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Acércate a la puerta, se dijo Eve conteniendo la respiración y aguzando el oído.

– Aquí no hay nadie más que tú y yo. ¿Quién se iba a enterar?

– Demasiados escrúpulos. No olvides que te conozco a fondo. He estado en tu cabeza. No serías capaz de superarlo.

Acércate a la puerta. Eso es, sigue. Sólo un poco más. Intenta salir, zorra, y te enterarás de lo que es bueno.

– Tal vez tengas razón. Tal vez sólo te deje lisiada. -Sujetando el arma con firmeza, Eve rodeó el escritorio a rastras. La puerta se abrió, pero en lugar de salir Reeanna, entró William.

– Reeanna, ¿qué estás haciendo a oscuras?

Mientras Eve se ponía de pie de un salto, Reeanna apretó el gatillo e hizo trizas el sistema nervioso de William.

– Oh, William, por el amor de Dios. -La voz de Reeanna traslució más irritación que preocupación.

Cuando él empezó a perder el equilibrio, Reeanna se abalanzó sobre Eve. Le clavó las uñas en el pecho mientras ambas caían al suelo.

Sabía dónde golpear. Le había curado cada herida y contusión, y ahora se las apretó y retorció. Con la rodilla le golpeó la cadera, y con el puño cerrado le alcanzó la rodilla herida.

Ciega de dolor, Eve lanzó el codo y le aplastó el cartílago de la nariz. Reeanna soltó un grito agudo y apretó los dientes.

– Arpía. -Eve la agarró del cabello y tiró de él. Luego, ligeramente avergonzada de aquel desliz, la golpeó con el arma por debajo de la barbilla-. Respira demasiado fuerte y te mato. Luces.

Jadeaba ensangrentada y con el cuerpo dolorido. Esperaba sentir satisfacción al ver el bonito rostro de su contrincante amoratado y manchado de la sangre que no cesaba de manarle de la nariz rota. Pero de momento estaba demasiado asustada.

– Voy a hacerlo de todos modos.

– No lo hagas -respondió Reeanna con voz serena, y esbozó una amplia y radiante sonrisa-. Lo haré yo -añadió. Y le torció la mano con que sostenía el arma hasta apoyarse el cañón en un lado del cuello-. Odio la cárcel. -Y sonriendo, disparó.

– Oh, Dios mío -exclamó Eve.

Se levantó tambaleante mientras el cuerpo de Reeanna seguía experimentando estertores, se acercó a William y le sacó del bolsillo el telenexo. Respiraba, pero le traía sin cuidado en ese momento.

Echó a correr.

– ¡Respóndeme, respóndeme! -gritó al telenexo encendiéndolo a tientas-. Roarke, oficina principal -ordenó-. Responde, maldita sea. -Y contuvo un grito cuando le fue negada la transmisión.

LÍNEA EN USO EN ESTOS MOMENTOS. POR FAVOR, ESPERE O VUELVA A INTENTARLO.

– Desbloquéate, hijo de perra. ¿Cómo se desbloquea este trasto? -Apretó el paso y corrió cojeando sin darse cuenta de que estaba llorando.

Oyó el eco de unos pasos que se aproximaban por el pasillo, pero no se detuvo.

– ¡Santo cielo, Dallas!

– Por aquí. -Pasó corriendo por el lado de Feeney y apenas oyó las preguntas de éste, presa del terror-. Peabody, ven conmigo. Deprisa.

Llegó al ascensor y aporreó los botones de llamada. -Deprisa, deprisa.

– Dallas, ¿qué ha ocurrido? -Peabody le tocó el hombro, pero se vio rechazada-. Estás sangrando. ¿Qué está ocurriendo aquí, teniente?

– Es Roarke. ¡Oh, Dios, por favor! -Las lágrimas le corrían por las mejillas, abrasándola, cegándola. Sudaba de pánico por todos los poros del cuerpo-. Lo va a matar. ¡Lo va a matar!

Peabody reaccionó y sacó el arma al entrar corriendo en el ascensor.

– Piso superior, ala este -gritó Eve-. ¡Vamos, vamos! -Lanzó el telenexo a Peabody y ordenó-: Desbloquéalo.

– Está estropeado. Se ha caído al suelo o algo así. ¿Quién tiene a Roarke?

– Reeanna. Está muerta. Muerta como Moisés. Pero va a matarlo. -Eve casi no podía respirar-. Lo detendremos. No importa lo que le haya dicho que haga, lo detendremos. -Volvió su mirada extraviada hacia Peabody-. No lo matará.

– Lo detendremos -respondió Peabody.

Ya habían cruzado las puertas antes de que estás se abrieran del todo. Eve fue aún más rápida pese a estar herida, pues el pánico le dio impulso. Tiró de la puerta, maldijo los dispositivos de seguridad y colocó bruscamente la mano en el lector de palmas. Chocó con Roarke cuando éste apareció en el umbral.

– Roarke. -Se arrojó a sus brazos y se habría fundido en él de haber podido-. Oh, Dios mío. Estás bien. Estás vivo.

– ¿Qué ha ocurrido? -Él la estrechó entre sus brazos mientras ella temblaba.

Pero Eve deshizo el abrazo con brusquedad, le sujetó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.

– Mírame. ¿La has probado? ¿Has probado la unidad de realidad virtual?

– No. Eve…

– Peabody, túmbalo si da un paso en falso. Y llama a los asistentes sanitarios. Hemos de hacerle un escáner cerebral.

– Y un cuerno. Pero adelante, Peabody, llámalos. Esta vez sí va a ir al centro médico, aunque tenga que dejarla inconsciente.

Eve retrocedió un paso, luchando por respirar mientras lo medía con la mirada. No sentía las piernas y se preguntó cómo podía seguir de pie.

– No lo has probado.

– Ya te he dicho que no. -Roarke se mesó los cabellos-. Esta vez me apuntaba a mí, ¿verdad? Debí imaginarlo. -Le volvió la espalda y vio por encima del hombro a Eve levantar el arma-. Vamos, baja esa maldita arma. No voy a suicidarme. Sólo estoy cabreado. Me he salvado por los pelos. La he encendido hace cinco minutos. «Docmente.» Doctora Mente. Ése es el nombre que utilizaba para jugar. Y sigue haciéndolo. Mathias se puso en contacto con ella docenas de veces el año pasado. Y he estudiado el informe de datos sobre la unidad, la que ella acababa de darme, y las estadísticas de los archivos. No las habían ocultado lo bastante.

– Ella sabía que lo averiguarías. Por eso… -Eve se interrumpió y respiró hondo. La cabeza le daba vueltas-. Por eso preparó una unidad expresamente para ti.

– La habría probado si no me hubieran interrumpido. -Pensó en Mavis y casi sonrió-. Dudo que Ree se esforzara mucho en alterar los datos. Sabía que yo confiaba en ella y en William.

– William no ha hecho nada, al menos de forma voluntaria.

Él se limitó a asentir. Observó la camisa hecha jirones y manchada de sangre de Eve, y preguntó:

– ¿Te ha herido?

– Casi toda la sangre es suya. -O eso creía-. No quería que la encerraran. -Resopló-. Está muerta, Roarke. Se ha suicidado. No pude detenerla. O tal vez no quise hacerlo. Me explicó… lo de la unidad, tu unidad. -Volvió a jadear-. Pensé que no llegaría a tiempo. No conseguía hacer funcionar el telenexo y no podía llegar aquí.

No oyó a Peabody cerrar la puerta para dejarlos a solas. En esos momentos le traía sin cuidado la intimidad. Siguió mirando al vacío y se estremeció.

– No podía -volvió a decir-. La entretuve todo este rato para ganar tiempo y atar cabos, mientras tú podrías haber…

– Eve, no lo he hecho. -Se acercó a ella y la abrazó-. Y has llegado hasta aquí. No voy a dejarte. -Le besó el cabello cuando ella ocultó el rostro en su hombro-. Ya ha pasado todo.

Ella sabía que volvería a revivir un millar de veces en sus sueños esa interminable carrera, el pánico, la sensación de impotencia.

– No; habrá una investigación completa, y no sólo de Reeanna, sino de toda tu compañía, de la gente que colaboró con ella en el proyecto.

– Podré soportarlo. La compañía está limpia, te lo prometo. No te haré avergonzar teniéndome que arrestar, teniente.

Ella aceptó el pañuelo que él le entregó y se sonó.

– Qué desastre para mi carrera, casarme con un estafador.

– No tienes que preocuparte. ¿Por qué lo hizo?

– Porque podía. Eso es lo que dijo. Disfrutaba teniendo el poder, el control. -Se frotó bruscamente las mejillas-. Tenía grandes planes para mí. -Se estremeció brevemente-. Quería convertirme en una especie de animalillo doméstico, supongo. Como William. Su perrito amaestrado. Una vez muerto tú, se figuraba que yo heredaría todas tus propiedades. No vas a hacerme eso, ¿verdad?