Echó un vistazo a la fecha y lugar de nacimiento: nacido en Filadelfia en la última década del siglo anterior, casado con una tal Milicent Barrows de 2033 a 2036, divorciado, sin hijos.
Se trasladó a Nueva York el mismo año de su divorcio, empezó a ejercer de abogado criminalista, y por lo que Eve veía, nunca había mirado atrás.
– Ingresos anuales -pidió.
SUJETO FITZHUGH, INGRESOS ANUALES DEL PASADO EJERCICIO FISCAL: 2.700.000 DóLARES.
– Sanguijuela -murmuró-. Enumerar y detallar posibles detenciones.
BUSCANDO. NO TIENE ANTECEDENTES PENALES.
– De acuerdo, está limpio. ¿Qué me dices de esto? Enumerar todas las demandas civiles presentadas contra el individuo.
Esta vez dio en el blanco. Obtuvo una breve lista de nombres y ordenó una impresión. A continuación pidió una lista de los casos que Fitzhugh había perdido en los últimos diez años y anotó los nombres que coincidían con las demandas presentadas contra él, lo que le hizo suspirar. Era el típico pleito de los tiempos en que vivían: si tu abogado no te libraba de la cárcel, lo demandabas. Eso hacía tambalear su optimista teoría de que se trataba de un chantaje.
– De acuerdo, tal vez estamos yendo en una dirección equivocada. Siguiente sujeto, Foxx, Arthur, residencia 5002 de la avenida Madison, Nueva York.
BUSCANDO.
El ordenador tuvo problemas y emitió un pitido, y Eve le dio una palmada para hacerlo reaccionar. No se molestó en maldecir los recortes presupuestarios.
Foxx apareció en la pantalla temblando ligeramente hasta que Eve dio otra palmada a la unidad. Resultaba más atractivo cuando sonreía. Era quince años más joven que Fitzhugh, había nacido en East Washington, hijo de dos militares profesionales, y vivido en distintas partes del planeta hasta establecerse en Nueva York en el 2042 e incorporarse a la organización Nutrición de por Vida en calidad de nutriólogo.
Sus ingresos anuales alcanzaban justo las seis cifras. En el expediente no aparecía ningún matrimonio, sino la misma relación legalizada que mantenía con Fitzhugh y con otros miembros de su mismo sexo.
– Enumerar y detallar posibles detenciones.
La máquina gruñó como si estuviera cansada de responder preguntas, pero la lista apareció. Una alteración del orden público, dos agresiones sexuales y un altercado.
– Bueno, por fin llegamos a alguna parte. De ambos sujetos, enumerar y detallar las consultas psiquiátricas.
No había ninguna en lo que respectaba a Fitzhugh, pero volvió a dar en el clavo con Foxx. Con un gruñido ordenó una impresión, y levantó la vista al oír entrar a Peabody.
– ¿El informe del forense o el toxicológico?
– El del forense todavía no está, pero tengo el toxicológico. -Peabody le entregó un disco-. Alcohol de baja graduación identificado como coñac parisino de 2045. Ni siquiera suficiente para debilitar. No hay rastro de otras drogas.
– Mierda. -Eve se había hecho ilusiones-. Es posible que aquí haya algo. Nuestro Foxx pasó gran parte de su infancia en el diván de un terapeuta. Ingresó por su propio pie en la clínica Delry por un mes hace unos dos años. Y ha estado en la cárcel. No mucho tiempo, pero algo. Tres meses encerrado por violencia. Y tuvo que llevar durante medio año el brazalete de libertad condicional. Nuestro muchacho tiene cierta tendencia a la violencia.
Peabody frunció el ceño mientras estudiaba los datos.
– De familia militar. A menudo siguen oponiéndose a la homosexualidad. Apuesto a que trataron de lavarle el coco para volverlo heterosexual.
– Es posible, pero ha tenido problemas de salud mental y tiene antecedentes penales. Todavía está por ver qué descubren los agentes cuando interroguen a los vecinos. Y hemos de hablar con los socios del bufete de Fitzhugh.
– No te tragas lo del suicidio.
– Lo conocía. Era arrogante, pedante, petulante y presumido. -Eve meneó la cabeza-. Los hombres presumidos y arrogantes no deciden que los encuentren desnudos en la bañera, nadando en su propia sangre.
– Era un hombre brillante.
Leanore Bastwick se hallaba sentada en su butaca de cuero hecha de encargo en una de las oficinas de paredes de cristal de Fitzhugh, Bastwick y Stern. Su escritorio era como una piscina de cristal, inmaculada y brillante. En armonía con su belleza glacial y asombrosamente rubia, pensó Eve.
– Era un amigo generoso -añadió Leanore doblando sus manos perfectamente arregladas sobre el borde del escritorio-. Todos estamos conmocionados, teniente.
Costaba imaginar alguna conmoción en la pulida superficie de aquel bufete. Los numerosos rascacielos de Nueva York se alzaban destellantes a espaldas de Leanore, dando la sensación de que dominaba la ciudad. Un rosa pálido y un gris suave se sumaban al colorido elegante y apagado de una oficina tan meticulosamente decorada como la mujer que la ocupaba.
– ¿Se le ocurre alguna razón por la que Fitzhugh quisiera quitarse la vida?
– Absolutamente ninguna. -Leanore mantuvo las manos firmes a la altura de los ojos-. Amaba la vida. Su vida, su trabajo. Disfrutaba de cada minuto del día como no he conocido a nadie. No tengo ni idea de por qué decidió ponerle fin.
– ¿Cuándo lo vio o habló con él por última vez?
Vaciló. Eve casi vio los engranajes en funcionamiento tras esos ojos de pobladas pestañas.
– Si le soy sincera, lo vi un rato anoche. Pasé por su casa para dejarle un expediente y discutir un caso. La discusión es, por supuesto, confidencial. -Curvó sus brillantes labios-. Pero puedo decir que se mostró tan entusiasta como siempre, y aguardaba impaciente batirse en duelo con usted en la sala de tribunales.
– ¿En duelo?
– Así es como llamaba Fitz a la contrainterrogación de los expertos y testigos policías. -La abogada esbozó una sonrisa-. Para él era una competición de ingenio y coraje. Un juego de profesionales para un jugador innato como él. No creo que nada le proporcionara tanta satisfacción como acudir a los tribunales.
– ¿A qué hora pasó anoche a dejar el expediente?
– A eso de las diez. Sí, creo que eran las diez. Había trabajado hasta tarde y me detuve al regresar a casa.
– ¿Era corriente que pasara a verlo de vuelta a casa, señorita Bastwick?
– No era raro. Después de todo éramos socios profesionales y nuestros casos a veces estaban relacionados.
– ¿Eso era todo? ¿Sólo socios?
– ¿Cree, teniente, que porque un hombre y una mujer son físicamente atractivos y tienen una relación amistosa no pueden trabajar juntos sin que haya conflicto sexual?
– Yo no creo nada. ¿Cuánto tiempo se quedó… discutiendo su caso?
– Veinte minutos, media hora. No lo controlé. Estaba bien cuando lo dejé, eso sí se lo digo.
– ¿Había algo que le preocupara particularmente?
– Le tenía un poco preocupado el asunto Salvatori… y otros. Nada fuera de lo corriente. Era un hombre seguro de sí mismo.
– ¿Y fuera del trabajo, en su vida privada?
– Era reservado.
– Pero usted conoce a Arthur Foxx.
– Por supuesto. En el bufete nos preocupamos por conocer y tratar al menos superficialmente a las parejas de los socios y colaboradores. Arthur y Fitz estaban muy unidos.
– ¿No… discutían?
Leanore arqueó una ceja.
– ¿Cómo voy a saberlo?
Seguro que sí, pensó Eve.
– Usted y el señor Fitzhugh eran socios, tenían una estrecha relación profesional y al parecer personal. De vez en cuando debía de hablar de su vida en pareja con usted.
– Él y Arthur eran muy felices. -Leanore reveló la primera señal de irritación al golpear con suavidad una uña de color coral contra el borde del cristal-. Incluso las parejas felices discuten de vez en cuando. Imagino que usted discute de vez en cuando con su marido.
– Pero mi marido no me ha encontrado recientemente muerta en la bañera -replicó Eve sin alterarse-. ¿Sobre qué discutían Foxx y Fitzhugh?
Leanore resopló. Se levantó, pulsó un código en el AutoChef y obtuvo una humeante taza de café. No ofreció nada a Eve.
– Arthur sufría depresiones periódicas. No es el hombre más seguro de sí mismo. Solía tener celos, lo que exasperaba a Fitz. -Frunció el ceño-. Probablemente sabrá que Fitz estuvo casado antes. Su bisexualidad era algo así como un problema para Arthur, y cuando estaba deprimido solía preocuparse por los hombres y mujeres con que Fitz tenía contacto a través de su trabajo. Raras veces discutían, pero cuando lo hacían, solía ser por los celos de Arthur.
– ¿Y tenía motivos para estar celoso?
– Que yo sepa, Fitz le era totalmente fiel. No siempre es una elección fácil, teniente, siendo objeto de la atención pública como era, y dado su estilo de vida. Incluso hoy, hay quienes se sienten… incómodos, por así decirlo, ante las preferencias sexuales menos tradicionales. Pero Fitz no daba a Arthur motivos para estar insatisfecho.