El escritorio estaba situado de cara a la ventana para ver a todas horas el denso tráfico aéreo.
La salita de estar constaba de una chaise longue cuyos grandes almohadones seguían conservando las formas de su última ocupante. Las curvas de Reeanna eran impresionantes incluso en silueta. La mesa era de un material transparente duro como la piedra, y estaba intrincadamente labrada con formas romboidales que absorbían y refractaban la luz procedente de una lámpara en forma de arco y con una pantalla rosa.
Eve cogió las gafas de realidad virtual que había encima, vio que eran el último modelo de Roarke y volvió a dejarlas. Todavía le hacían sentirse incómoda.
Se volvió y estudió la terminal de trabajo al otro lado de la habitación. No había nada delicado o femenino en ese rincón. Todo estaba relacionado con el trabajo: un mostrador con la superficie blanca y pulida, y un equipo de primera calidad que seguía en funcionamiento. Oyó el débil rumor de un ordenador en automático y frunció el entrecejo ante los símbolos que se sucedían en el monitor. Se parecían a los que había tratado de descifrar en la pantalla de Roarke. Claro que todos los códigos informáticos le parecían iguales.
Intrigada, se acercó al escritorio, pero no había nada interesante a la vista. Una pluma de plata, unos bonitos pendientes de oro, un holograma de William vestido de piloto y sonriendo juvenil, y un breve listado escrito en esos desconcertantes códigos de ordenador.
Eve se sentó en el borde del escritorio. No quería dejar las marcas de su flaca y nervuda figura sobre las de Reeanna. Sacó el comunicador y llamó a Peabody.
– ¿Tienes algo?
– El hijo de Devane está dispuesto a colaborar. Está al corriente del interés que ella tenía por los juegos, sobre todo los de rol. No era un interés que él compartiera, pero afirma conocer a una de sus habituales compañeras de juego. Devane salió con ella durante un tiempo. Tengo su nombre. Vive aquí mismo en Nueva York. ¿Quieres que te transmita los datos?
– Creo que puedes hacerte cargo tú sola de ello. Concierta un encuentro y sólo llévala a comisaría si se niega a colaborar. Infórmame después.
– Sí, teniente. -La voz de Peabody se mantuvo seria, pero le brillaban los ojos-. Ahora mismo.
Satisfecha, Eve trató de ponerse en contacto con Feeney, pero su frecuencia estaba ocupada grabando. Tuvo que conformarse con dejarle recado de que la llamara.
Se abrió la puerta y Reeanna se detuvo al ver a Eve en su escritorio.
– Oh, Eve. No te esperaba aún.
– El tiempo es parte de mi problema.
– Entiendo. -Sonrió y dejó que se cerrara la puerta a sus espaldas-. Supongo que Roarke te ha autorizado la entrada.
– Supongo. ¿Te parece bien?
Reeanna hizo un ademán con la mano.
– Sí. Supongo que estoy un poco alterada. William no ha parado de hablar de ciertos problemas técnicos que le preocupan. Lo he dejado con su créme brúlée, dándoles vueltas. -Lanzó una mirada hacia el ordenador que zumbaba-. El trabajo no se termina nunca aquí. El trabajo de Investigación y Desarrollo te lleva las veinticuatro horas de los siete días de la semana. -Sonrió-. Como el de la policía, imagino. Bueno, no he tenido tiempo de tomarme un coñac. ¿Te apetece uno?
– No, gracias, estoy de servicio.
– Entonces un café. -Se acercó a un mostrador y pidió una copita de coñac y un café solo-. Tendrás que perdonar mi falta de concentración. Hoy vamos un poco atrasados con respecto al programa. Roarke necesitaba unos datos sobre el nuevo modelo de RV, desde su concepción hasta la fabricación.
– Es creación tuya. No tenía ni idea hasta que me lo ha comentado hace unos momentos.
– Oh, William hizo casi todo. Pero yo tuve una pequeña parte. -Le entregó el café, luego rodeó el escritorio con el coñac para sentarse-. Veamos, ¿qué puedo hacer por ti?
– Espero que consentirás en que te haga esa consulta. El individuo se halla en estos momentos detenido y en manos de su abogado, pero no creo que permanezca mucho tiempo allí. Necesito su perfil, desde el punto de vista de tu especialidad en particular.
– La impronta de los genes. -Tamborileó con los dedos-. Interesante. ¿Cuáles son los cargos?
– No estoy autorizada para hablar de ello hasta contar con tu consentimiento y fijar la sesión con mi comandante. Una vez hecho esto, me gustaría que realizaras la prueba a las siete de la mañana.
– ¿A las siete? -Hizo una mueca-. ¡Yo que aquí soy noctámbula y jamás madrugo! Si quieres que me levante a esa hora, dame un incentivo. -Esbozó una ligera sonrisa-. Supongo que ya has pedido a Mira que analice al sujeto y los resultados no han sido de tu gusto.
– No es tan insólito pedir segundas opiniones -repuso Eve. Se sentía a la defensiva. Y culpable.
– No, pero los informes de la doctora Mira son excelentes y muy raras veces se cuestionan. Lo quieres atrapar como sea.
– Necesito descubrir la verdad. Y para ello tengo que separar la teoría de las mentiras y los engaños. -Eve se apartó del escritorio-. Pensé que te interesaría hacer algo de este tipo.
– Y me interesa mucho. Pero me gustaría saber con qué voy a encontrarme. Necesitaría el escáner del cerebro del individuo.
– Lo tengo. Como prueba.
– ¿De veras? -A Reeanna le brillaron los ojos como los de un gato-. También es importante tener todos los datos disponibles de sus padres biológicos. ¿Se conocen?
– Accedimos a esos datos para el análisis de la doctora Mira. Estarán a tu disposición.
Reeanna se recostó y agitó el coñac.
– Debe de tratarse de un asesinato. -Torció el gesto al ver la expresión de Eve-. Después de todo, es tu especialidad. El estudio del proceso de dar muerte a alguien.
– Es una forma de expresarlo.
– ¿Cómo lo expresarías tú?
– La investigación de quienes quitan la vida a alguien.
– Sí, sí, pero para hacer eso has de estudiar a los muertos, la muerte en sí. Cómo ocurrió, qué la causó, qué ocurrió en los últimos momentos entre el asesino y su víctima. Es fascinante. ¿Qué clase de personalidad has de tener para estudiar la muerte de forma rutinaria, día tras día, año tras año, por vocación? ¿Crees que te ha dejado marcada o te ha endurecido?
– Me cabrea -respondió Eve cortante-. Y no tengo tiempo para filosofar.
– Lo siento, es una mala costumbre. -Suspiró-. William me dice que lo analizó todo hasta el final. -Sonrió-. No es que sea un crimen. En fin, me interesa ayudarte. Llama a tu comandante. Esperaré a ver si te dan la autorización. Luego podemos comentar los detalles.
– Gracias.
Eve sacó el comunicador, le volvió la espalda y ordenó visualizar. Tardaba más tiempo y le daba la impresión de que era menos efectiva la codificación de la información y de las peticiones. ¿Cómo ibas a expresar tus intuiciones o tus propósitos en una pantalla?
Pero hizo lo que pudo y esperó.
«¿Qué demonios te propones, Dallas, cuestionar a Mira?»
«Sólo quiero saber otra opinión, comandante. Está permitido hacerlo. Estoy contemplando todos los puntos de vista. Si no soy capaz de convencer al fiscal de que lo acuse de coacción al suicidio, no quiero que salgan los cargos menores. Necesito verificar que había un propósito de hacer daño.»
Era forzar la situación, y lo sabía. Eve esperó con un nudo en el estómago a que Whitney tomara una decisión.
Déme una oportunidad. Ese tipo ha de pagar.
«Tiene autorización para proceder, teniente. Pero más le vale no malgastar el presupuesto. Ambos sabemos que el informe de Mira tendrá mucho peso.»
«Comprendido y agradecida. El informe de la doctora Ott causará al menos dolor de cabeza a la abogada de Barrow. En estos momentos estoy concentrada en una conexión entre sospechoso y víctimas. Los resultados estarán listos a las 9.00.»
«Asegúrate muy bien. Me la juego contigo. Corto.»
Eve dejó escapar un largo y silencioso suspiro. Había conseguido un poco más de tiempo y eso era todo cuanto quería. Con tiempo podría investigar más a fondo. Si Roarke y Feeney no obtenían datos, no había nadie, fuera o dentro del planeta, que lo hiciera.
Jess recibiría su merecido, pero el asesinato quedaría sin vengar. Cerró los ojos unos instantes. Para eso estaba ella, para vengar a los muertos.
Abrió los ojos de nuevo y trató de recuperarse antes de confiar los detalles a Reeanna.
Fue entonces cuando lo vio en blanco y negro en la pantalla de su ordenador-tarjeta.
«Mathias, Drew registrado como AutoPhile. Mathias, Drew registrado como Banger. Mathias, Drew registrado como HoloDick.»
El corazón le dio un vuelco, pero no le tembló la mano cuando encendió el comunicador y llamó a Peabody y Feeney con el código uno.