Había varias habitaciones en el segundo piso. Sin embargo, le resultó muy fácil abrirse camino. Se limitó a seguir el reguero de sangre. Entró en el dormitorio, donde los verdes y azules pálidos predominaban de tal modo que era como flotar en el agua. La cama era un rectángulo de sábanas de raso azul con montones de almohadas. También había allí las típicas estatuas clásicas de desnudos. En las paredes había cajones empotrados, lo que daba a la habitación un aspecto despejado y, en opinión de Eve, poco habitado. La alfombra azul océano era tan blanda que se te hundían los pies en ella, y estaba manchada de sangre.
Siguió el reguero hasta el cuarto de baño principal. La muerte ya no le impactaba, pero seguía consternándola, y sabía que siempre sería así. Pero había vivido demasiado cerca de ella para dejarse impresionar, ni siquiera por ésta.
La sangre había brotado a borbotones, salpicando y corriendo por los brillantes azulejos de color marfil y verdemar. Había caído contra el cristal y encharcado el suelo de espejo al manar de la herida abierta en la muñeca de la lánguida mano que colgaba del borde de la enorme bañera con un lado de cristal.
El agua de la bañera tenía un color rojo oscuro y desagradable, y el acre olor de la sangre flotaba en el aire. Se oía música de fondo, algún instrumento de cuerda, tal vez un arpa. A ambos lados de la larga bañera ovalada ardían unas gruesas velas blancas.
El cuerpo que yacía en la turbia agua rojiza tenía la cabeza recostada contra un almohadón de ribete dorado, y los ojos clavados en la cola de un cisne que colgaba del techo también de espejo. Sonreía, como si le hubiera parecido divertido observarse morir.
La joven no se dejó impresionar, pero suspiró mientras se cubría los pies y las manos con plástico, ponía en marcha la grabadora y se llevaba el equipo al cuarto de baño para examinar el cadáver.
Lo había reconocido. Desnudo, casi desangrado y sonriendo a su propio reflejo estaba el renombrado abogado defensor S. T. Fitzhugh.
– Salvatori se llevará un gran chasco contigo, abogado -murmuró mientras ponía manos a la obra.
Ya había recogido una muestra del agua mezclada con sangre, hecho un primer cálculo de la hora de la muerte, cubierto las manos del difunto y filmado la escena cuando Peabody apareció sin aliento en el umbral.
– Lo siento, teniente. He tenido problemas para llegar.
– No te preocupes. -Le entregó el cuchillo de empuñadura de marfil que había envuelto en plástico transparente-. Al parecer lo hizo con esto. Creo que es antiguo, una pieza de coleccionista. Lo analizaremos en busca de huellas.
Peabody lo guardó en la bolsa de pruebas y entornó los ojos.
– ¿No es…?
– Fitzhugh, sí.
– ¿Por qué se mataría?
– Aún no hemos establecido que lo hiciera. Nunca asumas nada, oficial -la aleccionó Eve-. Es la primera norma. Llama al equipo de recogida de pruebas. Podemos dejar el cadáver en manos del forense, de momento he terminado con él. -Retrocedió con las manos enguantadas goteando sangre-. Quiero que tomes declaración a los dos agentes que respondieron a la llamada mientras yo hablo con Foxx.
Echó un vistazo al cadáver y meneó la cabeza.
– Así es como te miraba en el tribunal cuando creía tenerte atrapado. Hijo de perra. -Sin apartar los ojos del cadáver, sacó una toallita para limpiarse la sangre, luego la guardó también en una bolsa-. Dile al forense que quiero el examen toxicológico ya.
Dejó a Peabody y siguió el reguero de sangre hasta el piso de abajo. Foxx había pasado a gimotear, casi atragantándose. El agente uniformado pareció ridículamente aliviado cuando Eve reapareció.
– Espera al forense y a mi ayudante fuera. Y da tu informe a la oficial Peabody. Hablaré ahora con el señor Foxx.
– Sí, teniente. -Y con un alivio casi impropio, el agente abandonó la habitación.
– Señor Foxx, soy la teniente Dallas. Mi más sentido pésame. -Eve pulsó el botón que corría las cortinas dejando entrar en la habitación una luz tenue-. Convendría que me explicara qué ha ocurrido aquí.
– Está muerto. -La voz de Foxx era ligeramente melodiosa y con acento. Encantadora-. Fitz está muerto. No sé cómo ha podido ocurrir. No sé cómo podré seguir viviendo.
Todos seguimos adelante, pensó Eve. No tenemos más remedio. Se sentó y puso la grabadora en la mesa.
– Señor Foxx, nos ayudaría a ambos que hablara conmigo ahora. Voy a informarle de sus derechos. Es sólo una formalidad.
Recitó el Miranda revisado mientras él dejaba de sollozar y clavaba en ella sus ojos hinchados e inyectados en sangre.
– ¿Cree que lo maté yo?
– Señor Foxx…
– Lo quería. Llevábamos doce años juntos. Era toda mi vida.
Pero conservas tu vida, pensó ella. Sólo que no lo has pensado.
– Entonces querrá ayudarme a hacer mi trabajo. Dígame qué ha ocurrido.
– Últimamente tenía problemas de insomnio. No le gusta tomar tranquilizantes. Suele leer, escuchar música, relajarse con un programa de realidad virtual o uno de sus juegos, lo que sea. El caso en que estaba trabajando lo tenía preocupado.
– El de Salvatori.
– Sí, creo que sí. -Foxx se secó los ojos con una húmeda y ensangrentada manga-. No hablamos de sus casos en profundidad. Está lo que se llama el secreto profesional, y yo no soy abogado, sino nutriólogo. Así es cómo nos conocimos. Fitz acudió a mí hace doce años para que le ayudara con su dieta. Nos hicimos amigos, luego amantes, y después simplemente seguimos juntos.
Ella precisaba toda esa información, pero de momento sólo le interesaban los hechos que conducían a ese último baño.
– ¿Dice que tenía problemas de insomnio?
– Así es. A menudo sufre de insomnio. Se entrega demasiado a sus clientes. Y éstos se aprovechan de su inteligencia. Estoy acostumbrado a que despierte en mitad de la noche y vaya a otra habitación a programar un juego o a dormitar delante de la pantalla de la televisión. A veces toma un baño caliente. -Foxx palideció-. Oh, Dios.
Se echó de nuevo a llorar, y las lágrimas le corrieron por las mejillas. Eve echó un vistazo alrededor y vio un pequeño androide en una esquina de la habitación.
– Un vaso de agua para el señor Foxx -ordenó, y el pequeño robot obedeció a toda prisa-. ¿Eso ocurrió? -continuó-. ¿Se levantó en mitad de la noche?
– Ni siquiera lo recuerdo. -Foxx levantó las manos y las dejó caer-. Yo duermo profundamente, nunca tengo insomnio. Nos habíamos acostado justo antes de medianoche, vimos las últimas noticias, tomamos un coñac. Yo suelo despertarme temprano.
– ¿A qué llama temprano?
– A las cinco, cinco y cuarto. A los dos nos gusta amanecer temprano, y tengo la costumbre de programar personalmente el desayuno. Vi que Fitz no estaba en la cama y supuse que había pasado mala noche y que lo encontraría en el piso de abajo o en una de las habitaciones libres. Entonces fui al baño y lo vi. Oh, Dios. Toda esa sangre. Fue como una pesadilla.
Se apretó la boca con sus temblorosas manos llenas de anillos.
– Corrí hacia él y le golpeé el pecho para reanimarlo. Supongo que perdí un poco la cabeza. Estaba muerto. Comprendí que estaba muerto, y sin embargo traté de sacarlo del agua, pero es un hombre muy corpulento y yo estaba temblando. Y mareado. -Se apretó el estómago-. Luego llamé una ambulancia…
– Sé que es difícil para usted, señor Foxx. Lamento hacerle pasar por esto ahora, pero es lo más sencillo.
– Estoy bien. -Foxx alargó la mano hacia el vaso de agua que le ofrecía el androide-. Prefiero quitármelo de encima cuanto antes.
– ¿Puede decirme en qué estado de ánimo estaba anoche? Ha dicho que andaba preocupado por un caso.
– Preocupado sí, pero no deprimido. Había un policía al que no lograba hacer temblar en el estrado y eso le indignaba. -Foxx tomó un sorbo de agua.
Eve decidió que era mejor no mencionar que ella era el policía que lo había indignado.
– Y tenía un par de casos pendientes cuya defensa estaba preparando. Como ve, tenía la mente demasiado llena de cosas para dormir.
– ¿Recibió o hizo alguna llamada?
– Ambas cosas. A menudo se traía trabajo a casa. Anoche pasó un par de horas en su despacho de arriba. Llegó a casa a eso de las cinco y media, y trabajó hasta cerca de las ocho. Entonces cenamos.
– ¿Mencionó algo que lo preocupara aparte del caso Salvatori?
– Su peso. -Foxx sonrió ligeramente-. Fitz odiaba engordar un kilo de más. Hablamos de intensificar el programa de gimnasia, y tal vez hacerle algún retoque quirúrgico cuando tuviera tiempo. Vimos una comedia en la pantalla del salón y nos fuimos a la cama, como ya le he dicho.