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Ella no pudo evitar sonreír. Era muy propio de Feeney pensar en sus componentes y chips en términos humanos. Volvió a colocar la lámina y precintó el plato, luego se quitó las gafas.

Se le empequeñecieron los ojos y parpadeó hasta volverlos a enfocar. Allí lo tenía, arrugado y desgarbado, como a ella más le gustaba. Él había hecho de ella una policía, le había dado la clase de entrenamiento de campo que jamás habría aprendido por medio de discos o realidad virtual. Y aunque lo habían trasladado de Homicidios para nombrarlo capitán del departamento electrónico, ella seguía dependiendo de él.

– ¿Me has echado de menos? -preguntó.

– ¿Te has ido? -Él le sonrió y metió la mano en un bol lleno de almendras garrapiñadas-. ¿Disfrutaste de tu elegante luna de miel?

– Sí. -Eve cogió una almendra. Hacía mucho que había almorzado-. A pesar del cadáver al final de la misma. Gracias por los datos que me has conseguido.

– No hay de qué. Siempre se arma mucho alboroto con los suicidios.

– Ya.

El despacho era más grande que el de ella debido al rango y la obsesión por el espacio de Feeney. Este se vanagloriaba de tener una gran pantalla sintonizada con un canal de películas clásicas. En ese preciso momento Indiana Jones era introducido en un pozo de áspides.

– Pero éste ofrece unos cuantos aspectos interesantes.

– ¿Quieres compartirlos?

– Para eso estoy aquí. -Eve había copiado los datos obtenidos del archivo del senador en un disco que sacó del bolsillo-. Tengo aquí una disección cerebral, pero la imagen es poco clara. ¿Podrías limpiarla y mejorarla un poco?

– ¿Pueden cagar los osos en los parques reforestados? -El cogió el disco, lo introdujo en su terminal y lo cargó. Unos segundos más tarde fruncía el entrecejo al ver la imagen-. Lamentable. ¿Qué hiciste, utilizaste un portátil para filmarlo de una pantalla?

– Preferiría no hablar de ello.

Él volvió la cabeza y la observó sin dejar de fruncir el entrecejo.

– ¿Bailando en la cuerda floja, Dallas?

– Tengo buen equilibrio.

– Esperemos que así sea. -Feeney prefirió trabajar manualmente y sacó el teclado. Sus dedos danzaron sobre las teclas como los de un experto arpista sobre las cuerdas. Alzó un hombro cuando ella se inclinó sobre él-. No me atosigues, cariño.

– Quiero ver.

Con la experiencia del técnico la imagen se fue aclarando y los contrastes se intensificaron. Eve contuvo su impaciencia mientras él trabajaba tarareando. A sus espaldas se desataba un auténtico infierno entre Harrison Ford y las serpientes.

– Esto es todo lo que podemos hacer con este ordenador. Si quieres más, tendré que llevarlo a la unidad principal. -La miró-. Para ello hay que entrar en el sistema. Técnicamente.

Eve sabía que él había transgredido las normas por ella.

– De momento pasaremos con lo que tenemos. ¿Ves esto, Feene? -Señaló la pantalla debajo de la diminuta sombra.

– Veo un enorme trauma. Este cerebro debió de ser aplastado.

– Me refiero a esto… -Eve apenas podía distinguirlo-. Lo he visto antes, en otros dos escáneres.

– No soy neurólogo, pero imagino que no debería estar allí.

– No. -Eve se irguió-. No debería estar allí.

Llegó a casa tarde y Summerset acudió a abrirle la puerta.

– Hay dos caballeros que desean verla, teniente. Con un ligero sobresalto Eve pensó en los datos que había robado.

– ¿Llevan uniformes?

Summerset apretó sus finos labios.

– No. Los he hecho pasar al salón delantero. Han insistido en esperar, aunque usted no había dejado dicho a qué hora regresaría, y el señor se ha retrasado en la oficina.

– Está bien, me ocuparé de ello.

Eve se moría por engullir un enorme plato de cualquier cosa comestible, tomar un baño caliente y tener tiempo para pensar. En lugar de ello se encaminó al salón y se encontró con Leonardo y Jess Barrow. Se sintió primero aliviada y luego contrariada. Summerset conocía a Leonardo y podría haberle dicho que era él quien quería verla.

– Dallas. -En el rostro de Leonardo apareció una sonrisa en cuanto ella entró.

Cruzó la habitación como un gigante vestido con un ceñido mono morado cubierto con un blusón de gasa verde esmeralda. No le extrañaba que Mavis lo adorara. Casi le estrujó los huesos al abrazarla, luego entornó los ojos.

– Todavía no has hecho nada con tu pelo. Llamaré yo mismo a Trina.

– Oh, en fin… -Intimidada, Eve se mesó su corto y desordenado cabello-. La verdad es que ahora no tengo tiempo para…

– Tienes que buscar tiempo para cuidar tu aspecto. No sólo eres una importante figura pública por derecho propio, también eres la mujer de Roarke.

Ella era policía, maldita sea. A los sospechosos y las víctimas les importaba un comino su peinado.

– Bien. Tan pronto…

– Estás descuidando tus tratamientos -le recriminó él, haciendo caso omiso de sus excusas-. Tienes los ojos cansados y las cejas sin depilar.

– Sí, pero…

– Trina se pondrá en contacto contigo para fijar el día. -Él la condujo al otro lado de la habitación y la sentó en una silla-. Ahora relájate -ordenó-. Pon los pies en alto. Ha sido un día muy largo. ¿Quieres que te traiga algo?

– No, la verdad. Estoy…

– Una copa de vino. -Le dedicó una sonrisa radiante mientras le hacía un breve masaje en los hombros-. Me ocuparé de ello. Y no te preocupes. Jess y yo no te entretendremos mucho rato.

– Es inútil discutir con un cuidador nato -comentó Jess cuando Leonardo salió en busca del vino-. Me alegro de verte, teniente.

– ¿No irás a decirme que he adelgazado, o engordado, o que necesito una limpieza de cutis? -Pero Eve soltó un suspiro y se recostó. Era muy agradable sentarse en una silla que no estaba diseñada para torturar las posaderas-. En fin, debe de tratarse de algo gordo para que permitáis que Summerset os insulte hasta mi regreso.

– La verdad, se limitó a mirarnos horrorizado y a encerrarnos aquí. Creo que cuando nos vayamos registrará la habitación para asegurarse de que no nos hemos llevado nada. -Jess se sentó con las piernas cruzadas en un almohadón a los pies de Eve. Sus ojos plateados sonreían y su voz era suave como una crema bávara-. Es una sala preciosa, por cierto.

– Nos gustan. Si querías hacer el tour, tendrías que haberlo dicho antes de que Leonardo me sentara aquí. Voy a quedarme en esta posición un rato.

– Me basta con mirarte. Espero que no te importe que te diga que eres la mujer policía más atractiva con la que jamás… me he codeado.

– ¿Nos hemos codeado, Jess? -Ella arqueó las cejas, que desaparecieron bajo el flequillo-. No me había enterado.

Él soltó una risita y le dio una palmadita en la rodilla con una de sus esbeltas manos.

– Me encantaría hacer el tour en otra ocasión. Pero ahora tenemos que pedirte un favor.

– ¿Algún problema de tráfico que necesitas solucionar?

El rostro de Jess resplandeció.

– Bueno, ahora que lo dices…

Leonardo trajo una copa de cristal llena de vino dorado.

– No la molestes, Jess.

Eve aceptó la copa y levantó la vista hacia Leonardo.

– No me molesta, sólo está flirteando conmigo. Le gusta el peligro.

Jess dejó escapar una melodiosa carcajada.

– Me has pillado. Las mujeres felizmente casadas son las más seguras para flirtear. -Jess extendió los brazos mientras ella bebía un sorbo, observándolo-. No hay daños ni prejuicios. -Le cogió una mano y le recorrió con un dedo el intrincado diseño del anillo de boda.

– El último hombre que tuvo líos conmigo está entre rejas -comentó Eve-. Eso fue después de molerlo a golpes.

– ¡Huy! -Riendo, Jess le soltó la mano-. Tal vez sea mejor que deje que Leonardo te pida el favor.

– Es para Mavis -explicó Leonardo, y su mirada se enterneció al pronunciar su nombre-. Jess cree que la maqueta ya está lista. El mundo de la música y los espectáculos es duro, ya sabes. Está atestado y es muy competitivo, y la mayor ilusión de Mavis es triunfar. Después de lo que ocurrió con Pandora… -Se estremeció ligeramente-. Bueno, después de lo que ocurrió, y de que Mavis fuera arrestada y despedida de Blue Squirrel, pasar por todo eso… Ha sido duro para ella.

– Lo sé. -Eve se sintió de nuevo culpable por la parte que había tomado en el asunto-. Es agua pasada.

– Gracias a ti. -Eve negó con la cabeza, pero Leonardo insistió-: Tú la creíste, luchaste por ella y la salvaste. Ahora voy a pedirte que hagas algo más porque sé que la quieres tanto como yo.

Ella entornó los ojos.

– Es evidente que me estás acorralando -dijo.