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– ¿Por qué mataste a esas cuatro personas?

– Se mataron ellas, Eve. Tú misma estabas allí cuando Cerise Devane se tiró del edificio. Tienes que creer lo que ves con tus propios ojos. -Suspiró-. O casi todo. No sueles hacerlo, ¿verdad?

– ¿Por qué los mataste?

– Sólo los animé a poner fin a sus vidas de un modo y en un momento determinados. ¿Y por qué? -Reeanna encogió sus encantadores hombros y añadió-: Porque sabía cómo hacerlo.

Esbozó una sonrisa cautivadora y soltó su risa cristalina.

20

Peabody o Feeney no tardarían en localizar la llamada, calculó Eve. Sólo necesitaba tiempo, y tenía el presentimiento de que Reeanna se lo daría. Ciertos egos, al igual que ciertas personas, se alimentaban de continua admiración. Reeanna encajaba en ambas categorías.

– ¿Trabajabas con Jess?

– ¿Con ese aficionado? -Reeanna descartó la idea con un gesto-. Era pianista. No es que careciera de cierto talento para la ingeniería elemental, pero le faltaba visión… y agallas -añadió con una sonrisa felina-. Por lo general, las mujeres tienen más coraje y son más maliciosas que los hombres, ¿no te parece?

– No. El coraje y la malicia no tienen sexo.

– Entiendo. -Decepcionada, Reeanna apretó los labios-. En cualquier caso, me carteé con él brevemente hace un par de años. Intercambiamos ideas y teorías. El anonimato de los servicios electrónicos clandestinos resulta muy útil. Yo disfrutaba con sus pedanterías y lo halagaba para que compartiera parte de sus descubrimientos técnicos. Pero estaba muy por delante de él. La verdad, jamás pensé que llegara lo lejos que parece haber llegado. Supongo que se trata de un alterador del ánimo con alguna clase de sugestión directa. -Ladeó la cabeza-. ¿Me acerco bastante?

– Tú has ido más lejos.

– Oh, kilómetros. ¿Por qué no te sientas, Eve? Las dos estaremos más cómodas.

– Estoy bien de pie.

– Como quieras. Pero unos pasos atrás, si no te importa. -Hizo un ademán con el paralizador-. No me gustaría que intentaras recuperar tu arma. Me vería obligada a utilizar ésta, y me molesta desaprovechar tan buen público.

Eve retrocedió un paso. Pensó en Roarke, varias plantas más arriba. No bajaría a buscarla. Al menos no tenía que preocuparse por él. Como mucho llamaría si daba con algo, de modo que estaba a salvo. Y ella podía entretenerla para ganar tiempo.

– Eres médico psiquiatra. Te has pasado años estudiando para ayudar la condición humana. ¿Qué sentido tiene quitar vidas cuando te han enseñado a salvarlas?

– Tal vez esté marcada desde el nacimiento. -Recanna sonrió-. Oh, ya sé que no te gusta esa teoría. Sólo la habrías utilizado para respaldar tu caso, pero no te gusta. No sabes de dónde vienes, ni de qué. -Vio brillar los ojos de Eve y asintió con la cabeza-. Estudié todos los datos disponibles sobre Eve Dallas tan pronto me enteré de que Roarke se había liado con ella. Estoy muy unida a él, y en un momento dado acaricié la idea de hacer de nuestro breve affaire algo más permanente.

– ¿Te dejó tirada?

A Reeanna se le heló la sonrisa en los labios.

– Esto ha sido un golpe bajo, indigno de ti. No, no lo hizo. Simplemente tomamos caminos diferentes. Me sentí intrigada cuando él se interesó tanto por una policía. La verdad, no eres su tipo. Pero eres… interesante. Y me lo pareces aún más después de haber tenido acceso a tus datos.

Se sentó en los brazos de la silla de relajación sin dejar de apuntar el arma.

– La niña maltratada, encontrada en un callejón de Dallas. Destrozada, magullada, confusa. Que no recordaba cómo había llegado hasta allí, quién la había golpeado, violado, abandonado. Con la mente en blanco. Me pareció fascinante. Sin pasado, sin padres, sin tener ni idea de dónde procedía. Voy a disfrutar estudiándote.

– No meterás mano en mi cabeza.

– Oh, claro que sí. Incluso me lo propondrás tú, una vez hagas uno o dos viajes con la unidad que acabo de prepararte. Me entristece saber que olvidarás todo lo que estamos discutiendo aquí. Tienes una mente tan despierta, y tal derroche de energía. Pero nos dará la oportunidad de trabajar juntas. Le tengo mucho cariño a William, pero es tan… corto de miras.

– ¿Está muy involucrado?

– No sabe nada. La primera vez que probé la unidad amañada lo utilicé a él. Fue un gran éxito y eso simplificó las cosas. Podía darle instrucciones para que adaptara todas las unidades que le pedía. Es más rápido y sabe más de electrónica que yo. En realidad me ayudó a perfeccionar el diseño y personalizar la unidad que envié al senador Pearly.

– ¿Por qué lo hiciste?

– Otra prueba. Vociferaba demasiado sobre el uso incorrecto de los subliminales. Le encantaban los juegos, como estoy segura de que has descubierto, pero no paraba de exigir una regulación. Una censura. Y metía las narices en pornografía, consintiendo los mandos duales para adultos, los anuncios comerciales, el uso de la sugestión, y toda clase de cosas. Lo consideré como mi chivo expiatorio.

– ¿Cómo tuviste acceso al patrón de sus ondas cerebrales?

– Fue cosa de William. Es muy inteligente. Le llevó varias semanas de trabajo intenso, pero logró burlar las medidas de seguridad. -Ladeó la cabeza, disfrutando del momento-. En las altas esferas del Departamento de Policía y Seguridad de Nueva York también. Inyectó un virus allí, sólo para tener ocupado a vuestro departamento electrónico.

– Y así es como accediste a mi cerebro.

– Por supuesto. Mi William tiene muy buen corazón, y habría sufrido terriblemente al saber que tomaba parte vital en la coacción.

– Pero lo utilizaste, le hiciste participar en ello. Y sin ningún escrúpulo.

– Es cierto, lo hice sin escrúpulos. William lo hizo posible, pero si no hubiera sido él, lo habría hecho otro.

– El te ama. Salta a la vista.

Reeanna se echó a reír.

– Oh, vamos. Es un crío. Todos los hombres lo son cuando se trata de una figura femenina atractiva. Se limitan a cruzarse de brazos y suplicar. Es divertido, de vez en cuando irritante, y siempre útil. No me digas que nunca has utilizado con Roarke tus armas de mujer.

– No nos utilizamos.

– Tú te lo pierdes. -Pero Reeanna lo descartó con un ademán-. La prestigiosa doctora Mira me etiquetaría de caso sociopatológico con tendencias violentas y una necesidad incontenible de detentar el control. Una mentirosa patológica con una fascinación insana e incluso peligrosa por la muerte.

– ¿Y estarías de acuerdo con el diagnóstico, doctora Ott? -preguntó Eve al cabo de unos instantes.

– Desde luego. Mi madre se suicidó cuando yo tenía seis años. Mi padre nunca lo superó. Me dejó al cuidado de mis abuelos y se marchó para curarse. No creo que nunca lo hiciera. Pero vi el rostro de mi madre después de haber tragado aquel puñado de pastillas. Estaba muy atractiva y se le veía muy feliz. Así que, ¿por qué no puede ser la muerte causada por uno mismo una experiencia placentera?

– Pruébalo tú, a ver qué tal. -sugirió Eve. Luego sonrió-. Si quieres yo te ayudo.

– Tal vez algún día. Después de haber finalizado mi estudio.

– Entonces somos simples ratas de laboratorio; ni juguetes, ni juegos, sino experimentos. Androides para diseccionar.

– Exacto. Lamenté lo de Drew porque era joven y tenía potencial. Le hice unas consultas, en un arrebato, ahora me doy cuenta, cuando William y yo trabajamos en el refugio Olympus. Y se enamoró de mí. Era tan joven que me sentí halagada, y William es muy tolerante con las distracciones externas.

»Sencillamente sabía demasiado, de modo que le envié una unidad modificada con instrucciones de que se ahorcara. La verdad es que no habría sido necesario, pero él se negó a dejar nuestra relación. Eso significaba que tenía que morir, antes de que sanara de la ceguera que el encaprichamiento causa a los hombres y mirara demasiado de cerca.