– Iré a hacerte compañía.
– No te molestes.
Tindall dio un portazo tras él. Al cabo de unos momentos, Grace oyó la aceleración furiosa del motor de un coche. Luego se fijó en que, resentido, el experto forense se había dejado la bolsa de basura negra que contenía las bolsitas de las pruebas. Dudó si correr tras él, pero decidió llevársela él mismo e intentar tranquilizar al hombre. Podía entender que estuviera cabreado; él también lo estaría en las mismas circunstancias.
Entró en la sala de espera, se comió otra galleta digestiva y se acabó el té, que se había enfriado. Luego cogió la bolsa de basura y Cleo lo acompañó a la puerta. Cuando estaba a punto de salir a la lluvia, se volvió hacia ella.
– ¿A qué hora acabas de trabajar hoy?
– Dentro de una hora o así, con suerte, si no muere nadie esta tarde.
Grace se quedó mirándola, pensando que era increíblemente preciosa y, de repente, sintió que se ponía nerviosísimo al mirarle las manos y ver que no llevaba anillos. Claro que podría habérselos quitado para trabajar.
– Yo… -dijo-. Yo… me preguntaba… si tú…, ya sabes… Bueno… ¿tienes planes para esta noche?
A Cleo se le iluminó la mirada.
– En realidad, he quedado para ir al cine -dijo, pero luego añadió, como para tranquilizarle-, con una amiga, una vieja amiga que está pasando por un divorcio traumático.
Mientras toda la seguridad que habitualmente tenía en sí mismo le abandonaba, Grace dijo:
– No sabía… si estabas casada… o tenías pareja… Yo…
– Ninguna de las dos cosas -dijo ella, y lo miró larga, cordial y expectantemente.
– ¿Te gustaría… algún día… quizá… salir a tomar algo una noche?
Sin apartar la mirada de él, separando los labios en una sonrisa ancha, contestó.
– Me encantaría.
Grace caminó hacia su coche flotando por el asfalto, ajeno a la lluvia que caía con fuerza. Justo al pulsar el mando para abrir el seguro de las puertas, Cleo lo llamó.
– ¡Roy! ¡Creo que has olvidado algo!
Se dio la vuelta y vio que tenía la bolsa de basura negra en la mano.
Capítulo 49
– Imbécil -le dijo Ashley a Mark, que estaba a su lado, repantigado con la ropa arrugada en la parte trasera de la limusina-. No puedo creer que te hayas comportado así. ¿Por qué coño tenías que ponerte tan agresivo con ese poli?
La chica se inclinó hacia delante y comprobó que el cristal que los separaba del chófer estuviera bien cerrado.
Mark le puso la mano en el tobillo y fue subiéndola por la pierna, por debajo del traje de novia. Ella se la apartó con brusquedad.
– ¡Compórtate! -le dijo con aspereza-. Por el amor de Dios.
– Essh un capullo.
– Estás pedo. ¿Qué coño te creías que hacías, enfrentándote a él con eso de los radares de velocidad?
Mark la miró entrecerrando los ojos.
– Le he dicho eso para desshpishtarle.
A través de la ventanilla, Ashley vio que estaban llegando al edificio Van Alen. Eran las cinco y media.
– ¿Cómo va a despistarle eso exactamente?
– No esshperaría que fuera desagradable sshi tuviera algo que ocultar, ¿verdad?
– Entonces, ¿a qué ha venido eso de lavar el BMW exactamente?
– Ni idea.
– Alguna idea tendrás. ¿Qué ha querido decir?
De repente, sonó el intercomunicador y la voz del conductor dijo:
– ¿La entrada principal?
– Sí -dijo Mark. Luego, se volvió a Ashley-. ¿Quieres subir a tomar una copa?
– No sé lo que quiero. Podría matarte.
– Qué farsa hemos montado.
– Era una buena farsa hasta que casi la echas a perder.
Mark se bajó del coche y casi se cayó de morros en la acera. Fue la mano estabilizadora de Ashley la que lo salvó. Varias personas que pasaban por la calle miraron, pero ella no les hizo caso; su único objetivo era llevar a Mark adentro antes de que hiciera algo más que lo incriminara.
Despidió al conductor y ayudó a Mark a llegar a la entrada principal, donde éste se quedó mirando el panel de la puerta con los ojos entrecerrados. Luego, logró introducir el código de entrada con precisión.
Unos minutos después, estaban en el piso. Mark cerró la puerta y corrió el seguro.
– No puedo quedarme, Mark -le dijo Ashley.
Mark comenzó a manosearle la ropa. Ella lo apartó.
– Vamos a tomar un café y luego quiero que me cuentes qué ha querido decir el detective con eso de lavar el coche.
Mark la miró fijamente. Llevaba el vestido de novia blanco de encaje, el velo subido. Se abalanzó sobre ella y la besó en la boca. Ella le permitió que la besara en los labios y le dio un beso desganado, luego lo apartó.
– Va en serio, no puedo quedarme. Tengo que pasarme por casa de la madre de Michael e interpretar el papel de novia plantada afligida, o el que sea que se supone que tengo que interpretar, joder. Dios mío, qué tarde es. Qué pesadilla.
Mark fue tambaleándose hacia la cocina americana, abrió un armario y sacó un tarro de café. Se quedó mirándolo perplejo, lo devolvió al armario, abrió la nevera y cogió una botella de champán Cristal.
– Creo que deberíamos brindar como Dios manda por el día de tu boda -dijo.
– No tiene gracia. Y ya has bebido más que suficiente.
Con la botella sin abrir en la mano, Mark se dejó caer en un sofá y dio unas palmaditas en el cojín de al lado a modo de invitación.
Al cabo de unos momentos de vacilación altanera, Ashley se sentó en el otro extremo del sofá, tan lejos de Mark como pudo, se quitó el velo, luego cruzó las piernas y se quitó los zapatos de una patada.
– Mark, quiero saber qué ha querido decir Grace con eso de lavar el BMW.
– No tengo ni idea.
Se quedó callada.
– ¿Me quieres?
Meneando la cabeza con desesperación, Ashley se levantó.
– Sí, te quiero. En estos momentos, no tengo ni idea de por qué, pero sí que te quiero. Y la madre de Michael está esperando a que aparezca y me eche a llorar hasta que me revienten los putos ojos, que es lo que estoy a punto de ir a hacer.
– Toma una copa primero.
– Por Dios, Mark.
Él se levantó del sofá, se acercó a ella tambaleándose y la abrazó. Luego le acarició el cuello.
– ¿Sabes? Si no hubiera ocurrido el accidente, la boda habría seguido adelante. Ahora serías la señora de Michael Harrison.
Ella asintió con la cabeza, ligeramente conmovida. Mark la miró fijamente a los ojos.
– Estarías camino de Londres, del Savoy. Habrías hecho el amor con él esta noche, ¿verdad?
– Es lo que se supone que hacen las esposas en la noche de bodas.
– ¿Y cómo te habrías sentido?
– Habría imaginado que eras tú -le dijo sujetándole la cara con las manos.
– ¿Te la habrías metido en la boca? ¿Le habrías chupado la polla?
Ella lo apartó.
– ¡Mark!
– ¿Lo habrías hecho?
– Claro que no.
– ¡Ya!
– Teníamos un acuerdo, Mark.
Mark llevó la botella al fregadero, arrancó la cápsula y, luego, cogió dos copas de la vitrina. Hizo saltar el corcho, llenó las copas y le dio una a Ashley.
Ella la cogió a regañadientes y brindó con él.
– Lo teníamos todo planeado -le dijo a Mark.
– Teníamos un plan A. Ahora estamos con el plan B. -Bebió un gran trago, apurando la copa hasta la mitad-. ¿Qué hay de malo en eso?
– Primero, que estás pedo. Segundo, que resulta que ahora no soy la señora de Michael Harrison. Lo que significa que no puedo participar en su mitad de Inmobiliaria Doble M.
– En realidad, son dos terceras partes -dijo Mark.
– Pues que yo sí puedo, según nuestro acuerdo de accionistas y el seguro de vida.