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– Muy mal. -Peabody se inclinó hasta quedar mejilla con mejilla con Eve-. Parece un defecto de la pantalla.

– No; es un defecto del cerebro. Incrementar cuadrante seis al veinte por ciento.

La imagen cambió, y la sección con la anomalía llenó la pantalla.

– Parece más bien una quemadura que un agujero, ¿no crees? Apenas se ve, pero ¿qué clase de influencia podría tener en el comportamiento, la personalidad y la toma de decisiones?

– Solían suspenderme en fisiología anormal en la academia. -Peabody encogió sus fornidos hombros-. Salí mejor parada en psico, y mejor aún en tácticas. Pero esto me supera.

– A mí también -admitió Eve-. Pero hay una conexión, la primera que tenemos. Visualizar la sección transversal de la anomalía cerebral de Fitzhugh, archivo 12871. Dividir pantalla con la imagen.

La pantalla se volvió borrosa. Eve soltó una maldición y le dio una palmada con el dorso de la mano haciendo aparecer en el centro una imagen temblorosa.

– Hijo de perra. El trasto que tenemos que utilizar aquí… Me pregunto cómo logramos cerrar un caso. Trasvasa todos los datos al disco, cabrón.

– Tal vez si lo enviases a mantenimiento -sugirió Peabody y recibió un gruñido por toda respuesta.

– Se suponía que iban a revisarlo en mi ausencia. Esos cabrones no rascan bola en todo el día. Voy a utilizar uno de los ordenadores de Roarke. -Sorprendió a Peabody arqueando una ceja y golpeó el suelo con el pie mientras esperaba que la máquina trasvasara los datos-. ¿Algún problema, oficial?

– No, teniente. -Peabody se mordió la lengua y decidió no mencionar la serie de códigos que Eve se disponía a infringir-. Ninguno.

– Bien. Haz los trámites necesarios para acceder al escáner del cerebro del senador y compararlo.

Peabody dejó de sonreír.

– ¿Pretendes que me dé cabezazos con East Washington?

– Tienes la cabeza lo bastante dura para soportarlo. -Eve sacó el disco y se lo guardó en el bolsillo-. Lláma me en cuanto lo tengas.

– Sí, teniente. Si encontramos una conexión, necesitaremos a un experto.

– Sí, y puede que tenga uno. -Eve pensó en Reeanna, luego se volvió y añadió-: Muévete.

9

Eve no era amiga de infringir las normas, pero se encontró de pie frente a la puerta cerrada con llave de la sala privada de Roarke. Era desconcertante darse cuenta de que, tras una década de ceñirse estrictamente a las normas, podía parecerle tan fácil saltárselas.

¿Realmente el fin justificaba los medios?, se preguntó. ¿Y eran estos medios tan incorrectos? Tal vez el equipo que la aguardaba al otro lado de la puerta no había sido registrado y detectado por Compuguardia, y por tanto era ilegal, pero se trataba de un modelo de primerísima calidad. Los lamentables equipos electrónicos asignados al Departamento de Policía y Seguridad ya estaban desfasados casi antes de que los instalaran, y la parte del presupuesto correspondiente a Homicidios era particularmente miserable.

Se metió la mano en el bolsillo donde guardaba el disco y movió los pies. Podía ser una policía respetuosa de la ley y largarse de allí, o simplemente ser una policía inteligente. ¡Al demonio con eso!, decidió.

Apoyó una mano en el lector de palmas.

– Teniente Dallas, Eve.

Las cerraduras se desconectaron con un silencioso chasquido y se abrió la puerta que conducía a la enorme base de datos de Roarke. El largo y curvo ventanal cubierto de protectores solares y del tráfico aéreo mantenían la sala en penumbra. Ordenó que se encendieran las luces, cerró la puerta y se acercó a la amplia consola en forma de U.

Roarke había registrado meses antes en el sistema la palma de la mano y la voz de Eve, pero ésta nunca había utilizado el equipo. Incluso ahora que estaban casados se sentía como una intrusa.

Acercó la silla a la consola y ordenó:

– Unidad uno. -Oyó el zumbido del equipo de alto nivel al encenderse y casi suspiró. El disco se deslizó con suavidad en la ranura, y al cabo de unos segundos había sido descodificado y leído por el ordenador.

– Y después hablan del sofisticado sistema de seguridad del DPSNY -murmuró-. Pantalla completa. Visualizar datos. Fitzhugh, expediente H-12871. Compartir pantalla con Mathias, expediente S-30912.

Los datos fluyeron como el agua hacia la enorme pantalla de pared situada frente a la consola. En su asombro, Eve olvidó sentirse culpable. Se inclinó y revisó las fechas de nacimiento, calificaciones crediticias, hábitos de compra, afiliaciones políticas…

– Erais completos desconocidos -dijo para sí-. No podríais haber tenido menos en común. -Y apretó los labios al advertir una correlación en el apartado de los hábitos de compra-. En fin, a los dos os gustaban los juegos. Un montón de programas de recreo e interactivos. -Luego suspiró-. Junto con el setenta por ciento de la población. Dividir la pantalla y visualizar el escáner cerebral de los dos expedientes cargados.

Empezó a estudiar las imágenes.

– Aumentar y señalar anomalías inexplicables.

Iguales, se dijo entornando los ojos. En eso los dos hombres eran tan iguales como hermanos gemelos en el seno materno. Las sombras de las quemaduras eran exactamente del mismo tamaño y forma, y estaban situadas en el mismo lugar.

– Analizar anomalía e identificarla.

TRABAJANDO… DATOS INCOMPLETOS… BUSCANDO HISTORIALES MÉDICOS. POR FAVOR, ESPERE EL ANÁLISIS.

– Eso dicen todos. -Se apartó de la consola y empezó a pasearse mientras el ordenador reorganizaba la información. Cuando la puerta se abrió, Eve giró sobre los talones y casi se ruborizó al ver entrar a Roarke.

– Hola, teniente.

– Hola -respondió ella metiéndose las manos en los bolsillos-. Esto… tenía problemas con mi ordenador de la central y me urgía este análisis, así que… Puedo interrumpirlo si necesitas el equipo.

– Descuida. -La evidente incomodidad de Eve le divirtió. Se acercó a ella, se inclinó y la besó con delicadeza-. Y no es necesario que te justifiques por utilizar el equipo. ¿Tratando de desvelar secretos?

– No en el sentido que lo dices. -El hecho de que él le sonriera aumentó su incomodidad-. Necesitaba algo más potente que el trasto que tenemos en la central, y no te esperaba hasta dentro de un par de horas.

– Encontré transporte antes de lo previsto. ¿Quieres que te ayude?

– No lo sé. Tal vez. Deja de sonreírme.

– ¿Yo? -La sonrisa de Roarke se ensanchó cuando la rodeó con los brazos y metió las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros-. ¿Qué tal el almuerzo con la doctora Mira?

Ella lo miró con ceño.

– ¿Te enteras de todo?

– Lo intento. La verdad es que me he cruzado con William y me ha comentado que Reeanna se encontró contigo y con la doctora. ¿Negocios o placer?

– Las dos cosas, supongo. -Ella arqueó las cejas al ver a Roarke muy ocupado con su trasero-. Estoy de servicio, Roarke. Tus manos están en estos momentos sobre el trasero de una policía en servicio.

– Eso lo hace más emocionante -respondió él, mordisqueándole el cuello-. ¿Te apetece transgredir unas cuantas leyes?

– Ya lo estoy haciendo. -Torció la cabeza para permitirle mejor acceso.

– ¿Y qué son unas pocas más? -murmuró él al tiempo que sacaba las manos de sus bolsillos y las posaba en sus senos-. Me encanta tocarte. -Empezaba a recorrerle la mandíbula con la boca cuando el ordenador emitió un pitido.

ANÁLISIS COMPLETO. ¿VISUALIZAR IMAGEN CON O SIN SONIDO?

– Sin -ordenó Eve forcejeando para soltarse. -Maldita sea. -Roarke suspiró.

– ¿Qué demonios es eso? -Con los brazos en jarras, Eve estudió la muestra en la pantalla-. No hay quien lo entienda.

Con resignación, Roarke se sentó en el borde de la consola y también estudió la pantalla.

– Es lenguaje técnico; términos médicos, sobre todo. Se aleja un poco de mi terreno. Se trata de una quemadura de origen electrónico. ¿Tiene sentido?

– No lo sé. -Pensativa, Eve se rascó la oreja-. ¿Tiene sentido que un par de tipos muertos tengan una quemadura de origen electrónico en el lóbulo frontal de sus cerebros?

– El roce de un instrumento durante la autopsia -sugirió Roarke.

– No. -Negó con la cabeza-. No tratándose de dos, examinados por distintos forenses en distintos depósitos de cadáveres. Y no se trata de lesiones superficiales. Están dentro del cerebro. Son agujeritos microscópicos.

– ¿Qué relación existía entre los dos hombres?

– Absolutamente ninguna. -Ella se encogió de hombros. Roarke ya estaba involucrado de forma tangencial; ¿por qué no meterlo de lleno?-. Uno de ellos trabajaba para ti -añadió-. El ingeniero de autotrónica del refugio Olympus.