– ¿Cree que sus amigos pudieron meter a Michael Harrison en el ataúd y que está atrapado en algún lugar?
Mark pensó bien antes de contestar.
– Escuche, ya sabe qué pasa cuando un grupo de tíos se emborracha. A veces cometen locuras.
– Dígamelo a mí.
Los dos se rieron. Mark se quedó un poco más aliviado.
– Bueno, gracias por su tiempo. Si se entera de algo, ¿quizá tendría la amabilidad de informarme, si le dejara mi número?
– Por supuesto -contestó él, buscando un bolígrafo.
Unos minutos después, mientras estaba en el ascensor, Mark pensó en la conversación, esperando con todas sus fuerzas no haber dicho ninguna estupidez, y le preocupó cómo reaccionaría Ashley si veía que lo citaban en el periódico. Se pondría furiosa por haber hablado con la prensa, pero ¿qué otra opción le quedaba?
Tras subir con el coche la rampa del aparcamiento, salió con cautela a la calle, giró a la izquierda, se incorporó lentamente al denso tráfico del sábado por la noche y procuró controlar la velocidad, puesto que sabía que había bebido demasiado para conducir. Lo último que necesitaba era que lo pararan y lo sometieran a un test de alcoholemia.
Veinte minutos después, llegó al aparcamiento del vivero que había al final de Newhaven, el puerto del canal de la Mancha que quedaba a quince kilómetros de su piso. Como no faltaba mucho para las ocho, la hora en que cerraba, se apresuró a entrar en la tienda, donde compró una pala, un destornillador, un martillo, un cincel, una pequeña linterna Maglite, guantes de goma de jardinero y un par de botas de agua. A las ocho, ya estaba de vuelta en el coche, en el aparcamiento casi desierto. El cielo estaba sorprendentemente despejado y aún debían de quedar un par de horas para que anocheciera por completo, como mínimo. Dos horas sin nada que hacer.
Sabía que debía comer algo, pero tenía un nudo en el estómago. Pensó en ir a una hamburguesería, a un chino, a un indio. No le apeteció ninguno. Ashley estaba enfadada con él; nunca la había visto enfadada y eso le afligía y le asustaba. Era como si se hubiera apagado la llama entre ellos. Tenía que volver a encenderla y el único modo de conseguirlo era darle una satisfacción. Hacer lo que le había dicho. Hacer lo que hacía varios días que sabía que tenía que hacer.
Quería llamarla, decirle que la quería, oírla decir que ella también lo quería; pero Ashley no haría eso, ahora no, aún no. Hacía bien en estar enfadada con él; qué idiota había sido, casi lo había echado todo a perder. Dios santo, ¿por qué se había comportado de un modo tan estúpido con aquel policía?
Arrancó el coche y la radio se encendió. Las ocho. Las noticias de la emisora local. Después, una información sobre Tony Blair y la Unión Europea. Luego se le tensaron los oídos al escuchar que el animado locutor decía: «La policía de Sussex ha intensificado la búsqueda del promotor inmobiliario de Brighton Michael Harrison. Su prometida, Ashley Harper, y sus invitados han sufrido un desengaño terrible cuando no se ha presentado a la boda programada para esta tarde en la iglesia de Todos los Santos, en Patcham, lo cual confirma las sospechas de que está imposibilitado debido a una broma que le gastaron en la despedida de soltero y que acabó con la vida de cuatro de sus mejores amigos. El comisario Roy Grace, del Departamento de Investigación Criminal de Sussex, que se ha hecho cargo de la investigación sobre el paradero de Michael Harrison, ha dicho esta mañana que la policía ha elevado esta desaparición a la categoría de investigación principal».
Mark subió más el volumen de la radio y oyó la voz del comisario.
– Creemos que Michael Harrison podría ser la víctima de una broma que ha acabado en tragedia y rogamos a todas aquellas personas que crean disponer de información sobre los acontecimientos sucedidos el martes por la noche que se pongan en contacto urgentemente con el centro de investigaciones del Departamento de Investigación Criminal de Sussex.
A Mark se le nubló la vista; todo el aparcamiento parecía vibrar y oía un pitido, como si se encontrara en un avión en pleno despegue o sumergido en el fondo del mar. Se tapó la nariz, sopló y se le destaparon los oídos. Tenía las manos sudadas; luego se dio cuenta de que tenía todo el cuerpo sudado. Notaba las gotas de agua deslizándose por su piel.
«Respira hondo», recordó. Era el modo de combatir la ansiedad. Ashley se lo había enseñado justo antes de ir a ver a un cliente especialmente difícil.
Así que se quedó sentado en el coche a la luz del atardecer, escuchando los fuertes latidos de su corazón, y respiró hondo.
Durante un buen rato.
Capítulo 53
Una vez que se elevaba un caso -como un asesinato, un secuestro, una violación, un robo a mano armada, un fraude o una desaparición- a la categoría de investigación principal, se le asignaba una palabra clave.
Ahora todos los casos importantes se coordinaban desde la central del Departamento de Investigación Criminal de Sussex, razón por la cual a las ocho y veinte de un sábado por la noche, cuando la mayoría de las personas normales que tenían vida propia estaban en su casa o pasándolo bien, Roy Grace, que ahora dirigía oficialmente la investigación, se encontraba subiendo las escaleras de Sussex House, pasando por delante de las fotografías enmarcadas de los miembros clave del equipo y de las porras colgadas en las paredes.
Tomó la decisión -y las medidas adecuadas al respecto- de elevar la investigación de la desaparición de Michael Harrison a la categoría de investigación principal a los pocos minutos de marcharse de la casa de Gill Harrison. Había sido una decisión importante, que suponía una gran inversión de tiempo y dinero, una decisión que tendría que justificar ante el director y Alison Vosper. No había ninguna duda de que sería una situación complicada -ya podía imaginar algunas de las preguntas mordaces que le formularían.
El detective Nick Nicholl y la sargento Bella Moy, cuyos planes para la noche del sábado ya se habían fastidiado de todos modos, iban hacia allí, junto con la nueva incorporación al equipo, Emma-Jane Boutwood, y llevaban consigo todo lo que tenían en el centro de investigación de la comisaría de Brighton -que no era mucho, por el momento.
Entró en la Unidad de Investigaciones Principales y cruzó la zona de moqueta verde flanqueada de mesas donde se sentaban las ayudantes de gestión de los policías de alto rango del Departamento de Investigación Criminal. Cada uno de estos policías tenía su propio despacho alrededor de esta zona, con su nombre impreso en la puerta en una tarjeta fotocromática azul y amarilla.
A su izquierda, a través de una ancha cristalera, vio el impresionante despacho del hombre que técnicamente era su jefe inmediato -aunque en la práctica lo era Alison Vosper-, el director Gary Weston. Se conocían desde hacía mucho tiempo: los emparejaron cuando Grace entró en el Departamento de Investigación Criminal como agente novato y Weston tampoco tenía mucha más experiencia.
Tan sólo se llevaban un mes, y Grace se preguntaba, a veces con cierta envidia, cómo Gary había logrado un ascenso tan meteórico comparado con él, y estaba claro que acabaría muy pronto de jefe de la policía en algún lugar de Gran Bretaña; aunque, en el fondo, conocía la respuesta. No era porque Gary Weston fuera mejor policía o estuviera mejor preparado académicamente -habían estado juntos en muchos de los mismos cursos avanzados-; sencillamente era porque a Gary siempre se le daría mejor la política que a él. No sentía celos de su ex compañero por aquello -seguían siendo buenos amigos-, pero nunca podría ser como él, nunca podría callarse sus opiniones tal como Gary tenía que hacer tan a menudo.
Eran las ocho y media de un sábado por la tarde y no había rastro de Gary en su despacho. El director sabía vivir bien, podía combinar familia, placer y trabajo con facilidad.