Выбрать главу

Se acercó, cogió el marco, dio un beso a la fotografía, luego la dejó otra vez en su sitio y fue al baño a orinar. Levantarse en mitad de la noche a mear era un achaque reciente, resultado de la manía saludable que había adquirido: beber los ocho vasos de agua recomendados como mínimo al día. Luego fue abajo, vestido sólo con la camiseta que usaba para dormir.

Sandy tenía muy buen gusto. La casa era modesta, como todas las de esa calle, una vivienda adosada de tres habitaciones imitación estilo tudor, construida en los años treinta, pero ella la había embellecido. Le encantaba hojear los suplementos dominicales de las revistas femeninas y de diseño, y arrancaba páginas y le enseñaba ideas. Se habían pasado juntos horas, despegando el papel de las paredes, lijando el suelo, barnizando, pintando.

Sandy se había aficionado al feng shui y construyó un pequeño jardín acuático. Llenó la casa de velas. Compraba comida orgánica siempre que podía. Pensaba en todo, lo cuestionaba todo, le interesaba todo, y eso, a Grace, le encantaba. Fueron buenos tiempos, en los que construyeron su futuro, consolidaron su vida de pareja e hicieron todos sus planes.

También era buena jardinera. Entendía de flores, plantas, arbustos, matas, árboles. Sabía cuándo plantar, cómo podar. A Grace le gustaba cortar el césped, pero ahí acababan sus habilidades. Ahora el jardín estaba descuidado y se sentía culpable por ello; a veces, se preguntaba qué diría Sandy si volvía.

Su coche aún estaba en el garaje. Los forenses lo habían examinado con lupa después de que lo recuperaran. Luego, lo había llevado a casa y metido en el garaje. Durante años, había mantenido la batería cargada, sólo por si acaso… Asimismo, tenía sus zapatillas en el suelo del dormitorio, su bata colgada en su percha, su cepillo de dientes en el vaso.

Esperaba su regreso.

Muy despierto, se sirvió dos dedos de Glenfiddich, luego se sentó en su sillón blanco en el salón blanco con suelo de madera y pulsó el mando a distancia. Pasó por tres películas seguidas, luego por un montón más de canales de Sky, pero nada logró atraer su atención más de unos pocos minutos. Puso música, cambió inquietamente de los Beatles a Miles Davis o a Sophie Ellis-Bextor, luego volvió al silencio.

Cogió uno de sus libros preferidos, The Occult, de Colin Wilson, de las hileras de libros sobre temas paranormales que llenaban cada centímetro de sus estanterías, luego volvió a sentarse y pasó las páginas con apatía, bebiendo tragos de whisky, incapaz de concentrarse en más de un par de párrafos.

Ese maldito abogado defensor pavoneándose hoy por la sala le había puesto de los nervios y ahora se pavoneaba dentro de su cabeza. El puto Richard Charwell. Maldito cabrón pedante. Peor, Grace sabía que el hombre le había ganado en astucia. En habilidad y astucia. Y eso dolía de verdad.

Volvió a coger el mando a distancia y puso las noticias del teletexto. No había nada aparte de las mismas historias que circulaban desde hacía un par de días y que ya cansaban. Ningún escándalo político de última hora, ningún atentado terrorista, ningún terremoto, ningún desastre aéreo. No le deseaba mal a nadie, pero había esperado que sucediera algo que llenara los titulares matinales de prensa, radio y televisión. Algo qué no fuera el juicio por asesinato contra Suresh Hossain.

No tuvo suerte.

Capítulo 12

Los tabloides nacionales y un periódico serio abrieron sus portadas con el juicio por asesinato contra Suresh Hossain y el resto de la prensa matutina británica lo cubría en páginas interiores.

No era el propio juicio lo que centraba su interés, sino los comentarios que había realizado en el estrado el comisario Roy Grace, quien a las ocho y media de la mañana estaba recibiendo una bronca de su jefa, Alison Vosper, lo que le hacía sentirse como si hubieran retrasado el reloj tres décadas y estuviera otra vez en el colegio, temblando delante de la directora.

Uno de los compañeros de Grace la había apodado la Número 27, y el mote había arraigado. El número 27 era un plato agridulce del menú que servían en el restaurante de comida china para llevar de la ciudad. Y viceversa. Cuando pedían el plato, siempre se referían a él como un Alison Vosper, porque eso era ella exactamente, agridulce.

Sin ningún género de dudas, la subdirectora de policía Alison Vosper, de cuarenta y pocos años, pelo rubio corto y fino y peinado conservador que enmarcaba un rostro de rasgos duros pero atractivos, estaba agria esta mañana. Incluso el fuerte perfume floral que llevaba desprendía un matiz acre.

Vestida con un traje de dos piezas negro con blusa blanca recién planchada que le daba una imagen de autoridad y eficiencia, estaba sentada detrás de la mesa de palisandro brillante de su inmaculado despacho de la planta baja del edificio Queen Anne de la comisaría central en Lewes, con vistas a un césped bien cuidado. En la mesa no había nada excepto un jarrón delgado de cristal con tres tulipanes violetas, marcos con fotos de su marido (un agente de policía algunos años mayor que ella, pero cuyo rango era tres categorías inferior) y de sus dos hijos, un portaplumas de amonita y un fajo de periódicos matutinos expuestos como una mano ganadora de póquer.

Grace siempre se preguntaba cómo sus superiores lograban tener los despachos -y las mesas- tan ordenados. Durante toda su vida laboral, los espacios donde había trabajado habían sido un vertedero. Depósitos de expedientes que crecían descontroladamente, correspondencia por contestar, bolígrafos perdidos, facturas de viajes y bandejas de salida que habían perdido hacía tiempo el ritmo de las bandejas de entrada. Llegar a la cima, decidió, requería algún tipo de habilidad para gestionar el papeleo de la que él carecía genéticamente.

Corría el rumor de que a Alison Vosper la habían operado de cáncer de mama hacía tres años, pero Grace sabía que todo quedaría en eso, en un rumor, porque la subdirectora había construido un muro a su alrededor; sin embargo, detrás de su coraza de poli dura, había cierta vulnerabilidad con la que él conectaba. A decir verdad, a veces le gustaba y había ocasiones en las que esos ojos marrones suyos de mirada mordaz brillaban con humor y en las que Grace tenía la sensación de que quizás hasta coqueteaba con él. Esta mañana no era uno de esos momentos.

No hubo apretón de manos. No hubo saludo. Sólo un movimiento seco con la cabeza para indicarle que se sentara en una de las dos sillas de respaldo alto que había delante de su mesa. Luego la emprendió contra él directamente, con una mirada que era mitad reproche, mitad ira pura.

– ¿Qué diablos es esto, Roy?

– Lo siento.

– ¿Que lo sientes?

Grace asintió con la cabeza.

– Yo… Mira, está todo sacado de contexto…

Ella lo interrumpió antes de que pudiera continuar.

– ¿Te das cuenta de que este caso podría estallarnos en la cara?

– Creo que podemos contenerlo.

– Ya he recibido una docena de llamadas de periódicos nacionales esta mañana. Eres un hazmerreír. Has hecho que parezcamos un atajo de imbéciles. ¿Por qué lo has hecho?

Grace se quedó en silencio unos momentos.

– Es una mujer extraordinaria, la médium; nos ha ayudado en el pasado. No se me ocurrió nunca que alguien pudiera descubrirlo.

Vosper se recostó en su silla, mirando a Grace y meneando la cabeza con incredulidad.

– Tenía puestas muchas esperanzas en ti. Te ascendieron gracias a mí. Me la he jugado por ti, Roy. Lo sabes, ¿verdad?

Aquello no era estrictamente cierto, pero ahora no era momento de ponerse a buscarle tres pies al gato.

– Lo sé -dijo-, y te lo agradezco.

Ella señaló los periódicos.

– ¿Y así lo demuestras? ¿Esto es lo que les das?

– Vamos, Alison, les he dado a Hossain.

– Y ahora le has dado a su abogado defensor una grieta tan ancha como para que pase un coche de caballos.

– No -dijo levantándose-. Ese zapato ya había pasado por los forenses, la entrada y la salida estaban registradas. No pueden acusarme de haber contaminado la prueba. Puede que intenten criticar mis métodos, pero no tendrá ningún efecto material sobre el caso.