Jadeaba cuando cesaron las sacudidas y descubrió que la causa de la opresión que sentía en el pecho era que estaba conteniendo la respiración. Vació los pulmones de golpe, luego aspiró aire como un buceador que sale a la superficie.
Seguía con vida. Y eso ya era algo. Entonces cayó en la cuenta de que no sólo ya no estaba atada, sino que tenía la blusa desabrochada y las manos de Roarke en los pechos.
– Si crees que vamos a hacerlo después de…
Él se limitó a volverla. Eve captó el destello de humor y lujuria en sus ojos antes de que posara la boca en uno de sus senos.
– Canalla. -Pero se echó a reír al sentirse inundada de placer y lo sujetó por la nuca para animarlo a seguir.
Nunca dejaba de sorprenderla lo que él era capaz de hacerle. Esas salvajes oleadas de placer, el lento y excitante ascenso… Se restregó contra él, se olvidó de todo excepto del modo en que sus dientes la mordisqueaban y su lengua la recorría.
Y esta vez fue ella quien lo tendió en la gruesa y blanda alfombra, quien acercó la boca a la suya.
Le quitó la camisa, deseando sentir el tacto de su carne firme y musculosa.
– Te quiero dentro de mí…
– Tenemos horas por delante -repuso él. Y volvió a hundirse entre sus senos, tan pequeños y firmes, encendidos por sus caricias-. Quiero saborearte.
Y así lo hizo, con avidez, de la boca al cuello, del cuello al hombro, del hombro a los senos. La saboreó con ternura y con delicadeza, concentrado en el placer mutuo.
Sintió que ella empezaba a estremecerse bajo sus manos y su boca, que tenía la piel cada vez más húmeda a medida que le recorría el vientre, le bajaba los pantalones y se abría paso entre sus muslos. Una vez allí la lamió, haciéndola gemir. Ella arqueó las caderas al tiempo que él se las sujetaba y la abría de piernas. Cuando él introdujo la lengua Eve sintió el primer orgasmo.
– Más…
Esta vez la devoró. Ella iba a dejarse llevar por él como no lo había hecho jamás, y Roarke lo sabía. Iba a abandonarse completamente.
Cuando Eve se estremeció y dejó caer las manos al suelo, él se colocó a horcajadas sobre ella y la penetró. Eve abrió los ojos y los clavó en los suyos, y vio en ellos concentración, control absoluto. Ella quería, necesitaba destruir ese control, saber que era capaz de hacerlo, como él hacía con ella.
– Más… -repitió, sujetándole la cintura con las piernas para sentirlo más dentro.
Vio el brillo de sus ojos, su profundo y oscuro deseo, y atrayendo su boca hacia la suya se movió debajo de él.
Roarke la sujetó por el cabello y empezó a jadear a medida que la embestía más fuerte, más deprisa, hasta que creyó que el corazón iba a estallarle. Ella se movió a la par, hundiéndole sus cortas uñas en la espalda, los hombros, las caderas, causándole deliciosas punzadas de dolor.
Él sintió que ella volvía a correrse, la violenta y deliciosa contracción de sus músculos. Y una y otra vez la embistió con fuerza, oyendo los jadeos y gemidos de Eve, excitándose por el roce de sus cuerpos húmedos.
Ella se tensó al llegar al éxtasis mientras un gemido gutural le brotaba de los labios. Entonces él hundió el rostro en su cabello y con una última embestida se descargó.
Cayó sobre ella con la mente confusa, el corazón palpitándole. Ella permaneció inmóvil salvo por los furiosos latidos de su corazón.
– No podemos seguir así… -logró articular ella-. Nos mataremos.
Él rió entre jadeos.
– Sería una muerte agradable, en todo caso. Me había propuesto algo un poco más romántico, una copa de vino y música para rematar la luna de miel. -Le sonrió-. Pero esto también ha funcionado.
– Eso no quiere decir que no siga enfadada contigo.
– Desde luego. Nuestras mejores sesiones de sexo han sido cuando estás enfadada conmigo. -Le sujetó la barbilla y le pasó la lengua-. Te adoro, Eve.
Mientras ella se alegraba, como siempre hacía, él rodó en la cama, se levantó ágilmente y se acercó desnudo a la consola con espejo situada entre dos sillas. Apoyó las manos en ella y se abrió una puerta.
– Tengo algo para ti.
Ella vio una caja de terciopelo.
– No tienes por qué comprarme regalos. Ya sabes que no me gusta.
– Sí, te hace sentir incómoda. -Sonrió-. Tal vez por eso lo hago. -Se sentó a su lado en el suelo y le entregó la caja-. Ábrela.
Ella imaginó que serían joyas. Parecía disfrutar adornándole el cuerpo con diamantes, esmeraldas y cadenas de oro que la aturdían y le hacían sentir incómoda. Pero al abrir la caja encontró un sencillo capullo blanco.
– ¿Una flor?
– De tu ramo de novia. La he hecho tratar.
– Una petunia. -Eve lagrimeó al sacarla de la caja. Sencilla y vulgar, una flor que podía crecer en cualquier jardín. Tenía los pétalos suaves y húmedos de rocío.
– Es un nuevo proceso en el que ha estado trabajando una de mis compañías. Las preserva sin cambiar la textura elemental. Quería que la conservaras. -Cerró una mano en torno a las suyas-. Quería que los dos la conserváramos, para que nos recordara que hay cosas que perduran.
Ella levantó la mirada hacia él. Los dos habían salido de la pobreza, pensó, y habían sobrevivido. Se habían sentido mutuamente atraídos en medio de la violencia y la tragedia, y lo habían superado. Seguían caminos diferentes y de pronto habían encontrado una senda común.
Hay cosas que perduran, pensó ella. Cosas corrientes. Como el amor.
3
En aquellas tres semanas no había cambiado nada en la comisaría. El café seguía siendo veneno, el ruido insoportable y la vista que se veía por su roñosa ventana deprimente.
Eve estaba encantada de estar de vuelta.
Los miembros del departamento se habían encargado de que la esperara un mensaje. Al verlo parpadear tímidamente en su monitor al entrar, imaginó que Feeney, el experto en electrónica, había pasado por alto su código. BIENVENIDA, TENIENTE AMOR. ¡TÍA BUENA!
¿Tía buena? Soltó una carcajada. Tal vez fuera un humor de colegiales, pero la hizo sentir en casa.
Echó un vistazo a su caótico escritorio. Entre el inesperado cierre de un caso en el transcurso de su despedida de soltera y el día de su boda no había tenido tiempo de archivar nada. Pero sobre el montón de papeles vio un disco pulcramente precintado y etiquetado.
Debía de ser obra de Peabody, pensó. Introdujo el disco en su terminal y, con una maldición, le dio una palmada para poner fin a los hipos que emitió, y vio que la siempre responsable Peabody ya había redactado, archivado y grabado el informe sobre la detención. No debía de haberle sido fácil, pensó. No después de haberse acostado con el acusado.
Echó otro vistazo al trabajo atrasado e hizo una mueca. Se le habían acumulado las citaciones de los tribunales. Los malabarismos que había tenido que hacer para acomodarse a las exigencias de Roarke de ausentarse tres semanas tenían un precio, y había llegado el momento de pagarlo.
Bueno, él también había tenido que hacer un montón de malabarismos, se recordó. Y ahora tocaba volver al trabajo y a la realidad. Antes de revisar los casos para los que pronto tendría que declarar, conectó el telenexo y ordenó la búsqueda de la oficial Peabody.
El rostro familiar y serio con su cabello oscuro apareció con un zumbido en el monitor.
– Gracias, Peabody. Preséntate en mi oficina, por favor.
lSin esperar respuesta, Eve cortó la comunicación y sonrió. Se había ocupado de trasladar a Peabody al departamento de homicidios. Ahora se proponía ir más ejos. Volvió a encender el telenexo.
– Teniente Dallas al habla. ¿Está disponible el comandante?
El rostro de la secretaria del comandante le sonrió resplandeciente.
– ¡Teniente! ¿Qué tal la luna de miel?
– Muy bien, gracias.
Se ruborizó al ver el brillo de los ojos de la mujer.
Lo de tía buena le había hecho gracia, pero esa mirada soñadora le puso los pelos de punta.
– Estaba encantadora de novia, teniente. Vi las fotos y hubo varios programas sobre la boda, y no pararon de salir en los canales de crónicas de sociedad. Vimos imágenes suyas también en París. Parecía tan romántico…
– Sí… -El precio de la fama, pensó Eve, y de casarse con Roarke-. Fue muy bonito. ¿Y el comandante?
– Oh, por supuesto. Un momento, por favor. -Mientras la unidad zumbaba Eve puso los ojos en blanco. Podía aceptar ser objeto de la atención pública, pero nunca lograría disfrutar con ello.
– Dallas. -El comandante Whitney exhibía una amplia sonrisa y una extraña mirada en su oscuro y severo rostro-. Tiene… buen aspecto.
– Gracias, señor.
– ¿Ha disfrutado de su luna de miel?
Cielos, ¿cuándo iba a preguntarle alguien si le había gustado que la follaran en el espacio exterior?