– Nos dimos un frenético revolcón -repuso Eve secamente-. Eres muy libre de sacarlo en crónicas de sociedad.
– Y yo me estoy tirando a un androide sexual de un solo brazo.
– Siempre te ha gustado explorar.
– La verdad, lo probé en una ocasión, pero me estoy apartando del tema. Roarke, con su estilo encantador, logra mover de allí a los invitados rezagados y conduce a los parásitos a la sala recreativa, con un gran equipo de holograma, por cierto, y nos comunica tu pesar. ¿La llamada del deber? -Ladeó la cabeza-. Qué raro. En mi escáner policial no consta que hayan hecho salir a esas horas de la noche a nuestra brillante detective de homicidios.
– En tu escáner no sale todo, Nadine. Y yo soy un soldado más. Voy cuando y a donde me mandan.
– Cuéntaselo a otro. Sé lo unida que estás a Mavis. Sólo algo de alto nivel te habría hecho perder su gran momento.- Se inclinó hacia adelante-. ¿Dónde está Jess Barrow, Dallas? ¿Y qué demonio ha hecho?
– No tengo nada que decirte, Nadine.
– Vamos, Dallas, ya me conoces. Lo guardaré para mí hasta que me des luz verde. ¿A quién ha matado?
– Cambia de canal -aconsejó Eve. Luego sacó su comunicador cuando éste sonó-. Sólo visualizar, desconectar audio.
Leyó la transmisión de Peabody, y pidió mediante el teclado que se reunieran, con Feeney incluido, en veinte minutos. Dejó el comunicador en el escritorio y se volvió hacia el Autochef para ver si había patatas de soja. Necesitaba comer algo para contrarrestar la cafeína.
– Tengo trabajo, Nadine -dijo, tras descubrir que no había nada salvo un sándwich de huevo irradiado-. Y nada de aumentar tu índice de audiencia.
– Me estás ocultando algo. Sé que tienes a Jess detenido. Tengo informadores en Detenciones.
Disgustada, Eve se volvió. En Detenciones siempre había filtraciones.
– No puedo ayudarte.
– ¿De qué vas a acusarle?
– Los cargos aún no pueden divulgarse.
– Maldita sea, Dallas.
– Estoy justo en el borde, y podría caer en una u otra dirección -replicó Eve-. No me empujes. Y cuando esté autorizada para hablar sobre el caso con los medios de comunicación, tú serás la primera. Tendrás que conformarte con eso.
– Dirás que tengo que conformarme con nada. -Nadine se puso de pie-. Vas tras algo importante, o no te mostrarías tan altanera. Sólo te pido… -Se interrumpió cuando Mavis irrumpió en la oficina.
– Por Dios, Dallas, ¿cómo has podido detener a Jess? ¿Qué te propones?
– Maldita sea, Mavis. -Eve vio a Nadine aguzar sus oídos de periodista-. Tú, largo de aquí -ordenó.
– Ten compasión, Dallas. -Nadine se aferró a Mavis-. ¿No ves lo alterada que está? Déjame traerte un café, Mavis.
– He dicho largo, y hablo en serio. -Eve se frotó la cara-. Lárgate, Nadine, o te pondré en la lista de bloqueo.
Como amenaza tenía garra. Estar en la lista de bloqueo informativo significaba que no habría un solo policía en la brigada de homicidios que informara a Nadine de la hora correcta, y mucho menos del protagonista de una noticia.
– Está bien. Pero no voy a dejarlo correr. -Había otras formas de indagar, pensó Nadine, y otros métodos.
Cogió el bolso y tras lanzar una última mirada furibunda a Eve, salió.
– ¿Cómo has podido? -preguntó Mavis-. Dallas, ¿cómo has podido hacerme esto?
Para asegurarse cierta privacidad Eve cerró la puerta. El dolor de cabeza había trazado un círculo completo y ahora le palpitaba detrás de los ojos.
– Es mi trabajo.
– ¿Tu trabajo? -Mavis tenía los ojos enrojecidos de llorar. Era conmovedor el modo en que hacían juego con los mechones azul cobalto de su cabello escarlata-. ¿Qué hay de mi carrera? Cuando por fin me llega la oportunidad que estaba esperando, y por la que he trabajado duro, vas y encierras a mi socio. ¿Y por qué? -Le tembló la voz-. Porque se te insinúa y eso cabrea a Roarke.
– ¿Qué? -Eve abrió la boca e hizo un esfuerzo por articular las palabras-: ¿De dónde demonios has sacado esa idea?
– Acabo de hablar con él. Está destrozado. No puedo creer que hayas jugado de ese modo, Dallas. -Se echó a llorar de nuevo-. Sé que para ti lo primero es Roarke, pero hace mucho que nos conocemos.
En ese momento, con Mavis llorando ruidosamente, Eve habría estrangulado alegremente a Jess Barrow.
– Sí, hace mucho que nos conocemos, y deberías saber que no estaba jugando. No detengo a nadie sólo porque me parezca molesto. ¿Por qué no te sientas?
– ¡No quiero sentarme! -aulló Mavis.
Eve hizo una mueca de dolor cuando el sonido penetró de lleno en su cerebro como la punta de un cuchillo.
– Pues yo sí. -Se dejó caer en la silla. ¿Cuánto podía contar a un civil sin ponerse en peligro? ¿Y cuánto peligro estaba dispuesta a correr? Volvió a mirar a Mavis y suspiró. Cuanto fuera necesario-. Jess es el primer sospechoso de cuatro muertes.
– ¿Cómo? ¿Te has vuelto loca desde ayer noche? Jess jamás…
– Basta -replicó Eve-. Todavía no tengo pruebas, pero estoy en ello. Sin embargo tengo otros cargos, y serios. Ahora, si paras de lloriquear y te sientas de una vez, te lo explicaré.
– Ni siquiera te quedaste hasta el final de la actuación. -Mavis consiguió desplomarse en una silla, pero siguió lloriqueando.
– Oh, Mavis. Lo siento. -Le tendió una mano. No servía para consolar a la gente-. No pude… no podía hacer otra cosa. Jess está involucrado en el control de la mente.
– ¿Qué? -Era una afirmación tan descabellada viniendo de la persona más sensata que conocía, que Mavis dejó de llorar y sorbió por la nariz, boquiabierta.
– Ha desarrollado un programa para tener acceso al patrón de las ondas cerebrales e influir en la conducta. Y lo ha utilizado conmigo, con Roarke y contigo.
– ¿Conmigo? Esto me recuerda a Frankestein. Jess no es un científico loco. Es un músico.
– Es ingeniero y musicólogo, pero sobre todo un cabrón.
Eve respiró hondo, luego le explicó más de lo que creía necesario. A Mavis se le secaron las lágrimas y se le endureció la mirada.
– Me utilizó para contactar contigo y con Roarke. Sólo fui un trampolín. Una vez que lo lancé hacia ti, empezó a joderte la mente.
– No ha sido culpa tuya. Basta ya -ordenó Eve cuando los ojos de Mavis empezaron a brillar de nuevo-. Hablo en serio. Estoy cansada y muy presionada, y creo que me va a estallar la cabeza. Lo último que necesito ahora son tus lágrimas. No ha sido culpa tuya. Te utilizó, lo mismo que a mí. Esperaba que Roarke apoyara su proyecto. Eso no me hace menos policía, ni a ti menos artista. Eres buena, y serás aún más buena. Él sabía que podías hacerlo y por eso te utilizó. Está demasiado orgulloso de su talento para asociarse con una inútil.
Mavis se llevó la mano a la nariz.
– ¿De verdad? -dijo con tan tímida esperanza que hizo comprender a Eve hasta qué punto la había herido en su amor propio.
– De verdad. Eres genial, Mavis. Te lo aseguro.
– Está bien. -Se secó los ojos-. Supongo que me dolió que no te quedaras hasta el final. Leonardo me dijo que era tonta. Que no te habrías ido si no hubieras tenido que hacerlo. -Respiró hondo alzando y dejando caer sus delgados hombros-. Entonces Jess me llamó y me soltó todo ese cuento. No debí creerle.
– No importa. Aclararemos el resto más tarde. Tengo mucho que hacer, Mavis. No tengo tiempo que perder.
– ¿Crees que mató a alguien?
– Eso es lo que tengo que averiguar. -Eve se volvió al oír llamar a la puerta.
Peabody se asomó vacilante.
– Lo siento, teniente. ¿Espero fuera?
– No, ya me iba. -Mavis sorbió por la nariz, se levantó y sonrió con tristeza-. Siento el mar de lágrimas y demás.
– Ya está olvidado. Te llamaré cuando pueda. No te preocupes por nada.
Mavis asintió, y bajó los párpados para ocultar el fuego que echaba por los ojos. Se proponía hacer algo más que preocuparse.