Eve tenía la sensación de haber retrocedido al punto de partida en busca de una conexión. Tenía que haber alguna, e iba a tener que mezclar a Roarke en ello. Lo llamó desde el telenexo del coche.
– Hola, teniente. ¿Qué tal la siesta?
– Demasiado corta. ¿Tienes para mucho en la oficina?
– Unas horas. ¿Por qué?
– Me gustaría pasarme por allí. Ahora mismo. ¿Puedes hacerme un hueco?
Él sonrió.
– Eso siempre.
– Es un asunto de trabajo -explicó Eve, y cortó la comunicación sin devolverle la sonrisa. A continuación puso a prueba la conducción automática y programó su destino. Luego volvió a utilizar el telenexo-. Nadine.
Nadine ladeó la cabeza y le lanzó una mirada glacial.
– Teniente.
– A las nueve en mi oficina.
– ¿Llevo un abogado?
– Mejor lleva la grabadora. Tendrás la primicia de la rueda de prensa sobre Jess de mañana.
– ¿Qué rueda de prensa? -Mejoró la imagen y el tono de voz cuando Nadine pasó a confidencial y se puso auriculares-. No hay ninguna programada.
– La habrá. Si quieres la primicia y el informe oficial, estáte a las nueve.
– ¿Cuál es la trampa?
– El senador Pearly. Tráeme todo. No los datos oficiales, sino lo que se han callado. Pasatiempos, lugares de recreo, contactos clandestinos.
– Pearly estaba limpio.
– No tienes por qué no estarlo para jugar en la clandestinidad, sólo necesitas tener curiosidad.
– ¿Y qué te hace pensar que puedo acceder a datos confidenciales acerca de un funcionario del gobierno?
– Porque eres tú, Nadine. Envíame los datos a la terminal de mi casa y nos veremos a las nueve. Les sacarás a todos dos horas de ventaja. Piensa en el índice de audiencia.
– Eso hago. Trato hecho -replicó, y cortó la comunicación.
Mientras Eve introducía con suavidad el vehículo en el aparcamiento de la oficina de Roarke situada en la periferia del centro de la ciudad, empezó a pensar con más benevolencia en el departamento de mantenimiento de vehículos. Su plaza de VIP la esperaba, y bajó la pantalla de seguridad en cuanto apagó el motor.
El ascensor le aceptó la palma de la mano y la llevó a la tercera planta en un silencioso y decoroso trayecto. Nunca se acostumbraría a ello.
La secretaria personal de Roarke le sonrió radiante, le dio la bienvenida y la condujo a través de las oficinas externas y por el pasillo de diseño funcional que llevaba al elegante pero eficiente despacho privado de Roarke.
Pero no estaba solo.
– Siento interrumpir. -Eve hizo un esfuerzo por no poner mala cara a Reeanna y William.
– En absoluto. -Roarke se acercó y la besó-. Ya hemos terminado.
– Tu marido es un negrero. -William estrechó afectuosamente la mano a Eve-. Si no hubieras venido, Reeanna y yo nos habríamos quedado sin cenar.
– Eso tú. -Reeana rió-. No piensas en otra cosa que en electrónica o en tu estómago.
– O en ti. ¿Quieres acompañarnos? -preguntó William a Eve-. Pensábamos probar el restaurante francés del pasillo aéreo.
– Los polis no comen -respondió Eve tratando de adaptarse al tono jocoso de la conversación-. Pero gracias.
– Necesitas combustible para acelerar el proceso de cicatrización -obervó Reeanna. Y entornó los ojos al hacerle un rápido y profesional examen-. ¿Algún dolor?
– Poca cosa. Te agradezco tus servicios. ¿Podría hablar contigo unos minutos sobre un asunto oficial? Si tienes tiempo después de comer.
– Desde luego. -Reeanna la miró intrigada-. ¿Puedo preguntar de qué se trata?
– De la posibilidad de hacerte una consulta sobre un caso en que estoy trabajando. Si estás dispuesta, te necesitaré mañana a primera hora.
– ¿Una consulta sobre un ser humano? Allí estaré.
– Reeanna está harta de máquinas -comentó William-. Lleva semanas amenazando con volver a montar una consulta privada.
– Realidad virtual, hologramas, autotrónica. -Reeanna puso sus bonitos ojos en blanco-. Me muero por tratar con algo de carne y hueso. Roarke acaba de instalarnos en la planta 32, ala oeste. Dentro de una hora habré terminado de comer con William. Nos reuniremos allí.
– Gracias.
– Oh, y Roarke -añadió Reeanna mientras se encaminaba con William a la puerta-. Nos encantaría que nos dieras pronto tu opinión personal de la nueva unidad.
– Y luego me llama negrero. Os la daré esta noche, antes de irme.
– Estupendo. Hasta luego, Eve.
– Comida, Reeanna. Estoy soñando con una coquille de Saint Jacques. -William se la llevó de allí riendo.
– No era mi intención interrumpir tu reunión -se disculpó Eve.
– No lo has hecho. Y deja que me tome un descanso antes de sumergirme en un montón de informes de progreso. He hecho que me transmitan todos los datos sobre esa unidad de realidad virtual que te preocupa. Me lo he mirado por encima, pero no he encontrado nada extraordinario de momento.
– Eso es algo. -Eve respiraría más tranquila en cuanto pudiera tachar esa posibilidad.
– William sin duda daría con el problema mucho antes -añadió él-. Pero como él y Ree estuvieron envueltos en el desarrollo, pensé que no querrías que lo hiciera.
– No. Prefiero que no transcienda.
– Reeanna estaba preocupada por ti. Al igual que yo.
– Estuvo examinándome. Es buena.
– Sí que lo es. Sin embargo… -Le tocó la frente con un dedo-. Te duele la cabeza.
– ¿Para qué utilizar escáneres cerebrales ilegales cuando puedes ver dentro de mi cabeza? -Eve le cogió el brazo antes de que Roarke lo dejara caer-. Yo no logro ver dentro de la tuya. Es indignante.
– Lo sé. -Roarke sonrió y le besó la frente-. Te quiero muchísimo.
– No he venido a esto -murmuró ella cuando él la rodeó con los brazos.
– Sólo un momento. Lo necesito. -Él sintió el tacto del diamante que Eve llevaba colgado del cuello, al principio de mala gana, y ahora de forma habitual-. Suficiente. -La soltó, satisfecho de que se hubiera dejado abrazar-. ¿Qué tienes en mente, teniente?
– Peabody ha encontrado una débil conexión entre Barrow y Mathias y quiero ver si es posible fortalecerla. ¿Sería muy complicado acceder a transmisiones clandestinas, utilizando los servicios del Instituto de Tecnología de Massachusetts como punto de partida?
A Roarke se le iluminaron los ojos.
– Me encantan los retos. -Rodeó el escritorio, encendió el ordenador y, tras abrir un panel escondido debajo, apretó manualmente un interruptor.
– ¿Qué es esto? -A Eve le entró dentera-. ¿Un sistema de bloqueo? ¿Acabas de impedir el acceso a Compuguardia?
– Eso sería ilegal, ¿no? -replicó él alegremente. Le dio una palmadita en la mano y añadió-: No hagas preguntas, teniente, si no te gusta oír las respuestas. Veamos, ¿qué período en concreto te interesa?
Con cara larga, Eve sacó su tarjeta-agenda y consultó las fechas de la asistencia de Mathias al ITM.
– Estoy investigando a Mathias en particular. Aún no sé qué nombres utilizaba. Feeney los está averiguando.
– Oh, creo que puedo averiguarlos por ti. ¿Por qué no te ocupas de encargar una comida? No hay razón para que nos quedemos sin comer.
– ¿Coquille de Saint Jacques? -preguntó ella secamente.
– No, un bistec. Poco hecho. -Roarke sacó un teclado y se puso a trabajar.
19
Eve comía de pie, inclinada sobre el cuello de Roarke. Finalmente él se hartó y la pellizcó.
– Atrás.
– Sólo trato de ver -replicó ella, pero retrocedió-. Llevas media hora con eso.
Él imaginó que con el equipo disponible en comisaría, incluso Feeney habría tardado el doble de tiempo para llegar a ese mismo punto.
– Querida Eve, hay capas y más capas -repuso. Luego suspiró al ver que ella lo miraba con el gesto torcido-. Por eso es clandestino. He localizado dos de los nombres en clave que utilizó nuestro joven y experto en electrónica. Tendrá más, pero el ordenador tarda un poco en descodificar transmisiones.
Puso la máquina en automático para disfrutar de su comida.
– Son simples juegos, ¿verdad? -Eve cambió de postura para ver las cifras y extraños símbolos que iban apareciendo en la pantalla-. Niños grandes jugando a sociedades secretas. Sólo son clubes de alta tecnología.
– Más o menos. La mayoría de nosotros disfrutamos con ello. Juegos, fantasías, el anonimato de una máscara que nos permite fingir por un tiempo que somos otra persona.
Juegos, pensó ella. Tal vez todo se reducía a un juego, y ella no había estudiado con suficiente atención las reglas y los jugadores.