Ella se golpeó la espalda contra la pared, y antes de que pudiera emitir siquiera un grito de asombro, él le subió las faldas y la penetró.
Estaba seca, desprevenida, atónita. Él la estaba saqueando, y eso era lo único que podía pensar en esos momentos mientras se mordía el labio inferior para contener el llanto. Él fue brusco y poco delicado, y le reavivó el dolor de las contusiones al empujarla contra la pared con cada embestida. Aun cuando ella trataba de apartarlo, él siguió penetrándola, sujetándola por las caderas, arrancándole un grito de dolor.
Ella podría haberlo detenido ya que había recibido un entrenamiento concienzudo. Pero éste se había desanecido dando paso a una profunda angustia. No veía el rostro de Roarke, pero no estaba segura de reconorlo si lo veía.
– Roarke, me estás haciendo daño… -El miedo le hizo temblar la voz.
Él murmuró algo en un idioma que Eve no entendió y que nunca había oído, de modo que dejó de forcear, le aferró los hombros y cerró los ojos a lo que taba ocurriendo entre ambos.
Él siguió penetrándola, sujetándole las caderas para mantenerla abierta, jadeándole al oído. La folló brutalmente y sin rastro de la delicadeza o el dominio tan propios de él.
No podía parar. Aun cuando una parte de su mente retrocedía horrorizada ante lo que estaba haciendo, él sencillamente no podía parar. La urgencia era como un cáncer que lo devoraba y tenía que satisfacerla para sobrevivir. En un recóndito rincón de su mente oía una voz ansiosa y jadeante: más fuerte, más deprisa. Más. Lo animaba y lo apremiaba, hasta que, con una última y cruel embestida, se descargó.
Ella esperó. Era hacerlo o caer al suelo. Él temblaba como un hombre febril, y ella no sabía si tranquilizarlo o darle una paliza.
– Maldita sea, Roarke. -Pero al verlo apoyar una mano contra la pared para mantener el equilibrio, empezó a preocuparse-: Vamos, ¿qué te pasa? ¿Cuántas copas has bebido? Vamos, apóyate en mí.
– No. -Una vez satisfecha la urgencia, a Roarke se le despejó la mente. Y los remordimientos le causaron un nudo en el estómago. Sacudió la cabeza para combatir el mareo y se apartó de ella-. Por Dios, Eve. Lo siento. Lo siento muchísimo.
– No te preocupes.
Roarke estaba blanco como el papel. Ella nunca lo había visto enfermo o asustado.
– Debería llamar a Summerset o a alguien. Tienes que acostarte.
Él le apartó con delicadeza las manos que le acariciaban y retrocedió hasta que dejaron de tocarse. ¿Cómo podía soportar que lo hiciera?
– Por el amor de Dios, te he violado. Acabo de violarte.
– No, no lo has hecho -replicó ella, esperando su tono de voz fuera tan efectivo como una bofetada-. Sé muy bien qué es una violación. No me has violado, aunque te has mostrado demasiado entusiasta.
– Te he hecho daño. -Cuando ella alargó una mano, él levantó las suyas para detenerla-. Maldita sea, Eve, estás magullada de la cabeza a los pies, y yo te arrincono contra la pared de un jodido cuarto de baño y te utilizo. Te he usado como un…
– Ya basta. -Ella dio un paso adelante y al ver que él negaba con la cabeza, añadió-: No te apartes de mí, Roarke. Eso sí me dolería. No lo hagas.
– Necesito un minuto -respondió él frotándose la cara. Seguía aturdido y mareado, y peor aún, algo fuera de sí-. Cielos, necesito una copa.
– Lo que me lleva a preguntarte de nuevo cuánto has bebido.
– No lo suficiente. No estoy borracho, Eve. -Dejó caer las manos y miró alrededor. Un cuarto de baño. ¡Por el amor de Dios, un cuarto de baño!-. No sé qué me ha ocurrido, qué se ha apoderado de mí… Lo siento.
– Eso ya lo veo. -Pero ella seguía sin tener una visión de conjunto-. No paras de repetirlo. Es extraño. Como liomsa.
La mirada de Roarke se ensombreció.
– Es gaélico. Significa mío. No he vuelto a hablar en gaélico desde que era niño. Mi padre lo utilizaba a menudo cuando estaba… borracho. -Vaciló antes de acariciarle la mejilla-. He sido tan brusco contigo. Tan poco delicado.
– No soy uno de tus jarrones de cristal, Roarke. Puedo soportarlo.
– No de este modo. -Él pensó en los quejidos y protestas de las prostitutas del callejón que le llegaban a través de las delgadas paredes y lo perseguían cuando su padre se las llevaba a la cama-. Nunca así. No he pensado en ti. No he tenido ninguna consideración, y eso no tiene excusa.
Ella no quería que se humillara. Le hacía sentirse incómoda.
– Bueno, estás demasiado ocupado mortificándote para que me preocupe, así que volvamos.
Él la cogió del brazo antes de que ella pudiera abrir la puerta.
– Eve, no sé qué ha ocurrido, de verdad. Hace un minuto estábamos allí fuera, escuchando a Mavis, y al siguiente… ha sido superior a mis fuerzas. Como si mi vida dependiera de tomarte en ese mismo instante. No era sólo sexo, sino cuestión de supervivencia. No podía controlarlo. Eso no es excusa para…
– Espera. -Ella se apoyó contra la puerta unos instantes, luchando por diferenciar la esposa de la policía que había en ella-. ¿No crees que exageras?
– No; era como unas tenazas en el cuello. -Roarke logró esbozar una débil sonrisa-. Bueno, tal vez ésa no sea la parte correcta de la anatomía. No hay nada que pueda decir o hacer para…
– Olvídate de tu sentido de culpabilidad, ¿quieres? Y piensa. -Esta vez la mirada de Eve era fría y dura como un ágata-. Una urgencia repentina e irresistible, semejante a una compulsión, que tú, un hombre con un gran autodominio, no has podido controlar. Y me penetras con la delicadeza de un célibe sudoroso rompiendo el ayuno con una androide de alquiler.
Él hizo una mueca y sintió que los remordimientos lo desgarraban.
– Soy muy consciente de ello.
– Y ése no es tu estilo, Roarke. Tienes tus movimientos característicos, no puedo seguirlos todos, pero son rítmicos y estudiados. Tal vez seas brusco, pero nunca mezquino. Y alguien que ha hecho el amor contigo en casi todas las posturas anatómicamente posibles puede afirmar que nunca eres egoísta.
– Vamos, esto es una lección de humildad -repuso él sin saber muy bien cómo reaccionar.
– No eras tú -murmuró ella.
– Lamento disentir.
– No lo era la persona en que te habías convertido -corrigió ella-. Y eso es lo que cuenta. Algo dentro de ti se rompió. O se encendió. Ese hijo de perra. -Contuvo la respiración al mirar a Roarke a los ojos y ver que empezaba a comprender lo ocurrido-. Ese hijo de perra tiene algo. Me lo comentó mientras bailábamos. Estuvo fanfarroneando y yo no lo entendí, de modo que tuvo que hacer una pequeña demostración. Y eso va a ser su perdición.
Roarke le cogió del brazo con fuerza.
– ¿Estás hablando de Jess Barrow? ¿De escáneres cerebrales y de sugestión? ¿Del control de la mente?
– La música debería afectar el comportamiento de la gente, el modo de pensar y de sentir. Eso me decía unos minutos antes de que empezara la actuación. Cabrón presuntuoso.
Roarke recordó la sorpresa reflejada en la mirada de Eve cuando la arrojó contra la pared y la penetró a la fuerza.
– Si tienes razón, quiero tener unos momentos a solas con él -dijo con un tono tal vez demasiado glacial.
– Es asunto de la policía -empezó a decir ella, pero él se acercó con una expresión de fría determinación.
– O me dejas unos momentos a solas con él o ya encontraré el modo de conseguirlos. De un modo u otro los tendré.
– Está bien. -Ella posó una mano sobre la de él, no para aflojar su sujeción sino en un gesto de solidaridad-. Está bien, pero tendrás que esperar tu turno. Tengo que estar segura.
– Esperaré -accedió él.
Pero ese hombre pagaría, se prometió Roarke, por haber introducido un instante de miedo o desconfianza en su relación.
– Dejaré que termine la actuación -decidió ella-. Entonces lo interrogaré de forma extraoficial en mi despacho bajo la supervisión de Peabody. No hagas nada por tu cuenta, Roarke. Hablo en serio. -Él abrió la puerta.
– He dicho que esperaría.
La música seguía sonado fuerte y los golpeó con una nota aguda varios metros antes de que llegaran al umbral. Pero bastó que Eve entrara y se abriera paso entre la multitud para que Jess levantara la mirada de la consola y la clavara en ella. Entonces esbozó una fugaz sonrisa entre orgullosa y divertida.
Y ella estuvo segura.
– Busca a Peabody y pídele que baje a mi despacho y se prepare para un interrogatorio preliminar. -Dio un paso hacia Roarke y lo miró a los ojos-. Por favor, no estamos hablando de un ultraje personal, sino de asesinato. Déjame hacer mi trabajo.
Roarke se volvió sin decir palabra. En cuanto se perdió en la multitud, ella se abrió paso hasta Summerset.