Выбрать главу

– Bien, gracias. Quiero llevarte algo. ¿Vas a estar aún un rato en el despacho?

– Todo el día, Roy.

Capítulo 44

Una hora después, vestido con traje azul, camisa blanca y corbata de un color vivo, Grace se dirigió al polígono industrial montañoso y de crecimiento descontrolado de Hollingbury a las afueras de Brighton. Pasó por delante de una tienda ASDA, un horrendo edificio de poca altura de los años cincuenta, y luego redujo al llegar a Sussex House, la construcción art déco baja y larga que albergaba la central del Departamento de Investigación Criminal de Sussex.

Originalmente había sido una fábrica que la policía había comprado hacía unos años y había rehabilitado. Si no fuera por la insignia de la policía que presidía la fachada, un transeúnte podría haberlo confundido con un hotel chic y moderno. Pintado de blanco reluciente sobre ladrillo rojo, con un largo terraplén de césped enfrente, no perdía el glamour hasta que pasabas por delante del guardia de seguridad y cruzabas las verjas altas hacia el aparcamiento trasero, lleno de vehículos policiales, contenedores y un módulo de celdas imponente detrás.

Grace dejó el coche en el aparcamiento subterráneo del edificio, entre un todoterreno y una furgoneta de la policía; caminó hasta la entrada trasera, sostuvo su tarjeta de identificación frente al panel electrónico para abrir la puerta y entró en el edificio. Le mostró la tarjeta al agente de seguridad sentado detrás de la mesa y subió las escaleras lujosamente alfombradas. Pasó por delante de porras antiguas colgadas en tablones azules que formaban dibujos y de dos tablones azules más, a mitad de las escaleras, en los que había fotografías de algunos de los miembros clave del cuerpo de policía que trabajaban en esta sección del edificio.

Conocía todas las caras. Ian Steel y Verity Smart, de la Unidad de Investigaciones Especiales; David Davison, de la Unidad de Política y Revisión Criminal; Will Graham y Christopher Derricott, de la Unidad Científica; James Simpson, de la Unidad de Operaciones e Inteligencia; Terrina Clifton-Moore, de la Unidad de Relaciones Familiares, y un par de docenas más.

Luego cruzó una zona amplia y abierta llena de mesas, pocas estaban ocupadas hoy, y de despachos a cada lado con los nombres de sus ocupantes y la insignia de la policía de Sussex en la puerta.

Pasó por delante del gran despacho del inspector jefe Gary Weston, que era el director del Departamento de Investigación Criminal de Sussex. Al llegar a otra puerta, sostuvo la tarjeta frente al panel de seguridad y entró en un pasillo largo de color crema, flanqueado por tablones de anuncios rojos a cada lado, en los que había colgados procedimientos de detección de delitos graves. Uno titulado «Diagrama: móviles comunes posibles»; otro, «Modelo de investigación de homicidios»; otro, «Evaluación de la escena del crimen».

El lugar tenía un aire moderno, de vanguardia, que le gustaba. Había pasado gran parte de su carrera en edificios viejos e ineficientes que eran como madrigueras; resultaba refrescante que su amado cuerpo de policía, al que había dedicado su vida, abrazara de verdad el siglo xxi. Aunque tenía un único defecto del que todo el mundo se quejaba: no había cafetería.

Siguió caminando, pasó por delante de una puerta tras otra, marcadas todas con abreviaturas. La primera correspondía a la Unidad de Investigaciones Principales, que albergaba el centro de operaciones para delitos graves. Lo seguía la sala de investigadores de la fiscalía, la sala de visionado de cintas de seguridad, el despacho de inteligencia, el despacho del equipo de investigación externo; luego, recibió el impacto del hedor, primero despacio, pero más intenso a cada paso.

Era la fetidez densa, empalagosa, nauseabunda, de putrefacción de cuerpo humano, a la que se había acostumbrado a lo largo de los años. Demasiado. No había otro hedor como ése; te envolvía como una niebla invisible, se filtraba por los poros de la piel, te penetraba por la nariz hasta los pulmones y el estómago y te impregnaba las fibras del pelo y de la ropa, de forma que te lo llevabas contigo y seguías oliéndolo durante horas.

Al empujar la puerta del pequeño y prístino despacho de escenas del crimen, vio por qué: el estudio fotográfico de los investigadores de la escena del crimen estaba en plena acción. Una camisa hawaiana, rasgada y cubierta de sangre, descansaba debajo del resplandor de luces brillantes encima de una mesa, sobre un papel marrón. Cerca, en bolsas de plástico, vio unos pantalones y un par de mocasines beis.

Grace miró al fondo de la sala y vio a un hombre con bata blanca, al que por un momento no reconoció, que miraba atentamente a través del objetivo de una Hasselblad colocada sobre un trípode. Luego, se dio cuenta de que Joe Tindall había cambiado de imagen desde la última vez que lo había visto hacía unos meses. El peinado de profesor chiflado y las grandes gafas de culo de botella habían desaparecido. Ahora llevaba la cabeza totalmente rapada, le salía una fina tira de vello del centro del labio inferior hasta el centro de la barbilla y lucía unas gafas rectangulares a la última, con cristales azulados. Parecía más un modernillo mediático que un cerebrito científico.

– ¿Hay una mujer nueva en tu vida? -le preguntó Grace a modo de saludo.

Tindall alzó la vista hacia él, sorprendido.

– ¡Roy, me alegro de verte! En realidad, sí. ¿Quién te lo ha dicho?

Grace sonrió abiertamente, mirándole con mayor atención, casi esperando ver también un pendiente.

– ¿Es joven?

– Pues, en realidad, sí… ¿Cómo lo sabes?

Grace volvió a sonreír, mirando su calva recién afeitada y sus gafas modernas.

– Te ha rejuvenecido, ¿verdad?

Entonces Tindall comprendió y sonrió con timidez.

– Va a matarme, Roy. Tres veces por noche todas y cada una de las noches.

– ¿Lo intentas tres veces todas las noches o consumas?

– ¡Vete a la mierda! -Miró a Grace de arriba a abajo-. Vas muy elegante para ser sábado. ¿Tú también tienes una cita con polvo seguro?

– En realidad, voy de boda.

– Felicidades. ¿Quién es la afortunada?

– Me da la sensación de que no es tan afortunada -replicó Grace.

A continuación, dejó sobre la mesa, junto a la camisa, una pequeña bolsa de plástico que contenía la tierra que había cogido del BMW de Mark Warren.

– Necesito que eches mano de algunos recursos.

– Siempre necesitas que eche mano de algunos recursos. Todo el mundo lo necesita siempre.

– Eso no es verdad, Joe. Te di el material de Tommy Lytle y te dije que disponías de todo el tiempo que necesitaras. Esto es diferente. Tengo a una persona desaparecida. La rapidez con la que analices este material podría determinar si vive o muere.

Joe Tindall levantó la bolsa y la miró. La agitó ligeramente, sin dejar de mirarla.

– Bastante arenosa -dijo.

– ¿Qué te dice eso?

– ¿Por teléfono has mencionado Ashdown Forest?

– Sí.

– Podría ser el tipo de tierra que encontrarías allí.

– ¿Podría?

– El Reino Unido está lleno de tierra arenosa, Roy. Hay tierra arenosa en Ashdown Forest, pero también hay tierra arenosa en un millón de sitios más.

– Necesito una zona que medirá unos dos metros de largo por uno de ancho.

– Parece una tumba.

– Es una tumba.

Joe Tindall asintió con la cabeza, mirando de nuevo la bolsa atentamente.

– ¿Quieres que localice una tumba en medio de Ashdown Forest a partir de esta bolsita de tierra?

– Lo vas pillando.

El agente del SOCO se quitó las gafas unos momentos, como si aquello fuera a proporcionarle claridad de visión. Luego, volvió a ponérselas.

– Éste es el trato, Roy. Tú localiza la tumba y yo te haré un análisis para ver si esta tierra coincide o no.

– En realidad, necesito que sea al revés.