Varias plantas más arriba, Roarke revisaba los nuevos datos sobre Mathias tarareando. No estaban yendo a ninguna parte, pensó. Volvió a poner el automático y se concentró en los datos de la nueva unidad de realidad virtual. ¿No era extraño, e interesante, que algunos de los componentes de la mágica consola de Jess Barrow aparecieran casi exactos en su nueva unidad?
Murmuró una maldición cuando sonó el telenexo interno.
– No quiero interrupciones.
– Lo siento, señor. Pero está aquí una tal Mavis Feestone. Dice que querrá verla.
Puso el segundo ordenador en automático y bloqueó tanto el audio como el vídeo.
– Hazla pasar, Caro. Y puedes irte. Ya no te necesitaré.
– Gracias. La acompañaré personalmente.
Roarke frunció el entrecejo y cogió la unidad de RV que Reeanna le había dejado para que le diera su opinión. Unos cuantos ajustes y estaría lista para el nuevo lanzamiento. Estaba cargada de opciones subliminales, y eso explicaba la coincidencia. Pero le traía sin cuidado. Empezaba a considerar la posibilidad de que hubiera filtraciones en su equipo de Investigación y Desarrollo.
Se preguntó qué modificaciones había introducido William para la segunda serie de fabricación, e introdujo un disco en el ordenador supletorio. Podía seguir los datos mientras hablaba con Mavis.
La máquina emitió un pitido y empezó a cargar el disco cuando la puerta se abrió.
– Toda la culpa es mía, toda. Y no sé qué hacer.
Roarke rodeó el escritorio, cogió las manos de Mavis y lanzó una mirada de complicidad a su desconcertada ayudante.
– Vete a casa. Yo me ocuparé de ella. Oh, y deja el dispositivo de seguridad abierto para mi esposa, por favor. Siéntate, Mavis. -La condujo a una silla y le acarició la cabeza-. Respira hondo y no llores. ¿Qué ha sido culpa tuya?
– Jess. Me utilizó para llegar a ti. Dallas dijo que no era culpa mía, pero he estado dándole vueltas y sí lo es. -Sorbió ruidosamente por la nariz-. Tengo esto -añadió refiriéndose al disco que sostenía.
– ¿Y qué es?
– No lo sé. Tal vez sea una prueba. Quédatelo.
– Está bien. -Roarke lo cogió-. ¿Por qué no se lo has dado a Eve?
– Iba,a hacerlo… Pensé que la encontraría aquí. No creo que nadie sepa que lo tengo. No se lo comenté ni siquiera a Leonardo. Soy horrible -concluyó.
Otras mujeres histéricas se habían cruzado en su camino, pensó Roarke. Se guardó el disco en el bolsillo y ordenó un calmante suave.
– Aquí tienes. Bébetelo. ¿Qué clase de pruebas crees que puede contener, Mavis?
– No lo sé. No me odias, ¿verdad?
– Querida, te adoro. Bébetelo.
– ¿De veras? -Se lo bebió obediente-. Me gustas, Roarke, y no sólo porque nadas en créditos y demás. Me alegra que lo hagas, porque la pobreza es un asco.
– Desde luego.
– Y en todo caso la haces muy feliz. Ella no sospecha siquiera lo feliz que es porque nunca lo ha sido. ¿Entiendes?
– Sí. Ahora respira hondo tres veces. ¿Lista?. Uno.
– Está bien. -Mavis así lo hizo, muy seria, con los ojos clavados en él-. Sabes cómo tranquilizar a la gente. Apuesto a que ella no te deja hacerlo muy a menudo.
– Es cierto, no me deja. O no se entera cuando lo hago. -Roarke sonrió-. La conocemos bien, ¿eh, Mavis?
– Y la queremos. Lo siento tanto. -Mavis se echó a llorar de nuevo, pero esta vez silenciosamente-. Lo comprendí después de poner el disco que te he dado. Al menos lo comprendí en parte. Es una copia de la grabación del vídeo. La saqué a hurtadillas. Quería guardarlo para la posteridad, ya sabes. Pero hay un comentario después. -Se miró las manos-. Es la primera vez que lo pongo y lo escucho. Le dio una copia a Dallas, pero él hizo comentarios después de esta versión, sobre… -Se interrumpió y levantó los ojos, repentinamente secos-. Quiero que le hagas daño. Mucho daño. Ponlo a partir de donde lo he dejado.
Roarke se levantó y deslizó el disco en la unidad de recreo. La pantalla se llenó de luz y música, a continuación el volumen y la intensidad disminuyeron para dejar oír la voz de Jess.
«No estoy seguro de qué resultados tendrá. Algún día descubriré la llave para entrar en la fuente. De momento sólo puedo especular. La sugestión se realiza en la memoria. La recreación del trauma. Hay algo detrás de las sombras que pueblan la mente de Dallas. Algo fascinante. ¿En qué soñará esta noche después de escuchar el disco? ¿Cuánto tardaré en seducirla para compartir todo esto con ella? ¿Qué secretos esconde? Es tan divertido especular. Sólo estoy esperando que se me presente la oportunidad para intervenir en el lado más oscuro de Roarke. Oh, sí, tiene uno, y está tan cerca de la superficie que casi se ve. Imaginarlos juntos comportándose como animales me hace estremecer. No puedo pensar en dos individuos más fascinantes para este proyecto. Dios bendiga a Mavis por haberme abierto la puerta. Dentro de seis meses conoceré tan bien a los dos, adivinaré de forma tan clara sus reacciones, que seré capaz de conducirlos exactamente a donde quiero. Entonces no habrá límites para la fama, la fortuna y los halagos. Me convertiré en el padre del placer virtual.»
Roarke permaneció en silencio hasta que el disco acabó. No lo retiró, convencido de que lo estrujaría si lo hacía.
– Ya le he hecho daño -dijo al fin-. Pero no lo bastante, ni mucho menos. -Se volvió hacia Mavis. Esta se había levantado y permanecía de pie, pequeña como una hada, con un vestido de gasa rosa algo atrevido-. Tú no tienes la culpa de esto.
– Puede que sea cierto. Tengo que averiguarlo. Sólo sé que no habría llegado tan cerca de ella, o de ti, sin mí. ¿Crees que servirá para que siga encerrado?
– Creo que tardará mucho en salir. ¿Me lo dejas?
– Sí. Ahora me voy.
– Siempre eres bien recibida aquí. -A Mavis le tembló la boca.
– Si no fuera por Dallas, habrías corrido como un loco en dirección contraria la primera vez que me viste.
Él se acercó a ella y la besó en la boca con determinación.
– Y habría sido un error, y una pérdida. Te pediré un taxi.
– No tienes por qué…
– Te estará esperando en la entrada principal. -Ella se frotó la nariz.
– ¿Una de esas limusinas súper?
– Desde luego.
La acompañó hasta la puerta y esperó pensativo a que ésta se cerrara. Confiaba en que el disco bastara para agarrar un poco más firme a Jess. Pero seguía sin demostrar el asesinato. Volvió y ordenó a los dos ordenadores visualizar en pantalla.
Sentado tras su escritorio, cogió las gafas de RV y estudió los datos.
Eve miró el paralizador. Desde su ángulo no estaba segura de en qué posición estaba. Un disparo podía causar desde una ligera molestia y una parálisis parcial hasta la muerte, y ella lo sabía.
– Es ilegal que un civil tenga en su poder o utilice ese arma -replicó fríamente.
– No creo que sea particularmente relevante, dadas las circunstancias. Quítate la tuya despacio y con la punta de los dedos, y déjala en el escritorio. No quiero hacerte daño -añadió Reeanna al ver que Eve no se movía-. Nunca he querido. Pero haré lo que sea necesario.
Eve alargó la mano despacio hacia el arma que llevaba en el costado.
– Y no se te ocurra utilizarla. No he puesto esto al máximo, pero bastará para impedirte utilizar las extremidades durante días. Y aunque las posibles lesiones cerebrales no son necesariamente permanentes, son muy inoportunas.
Eve conocía muy bien el alcance de esa arma, y se quitó la suya con cuidado. La dejó en un extremo del escritorio.
– Tendrás que matarme, Reeanna. Pero tendrás que hacerlo en persona. No será como con los demás.
– Voy a tratar de evitarlo. Un viaje de RV breve, sin dolor, incluso agradable, y podremos amañar tu memoria y cambiar de blanco. Hacías bien en apuntar hacia Jess, Eve. ¿Por qué no sigues haciéndolo?