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– ¿Y quién acaba de llegar de la oficina a las dos de la madrugada? -Eve sonrió, deseando borrar la preocupación reflejada en los ojos de Roarke-. ¿Has comprado algún pequeño planeta últimamente?

– No, sólo unos satélites insignificantes. -Roarke se levantó, se quitó la camisa y arqueó una ceja al ver la expresión con que ella le miraba el pecho desnudo-. Estás demasiado cansada.

– Tú puedes hacer todo el trabajo.

Riendo, él se sentó para quitarse los zapatos.

– Muchas gracias, pero ¿qué tal si esperamos a que tengas fuerzas para participar?

– ¡Cielos, eso es tan de casados! -Pero se deslizó debajo de las sábanas, agotada. El dolor de cabeza la rondaba.

Cuando él se acostó a su lado, ella descansó la cabeza en su hombro.

– Me alegro de que estés en casa.

– Yo también. -Roarke le acarició el cabello con los labios-. Ahora duerme.

– Sí. -A Eve le tranquilizaba sentir los latidos de su corazón bajo la palma de la mano. Sólo que se sentía ligeramente avergonzada de necesitarlo, de necesitar que él estuviera allí-. ¿Crees que somos programados al nacer?

– ¿Cómo dices?

– Simple curiosidad. -Eve se sumía ya en el sueño crepuscular, y habló despacio y con voz pastosa-. ¿Es el azar, la dotación genética, lo que se cuela con los huevos y el esperma? ¿En qué nos convierte eso a ti y a mí, Roarke?

– En supervivientes -respondió él, pero sabía que ella dormía-. Hemos sobrevivido.

Permaneció despierto largo rato escuchándola respirar y contemplando las estrellas. Cuando creyó que ella dormía sin interrupción, la imitó.

A las siete la despertó un comunicado de la oficina del comandante Whitney. Esperaba la llamada. Tenía dos horas para preparar el informe que debía exponerle.

No le soprendió encontrar a Roarke ya en pie, vestido y tomando café mientras revisaba los informes de la bolsa en su monitor. Ella le dedicó un gruñido, su acostumbrado saludo de buenos días, y se llevó el café a la ducha.

Él hablaba por telenexo cuando ella volvió. Con su corredor de bolsa, según dedujo ella de los fragmentos de conversación que captó. Eve cogió un bollo de pan con la intención de comérselo mientras se vestía, pero Roarke le cogió la mano y la sentó en el sofá.

– Te llamaré a la una -dijo a su corredor antes de cortar la transmisión-. ¿A qué vienen tantas prisas? -preguntó a Eve.

– Tengo que reunirme con Whitney dentro de hora y media y convencerle de que hay una conexión entre tres víctimas no relacionadas entre sí, y persuadirle de que me deje mantener el caso abierto y acepte los datos que he conseguido de forma ilegal. Luego me esperan otra vez en el tribunal para testificar, para que un chulo de los bajos fondos, que tenía un prostíbulo ilegal de menores y que golpeó a una de ellas hasta matarla, vaya a la cárcel y no salga de allí.

Él la besó con delicadeza.

– Un día más. Tómate unas fresas.

Ella sentía debilidad por las fresas y cogió una de la fuente.

– No tenemos ningún compromiso esta noche, ¿verdad?

– No. ¿Qué tienes en mente?

– Estaba pensando que podríamos no hacer nada. -Se encogió de hombros-. A menos que acabe en Interrogatorios por haber violado la seguridad del gobierno.

– Deberías haberlo dejado en mis manos. -Él le sonrió-. Con un poco de tiempo habría podido acceder a esos datos desde aquí.

Ella cerró los ojos.

– No digas nada. La verdad, prefiero no saberlo. -¿Qué me dices de ver un par de viejos vídeos comiendo palomitas y dándonos el lote en el sofá?

– Digo gracias, Dios.

– Entonces quedamos así. -Roarke destapó la taza del café-. Tal vez incluso logremos cenar juntos. Ese caso… o casos te tienen preocupada.

– No consigo ver nada claro. No veo el porqué ni el cómo. Aparte del cónyuge de Fitzhugh y de su socia, nadie se ha apartado siquiera de las normas. Y los dos son imbéciles. -Eve alzó los hombros-. No es homicidio cuando se trata de autodestrucción, pero tiene todo el aspecto de serlo. -Resopló-. Y si eso es todo lo que tengo para convencer a Whitney, tendré que sacar mi trasero de su oficina antes de que me lo pisotee.

– Confía en tu instinto. Me da la impresión de que ese hombre es lo bastante listo para confiar también en él.

– Pronto Lo sabremos.

– Si te arrestan, cariño, te esperaré.

– ja, ja.

– Summerset dijo que tuviste visita ayer -añadió Roarke mientras ella se levantaba y se acercaba al armario.

– Oh, mierda, lo había olvidado. -Arrojando el albornoz al suelo, buscó desnuda entre su ropa. Era un ritual que a Roarke le encantaba. Encontró una camisa de algodón azul claro y se la puso-. Hice venir a un par de tíos para una rápida orgía después del trabajo.

– ¿Hicisteis fotos?

Ella soltó una risita. Encontró unos vaqueros, pero recordó su cita en los tribunales y los cambió por unos pantalones entallados.

– Eran Leonardo y Jess. Querían pedirte un favor.

Roarke observó cómo empezaba a ponerse los pantalones, recordaba la ropa interior y abría un cajón.

– ¿Ah, sí? ¿Me dolerá?

– No lo creo. Y la verdad, estoy de su parte. Se les ocurrió que podrías organizar una fiesta aquí en honor de Mavis. Y dejarla actuar. El disco maqueta ya está listo. Lo vi anoche y es realmente bueno. Serviría para, digamos, promocionarlo antes de que empiecen a venderlo.

– De acuerdo. Podríamos organizarla para dentro de una o dos semanas. Revisaré mi agenda. Medio vestida, ella se volvió hacia él.

– ¿Ya está?

– ¿Por qué no? No hay ningún problema. -Ella hizo un mohín.

– Imaginé que tendría que persuadirte.

Los ojos de Roarke se iluminaron de anticipación.

– ¿Te gustaría?

Ella se abrochó los pantalones y lo miró inexpresiva.

– Bueno, lo agradecería. Y ya que estás tan complaciente, supongo que es buen momento para soltar la segunda parte.

Él se sirvió más café y lanzó una mirada al monitor cuando empezaron a desfilar en la pantalla los informes de agricultura de fuera del planeta. Recientemente había comprado una minigranja en la estación espacial Delta.

– ¿Qué segunda parte?

– Bueno, Jess ha preparado un número. Me lo mostró anoche. -Miró a Roarke-. Forman un dúo realmente impresionante. Y nos preguntamos si en la fiesta, en la parte de la actuación en directo, podrías salir con Mavis.

Él parpadeó, perdiendo interés en los cultivos.

– ¿Para qué?

– Para actuar. La verdad es que fue idea mía -siguió ella, casi delatándose al verlo palidecer-. Tienes una bonita voz. Al menos en la ducha. Te sale el acento irlandés. Lo comenté y a Jess le pareció fabuloso.

Roarke logró cerrar la boca, no sin dificultades. Alargó un brazo para apagar el monitor.

– Eve…

– Sería fantástico. Leonardo te ha diseñado un conjunto.

– ¿Para mí…? -Alterado, Roarke se levantó-. ¿Quieres que me disfrace y cante un dúo con Mavis… en público?

– Significaría mucho para ella. Piensa sólo en la publicidad que conseguiríamos.

– Publicidad. -Roarke palideció-. Cielo santo, Eve.

– Es un número muy sexy. -Poniendo a ambos a prueba, ella se acercó a él y empezó a juguetear con los bolsillos de su camisa mientras lo miraba esperanzada-. Podría conducirla a la cima.

– Eve, le tengo mucho aprecio, de veras. Sólo que no creo…

– Eres tan importante… -lo interrumpió ella deslizándole un dedo por el pecho-. Tan influyente y… maravilloso.

Eso era demasiado. Roarke entornó los ojos.

– Me estás camelando.

Eve prorrumpió en carcajadas.

– Te lo has tragado. ¡Oh, tendrías que haber visto la cara que has puesto! -Se llevó una mano al estómago y gritó cuando él le tiró de una oreja-. Por poco te convenzo.

– Lo dudo. -Roarke le volvió la espalda y volvió a servirse café.

– Lo habría conseguido. Habrías actuado si hubiera seguido un poco más. -Sin parar de reír, ella le rodeó el cuello y se abrazó a su espalda-. Te quiero.

El permaneció inmóvil mientras la emoción le inundaba el pecho. Conmovido, se volvió y la sujetó por los brazos.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Eve dejando de reír. Parecía aturdido, y su mirada era oscura y feroz.

– Nunca lo dices. -La atrajo hacia sí y hundió el rostro en su cabello-. Nunca lo dices -repitió.

Ella no podía hacer más que esperar, estremecida ante las emociones que había suscitado en él. ¿De dónde habían salido?, se preguntó. ¿Dónde habían permanecido escondidas?

– Claro que lo digo.

– No así. -Él había sabido cuánto necesitaba oírselo decir de ese modo-. Sólo lo haces de forma impulsiva, sin pensar.