Eve se recostó en su asiento.
– No me estás animando mucho que digamos.
– Sólo te invito a reflexionar. Si está metido en esto, tiene un ayudante. U otra unidad personal portátil.
– ¿Podría adaptarse a unas gafas de realidad virtual? -La idea lo intrigó e hizo que sus ojos abatidos brillaran.
– No puedo decirlo con seguridad. Buscaré tiempo para averiguarlo.
– Espero que lo encuentres. Es lo único que tenemos, Feeney. Si no logro demostrar nada, saldrá impune de los asesinatos. No me conformo con encerrarlo de diez a veinte años por lo que tenemos. -Resopló-. Pedirá un examen psicológico y hará lo que sea para salir del atolladero. Tal vez Mira sepa encasillarlo.
– Envíaselo después del descanso -sugirió Feeney-. Deja que ella se ocupe unas horas de él, y hazte un favor y ve a casa y duerme un poco. Si sigues así, caerás.
– Puede que lo haga. Mientras tanto hablaré con Whitney. Un par de horas libres tal vez me despejen. Debe de escapárseme algo.
Por una vez Summerset no estaba al acecho. Eve entró en la casa furtivamente como un ladrón y subió las escaleras cojeando. Dejó tras de sí una estela de ropas al encaminarse al dormitorio, y suspiró de placer al caer en la cama.
Diez minutos más tarde yacía de espaldas, mirando el techo. El dolor era intenso, pensó de mal humor. Pero el efecto del estimulante que había tomado horas atrás no había terminado. Estaba pasando, dejándola mareada de cansancio, mientras su organismo seguía rebosante de energía.
Era incapaz de conciliar el sueño.
Se encontró separando las piezas del rompecabezas para a continuación volverlas a juntar. Cada vez formaba una figura diferente hasta convertirse en una confusa mezcolanza de hechos y teorías.
A ese paso no hablaría con mucha coherencia cuando se reuniera con Mira.
Se planteó tomar un largo baño caliente en vez de dormir. Inspirada, se levantó y se envolvió en el albornoz. Tomó el ascensor con el propósito de evitar a Summerset, y bajó en la planta inferior donde se hallaba el sendero ajardinado que conducía al solárium. Una sesión en la piscina sería la solución, decidió.
Tiró al suelo el albornoz y se acercó desnuda a la oscura agua contenida por un muro de auténtica piedra y rodeada de flores fragantes. Al sumergir un pie el agua le pareció agradablemente caliente. Se sentó en el primer escalón y pulsó los mandos de chorros y burbujas. En cuanto el agua empezó a agitarse se ocupó de programar la música. Con una mueca, decidió que no estaba de humor para melodías.
Al principio se limitó a flotar, agradeciendo que no hubiera nadie alrededor para oír sus gemidos cuando los chorros de agua actuaban en sus partes doloridas. Inhaló el aroma de las flores y flotó a la deriva, abandonándose a los más simples placeres.
El conflicto entre el cansancio y el estimulante se compensó dando paso a la relajación. Las drogas eran excesivamente sobrevaloradas, decidió Eva. El agua obraba maravillas. Se dio lentamente la vuelta y se puso a nadar, despacio al principio, mientras se le calentaban los músculos. Luego puso más energía, confiando en librarse del exceso del estimulante y reanimarse con el ejercicio.
Cuando sonó el reloj automático y el agua se calmó, ella siguió dando largas brazadas, sumergiéndose hasta casi rozar el brillante fondo negro, hasta que se sintió como un embrión en un útero y salió a la superficie con un gemido de satisfacción.
– Nadas como un pez.
Eve buscó instintivamente el arma que llevaba en el costado y se encontró con sus propias costillas. Se apresuró a secarse los ojos y vio a Reeanna.
– Es un decir, pero en tu caso es cierto. -Se acercó al bordillo de la piscina. Luego se quitó los zapatos, se sentó y sumergió las piernas en el agua-. ¿Te importa?
– Adelante. -Eve no se consideraba muy pudorosa, pero se sumergió un poco más. Odiaba que la sorprendieran desnuda-. ¿Buscabas a Roarke?
– La verdad es que no. Acabo de dejarle. Él y William siguen arriba en su oficina. Yo tengo hora en la peluquería. -Se tiró de sus encantadores rizos pelirrojos-. Tengo que hacer algo con esta mata de pelo. Summerset ha comentado que estabas aquí abajo, y pensé en saludarte.
Summerset. Eve sonrió forzada. La había visto, después de todo.
– Tenía un par de horas libres y se me ocurrió aprovecharlas.
– ¿Y qué lugar más maravilloso para hacerlo? Roarke tiene muchísima clase, ¿no te parece?
– Ya lo creo.
– Sólo quería decirte lo bien que lo pasé anoche. Apenas tuve ocasión de hablar contigo… con tanta gente. Y luego te llamaron.
– Los policías son negados para el trato social -repuso Eve, preguntándose cómo salir y recuperar su albornoz sin sentirse como una idiota.
Reeanna alargó la mano hasta tocar el agua.
– Espero que no fuera nada… desagradable.
– No murió nadie, si a eso te refieres. -Ella sí era pésima para el trato social, se dijo Eve sonriendo para sí. Y se obligó a hacer un mayor esfuerzo-. A decir verdad tuve un golpe de suerte en el caso en que estoy trabajando. Detuvimos a un sospechoso.
– Eso es bueno. -Reeanna ladeó la cabeza con expresión intrigada-. ¿Te refieres al suicidio que discutimos en otra ocasión?
– No estoy autorizada a responderte.
Reeanna sonrió.
– Así habla un poli. En fin, de un modo u otro, he estado pensando mucho en ello. Tu caso, o como lo hayas llamado, sería un artículo fascinante. He estado tan absorta en temas tecnológicos que llevo mucho sin escribir nada. Espero discutir contigo el asunto una vez lo resuelvas y se divulgue.
– Seguramente podremos, si es que lo resuelvo -respondió Eve cediendo un poco. Después de todo, esa mujer era una experta y podía serle de ayuda-. Pues para que sepas, el sospechoso está siendo analizado por la doctora Mira. ¿Alguna vez has hecho evaluaciones de comportamiento y personalidad?
– Desde luego. Desde distinto ángulo que Mira. Podría decirse que somos las dos caras de una misma moneda. Nuestra diagnosis final a menudo sería la misma, pero utilizaríamos un método distinto y un punto de vista diferente.
– Es posible que necesite dos puntos de vista antes de que termine este asunto -murmuró Eve, midiéndola con la mirada-. ¿No tendrás por casualidad autorización para acceder a información confidencial?
– Da la casualidad de que sí. -Reeanna siguió balanceando las piernas despacio, pero tenía una expresión alerta, interesada-. Nivel cuatro, clase B.
– Casi. Si se diera el caso, ¿qué te parecería trabajar para tu ciudad en calidad de asesora temporal? Puedo garantizarte muchas horas, malas condiciones y pésimo sueldo.
– ¿Quién podría declinar una oferta así? -Reeanna rió echándose el cabello hacia, atrás-. La verdad, me encantaría tener la oportunidad de volver a tratar con pacientes. Llevo demasiado tiempo encerrada en laboratorios, trabajando con máquinas. A William le encanta, ya sabes, pero yo necesito a la gente.
– Pues es posible que te llame -concluyó Eve. Y decidiendo que era más estúpido permanecer en el agua que salir con naturalidad, se levantó.
– Ya sabes dónde encontrarme… Por Dios, ¿qué te ha pasado? -Reeanna se puso de pie-. Estás negra y azul.
– Gajes del oficio.
Cogió una de las toallas amontonadas cerca del bordillo y se disponía a envolverse cuando Reeanna se la arrebató.
– Déjame echarte un vistazo. No te han tratado -dijo tocándole la cadera.
– ¿Te importa?
– Por supuesto. -Impaciente, Reeanna levantó la mirada-. Oh, estáte quieta. No sólo soy mujer y conozco personalmente el cuerpo femenino, sino que también tengo una licenciatura en medicina. ¿Qué te has puesto en la rodilla? Tiene muy mal aspecto.
– Un vendaje de hielo. Está mejor.
– Pues me habría muerto si lo hubiera visto peor. ¿Por qué no has ido al centro médico o a un puesto de asistencia?
– Porque los odio. Y no tenía tiempo.
– Pues ahora lo tienes. Quiero que te tumbes en la mesa de masajes. Iré al coche por mi maletín de emergencia y me ocuparé de esto.
– Escucha, te lo agradezco, pero sólo son cardenales. -Eve tuvo que alzar la voz porque Reeana ya se estaba lejando presurosa.
– Tendrás suerte si no te has astillado un hueso de esa cadera. -Con ese triste vaticinio, Reeanna entró en el ascensor.
– Oh, gracias. Me siento mucho mejor ahora.
Resignada, Eve se quitó la toalla, se puso el albornoz y se acercó de mala gana a la mesa situada debajo de una pérgola llena de glicinias en flor. Apenas se había instalado cuando Reeanna volvió con un pulcro maletín de cuero.
Esa mujer sabía actuar, pensó Eve.
– Creía que tenías hora en la peluquería.
– He llamado para que me la cambien. Échate, nos ocuparemos primero de la rodilla.