinita capacidad de concentración de Eve eran admirables.
– ¿Sabes, Dallas? Nunca he conseguido explicarme por qué la impaciencia resulta tan atractiva en ti. Y cómo, con tan elevada dosis de ella, sigues siendo meticulosa con tu trabajo.
– No estoy aquí para que me analices, doctora.
– Lo sé. Sólo me gustaría convencerte de que asistieras a sesiones regulares. Pero ésa es una cuestión que dejaremos para otro momento. Ya tienes mi informe, pero para resumir mis conclusiones, el sujeto es un hombre egocéntrico, que se congratula a sí mismo y suele explicar su conducta poco sociable como un arte. También es brillante. -La doctora suspiró levemente, luego meneó la cabeza-. Tiene una mente realmente despierta. Casi se salía de la escala según los clásicos tests de Trislow y Secour.
– Me alegro por él. Pongamos su cerebro en un disco y sometámosle a varias sesiones de sugestión.
– Tu reacción es comprensible -repuso Mira con suavidad-. La naturaleza humana se resiste a cualquier clase de control de la mente. Los adictos lo racionalizan engañándose al afirmar que lo controlan. -Se encogió de hombros-. En cualquier caso, el sujeto tiene una admirable e incluso asombrosa aptitud para la visualización y la lógica. También es muy consciente y se jacta, por así decirlo, de dicha aptitud. Bajo su apariencia encantadora es, utilizando un término no científico, un gilipollas. Pero no puedo en conciencia catalogarlo de asesino.
– No me preocupa tu conciencia -replicó Eve apretando los dientes-. Es capaz de diseñar y hacer funcionar un equipo que puede influenciar en la conducta de otras personas. Creo, perdón, sé, que las mentes de esos cuatro muertos fueron coaccionadas para que se suicidaran.
– Y, lógicamente, debería haber una conexión. -Mira se recostó y programó un té para Eve-. Pero no has detenido a un hombre hostil a la sociedad. -Le tendió una fragante y humeante taza que ambas sabían que ella no quería-. Hasta la fecha no existe una explicación clara de esas muertes, y si fueron realmente coaccionadas, en mi opinión el responsable es un sujeto antisocial.
– ¿Y qué lo diferencia?
– Que le gusta la gente y quiere casi desesperadamente gustar y ser admirado -explicó Mira-. Es manipulador, es cierto, pero cree que ha hecho un gran descubrimiento para la humanidad. Del que piensa beneficiarse, desde luego.
– Así que a lo mejor sólo se dejó llevar. -¿No era así como lo había explicado él al referirse a la noche anterior?, se preguntó. Se había dejado llevar-. Y tal vez no controla tanto su equipo como se piensa.
– Es posible. Por otra parte, Jess disfruta con su trabajo y necesita ser partícipe de los resultados. Su amor propio le exige ver y experimentar al menos parte de lo que ha creado.
Él no estaba en el maldito cuarto de baño con nosotros, pensó Eve, pero temió haber comprendido lo que Mira quería decir: el modo en que Jess la había buscado con la mirada y la había sonreído al volver a la fiesta. -Eso no es lo que quiero oír.
– Lo sé. -Mira dejó la taza a un lado-. Escúchame, ese hombre es como un niño, un sabio emocionalmente atrofiado. Para él su visión y su música son más reales y más importantes que la gente, pero no descarta a la gente. En una palabra, no encuentro pruebas de que pusiera en peligro su libertad para matar.
Eve bebió un sorbo de té.
– ¿Y si tuviera un socio? -especuló, recordando la teoría de Feeney.
– Es posible. No es un hombre que comparta alegremente sus logros, pero siente una gran necesidad de adulación y de éxito financiero. Podría ser que en un punto determinado del diseño necesitara ayuda y se buscara un socio.
– Entonces ¿por qué no lo confesó? -Meneó la cabeza-. Es un cobarde; lo habría delatado. No habría cargado él solo con la culpa. -Volvió a beber un sorbo, dando rienda suelta a sus pensamientos-. ¿Y si estaba genéticamente marcado hacia una conducta sociopatológica? Es inteligente, y lo bastante astuto para enmascararla, pero es sólo parte de su maquillaje.
– ¿Marcado al nacer? -Mira casi resopló-. No suscribo tal hipótesis. La familia, el entorno, la educación, las elecciones tanto morales como inmorales que tomamos nos convierten en lo que somos. No nacemos monstruos o santos.
– Pero hay expertos que creen que sí. -Y tenía una a su disposición, se dijo Eve.
Mira le leyó tan fácilmente el pensamiento que no pudo evitar sentirse herida en su orgullo.
– Si deseas consultar este asunto con la doctora Ott, eres muy libre de hacerlo. Estoy segura de que estará encantada.
Eve no supo si hacer una mueca o sonreír. Mira raras veces hablaba con irritación.
– No era mi intención cuestionar tus aptitudes, doctora. Pero necesito algo con que golpear, y tú no puedes proporcionármelo.
– Déjame decirte lo que pienso acerca de si somos marcados al nacer, teniente. Creo que es un puro y simple escurrir el bulto al problema. Una muleta. No pude evitar prender fuego a ese edificio y quemar a cientos de personas vivas. Conclusión: nací pirómano. No pude evitar matar a palos a esa anciana por un puñado de créditos. Conclusión: mi madre era ladrona.
Le enfurecía pensar que se utilizaba ese ardid para esquivar responsabilidades, además de para dejar marcados a quienes no podían defenderse de los monstruos que los parieron.
– Esa teoría nos exime de humanidad, de moralidad -continuó-, de distinguir el bien del mal. Nos permite decir que fuimos marcados en el útero materno y nunca tuvimos una oportunidad. -Ladeó la cabeza-. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.
Eve dejó la taza con brusquedad.
– No estamos hablando de mí. No hablamos de dónde vengo o en qué me he convertido, sino de cuatro personas que no tuvieron una oportunidad, que yo sepa. Y alguien tiene que responder de ello.
– Una cosa -añadió Mira cuando Eve se puso de pie-. ¿Te has concentrado en ese tipo por los ultrajes que te ha hecho a ti y al hombre que amas, o por los muertos a los que representas?
– Tal vez por ambos -admitió Eve al cabo de un momento.
No habló con Reeanna enseguida. Quería un poco de tiempo para dejarlo reposar en la mente. Y se vio obligada a posponerlo al encontrar a Nadine Furst en su oficina.
– ¿Cómo has pasado los dispositivos de seguridad?
– Oh, tengo mis métodos. -Nadine balanceó la pierna y le dedicó una sonrisa amistosa-. Y la mayoría de los polis de aquí saben que tú y yo nos conocemos desde hace tiempo.
– ¿Qué quieres?
– No diría que no a un café.
De mala gana, Eve se volvió hacia el Autochef y ordenó dos tazas.
– Sé breve, Nadine. El crimen está muy extendido en esta ciudad.
– Y eso nos mantiene a las dos ocupadas. ¿Qué te hizo salir anoche, Dallas?
_¿Qué?
– Vamos, me hallaba en la fiesta. Mavis estuvo increíble, por cierto. Primero tú y Roarke desaparecéis. -Nadine bebió un sorbo con delicadeza-. No es preciso ser una reportera astuta como yo para imaginar de qué se trata. -Juntó las cejas y soltó una risita al ver que Eve la miraba fijamente-. Pero tu vida sexual no es ninguna novedad, al menos para mí.
– Nos estábamos quedando sin croquetas de gambas, de modo que bajamos a la cocina e hicimos más.
– Ya, ya. -Nadine hizo un gesto con la mano y se concentró en el café. Ni en los más altos peldaños del canal 75 raras veces se tenía acceso a tan poderoso brebaje-. Entonces advierto, siendo lo observadora que soy, que te llevas de ahí a Jess Barrow al final del número. Y ya no volvéis. Ninguno de los dos.