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– ¿Acaso no sabías que Cerise Devane era la presienta y principal accionista de la Tattler Enterprises?

– Bueno, supongo que lo sabía, pero…

– Supongo que tu nombre ha aparecido en The Tattler alguna vez a lo largo de tu carrera.

– Claro, siempre andan tratando de sacar trapos sucios de la gente. Y han sacado algunos míos. Es parte del oficio. -El miedo lo había abandonado dejando paso a indignación-. Escucha, la señora saltó. Yo estaba en mi estudio del centro ensayando cuando lo hizo. Tengo testigos. Mavis es uno de ellos.

– Sé que no estabas en el lugar de los hechos porque yo sí estaba. Al menos no estabas allí en carne y hueso. -Jess esbozó una sonrisa burlona.

– ¿Qué soy entonces, un maldito fantasma?

– ¿Conoces o has tenido alguna vez contacto con un técnico autotrónico llamado Drew Mathias?

– No me suena.

– Mathias se examinó en el mismo instituto.

– Como otros miles. Yo opté por un curso a distancia. Nunca he puesto el pie en el campus.

– ¿Y nunca has tenido ningún contacto con otros estudiantes?

– Claro que sí. Mediante telenexo, correo electrónico, fax láser o lo que fuera. -Se encogió de hombros, tamborileando con los dedos en la parte superior de una de sus botas labradas a mano-. No recuerdo ningún técnico electrónico con ese nombre.

Ella decidió cambiar de táctica.

– ¿Cuántas veces has trabajado en subliminales individualizados?

– No sé de qué me estás hablando.

– ¿No comprendes el término?

– Sé qué significa. -Esta vez a Jess le temblaron los hombros al encogerlos-. Y que yo sepa, nunca se ha hecho, de modo que no sé qué me estás preguntando.

Eve probó suerte y miró a su ayudante.

– ¿Sabes qué estoy preguntándole, Peabody?

– Creo que está bastante claro, teniente. -La oficial estaba sumida en la confusión, pero añadió-: Te gustaría saber cuántas veces el interrogado ha trabajado en subliminales individualizados. Tal vez debería recordar al interrogado que hoy en día no es ilegal investigar o interesarse en este campo. Sólo el desarrollo y fabricación van contra la actual legislación estatal, federal e internacional.

– Muy bien, Peabody. ¿Te aclara eso las cosas, Jess?

Aquella intervención había dado tiempo a Jess para tranquilizarse.

– Claro. Me interesa ese campo. Como a otra mucha gente.

– Se aparta un poco de tu especialidad, ¿no crees? Eres un músico, no un científico licenciado.

Ése era el botón. Jess se incorporó con los ojos brillantes.

– Estoy licenciado en musicología. La música no es sólo un montón de notas que se tocan juntas, encanto. Es la vida misma. Los recuerdos. Las canciones desencadenan reacciones emocionales específicas y a menudo predecibles.

– Y yo que pensaba que sólo era una forma agradable de pasar el rato.

– El entretenimiento es sólo una faceta. Los celtas iban a la guerra con gaitas. Para ellos era un arma tan válida como el hacha. Los nativos guerreros de África se preparaban para la lucha con tambores. Los esclavos se alimentaban de sus cantos espirituales, y los hombres llevan siglos seduciendo a las mujeres con música. La música actúa sobre la mente.

– Lo que nos lleva de nuevo a preguntarte: ¿cuándo decidiste dar un paso más allá y vincularla a las ondas cerebrales individuales? ¿Lo descubriste por casualidad, por puro azar, mientras componías una melodía?

Él soltó una breve carcajada.

– Crees que lo que hago se hace solo, ¿verdad? Me limito a sentarme, tocar unas notas y listo. Es duro. Es un trabajo arduo y agotador.

– Y estás muy orgulloso de tu trabajo, ¿verdad? Vamos, Jess, estabas a punto de contármelo antes. -Eve se levantó y rodeó el escritorio para sentarse en el borde-. Te morías por contármelo. Por contárselo a alguien. Lo increíble que es, la satisfacción que te produce crear algo tan asombroso, para después tener que guardártelo.

Él volvió a coger la copa y recorrió con los dedos el largo y delgado pie.

– Esto no era exactamente lo que me había imaginado. -Bebió un sorbo y consideró las consecuencias… y las ventajas-. Mavis dice que puedes ser flexible. Que no sigues al pie de la letra los códigos y procedimientos.

– Oh, puedo ser flexible, Jess. -Cuando hay motivos que lo justifiquen, pensó-. Explícate.

– Bueno, digamos que si hubiera inventado una técnica para introducir subliminales individualizados, alteradores del ánimo que actuaran sobre las ondas cerebrales personales, sería increíble. La gente como Roarke o como tú, con vuestros contactos y base financiera, y vuestra influencia, por así decirlo, podríais pasar por alto unas cuantas leyes anticuadas y hacer un gran fortunón. Revolucionar la industria del entretenimiento personal.

– ¿Es una propuesta?

– Hipotéticamente -dijo él e hizo un ademán con la copa-. Las industrias de Roarke disponen de las instalaciones apropiadas para llevar a cabo la investigación y desarrollo, y de la mano de obra y los créditos necesarios para emprender algo así y sacarlo adelante. Y me parece que una policía inteligente podría hallar el modo de saltarse alguna ley para que todo marchara sobre ruedas.

– Por Dios, teniente, parece que tú y Roarke sois la pareja perfecta -exclamó Peabody con una sonrisa que no le alcanzó los ojos-. Hipotéticamente.

– Y Mavis el conducto -murmuró Eve.

– Eh, olvídate de Mavis. Ya tiene lo que quería. Después de esta noche va a despegar.

– ¿Y crees que eso la compensa de haber sido utilizada para llegar a Roarke?

Él volvió a encogerse de hombros.

– Los favores se pagan, cielo. Y me he dedicado de pleno a ella. -En los ojos de Jess volvía a haber un brillo entre malicioso y divertido-. ¿Disfrutaste con la demostración informal de mi sistema hipotético?

No muy segura de ser capaz de disimular su rabia, Eve volvió a sentarse tras su escritorio.

– ¿Demostración?

– La noche que tú y Roarke vinisteis al estudio para ver la grabación. Me pareció que los dos estabais muy ansiosos por marcharos y estar a solas. -Su sonrisa se hizo más amplia-. ¿Queríais revivir la luna de miel?

Ella mantuvo las manos detrás del escritorio hasta lograr abrir los puños. Echó un vistazo a la puerta del despacho de Roarke que comunicaba con el suyo, y se sobresaltó al ver parpadear la luz verde del monitor.

Los estaba observando. Eso no sólo era ilegal, sino peligroso en esas circunstancias, pensó ella. Se volvió hacia Jess. No podía permitirse romper el ritmo.

– Pareces tener un interés exagerado en mi vida sexual.

– Ya te lo he dicho, Dallas. Me fascinas. Eres una mujer inteligente y llena de determinación, con una cabeza llena de espacios oscuros. Me pregunto qué ocurriría si abrieras esos espacios. Y el sexo es la llave maestra. -Se inclinó hacia adelante y la miró a los ojos-. ¿Con qué sueñas, Dallas?

Ella recordó las horribles pesadillas de la noche que había visto el disco de Mavis. El disco que él le había dado. Le temblaron las manos.

– Hijo de perra. -Se levantó despacio y apoyó las manos en el escritorio-. Te gusta hacer demostraciones, ¿eh, cabrón? ¿Es eso lo que Mathias fue para ti? ¿Una demostración?

– Ya te lo he dicho. No sé quién es.

– Es posible que necesitaras un técnico autotrónico para perfeccionar tu sistema. Luego lo probaste con él. Prepara el patrón de sus ondas cerebrales, de modo que las programaste dentro. ¿Le diste instrucciones para que se fabricara una soga y se la colocara alrededor del cuello, o dejaste que él escogiera el método?

– Te has salido de órbita.

– ¿Y Pearly? ¿Qué relación tiene con todo esto? ¿Se trataba acaso de una declaración política? ¿Mirabas hacia el futuro? Eres un auténtico visionario. El se habría opuesto a la legalización de tu nuevo juguete, así que ¿por qué no utilizarlo con él?

– Para el carro -dijo él levantándose-. Estás hablando de asesinato. Por Dios, ¿intentas involucrarme en un asesinato?

– Y luego Fitzhugh. ¿Necesitabas un par de demostraciones más o simplemente le cogiste el gusto? Te sentías poderoso matando sin mancharte las manos de sangre, ¿eh, Jess?

– Nunca he matado a nadie.

– Y Devane era un chollo, con todos los medios de comunicación allí. Tenías que verlo. Apuesto a que disfrutaste haciéndolo. Que te excitaste viéndolo. Como te excitaste al pensar qué ibas a empujar a Roarke esta noche con tu maldito juguete.

– Eso es lo que te sulfura, ¿no? -Furioso, Jess se inclinó sobre el escritorio. Esta vez su sonrisa no era cautivadora sino feroz-. Quieres herirme porque influí sobre tu marido. Deberías darme las gracias. Apuesto a que follasteis como salvajes.