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Eve le golpeó en la mandíbula impulsivamente. Jess cayó de bruces con los brazos abiertos, y el telenexo voló por los aires.

– Maldita sea -jadeó ella.

Peabody habló con voz fría y serena por encima del zumbido de la grabadora.

– Que conste en acta que el individuo ha amenazado físicamente a la teniente durante el interrogatorio. A continuación el interrogado perdió el equilibrio y se dio con la cabeza contra el escritorio. En estos momentos parece aturdido.

Eve no pudo hacer otra cosa que mirar a Peabody mientras ésta se ponía de pie, se acercaba a Jess y lo levantaba cogiéndolo por el cuello de la camisa. Lo sostuvo de pie unos instantes como si considerara su estado. Le fallaban las rodillas y tenía los ojos en blanco.

– Afirmativo -declaró, y lo dejó caer en una silla-. Teniente Dallas, creo que su grabadora se ha estropeado. -A continuación Peabody derramó su café en el aparato de Eve para estropear de verdad los chips-. La mía sigue funcionando y bastará para continuar informando sobre este interrogatorio. ¿Estás herida?

– No. -Eve cerró los ojos y recuperó el control-. No, estoy bien, gracias. El interrogatorio se interrumpe a la una y media. El individuo Jess Barrow será llevado al centro médico Brightmore para ser examinado y tratado, y allí permanecerá hasta las nueve de la manana, hora en que este interrogatorio se reanudará en comisaría. Oficial Peabody, ocúpese del traslado. El interrogado será retenido para ser interrogado por cargos pendientes.

– Sí, teniente. -Peabody se volvió hacia la puerta del despacho de Roarke cuando ésta se abrió. Le bastó con.mirarlo a la cara para darse cuenta de que podía haber problemas-. Teniente -empezó a decir con cuidado de mantener la grabadora boca abajo-. Hay interferencias en mi comunicador y su telenexo podría haberse estroeado cuando el interrogado cayó al suelo. Pido permiso para utilizar la otra habitación para llamar a los asistentes sanitarios.

– Adelante -respondió Eve, y suspiró al ver a Roarke entrar y Peabody salir a grandes zancadas-. No tenías ningún derecho a espiar el interrogatorio -empezó.

– Lamento discrepar. Tengo todo el derecho. -Él bajó la vista hacia la silla donde Jess gemía y cambiaba de postura-. Está volviendo en sí. Quisiera estar unos minutos a solas con él.

– Escucha, Roarke…

Él la interrumpió con una mirada glacial.

– Ahora mismo, Eve. Déjanos solos.

Ése era el problema, decidió ella. Ambos estaban tan acostumbrados a dar órdenes que ninguno de los dos las encajaba bien. Pero recordó la mirada afligida de Eve cuando él se había apartado de ella. Ambos habían sido utilizados, pero Roarke había sido la víctima.

– Tienes cinco minutos. Eso es todo. Y te lo advierto. En la grabación aparece levemente herido. Si tiene, señales de golpes me las achacarán a mí, lo que podría poner en peligro el caso.

Roarke esbozó una sonrisa mientras la cogía del brazo y la acompañaba hasta la puerta.

– Confía en mí, teniente. Soy un hombre civilizado.

Cerró la puerta en sus narices y echó la llave. Sabía cómo causar grandes tormentos a un cuerpo humano sin dejar rastro, se dijo.

Se acercó a Jess, lo levantó de la silla y lo zarandeó hasta que abrió los ojos.

– ¿Estás despierto y consciente? -masculló.

Jess tenía la espalda empapada en sudor. Su vida estaba en peligro, y lo sabía.

– Quiero un abogado.

– No estás tratando con polis, sino conmigo. Al menos durante los próximos cinco minutos. Y ahora no tienes derechos ni privilegios.

Jess tragó saliva y trató de conservar la calma.

– No puedes ponerme la mano encima. Si lo haces, la responsabilidad caerá sobre tu mujer.

Roarke curvó los labios y le dio un puñetazo en el estómago.

– Voy a demostrarte lo equivocado que estás.

Sin apartar los ojos de Jess, se agachó, le agarró el miembro y se lo retorció. Le dio cierta satisfacción ver cómo le caían gotas de sangre por la cara y torcía la boca como un pez boqueando. Con el pulgar le apretó la tráquea hasta que se le desorbitaron los ojos.

– ¿No es repugnante verte conducido por tu polla? -Le retorció el miembro por última vez antes de dejar que se desplomara en la silla y se acurrucara como un renacuajo-. Ahora hablemos -añadió con tono agradable-. De asuntos personales.

Fuera en el pasillo, Eve se paseaba arriba y abajo, mirando cada pocos segundos hacia la gruesa puerta. Sabía que si Roarke había conectado la insonorización, Jess podía estar aullando a pleno pulmón, que ella no lo oiría.

Si lo mataba… Por Dios, si lo mataba, ¿cómo iba a resolver el caso? Se detuvo horrorizada. Tenía la obligación de proteger a ese cabrón. Había unas leyes. No importaban los sentimientos personales, había unas leyes.

Se dirigió a la puerta, tecleó el código de la cerradura y resopló cuando éste fue rechazado.

– Maldita sea, Roarke.

Él la conocía demasiado bien. Con pocas esperanzas se dirigió al otro extremo del pasillo e intentó abrir la puerta que comunicaba al despacho. Pero también le fue negada la entrada.

Se acercó al monitor y conectó la cámara de seguridad de su despacho, pero descubrió que él también le había impedido el acceso.

– Por Dios, lo está matando.

Corrió de nuevo hasta la puerta y la aporreó impotente. Unos momentos más tarde, como por arte de magia, la puerta se abrió silenciosamente. Vio a Roarke sentado ante el escritorio, fumando tranquilamente.

El corazón le dio un brinco al ver a Jess. Estaba pálido como un muerto, pero respiraba. De hecho, resoplaba como un termostato defectuoso.

– No tiene ni un rasguño -dijo Roarke cogiendo el coñac que acababa de servirse-. Y creo que ha empezado a comprender el error que ha cometido.

Eve examinó los ojos de Jess, que se encogió de miedo en la silla como un perro apaleado.

– ¿Qué demonios le has hecho?

Roarke dudaba que Eve o el DPSNY aprobara los trucos que había aprendido en su pasado.

– Mucho menos de lo que merecía.

Ella se irguió y miró a Roarke. Éste tenía el aspecto de alguien que se dispone a entretener a sus invitados o a presidir una importante reunión de negocios. Tenía el traje sin una arruga, el cabello perfectamente peinado y el pulso firme. Pero la mirada ligeramente extraviada.

– Por Dios, das miedo.

Roarke dejó a un lado el coñac.

– Nunca volveré a hacerte daño.

Ella contuvo sus deseos de acercarse a él y estrecharlo en sus brazos. Pero no era lo que pedían las circunstancias. O lo que él necesitaba.

– Roarke, no es un asunto personal.

– Lo es -repuso él, exhalando despacio el humo. Peabody entró con rostro inexpresivo.

– Los asistentes sanitarios ya están aquí, teniente. Con tu permiso, acompañaré al sospechoso al centro médico.

– Iré yo.

Peabody lanzó una mirada a Roarke, que aún no había apartado los ojos de Eve, y vio que tenía una expresión más que peligrosa.

– Si me disculpas, teniente, creo que tienes aquí asuntos más apremiantes. Puedo ocuparme yo. Todavía tenéis en casa muchos invitados, incluyendo la prensa. Estoy segura de que preferirás que el asunto no se difunda hasta nueva orden.

– Está bien. Llamaré desde aquí a la central y tomaré las medidas necesarias. Dispón la segunda parte del interrogatorio para mañana a las nueve.

– Estoy impaciente. -Peabody echó un vistazo a Jess y arqueó una ceja-. Debe de haberse golpeado la cabeza con mucha fuerza, porque sigue aturdido, y tiene la piel fría y húmeda. -Dedicó a Roarke una sonrisa y añadió-: Sé muy bien lo que es estar así.

Roarke rió, y sintió que la tensión lo abandonaba.

– No, Peabody. En este caso no creo que lo sepas.

Se acercó a ella y, sosteniéndole el rostro entre sus esbeltas manos, la besó.

– Eres un encanto -murmuró. Luego se volvió hacia Eve y añadió-: Me ocuparé del resto de nuestros invitados. Tómate tu tiempo.

Peabody se llevó los dedos a los labios mientras se dirigía a la puerta. Una oleada de placer la había recorrido de la cabeza a los pies.

– Caramba. Soy un encanto, Dallas.

– Estoy en deuda contigo, Peabody.

– Creo que acaban de saldarla. -Retrocedió hasta la puerta-. Aquí están los asistentes. Nos llevaremos a nuestro amigo. Dile a Mavis que estuvo absolutamente ultra.

– ¿Mavis? -Eve se frotó los ojos. ¿Cómo iba a explicárselo a Mavis?

– Yo de ti la dejaría brillar esta noche. Puedes contárselo más tarde. Lo entenderá.

16

Obtener una orden de registro y detención a las dos de la madrugada era un asunto peliagudo. Le faltaban los datos más sencillos para obtener una autorización automática. Y necesitaba un juez. Los jueces solían ponerse de malhumor con las llamadas a medianoche. Y tratar de explicar por qué le urgía autorización para examinar una consola de música en su propia casa era una tarea incierta.