– Eso tú. -Reeana rió-. No piensas en otra cosa que en electrónica o en tu estómago.
– O en ti. ¿Quieres acompañarnos? -preguntó William a Eve-. Pensábamos probar el restaurante francés del pasillo aéreo.
– Los polis no comen -respondió Eve tratando de adaptarse al tono jocoso de la conversación-. Pero gracias.
– Necesitas combustible para acelerar el proceso de cicatrización -obervó Reeanna. Y entornó los ojos al hacerle un rápido y profesional examen-. ¿Algún dolor?
– Poca cosa. Te agradezco tus servicios. ¿Podría hablar contigo unos minutos sobre un asunto oficial? Si tienes tiempo después de comer.
– Desde luego. -Reeanna la miró intrigada-. ¿Puedo preguntar de qué se trata?
– De la posibilidad de hacerte una consulta sobre un caso en que estoy trabajando. Si estás dispuesta, te necesitaré mañana a primera hora.
– ¿Una consulta sobre un ser humano? Allí estaré.
– Reeanna está harta de máquinas -comentó William-. Lleva semanas amenazando con volver a montar una consulta privada.
– Realidad virtual, hologramas, autotrónica. -Reeanna puso sus bonitos ojos en blanco-. Me muero por tratar con algo de carne y hueso. Roarke acaba de instalarnos en la planta 32, ala oeste. Dentro de una hora habré terminado de comer con William. Nos reuniremos allí.
– Gracias.
– Oh, y Roarke -añadió Reeanna mientras se encaminaba con William a la puerta-. Nos encantaría que nos dieras pronto tu opinión personal de la nueva unidad.
– Y luego me llama negrero. Os la daré esta noche, antes de irme.
– Estupendo. Hasta luego, Eve.
– Comida, Reeanna. Estoy soñando con una coquille de Saint Jacques. -William se la llevó de allí riendo.
– No era mi intención interrumpir tu reunión -se disculpó Eve.
– No lo has hecho. Y deja que me tome un descanso antes de sumergirme en un montón de informes de progreso. He hecho que me transmitan todos los datos sobre esa unidad de realidad virtual que te preocupa. Me lo he mirado por encima, pero no he encontrado nada extraordinario de momento.
– Eso es algo. -Eve respiraría más tranquila en cuanto pudiera tachar esa posibilidad.
– William sin duda daría con el problema mucho antes -añadió él-. Pero como él y Ree estuvieron envueltos en el desarrollo, pensé que no querrías que lo hiciera.
– No. Prefiero que no transcienda.
– Reeanna estaba preocupada por ti. Al igual que yo.
– Estuvo examinándome. Es buena.
– Sí que lo es. Sin embargo… -Le tocó la frente con un dedo-. Te duele la cabeza.
– ¿Para qué utilizar escáneres cerebrales ilegales cuando puedes ver dentro de mi cabeza? -Eve le cogió el brazo antes de que Roarke lo dejara caer-. Yo no logro ver dentro de la tuya. Es indignante.
– Lo sé. -Roarke sonrió y le besó la frente-. Te quiero muchísimo.
– No he venido a esto -murmuró ella cuando él la rodeó con los brazos.
– Sólo un momento. Lo necesito. -Él sintió el tacto del diamante que Eve llevaba colgado del cuello, al principio de mala gana, y ahora de forma habitual-. Suficiente. -La soltó, satisfecho de que se hubiera dejado abrazar-. ¿Qué tienes en mente, teniente?
– Peabody ha encontrado una débil conexión entre Barrow y Mathias y quiero ver si es posible fortalecerla. ¿Sería muy complicado acceder a transmisiones clandestinas, utilizando los servicios del Instituto de Tecnología de Massachusetts como punto de partida?
A Roarke se le iluminaron los ojos.
– Me encantan los retos. -Rodeó el escritorio, encendió el ordenador y, tras abrir un panel escondido debajo, apretó manualmente un interruptor.
– ¿Qué es esto? -A Eve le entró dentera-. ¿Un sistema de bloqueo? ¿Acabas de impedir el acceso a Compuguardia?
– Eso sería ilegal, ¿no? -replicó él alegremente. Le dio una palmadita en la mano y añadió-: No hagas preguntas, teniente, si no te gusta oír las respuestas. Veamos, ¿qué período en concreto te interesa?
Con cara larga, Eve sacó su tarjeta-agenda y consultó las fechas de la asistencia de Mathias al ITM.
– Estoy investigando a Mathias en particular. Aún no sé qué nombres utilizaba. Feeney los está averiguando.
– Oh, creo que puedo averiguarlos por ti. ¿Por qué no te ocupas de encargar una comida? No hay razón para que nos quedemos sin comer.
– ¿Coquille de Saint Jacques? -preguntó ella secamente.
– No, un bistec. Poco hecho. -Roarke sacó un teclado y se puso a trabajar.
19
Eve comía de pie, inclinada sobre el cuello de Roarke. Finalmente él se hartó y la pellizcó.
– Atrás.
– Sólo trato de ver -replicó ella, pero retrocedió-. Llevas media hora con eso.
Él imaginó que con el equipo disponible en comisaría, incluso Feeney habría tardado el doble de tiempo para llegar a ese mismo punto.
– Querida Eve, hay capas y más capas -repuso. Luego suspiró al ver que ella lo miraba con el gesto torcido-. Por eso es clandestino. He localizado dos de los nombres en clave que utilizó nuestro joven y experto en electrónica. Tendrá más, pero el ordenador tarda un poco en descodificar transmisiones.
Puso la máquina en automático para disfrutar de su comida.
– Son simples juegos, ¿verdad? -Eve cambió de postura para ver las cifras y extraños símbolos que iban apareciendo en la pantalla-. Niños grandes jugando a sociedades secretas. Sólo son clubes de alta tecnología.
– Más o menos. La mayoría de nosotros disfrutamos con ello. Juegos, fantasías, el anonimato de una máscara que nos permite fingir por un tiempo que somos otra persona.
Juegos, pensó ella. Tal vez todo se reducía a un juego, y ella no había estudiado con suficiente atención las reglas y los jugadores.
– ¿Qué hay de malo en ser quien eres?
– Para muchos no es suficiente. Y esta clase de cosas atrae a los solitarios y egocéntricos.
– Y fanáticos.
– Desde luego. Los servicios electrónicos, sobre todo los clandestinos, proporcionan a los fanáticos un foro abierto. -Arqueó una ceja y cortó un trozo de bistec-. También proporcionan un servicio educacional, informativo, intelectual… Y puede ser un pasatiempo perfectamente inofensivo. Recuerda que son legales. Aun cuando los clandestinos no pueden ser regulados muy de cerca. Y eso ocurre porque es casi imposible hacerlo. Y cuesta una fortuna.
– El departamento de electrónica los mantiene a raya.
– Hasta cierto punto. Fíjate en esto. -Roarke se volvió, pulsó varias teclas e hizo aparecer una imagen en una de las pantallas de la pared-. ¿Lo ves? No es más que una divertida diatriba sobre una nueva versión de Camelot. Un programa de rol multiusuario, con holograma optativo -explicó-. Todos quieren ser el rey. Y aquí -señaló otra pantalla- hay un anuncio muy directo en busca de pareja para Erótica, un programa de realidad virtual de fantasías sexuales, doble mando a distancia obligatorio. -Sonrió al ver a Eve fruncir el entrecejo-. Las fabrica una de mis compañías. Es muy popular.
– Estoy segura. -No le preguntó si lo había probado. Ciertos datos prefería ignorarlos-. No lo entiendo. Puedes pagar por tener compañía legal, probablemente por menos precio de lo que cuesta ese programa. Y tienes relaciones sexuales con alguien de carne y hueso. ¿Para qué necesitas esto?
– Fantasía, querida. Todo se resume en tener el control o renunciar a él. Y puedes ejecutar el programa una y otra vez, con casi infinitas variaciones. De nuevo es algo emocional y mental. Todas las fantasías lo son.
– Incluso las fatales -añadió ella-. ¿No es eso a lo que se reduce todo? A tener el control. El control supremo sobre el estado de ánimo y la mente de alguien. Ni siquiera saben que están jugando. Ése es el gran secreto. Todo lo que necesitas es un enorme ego y pocos escrúpulos. Mira dice que Jess no encaja.
– Ése es el problema entonces.