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– Sí -dijo Grace, distraído de repente-. Terrible.

Ashley los interrumpió para presentarle a Grace al cura, el reverendo Somping, un hombre bajito que llevaba barba y vestía una sotana blanca y alzacuello. Tenía los ojos legañosos y rojos y su enfado era evidente.

– Le he dicho a la señorita Harper que tendríamos que haber cancelado todo esto -dijo el reverendo Somping-. Es ridículo hacer pasar a alguien por esta agonía. ¿Y qué me dice de los invitados? Todo esto es absurdo.

– Aparecerá -dijo Ashley lloriqueando-. Aparecerá, lo sé. -Miró a Grace con ojos suplicantes-. Por favor, dígale que Michael está de camino.

Grace miró a la novia, tan triste y vulnerable, y casi tuvo que contenerse para no ir a abrazarla. Parecía tan desamparada, tan desesperada. Le entraron ganas de darle un puñetazo a aquel cura tan arrogante.

– Michael Harrison aún podría aparecer -dijo.

– Pues tendría que aparecer bastante pronto -dijo el cura con frialdad-. Tengo otra boda a las cuatro.

– Creía que esto era una iglesia -dijo Grace furioso al ver la insensibilidad que mostraba para con Ashley-. No un supermercado.

El reverendo Somping miró a Grace fijamente e intentó, en vano, que apartara la mirada.

– Yo trabajo para el Señor -dijo entonces defendiéndose-. Él me proporciona su horario.

Unos momentos después, Grace le respondió.

– En ese caso, le sugiero que le pida a su jefe que nos envíe al novio, y rapidito.

Capítulo 46

A las dos y veinte, bastante innecesariamente teniendo en cuenta el reducido número de los presentes, el reverendo Somping subió los peldaños que llevaban al pulpito con todo el esfuerzo de un hombre que escalara el Everest por la cara difícil. Colocó las manos en las barandillas de madera, se inclinó hacia delante con una expresión cargada de formalidad y anunció:

– La novia, la señorita Ashley Harper, y la madre del novio, la señora Gillian Harrison, me han pedido que les informe de que la boda queda aplazada, indefinidamente, hasta que aparezca Michael Harrison. Lo que debería ser una ocasión dichosa, la unión de dos jóvenes que se quieren ante nuestro Señor, ha quedado empañada por la ausencia de Michael. Ninguno de nosotros sabe qué le ha sucedido, pero nuestros pensamientos y plegarias están con él, con su familia y con su futura esposa. -Hizo una pausa, mirando desafiantemente al grupo de personas antes de continuar-. La señorita Harper y la señora Harrison han sido tan generosas de sugerir que aunque no se haya celebrado ninguna boda, al menos disfruten del refrigerio que se ha preparado para el banquete, en el salón Queen Mary del Brighton Pavilion. Les agradecerían que las acompañaran después de rezar una oración por el bienestar de Michael.

El cura se lanzó a conducir una plegaria breve y apresurada. Luego alguien abrió las puertas de la iglesia.

Grace observó a la gente desfilar en silencio. Parecía un funeral. En algún momento de la semana siguiente, varios de los presentes asistirían a cuatro entierros. Y esperaba que el hecho de que Michael Harrison no hubiera aparecido no significara que iban a ser cinco, pero aquello no era buena señal; en realidad, era muy mala señal. Ahora ya podían descartar cualquier posibilidad de que Michael estuviera gastando una broma.

Y había algo más que le preocupaba.

Una hora después, en el banquete, en el salón Queen Mary del Royal Pavilion, con magníficos óleos en marcos dorados colgados en las paredes rosadas, no dominaba el bullicio alegre de una fiesta, sino que diversas conversaciones forzadas rompían de vez en cuando el silencio. Sólo se utilizaban unas pocas de las veinte mesas bellamente arregladas para doscientos invitados y decoradas con orquídeas. Dos chefs con uniforme y gorro alto blanco se ocupaban de las mesas del bufé llenas de comida junto con un ejército de camareros y camareras, y la tarta nupcial de varios pisos descansaba en un espacio reservado, un recordatorio casi desagradable de la razón por la que se encontraban todos allí. De todas formas, parecía que varias personas atacaban la comida y apuraban copas de champán y vino.

Grace, a quien Ashley había invitado, se había retrasado al quedarse hablando por teléfono con el detective Nicholl y la sargento Moy sobre nuevos refuerzos para el equipo. Había una joven detective a la que Bella tenía en gran consideración y que estaba libre, llamada Emma-Jane Boutwood. Grace apoyó la opinión de Bella sugiriendo que incorporaran a Emma-Jane al equipo inmediatamente.

Ahora, en el banquete, observó a Ashley y a Mark minuciosamente. A pesar de tener los ojos llenos de lágrimas y elrímel corrido, mantenía la compostura. Estaba sentada a una mesa, con un joven a un lado y una mujer al otro, a la que Grace no reconoció de la iglesia. Parecía que aquí había más personas, a las que Ashley les había dicho que el banquete seguía en pie para aquellos que quisieran asistir.

– Aparecerá -oyó Grace que decía-. Hay una razón para todo esto. -Luego, continuó-: Todo esto es tan raro. ¿No se supone que el día de tu boda tiene que ser el más feliz de tu vida? -dijo antes de derrumbarse en un mar de lágrimas.

En otra mesa, Grace vio a la madre de Michael y al tío de Ashley sentados juntos. Observó a Bradley Cunningham unos momentos, pensativamente. Entonces, lo interrumpió Mark Warren, que lucía un clavel blanco en el ojal y sostenía una copa de champán vacía y hablaba arrastrando las palabras. Acercó la cara a la de Grace.

– ¿Sargento Grace? -le preguntó.

– Comisario -le corrigió Grace.

– Lo sshiento, no sabía que lo habían asshendido.

– Y no es así, señor Warren.

Mark se apartó un momento, luego se enfrentó a él, mirándolo tan desapasionadamente como pudo, aunque el alcohol lo ponía bizco. Era evidente que su presencia incomodaba a Ashley; Grace vio que los miraba desde su mesa.

– ¿Esssh que no puede dejar en paz a la ssheñoritta? ¿Tiene idea de por lo que esshtá passhando?

– Por eso estoy aquí -dijo Grace con calma.

– Debería esshtar ahí fuera, intentando encontrar a Michael, y no aquí, gorroneando.

– ¡Mark! -le advirtió Ashley.

– A la mierda -dijo Mark, y le hizo un ademán con la mano para que lo dejara en paz y volvió a mirar a Grace-. ¿Qué coño essktá haciendo para ressholver esshte cassho?

– Mi equipo está haciendo todo lo que puede -le contestó Grace irritado por su actitud, pero conservando la calma.

– Puessh a mí no me lo parece. ¿Puede beber cuando esshtá de sshervicio?

– Es agua.

Mark miró a Grace con los ojos entrecerrados.

Ashley se levantó y se les acercó.

– ¿Por qué no vas circulando, Mark? -le dijo.

Grace notó el tono de su voz. Sin duda, había algo que no encajaba, pero no pudo acabar de captar qué.

Entonces, Mark Warren le clavó un dedo en el pecho.

– ¿Sshabe cuál essh sshu problema? Le importa una mierda, ¿verdad?

– ¿Por qué cree eso?

Mark Warren esbozó una sonrisa necia y alzó la voz.

– Vamossh. No le gusshta la gente rica, ¿verdad? Podemos irnoss a tomar por el culo, ¿verdad? Esshtá demasshiado ocupado mirando lass cámarass de los radaress de velocidad para pillar a motorisshtas. Por qué tendría que importarle una mierda un pobre tipo rico que ha sshido víctima de una broma que sshe ha torcido, ¿eh? ¿Cuando podría estar ahí fuera ganándosshe un buen dinero extra pillando a motorisshtas?

Grace bajó la voz deliberadamente, hablando casi en susurros, lo cual sabía que obligaría a Mark Warren a bajar también su tono.

– Señor Warren, no tengo ninguna relación con Tráfico. Estoy aquí para intentar ayudarles.