– Primero agotemos todas las demás vías. Luego ya veremos, ¿de acuerdo?
– ¿Te preocupa qué pueda decir la jefa? -le preguntó Branson para provocarle.
– Cuando uno tiene mi edad, empieza a pensar en su jubilación.
– Lo tendré presente, dentro de unos treinta años.
Capítulo 33
La dirección de Ashley Harper correspondía a una casa victoriana diminuta situada cerca de una vía del tren en una zona que en su día había sido un barrio de clase obrera de Hove, pero que ahora se estaba convirtiendo rápidamente en un enclave moderno -y caro- para solteros y compradores de primera vivienda. La categoría de los coches aparcados en la calle y las puertas elegantes lo delataban.
Grace y Branson bajaron del coche, pasaron por delante de un Golf GTI y un Renault descapotable y llamaron al timbre del número 119, que tenía un Audi TT plateado aparcado delante.
Al cabo de unos momentos, abrió la puerta una mujer muy guapa de unos veinticinco años. Saludó a Branson con una sonrisa triste.
– Hola, Ashley -dijo Branson-. Este es mi compañero, el comisario Grace. ¿Podemos charlar?
– Claro, pasen. ¿Se sabe algo? -Miró a Grace.
A Grace le impresionó el contraste entre el interior de la casa y el exterior. Habían entrado en un oasis de minimalismo frío. Moqueta blanca, muebles blancos, persianas venecianas metálicas, un gran poster enmarcado de Jack Vettriano de cuatro tipos con trajes elegantes, que Grace reconoció, y un equipo de música colgado en la pared con lucecitas que parpadeaban. Las manecillas de un reloj sin números en una pared marcaban las seis y veinte de la tarde.
Ashley les ofreció algo de beber. A Branson le dio un agua mineral en un elegante vaso, y a Grace, que se sentó a su lado en un sofá largo, un café solo en una fina taza de color blanco.
– Hemos confirmado que su prometido fue visto en tres pubs el martes por la noche en la zona Ashdown Forest -le informó Glenn Branson-. En todos estos lugares, confirmaron que iba con cuatro acompañantes, los que usted ya sabe; pero no hemos obtenido ninguna información sobre qué tramaban, aparte de emborracharse.
– Michael no bebe -dijo ella sombríamente, sujetando con las dos manos una gran copa de vino tinto.
– Hábleme de Michael -le pidió Grace, observándola atentamente.
– ¿Qué quiere saber?
– Lo que sea. ¿Cómo se conocieron?
Ella sonrió y, por un instante, se relajó visiblemente.
– Fui para una entrevista de trabajo a su empresa. De Michael y su socio.
– ¿Mark Warren? -preguntó Grace.
Una vacilación fugaz, tan leve que apenas fue perceptible, pero Grace se fijó.
– Sí.
– ¿Dónde trabajaba antes? -le preguntó.
– Trabajaba para una inmobiliaria en Toronto, Canadá. Regresé a Inglaterra justo antes de conseguir este trabajo.
– ¿Regresó?
– Soy de origen inglés, mis raíces están aquí. -Sonrió.
– ¿Qué inmobiliaria en Toronto?
– ¿Conoce Toronto? -le preguntó ella, un poco sorprendida.
– Trabajé una semana con la Policía Montada hará unos diez años, en su laboratorio de homicidios.
– Ya. Era una inmobiliaria pequeña, del grupo Bay.
Grace asintió.
– Entonces, ¿Michael Harrison y Mark Warren la contrataron?
– Sí, en noviembre pasado.
– ¿Y?
– Era un trabajo estupendo, me pagaban bien. Quería aprender el negocio inmobiliario y parecían unos chicos muy majos. Yo…, eh… yo… -Se puso colorada-. Michael me pareció muy atractivo, pero estaba segura de que estaría casado o tendría novia.
– Disculpe que le haga preguntas tan personales -dijo Grace-, pero ¿cuándo empezaron a salir Michael y usted?
– Muy pronto -dijo después de una breve pausa-, al cabo de un par de meses; sin embargo, tuvimos que llevarlo en secreto, porque a Michael le preocupaba que Mark se enterara. Pensaba que para Mark sería difícil de llevar que tuviera…, ya saben, una relación conmigo.
Grace asintió.
– ¿Y cuándo se enteró Mark?
Ashley se ruborizó.
– Un día volvió al despacho cuando no le esperábamos.
Grace sonrió. La compadecía. Sabía que su vulnerabilidad haría que casi todos los hombres sintieran la necesidad de protegerla. Él ya la sentía, y eso que la conocía desde hacía tan sólo unos minutos.
– ¿Y luego?
– Durante un tiempo, la situación resultó un poco incómoda. Le dije a Michael que creía que debía dimitir, pero fue muy persuasivo.
– ¿Y Mark?
Grace advirtió una vacilación mínima, una tensión de los músculos faciales apenas visible.
– Le pareció bien.
– Entonces, ¿su relación laboral no se vio afectada?
– No.
– ¿Sabía usted que tienen un negocio en un paraíso fiscal, en las islas Caimán? -le preguntó Grace mirándola fijamente a los ojos.
Su mirada se desvió hacia Branson y, luego, volvió a Grace.
– No… Yo… No sé nada.
– ¿Le habló Michael alguna vez de refugios fiscales para él y el señor Warren?
La ira asomó al rostro de Ashley, con tanta dureza y tan de repente que Grace se asustó.
– ¿Qué es esto? ¿Son ustedes policías o inspectores de hacienda?
– Si quiere ayudarnos a encontrar a su prometido, tiene que ayudarnos a conocerlo. Contárnoslo todo, incluso aquello que a usted le parezca totalmente irrelevante.
– Yo sólo quiero que lo encuentren. Vivo. Por favor, Dios mío.
– ¿Su prometido no le habló de su despedida de soltero? -le preguntó Grace.
El agente pensó en su propia despedida, cuando le había dado a Sandy un itinerario detallado y ella había ido a rescatarle, a primera hora de la mañana siguiente, después de que lo dejaran abandonado en una calle lateral de Brighton, en cueros, sólo con unos calcetines, encima de un buzón.
Ashley negó con la cabeza.
– Sólo iban a tomar unas copas, es lo único que me dijo.
– ¿Qué va a hacer mañana si no ha aparecido a la hora de la boda? -preguntó Branson.
Las lágrimas le resbalaron por las mejillas. Se marchó de la habitación y regresó con un pañuelo bordado, que utilizó para secarse los ojos. Luego, comenzó a sollozar.
– No lo sé. No tengo ni idea. Por favor, encuéntrenlo. Le quiero tanto, no puedo soportarlo.
Después de esperar a que se calmara, y volver a mirarla fijamente a los ojos, Grace le preguntó:
– Usted era la secretaria de ambos. ¿No le contó Mark Warren lo que tenían planeado?
– Sólo una juerga de chicos. Yo iba a tener la mía con las chicas, ya saben, una despedida de soltera. Eso era todo.
– ¿Sabe que Michael tiene fama de bromista? -preguntó Grace.
– Michael tiene un gran sentido del humor. Es una de las cosas que me encantan de él.
– ¿No sabe nada de un ataúd?
Ashley se sentó muy erguida, casi derramó el vino.
– ¿Un ataúd? ¿Qué quieren decir?
Con delicadeza, Branson se lo explicó.
– Uno de los chicos, Robert Houlihan, ¿lo conoce?
– Le he visto un par de veces, sí. Era un fracasado.
– ¿En serio?
– Eso es lo que Michael dice. Salía con ellos, pero, en realidad, no formaba parte del grupo.
– Pero ¿sí lo suficiente como para que le invitaran a la despedida? -insistió Branson.
– Michael detesta hacer daño a la gente. Creo que sentía que tenía que invitar a Robbo. Supongo que porque había pedido a los demás que fueran acomodadores en la iglesia y a Robbo no.
Grace bebió café.
– ¿No se peleó usted con Michael? ¿No pasó nada que le haga pensar que podría haber tenido dudas sobre la boda?
– Dios mío -dijo-. No. En absoluto. Yo… El…
– ¿Adonde se van de luna de miel? -preguntó Grace.