Así las cosas, Eve soportó el sermón del furioso y cortante juez de su elección.
– Lo comprendo, su señoría. Pero no puede esperar hasta mañana. Tengo serias sospechas de que la consola en cuestión está relacionada con las muertes de cuatro personas. Su diseñador y operador está en estos momentos detenido, y no puedo contar con su colaboración inmediata.
– ¿Trata de decirme que la música mata, teniente? -replicó el juez-. Yo mismo podría habérselo dicho. La porquería que se oye hoy en día podría matar un elefante. En mis tiempos sí teníamos música. Springsteen, Live, los Cult Killers. Eso era música.
– Sí, señor. -Ella puso los ojos en blanco. Había tenido que escoger precisamente un amante de la música clásica-. Necesito la orden, su señoría. El capitán Feeney está disponible para comenzar este examen inicial. Según consta en el acta, el operador ha confesado haber utilizado la consola de forma ilegal. Necesito más pruebas para relacionarlo con los otros casos en cuestión.
– Si quiere mi opinión, deberían prohibir y prender fuego a esas consolas musicales. Esto es basura, teniente.
– No si las pruebas confirman mi convicción de que esta consola y quien la opera están relacionados con la muerte del senador Pearly y de los demás.
El juez hizo una pausa seguida de un resoplido.
– Eso es un gran salto al vacío. Literalmente.
– Sí, señor. Y quiero la orden para tender un puente.
– Se la enviaré, pero más vale que consiga algo, teniente. Y que sea consistente.
– Gracias. Lamento haberle interrumpido… -el telenexo hizo clic en su oído- su sueño -concluyó ella.
Luego cogió el comunicador y llamó a Feeney.
– Eh, Dallas. -El rostro del técnico se iluminó con una amplia y divertida sonrisa-. ¿Dónde te habías metido? La fiesta acaba de empezar. Te has perdido a Mavis haciendo un número con un holograma de los Rolling Stones. Ya sabes qué pienso de Jagger.
– Sí, es como un padre para ti. No despegues, Feeney. Tengo una misión para ti.
– ¿Misión? Son las dos de la madrugada y mi mujer parece, ya sabes… -parpadeó con expresión sentimentaloide- interesada.
– Lo siento. Tendrás que controlar tus glándulas. Roarke se encargará de que la lleven a casa. Estaré allí en diez minutos. Tómate algo para despejarte si lo crees necesario. Puede que nos espere una larga noche.
– ¿Despejarme? -Feeney adquirió la expresión taciturna de costumbre-. Llevo toda la noche tratando de animarme. ¿De qué se trata?
– En diez minutos -repitió ella antes de cortar la comunicación.
Se entretuvo en cambiarse de ropa y se descubrió cardenales que no se había visto antes. Dedicó unos minutos a untarse de crema por donde pudo e hizo una mueca de dolor al ponerse una camisa y unos pantalones.
No obstante, cumplió su palabra y diez minutos más tarde salía a la terraza del tejado.
Roarke se había dedicado a despedir a los invitados más remolones.
Sentado junto al bufet diezmado, Feeney comía paté con tristeza.
– Sabes cómo cortar el rollo, Dallas. Mi mujer se ha quedado tan deslumbrada de que una limusina la llevara a casa que se ha olvidado de mí. Y Mavis ha estado todo el rato buscándote. Creo que estaba un poco dolida de que no te hubieras quedado para felicitarla.
– La compensaré. -Su telenexo portátil emitió un pitido. Leyó la pantalla y ordenó una impresión-. Aquí tenemos la orden judicial.
– ¿Orden? -Feeney cogió una trufa y se la metió en la boca-. ¿Para qué?
Eve se volvió y señaló la consola.
– Para ella. ¿Listo para utilizar tu magia?
Feeney tragó la trufa y miró la consola. Los ojos se le llenaron de una luz que muchos habrían llamado amor.
– ¿Quieres que toque algo? Caray.
Se puso de pie de un salto y casi corrió hasta el equipo. Lo recorrió reverente con las manos y Eve lo oyó murmurar algo así como TX-42, con ondas sonoras de alta velocidad.
– ¿Me autoriza la orden a anular el código de la cerradura?
– Sí, Feeney. Esto es algo serio.
– ¡A quién se lo vas a decir! -Levantó las manos y se rotó los dedos como un experto en abrir cajas fuertes a punto de dar el gran golpe-. Esta criatura sí es algo serio. El diseño es todo un acierto, y tiene una potencia que está fuera de escala. Es…
– Probablemente la causa de cuatro muertes -dijo Eve. Se acercó y añadió-: Déjame ponerte al día.
Al cabo de veinte minutos, utilizando el equipo portátil que llevaba en el coche, Feeney trabajaba absorto. Eve no podía entender qué murmuraba, y él se impacientaba cuando ella se inclinaba por encima de su hombro.
Esto permitió a Eve pasearse por la habitación y hacer una llamada para informarse del estado de Jess. Acababa de ordenar a Peabody que la relevara un agente y volviera a casa para dormir un poco cuando Roarke entró.
– Me he disculpado por ti a nuestros invitados -dijo y se sirvió otro brandy-. Les he explicado que te surgió un imprevisto. Me han compadecido por vivir con una policía.
– Traté de advertirte que hacías un mal negocio. -Él sonrió.
– Eso ha aplacado a Mavis. Espera tu llamada mañana.
– La llamaré. Tendré que explicarle algunas cosas. ¿Ha preguntado por Barrow?
– Le dije que se había sentido… indispuesto de repente. -Roarke no la rozó siquiera. Deseaba hacerlo, pero aún no estaba preparado-. Te duele todo, Eve. Salta a la vista.
– Vuelve a taparme la nariz y te tumbo. Feeney y yo tenemos mucho que hacer aquí, y debo estar despierta. No soy frágil, Roarke. -Le suplicó con los ojos que lo olvidara-. Métetelo en la cabeza.
– No lo consigo. -Dejó a un lado el coñac y se metió las manos en los bolsillos-. Podría echar una mano allí -añadió, inclinando la cabeza hacia Feeney.
– Es un asunto policial. No estás autorizado a tocar el aparato.
Cuando él volvió a mirarla con algo del viejo humor, ella soltó un suspiro.
– Es cosa de Feeney -replicó-. Está jerárquicamente por encima de mí, y si quiere meterte en esto, es asunto suyo. Yo no quiero saber nada. Tengo informes que preparar.
Se encaminó a la puerta con aire irritado.
– Eve. -Cuando ella se detuvo y lo miró con ceño, él negó con la cabeza-. Nada. -Y se encogió de hombros, impotente.
– Déjalo estar, maldita sea. Me estás hartando -replicó ella saliendo a grandes zancadas y casi haciéndole sonreír.
– Yo también te quiero -murmuró él. Luego se acercó a Feeney y preguntó-: ¿Qué tenemos aquí?
– Es tan hermoso que hace que me salten las lágrimas, te lo juro. Te digo que ese tipo es un auténtico genio. Ven aquí y mira este panel de mandos. Sólo míralo.
Roarke se quitó la americana, se agachó y se puso manos a la obra.
Ella no se acostó. Por una vez olvidó sus prejuicios y se tomó su autorizada dosis de anfetas, que le disiparon el cansancio y le sacudieron la mayoría de las telarañas de la cabeza. Utilizó la ducha, se puso un vendaje de hielo en la rodilla dolorida y se dijo que se ocuparía de las contusiones más tarde.
Eran las seis de la mañana cuando volvió a la terraza del tejado. Habían desmotando la consola metódicamente, y los cables, tableros, chips, discos y paneles estaban distribuidos por el reluciente suelo en lo que supuso eran pilas ordenadas.
Con su elegante camisa de seda y los pantalones hechos a medida, Roarke se hallaba sentado con las piernas cruzadas en medio de ellas, introduciendo datos en una tarjeta-diario. Se había recogido el cabello para impedir que le cayera sobre la cara y tenía una expresión concentrada, sus ojos azules increíblemente abiertos para la hora que era.
– Ya lo tengo -murmuró Feeney-. He visto algo parecido antes. Muy parecido. Los componentes se están comprobando ellos mismos. -Le pasó la tarjeta-diario por debajo del panel inferior de la consola-. Echa un vistazo.
Roarke se la arrebató.
– Sí, podría servir. Podría jodidamente servir. ¡Chúpamela!
– Los irlandeses tienen un bonito lenguaje.
Ante el tono seco de Eve, Feeney levantó la cabeza de golpe. Tenía el cabello en punta, como si hubiera sufrido una descarga al toquetear el equipo. Los ojos le brillaban desorbitados.
– Eh, Dallas. Creo que lo tenemos.
– ¿Por qué habéis tardado tanto?
– Muy graciosa. -La cabeza de Feeney volvió a desaparecer.
Eve cruzó una larga y seria mirada con Roarke.
– Buenos días, teniente.
– No estás aquí -respondió ella pasando por su lado-. No te veo. ¿Qué tienes, Feeney?