– ¿Cobras extra por las visitas a domicilio?
Reeanna sonrió mientras abría el maletín. Eve echó un vistazo al interior y volvió la cabeza. Por Dios, odiaba la medicina.
– Esta es gratis. Considérala una práctica. Llevo casi dos años sin trabajar en seres humanos.
– Muy alentador. -Eve cerró los ojos cuando Reeanna sacó un miniescáner y le examinó la rodilla-. ¿Por qué lo dejaste?
– Hummm. No está rota, eso ya es algo. Sólo está dislocada e hinchada. ¿Por qué? -Volvió a revolver en su maletín-. Roarke es parte del motivo. Nos hizo a William y a mí una oferta imposible de declinar. El sueldo era generoso, y Roarke sabe qué teclas tocar.
Eve silbó al sentir en la rodilla algo frío y que escocía.
– ¡Me lo vas a decir a mí!
– El sabía que yo llevaba tiempo interesándome en los patrones de conducta y en los efectos de la estimulación. La oportunidad de crear nueva tecnología con fondos literalmente ilimitados era demasiado tentadora para dejarla escapar. La vanidad no me permitió rechazar la oportunidad de participar en algo nuevo, y con el respaldo de Roarke sin duda iba a ser un éxito.
Eve se dio cuenta de que había sido un error cerrar los ojos, porque empezaba a flotar. Las palpitaciones en las caderas se atenuaron a medida que los delicados dedos de Reeanna esparcían algo frío. Recibió el mismo tratamiento en el hombro. La ausencia de dolor era como un tranquilizante y la llevó a ir aún más lejos y añadir:
– Al parecer nunca fracasa.
– No, al menos desde que lo conozco.
– Tengo una reunión dentro de un par de horas -se apresuró a decir Eve.
– Descansa primero. -Reeanna le retiró el vendaje de la rodilla y comprobó que la hinchazón había disminuido-. Voy a ponerte otro vendaje ultracicatrizante, y luego uno de hielo para terminar de bajarla. Es probable que sigas sintiéndola un poco rígida. Te aconsejo que la mimes los próximos dos días.
– Claro. La mimaré.
– ¿Te hiciste todo esto anoche, cercando a tu sospechoso?
– No, antes. Él no me dio problemas. El muy cabrón. -Eve arrugó las cejas-. No consigo hallar pruebas contra él.
– Estoy segura de que lo harás -repuso Reeanna mientras continuaba con el tratamiento-. Eres rigurosa y te implicas en los casos. Te vi en uno de los canales de noticias. En el tejado con Cerise Devane, arriesgando la vida.
– Fracasé.
– Lo sé. -Reeanna untó las contusiones con una crema anestesiante-. Fue horrible. Y más aún para ti, imagino. Tendrías que haber visto su cara y sus ojos de cerca cuando saltó.
– Sonreía.
– Ya lo vi.
– Quería morir.
– ¿Tú crees?
– Dijo que morir era agradable. La experiencia máxima.
Satisfecha de haber hecho todo lo que estaba en su mano, Reeanna cogió otra toalla y la extendió sobre Eve.
– Hay quienes consideran la muerte como la experiencia humana suprema. No importa lo avanzadas que estén la medicina y la tecnología, nadie puede escapar a ella. Y dado que estamos llamados a morir, ¿por qué no ver la muerte como un objetivo en lugar de un obstáculo?
– Estamos llamados a luchar. Cada trecho del camino.
– No todo el mundo tiene la energía o la necesidad de luchar. Algunos la aceptan tranquilamente. -Reeanna le cogió una mano y le tomó el pulso-. Otros se resisten. Pero todos mueren.
– Alguien la incitó y eso lo convierte en un asesinato. Y allí entro yo.
– Sí, supongo que sí. Duerme un poco. Le diré a Summerset que te despierte para la reunión.
– Gracias.
– No es nada. -Reeanna le tocó el hombro-. Entre amigas.
Estudió a Eve unos momentos más, luego echó un vistazo a su reloj con incrustaciones de diamantes. Tendría que darse prisa si quería llegar a tiempo a la peluquería, pero todavía debía ocuparse de un detalle.
Volvió a guardar el equipo y tras dejar en la mesa un tubo de crema anestesiante para Eve, se apresuró a salir.
18
Eve se paseaba por la oficina elegantemente enmoquetada de la doctora Mira con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha como un toro listo para embestir.
– No lo entiendo. ¿Cómo es posible que no coincida su perfil? Puedo encerrarlo por cargos menos graves. Ese cabrón ha estado jugando con los cerebros de otras personas, disfrutando con ello.
– No se trata de coincidencias, Eve, sino de probabilidades.
Paciente y con expresión serena, Mira se hallaba sentada en su confortable butaca adaptable al cuerpo, bebiéndose un té al jazmín. El ambiente estaba cargadísimo de la frustración y energía que emanaban de Eve.
– Tienes su confesión y pruebas de que ha experimentado en torno a la influencia del patrón de las ondas cerebrales individualizadas. Y estoy de acuerdo en que tiene muchas preguntas que responder. Pero en lo que se refiere al cargo de coacción al suicidio, no puedo corroborar dé un modo decisivo tu sospecha.
– Bueno, eso es estupendo. -Eve se volvió. El tratamiento de Reeanna y un sueñecito de una hora la habían reanimado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes-. Sin tu corroboración Whitney no se tragará el asunto, lo que significa que el fiscal tampoco lo hará.
– No puedo amañar mi informe a tu gusto, Eve.
– ¿Quién te ha pedido que lo hagas? -Levantó las manos, luego volvió a meterlas en los bolsillos-. ¿Qué no encaja, por el amor de Dios? Ese hombre se cree Dios y eso lo ve hasta el más ciego.
– Estoy de acuerdo en que los rasgos de su personalidad se inclinan hacia un exceso de amor propio y que su temperamento recuerda el del artista atormentado. -Mira suspiró-. Me gustaría que te sentaras. Me canso sólo de verte.
Eve se dejó caer en una silla y frunció el entrecejo.
– Ya estoy sentada. Te escucho.
Mira no pudo evitar sonreír. La increíble energía e infinita capacidad de concentración de Eve eran admirables.
– ¿Sabes, Dallas? Nunca he conseguido explicarme por qué la impaciencia resulta tan atractiva en ti. Y cómo, con tan elevada dosis de ella, sigues siendo meticulosa con tu trabajo.
– No estoy aquí para que me analices, doctora.
– Lo sé. Sólo me gustaría convencerte de que asistieras a sesiones regulares. Pero ésa es una cuestión que dejaremos para otro momento. Ya tienes mi informe, pero para resumir mis conclusiones, el sujeto es un hombre egocéntrico, que se congratula a sí mismo y suele explicar su conducta poco sociable como un arte. También es brillante. -La doctora suspiró levemente, luego meneó la cabeza-. Tiene una mente realmente despierta. Casi se salía de la escala según los clásicos tests de Trislow y Secour.
– Me alegro por él. Pongamos su cerebro en un disco y sometámosle a varias sesiones de sugestión.
– Tu reacción es comprensible -repuso Mira con suavidad-. La naturaleza humana se resiste a cualquier clase de control de la mente. Los adictos lo racionalizan engañándose al afirmar que lo controlan. -Se encogió de hombros-. En cualquier caso, el sujeto tiene una admirable e incluso asombrosa aptitud para la visualización y la lógica. También es muy consciente y se jacta, por así decirlo, de dicha aptitud. Bajo su apariencia encantadora es, utilizando un término no científico, un gilipollas. Pero no puedo en conciencia catalogarlo de asesino.
– No me preocupa tu conciencia -replicó Eve apretando los dientes-. Es capaz de diseñar y hacer funcionar un equipo que puede influenciar en la conducta de otras personas. Creo, perdón, sé, que las mentes de esos cuatro muertos fueron coaccionadas para que se suicidaran.
– Y, lógicamente, debería haber una conexión. -Mira se recostó y programó un té para Eve-. Pero no has detenido a un hombre hostil a la sociedad. -Le tendió una fragante y humeante taza que ambas sabían que ella no quería-. Hasta la fecha no existe una explicación clara de esas muertes, y si fueron realmente coaccionadas, en mi opinión el responsable es un sujeto antisocial.
– ¿Y qué lo diferencia?
– Que le gusta la gente y quiere casi desesperadamente gustar y ser admirado -explicó Mira-. Es manipulador, es cierto, pero cree que ha hecho un gran descubrimiento para la humanidad. Del que piensa beneficiarse, desde luego.
– Así que a lo mejor sólo se dejó llevar. -¿No era así como lo había explicado él al referirse a la noche anterior?, se preguntó. Se había dejado llevar-. Y tal vez no controla tanto su equipo como se piensa.
– Es posible. Por otra parte, Jess disfruta con su trabajo y necesita ser partícipe de los resultados. Su amor propio le exige ver y experimentar al menos parte de lo que ha creado.
Él no estaba en el maldito cuarto de baño con nosotros, pensó Eve, pero temió haber comprendido lo que Mira quería decir: el modo en que Jess la había buscado con la mirada y la había sonreído al volver a la fiesta. -Eso no es lo que quiero oír.