– Yo… soy un gran admiradora tuya. -Peabody logró vencer el balbuceo nervioso y añadió-: Tengo todos tus discos, en audio y vídeo. Y te he visto en concierto.
– Los aficionados a la música siempre son bienvenidos -repuso Jess, soltando la mano de Eve para estrecharle la suya-. ¿Qué tal si os enseño mi juguete predilecto? -sugirió, conduciéndola a la consola.
Antes de que Eve pudiera seguirlos, Mavis irrumpió en la cabina.
– ¿Qué te parece? ¿Te ha gustado? Lo escribí yo. Jess lo orquestó, pero lo escribí yo. Cree que podría ser un gran éxito.
– Estoy muy orgullosa de ti. Sonaba genial. -Eve le devolvió el entusiasmado abrazo y sonrió a Leonardo por encima de su hombro-. ¿Qué se siente estando unido a una leyenda musical en ciernes?
– Es maravillosa -respondió él, inclinándose para dar a Eve un apretón en el brazo-. Estás estupenda. Vi unas imágenes tuyas en las noticias exhibiendo muchos de mis diseños. Gracias.
– Yo soy la que te da las gracias -respondió Eve muy seria. Leonardo era un joven genio del diseño de moda-. Gracias a ti no parecía la prima andrajosa de Roarke.
– Tú nunca dejas de ser tú misma -le corrigió Leonardo, pero entornó los ojos y le pasó la mano por el cabello despeinado-. Necesitas hacer algo con tu pelo. Si no te lo cortas cada tantas semanas, pierde forma.
– Iba a cortármelo un poco, pero…
– No, no. -Sacudió la cabeza con solemnidad, pero le brillaban los ojos-. Ya han terminado los tiempos de hacerte tajos. Llama a Trina y pídele que te lo haga.
– Tendremos que volverla a arrastrar -intervino Mavis, sonriendo a todo-. No para de poner excusas y se recorta el flequillo con las tijeras de la cocina.- Soltó una risita al ver que Leonardo se estremecía-. Nos encargaremos de que Roarke la presione.
– Me encantaría. -Roarke salió del ascensor y fue derecho a Eve, le alzó el rostro y la besó-. ¿Para qué debo presionarte?
– Nada. Toma un trago. -Eve le pasó su botella.
En lugar de beber, Roarke besó a Mavis.
– Gracias por la invitación. Esto es todo un montaje.
– ¿No es genial? El sistema de sonido es de primera, y Jess hace toda clase de magia con la consola. Tiene seis millones de instrumentos programados dentro. También sabe tocarlos todos. Es capaz de todo. La noche que apareció en el club cambió mi vida. Fue como un milagro.
– Tú eres el milagro, Mavis. -Con delicadeza Jess condujo a Peabody de nuevo al grupo. Ésta estaba sonrojada y con los ojos vidriosos.
– Baja de las nubes -le murmuró al oído.
Pero Peabody puso los ojos en blanco.
– Ya has conocido a Dallas y Peabody. Y éste es Roarke. -Mavis dio un brinco sobre sus zancos-. Mis mejores amigos.
– Es un verdadero placer. -Jess le tendió una de sus delicadas manos-. Admiro tu éxito en el mundo de los negocios y tu gusto en cuestión de mujeres.
– Gracias. Suelo cuidar ambos aspectos. -Roarke recorrió con la mirada el estudio e inclinó la cabeza-. Es impresionante.
– Me encanta exhibirlo. Ha estado un tiempo en fase de remodelación. Mavis ha sido la primera en utilizarlo, aparte de mí mismo. Mary va a traer algo para picar. ¿Qué tal si os enseño mi creación antes de que ponga a Mavis de nuevo a trabajar?
Los condujo a la consola y se sentó ante ella como un capitán al timón.
– Los instrumentos están programados, por supuesto. Puedo hacer cualquier número de combinaciones y variar el tono y la velocidad. Se puede acceder a ellos mediante una instrucción vocal, pero raras veces lo hago así. Me distrae de la música.
Movió unos mandos e hizo sonar un sencillo ritmo de fondo.
– Tengo voces grabadas. -Manipuló unas teclas y salió la voz de Mavis, sorprendentemente intensa. En un monitor aparecieron los sonidos convertidos en colores y formas-. Lo utilizo para analizarlos por ordenador. -Esbozó una encantadora sonrisa autocrítica y añadió-: Los musicólogos no podemos controlarnos, pero eso es otra historia.
– Suena bien -comentó Eve.
– Y sonará aún mejor cuando la mezcle con ella misma. -Entonces la voz de Mavis se dividió en dos y ambas se superpusieron en total armonía. Las manos de Jess danzaban sobre los mandos haciendo sonar guitarras, instrumentos de metales, percusión y saxos-. Mezzo -ordenó, y la música se volvió más lenta y suave-. Allegro. -Y de pronto se aceleró y sonó a todo volumen-. Todo es muy sencillo, como lo es hacer un dúo con grabaciones de artistas del pasado. Tendríais que oír su versión de A Hard Day's Night con los Beatles. También puedo codificar cualquier sonido.
Con una sonrisa hizo girar un dial y tocó varias teclas, y se oyó la voz de Eve susurrar: «Baja de las nubes.» Las palabras se fundieron con la voz de Mavis, repitiéndose como un eco hasta dejar de oírse.
– ¿Cómo lo has hecho? -preguntó Eve.
– Tengo un micrófono conectado a la consola -explicó-. Ahora que tengo tu voz programada, puedo hacer que sustituya la de Mavis. -Volvió a tocar los mandos y Eve se estremeció al oírse cantar.
– Basta -ordenó, y Jess la desconectó riendo.
– Lo siento, no puedo evitar jugar. ¿Quieres oír tu melodiosa voz, Peabody?
– No. -Pero se mordió el labio y añadió-: Bueno, tal vez.
– Veamos, algo tranquilo, sobrio, clásico.
Trabajó unos momentos y se recostó. Peabody se quedó atónita al oírse cantar melodiosamente I've Got you Under my Skin.
– ¿Es una de tus canciones? -preguntó-. No la reconozco.
Jess rió.
– No; es más vieja que yo. Tienes una voz firme, oficial Peabody. Y un buen control de la respiración. ¿Quieres dejar tu empleo diurno para unirte al grupo?
Ella se ruborizó y negó con la cabeza. Jess sintonizó la consola con instrumentos tipo blues.
– Trabajé con un ingeniero que diseñaba aparatos autotrónicos para Disney Universo. Le llevó cerca de tres años terminar éste. -Acarició la consola como a un ser querido-. Ahora que tengo un modelo, espero fabricar más. También funciona por control remoto. Puedo hacer funcionar el teclado desde cualquier parte. Tengo los ojos puestos en una unidad portátil más pequeña y he estado trabajando en un alterador del ánimo.
Hizo un gesto de contenerse y meneó la cabeza.
– Me entusiasmo demasiado. Mi agente está empezando a quejarse de que paso más tiempo trabajando en electrónica que en grabaciones.
– ¡Comida! -bramó Big Mary.
Jess sonrió, examinando a su público.
– En fin. Al ataque. Tienes que reponer energía, Mavis.
– Me muero de hambre -respondió ella, cogiendo a Leonardo de la mano y dirigiéndose a la puerta.
Abajo, Mary entraba paquetes y bolsas al estudio.
– Servíos vosotros mismos -dijo Jess-. Yo tengo que hacer unos ajustes. Enseguida vuelvo.
– ¿Qué te parece? -murmuró Eve a Roarke al bajar seguidos por Peabody.
– Creo que está buscando un inversor. -Ella suspiró y asintió.
– Sí, eso me ha parecido. Lo siento.
– No te preocupes. Tiene un producto interesante. -Pedí a Peabody que indagara sobre él. No encontramos nada. Pero no me gustaría que te utilizara, ni a ti ni a Mavis.
– Eso todavía está por verse. -Roarke la volvió entre sus brazos al entrar en el estudio y le deslizó las manos por las caderas-. Te echo de menos. Echo de menos pasar mucho tiempo contigo.
Ella sintió entre los muslos un súbito calor acompañado de un estremecimiento.
– Yo también te he echado de menos. ¿Por qué no discurrimos el modo de escabullirnos de aquí, volvemos a casa y follamos sin parar?
Él la tenía tiesa como una roca. Al inclinarse hacia ella para mordisquearle la oreja, tuvo que contenerse para no arrancarle la ropa.
– Buena idea. Cielos, cómo te deseo.
Al demonio dónde estaban, pensó Roarke, y sujetándola por el cabello la besó ávidamente.
En la consola, Jess los vio y sonrió. Unos minutos más y podrían muy bien estar en el suelo, copulando salvajemente. Más valía que no. Con dedos hábiles cambió el programa. Más que satisfecho, se levantó y bajó las escaleras.
Dos horas más tarde, volviendo en coche a casa por las oscuras calles salpicadas de los colores de las vallas publicitarias que se encendían y apagaban, Eve lanzó el coche patrulla más allá de los límites de velocidad permitidos. Sentía calor entre los muslos, un ardor que le urgía aliviar.
– Estás quebrantando la ley, teniente -susurró Roarke. Volvía a estar excitado, como un adolescente que toma hormonas.
Eve, que se enorgullecía de no haber abusado nunca de su placa, replicó:
– Querrás decir flexionándola.
Roarke se inclinó y le acarició un pecho.
– Pues sigue haciéndolo.
– Oh, cielos. -Eve ya podía imaginarlo dentro de ella, de modo que pisó el acelerador y bajó por Park como un rayo.