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– ¿Todo bien por aquí, teniente? -preguntó Peabody en cuanto Mavis las dejó a solas.

– La verdad, Peabody, todo está jodido. -Eve se sentó y se masajeó las sienes para aliviar el dolor-. Mira no cree que nuestro sospechoso tenga el perfil del asesino. Y la he herido en sus sentimientos porque voy a acudir a otra experta. Nadine Furst se huele algo, y he partido el corazón de Mavis y le he dejado el ego por los suelos.

Peabody esperó unos instantes.

– Bueno, aparte de eso, ¿qué tal las cosas?

– Genial. -Eve sonrió-. Maldita sea, prefiero mil veces un bonito y claro asesinato que esta porquería fisiológica.

– Ésos eran buenos tiempos. -Peabody se hizo a un lado y Feeney entró-. Bueno, ya tienes la banda al completo.

– Manos a la obra. ¿Novedades? -preguntó Eve a Feeney.

– El equipo de recogida de pruebas encontró más discos en el estudio del sospechoso, pero hasta la fecha no corresponden a las víctimas. Solía hacer comentarios sobre su trabajo. -Incómodo, Feeney cambió de postura. Jess había sido muy explícito al especular sobre los resultados, incluyendo el impulso sexual que había dado a Eve y Roarke-. Anotaba nombres, horas, ah, y clase de sugestión. No hay ninguna mención de los cuatro muertos. He revisado sus sistemas de comunicaciones; nada.

– Bueno, eso es fabuloso.

Feeney volvió a cambiar de postura y empezó a ruborizarse.

– Lo he precintado para que sólo tú la veas. Ella frunció el entrecejo.

– ¿Porqué?

– Esto… habla mucho de ti. A nivel personal. -Clavó la vista más allá de Eve-. De nuevo es muy explícito en sus especulaciones.

– Sí, dejó claro que estaba muy interesado en mi cabeza.

– No sólo en esa parte de tu anatomía. -Feeney suspiró-. Consideraba que sería un experimento divertido intentar…

_¿Qué?

– Influenciar tu comportamiento hacia él… de forma sexual.

Eve resopló. No sólo eran las palabras, sino la forma tan formal de pronunciarlas por parte de Feeney.

– ¿Creía que podía utilizar su juguete para llevarme a la cama? Genial. Podemos acusarle de otro cargo. Intención de acoso sexual.

– ¿Me nombra a mí? -quisó saber Peabody y recibió una mirada furibunda de Eve.

– Eso ha sido de mal gusto, oficial.

– Simple curiosidad.

– Estamos aumentando la condena -siguió Eve-, pero no tenemos pruebas del asunto grande. Y el análisis de Mira va en contra nuestra.

Peabody respiró hondo y probó suerte.

– ¿Te has planteado que ella podría tener razón? ¿Que él podría no ser el culpable?

– Sí, lo he hecho. Y me aterroriza la idea. Si ella tiene razón, entonces hay alguien ahí fuera con un juguete para manipular cerebros. Así que confiemos en que hemos encerrado a nuestro hombre.

– Hablando de nuestro hombre -interrumpió Feeney-, has de saber que se ha puesto en manos de abogados.

– Me lo suponía. ¿Alguien que conozcamos?

– Leanore Bastwick.

– Cielos, el mundo es un pañuelo.

– Esa mujer quiere ganar puntos a tu costa, Dallas. -Feeney sacó un paquete de frutos secos y ofreció a Peabody-. Está deseosa de ponerse manos a la obra. Quiere hacer una rueda de prensa. Corre la voz de que le cobra los honorarios mínimos, que sólo lo hace para hundirte, y que para eso organizó la rueda de prensa.

– Ya puede atacar. Podemos posponer la rueda de prensa veinticuatro horas. Confiemos en que hayamos encontrado algo consistente para entonces.

– He averiguado algo que podría llevarnos a alguna parte -comentó Peabody-. Mathias asistió dos semestres al Instituto de Tecnología de Massachusetts. Por desgracia, eso fue tres años después de que Jess obtuviese su licenciatura, pero Jess utilizó su categoría de alumno para acceder a los datos de los archivos. También enseñó musicología a través un programa optativo clase E que la universidad cargó en las ofertas de la biblioteca. Mathias hizo ese curso durante su último semestre.

Eve sintió una subida de tensión.

– Buen trabajo, Peabody. Por fin tenemos una conexión. Tal vez hemos estado buscado donde no tocaba. Pearly fue la primera víctima que conocemos. ¿Y si es el único que estaba en contacto con los demás? Podría tratarse de algo tan simple como su interés por los juegos electrónicos.

– Ya hemos buscado en esa dirección.

– Pues vuelve a hacerlo -ordenó Eve a Peabody-. Y más a fondo. No todos los circuitos son legales. Si Mathias fue utilizado para desarrollar ese sistema, debió de jactarse de ello. Los piratas aficionados utilizan toda clase de compu-nombres. ¿Puedes averiguar el suyo?

– Con tiempo -accedió Feeney.

– Puedes ponerte en contacto con Jack Carter. Era su compañero de habitación en el Olympus. Tal vez pueda ayudarte. Peabody, llama al hijo de Devane y mira e intenta sonsacarle desde este ángulo. Yo me centraré en Fitzhugh. -Echó un vistazo al reloj-. Pero primero haré una visita. Puede que consiga ahorrar algunos pasos.

Eve tenía la sensación de haber retrocedido al punto de partida en busca de una conexión. Tenía que haber alguna, e iba a tener que mezclar a Roarke en ello. Lo llamó desde el telenexo del coche.

– Hola, teniente. ¿Qué tal la siesta?

– Demasiado corta. ¿Tienes para mucho en la oficina?

– Unas horas. ¿Por qué?

– Me gustaría pasarme por allí. Ahora mismo. ¿Puedes hacerme un hueco?

Él sonrió.

– Eso siempre.

– Es un asunto de trabajo -explicó Eve, y cortó la comunicación sin devolverle la sonrisa. A continuación puso a prueba la conducción automática y programó su destino. Luego volvió a utilizar el telenexo-. Nadine.

Nadine ladeó la cabeza y le lanzó una mirada glacial.

– Teniente.

– A las nueve en mi oficina.

– ¿Llevo un abogado?

– Mejor lleva la grabadora. Tendrás la primicia de la rueda de prensa sobre Jess de mañana.

– ¿Qué rueda de prensa? -Mejoró la imagen y el tono de voz cuando Nadine pasó a confidencial y se puso auriculares-. No hay ninguna programada.

– La habrá. Si quieres la primicia y el informe oficial, estáte a las nueve.

– ¿Cuál es la trampa?

– El senador Pearly. Tráeme todo. No los datos oficiales, sino lo que se han callado. Pasatiempos, lugares de recreo, contactos clandestinos.

– Pearly estaba limpio.

– No tienes por qué no estarlo para jugar en la clandestinidad, sólo necesitas tener curiosidad.

– ¿Y qué te hace pensar que puedo acceder a datos confidenciales acerca de un funcionario del gobierno?

– Porque eres tú, Nadine. Envíame los datos a la terminal de mi casa y nos veremos a las nueve. Les sacarás a todos dos horas de ventaja. Piensa en el índice de audiencia.

– Eso hago. Trato hecho -replicó, y cortó la comunicación.

Mientras Eve introducía con suavidad el vehículo en el aparcamiento de la oficina de Roarke situada en la periferia del centro de la ciudad, empezó a pensar con más benevolencia en el departamento de mantenimiento de vehículos. Su plaza de VIP la esperaba, y bajó la pantalla de seguridad en cuanto apagó el motor.

El ascensor le aceptó la palma de la mano y la llevó a la tercera planta en un silencioso y decoroso trayecto. Nunca se acostumbraría a ello.

La secretaria personal de Roarke le sonrió radiante, le dio la bienvenida y la condujo a través de las oficinas externas y por el pasillo de diseño funcional que llevaba al elegante pero eficiente despacho privado de Roarke.

Pero no estaba solo.

– Siento interrumpir. -Eve hizo un esfuerzo por no poner mala cara a Reeanna y William.

– En absoluto. -Roarke se acercó y la besó-. Ya hemos terminado.

– Tu marido es un negrero. -William estrechó afectuosamente la mano a Eve-. Si no hubieras venido, Reeanna y yo nos habríamos quedado sin cenar.