Eve soltó un suspiró y, apartándose el cabello, miró a Peabody por encima del hombro.
– Bueno, ¿te apetece ir a una grabación para freírte los oídos, comer mala comida y emborracharte con pésima cerveza.
Peabody no lo pensó dos veces.
– La verdad, teniente, me encantaría.
Tuvieron que aporrear una puerta de acero gris que parecía haber sufrido el asalto de un ariete. La lluvia matinal había dado paso a un vapor que apestaba a gasolina y a las unidades de reciclaje que nunca parecían funcionar del todo bien en aquella parte de la ciudad.
Con más resignación que energía, Eve observó a dos drogadictos pasarse algo a la luz de una mugrienta farola. Ninguno de ellos hizo mucho más que parpadear al ver el uniforme de Peabody. Eve se volvió cuando uno de ellos esnifó una raya a menos de dos metros de distancia.
– Maldita sea, éste se ha pasado de listo. Arréstalo.
Resignada, Peabody se acercó a él. El drogadicto la miró, soltó una maldición y, tragándose el papel que había contenido los polvos, se dio media vuelta y echó a correr, pero resbaló en el suelo mojado y se estrelló contra la farola. Antes de que Peabody lo alcanzara, estaba tendido de espaldas en el suelo y sangraba profusamente por la nariz.
– Está fuera de combate -informó a Eve.
– Menudo imbécil. Llama a central. Que venga un coche patrulla y lo encierre. ¿Quieres el collar?
Peabody negó con la cabeza.
– No es necesario. El coche patrulla se encargará de él. -Sacó del bolsillo el comunicador e informó de la ubicación mientras regresaba junto a Eve-. El camello sigue al otro lado de la calle -comentó-. Lleva aerohélices, pero podría intentar atraparlo.
Eve entornó los ojos y observó al traficante cruzar como un rayo la calle con las hélices.
– ¡Eh, cabrón! ¿Has visto este uniforme? -gritó, señalando a Peabody con el pulgar-. Vete con tu negocio a otra parte o le ordenaré que ponga el arma en posición tres y te veremos meándote en los pantalones.
– ¡Hija de puta! -replicó él, pero se largó con sus hélices.
– Sabes cómo relacionarte con la comunidad, Dallas.
– Es un don. -Se volvió decidida a aporrear de nuevo la puerta, pero esta vez se encontró ante una mujer de enormes dimensiones. Medía casi dos metros y tenía unos hombros muy anchos que asomaban, llenos de músculos y tatuajes, bajo un chaleco de cuero. Debajo llevaba un ceñido mono rosa. Tenía en la nariz una anilla de cobre y el cabello cortado casi al rape en pequeños y brillantes rizos negros.
– Jodidos camellos -dijo con voz de cañón-. Están jodiendo al vecindario. ¿Eres tú la poli de Mavis?
– La misma, y he traído a mi poli.
La mujer examinó a Peabody de arriba abajo con sus ojos azules lechosos.
– Maciza. En fin, Mavis dice que eres una tía legal. Yo me llamo Big Mary.
Eve ladeó la cabeza.
– Y lo eres, desde luego.
Big Mary esperó unos segundos, luego su rostro del tamaño de la luna se dividió en una gran sonrisa.
– Venga, pasad. Jess está calentando motores. -A modo de bienvenida, cogió a Eve del brazo y la condujo por un corto pasillo-. Vamos, poli de Dallas.
– Peabody -corrigió la oficial con cautela, manteniéndose fuera del alcance de Big Mary.
– Es cierto, no eres mucho más grande que un guisante *
Riéndose de su propia broma, Big Mary las llevó a un ascensor acolchado y esperó a que la puerta se cerrara. Permanecieron apretujadas como sardinas en lata mientras Mary programaba la unidad para que las llevara al nivel uno.
– Jess dice que os lleve a control. ¿Tenéis dinero?
Era difícil mantener la dignidad con la nariz pegada a la axila de Mary.
– ¿Para qué?
– Para traer algo de comer. Tienes que poner algo si quieres comer.
– Me parece justo. ¿Ya ha llegado Roarke?
– No he visto a ningún Roarke. Mavis dice que no puedo dejar de verlo porque está como un tren.
La puerta acolchada se abrió y Eve suspiró. La voz potente y frenética de Mavis aullaba acompañada de un ruido ensordecedor.
– Está en plena forma.
Sólo el profundo afecto que sentía por Mavis le impidió regresar de un salto a la zona insonorizada.
– Eso parece.
– Os traeré algo para beber. Jess ha traído la cerveza.
Mary se alejó a grandes zancadas dejando a Eve y Peabody en una cabina de cristal semicircular situada a medio nivel por encima del estudio donde Mavis cantaba a pleno pulmón. Sonriendo, Eve se acercó al cristal para verla mejor.
Mavis se había recogido con una cinta de colores el cabello y éste le caía como una cascada púrpura. Vestía un peto, cuyos tirantes de cuero negro le cubrían el centro de sus senos desnudos, y el resto de la indumentaria era un deslumbrante calidoscopio que le empezaba en el estómago y terminaba justo en la entrepierna. Bailaba sobre un par de zuecos con tacones de diez centímetros.
Eve no dudó de que el diseñador del vestuario había sido el novio de Mavis. Lo divisó en una esquina del estudio, contemplando a ésta con una sonrisa radiante como un rayo de sol, vestido con un mono ceñido al cuerpo que le daba todo el aspecto de un elegante oso pardo.
– Menuda pareja -murmuró, y metió los pulgares en los bolsillos traseros de sus gastados vaqueros.
Volvió la cabeza para hablar con Peabody, pero advirtió que ésta dirigía su atención a la izquierda, y que su expresión era una combinación de asombro, admiración y lujuria.
Siguiendo la mirada fascinada de Peabody, Eve vio por primera vez a Jess Barrow. Era un hombre atractivo. Un cuadro en movimiento, con una melena larga y brillante de color roble, ojos casi plateados con gruesas pestañas, concentrado en los mandos de una sofisticada consola. Tenía la tez bronceada y sin ninguna imperfección, acentuada por unos pómulos redondeados y una robusta barbilla. Tenía la boca llena y firme, y las manos, que sobrevolaban los mandos, parecían hermosamente esculpidas en mármol.
– Sécate la baba, Peabody.
– Cielo santo. Está aún mejor en carne y hueso. ¿No te entran ganas de morderlo?
– No particularmente, pero no te reprimas. -Peabody se ruborizó. Era su superior, se recordó conteniéndose.
– Admiro su talento.
– Lo que admiras es su pecho, Peabody. No está nada mal, así que no te lo tomo en cuenta.
Big Mary regresó con dos botellas de un turbio líquido marrón.
– Jess consigue esta cerveza de su familia del sur. Es buena.
Dado que no tenía etiqueta ni marca, Eve se preparó para sacrificar unas capas de las paredes de su estómago, pero se quedó gratamente sorprendida cuando el líquido se deslizó suavemente por la garganta.
– Es muy buena, gracias.
– Si pones más podrás beber más. Se supone que tengo que bajar a esperar a Roarke. He oído decir que tiene pasta. ¿Cómo es que no llevas anillo tú que estás unida a un hombre rico?
Eve decidió no mencionar el diamante que llevaba debajo de la camisa.
– Mi ropa interior es de oro macizo. Me irrita un poco la piel, pero me hace sentir segura.
Tras un leve desconcierto, Mary soltó una carcajada y le dio unas palmaditas en la espalda lo bastante fuertes como para hacerle meter la cabeza en el vaso. Luego se alejó a grandes zancadas.
– Tendríamos que reclutarla -murmuró Eve-. Ella no necesitaría arma ni escudo.
La música llegó a un doloroso crescendo y se interrumpió de golpe. Mavis dejó escapar un chillido y se arrojó a los brazos abiertos de Leonardo.
– Has estado muy bien, encanto. -La voz de Jess brotó como la crema acumulada en el cuello de la botella y se quedó flotando con su acento sureño-. Tómate diez minutos y descansa esa preciosa garganta.
Mavis soltó otro chillido y saludó a Eve efusivamente con la mano.
– ¡Estás aquí, Dallas! ¿No es súper? Ahora mismo subo, no te muevas. -Echó a correr hacia la puerta con sus zuecos a la moda.
– Así que ésa es Dallas.
Jess se levantó de la consola. Tenía buena figura y la realzaba dentro de unos vaqueros tan gastados como los de Eve y una sencilla camisa de algodón que costaba la paga mensual de un policía. Llevaba en la oreja un pendiente de diamante que destelló al entrar en la cabina, y una cadena de oro alrededor de la muñeca que se movió con fluidez al extender una de sus hermosas manos.
– Mavis no para de contar historias de su poli.
– No para nunca. Es parte de su encanto.
– Así es. Me llamo Jess y me alegro de conocerte por fin. -Sin soltar la mano de Eve, se volvió hacia Peabody con una sonrisa cautivadora-. Y al parecer hoy tenemos dos polis por el precio de uno.