No había nadie.
Capítulo 55
La tapa cayó con un estallido parecido a un disparo. Mark se levantó con dificultad, se tropezó y aterrizó en el suelo despatarrado. Se puso de rodillas y giró 360 grados. Escudriñó la oscuridad, lloriqueando, jadeando, el pánico le agarrotaba el cerebro, se preguntaba hacia dónde debía correr. ¿Hacia el coche? ¿Hacia el bosque?
«Dios bendito. Jesús. Jesús.»
Aún a cuatro patas, se apartó de la tumba y volvió a dar un giro completo. ¿Estaba Michael ahí fuera, vigilándole, a punto de atacar?
¿A punto de cegarle con la luz de una linterna?
Se levantó y corrió hacia el coche, abrió la puerta con brusquedad, se subió dentro y las putas luces interiores se encendieron, ¡y le iluminaron! Cerró la puerta de golpe, pulsó el botón del cierre centralizado, giró la llave en el contacto, metió la primera, puso las luces y pisó a fondo el acelerador. El coche giró y dibujó un arco ancho, las luces atravesaron los árboles, las sombras saltaban y se desvanecían. Siguió describiendo un círculo, luego otro, luego un tercero.
«Dios santo.»
¿Qué coño había pasado?
No tenía la puta Palm. Tenía que volver y comprobarlo. Tenía que hacerlo.
¿Cómo coño había podido…?¿Cómo había podido salir? ¿Atornillado la tapa de nuevo? ¿Echado la tierra encima?
A menos que nunca hubiera estado allí dentro, pero si no había estado allí dentro, ¿por qué no se presentó a la boda?
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Todos revueltos. Quería llamar a Ashley y, sí, claro, sabía perfectamente qué le preguntaría primero.
«¿Tienes la Palm?»
Se acercó con el coche al borde de la tumba y se quedó sentado en el vehículo, esperando, observando. Luego abrió la puerta, se bajó de un salto, se tumbó boca abajo y, sin molestarse en arremangarse la sudadera, hundió las manos en el agua fría. Tocó el fondo suave de satén. Notó los laterales acolchados, luego otra vez el fondo. Encontró la linterna y la sacó. Ya no funcionaba. Sus manos dieron con algo pequeño, redondo, metálico; lo cogieron, también lo sacó y lo sostuvo a la luz de los faros. Parecía el tapón de una botella de whisky.
Se volvió y miró asustado al bosque que lo rodeaba. Luego, volvió a hundir los brazos en el ataúd y lo repasó de un extremo al otro. La página empapada de una revista se le quedó enrollada en la mano. Nada más. Nada de nada. La puta caja estaba vacía.
Se levantó, volvió a colocar en su sitio la plancha de hierro ondulado, echó cuatro hierbas por encima y, luego, regresó a la seguridad de su coche. Dio un portazo y volvió a pulsar el botón del cierre centralizado. Entonces, dio la vuelta y bajó por el sendero, acelerando mucho, pasando por baches y charcos hasta que cruzó los dos guardaganados y llegó a la carretera principal.
Después, activó el bloqueo del diferencial, volvió a las marchas normales y regresó a Brighton, mirando por el retrovisor, asustándose cada vez que veía unos faros tras él. Se moría por llamar a Ashley, pero estaba demasiado confuso como para saber qué decirle.
¿Dónde coño estaba Michael?
¿Dónde?
¿Dónde?
Volvió a pasar por delante de las coronas y miró el resplandor naranja del salpicadero, luego la carretera, luego el retrovisor. ¿Habían sido imaginaciones suyas? ¿Una alucinación? «Vamos, chicos, ¿cuál es vuestro secreto? ¿Qué sabéis que yo no sepa? ¿Enterrasteis un ataúd vacío? Vale, entonces, ¿qué hicisteis con Michael?»
Mientras seguía conduciendo, comenzó a calmarse un poquito, a pensar con mayor claridad, convenciéndose de que ahora aquello no era importante. Michael no estaba allí. No había ningún cadáver. Nadie llevaba nada encima.
Sujetando el volante con las rodillas, se quitó los guantes de goma y los lanzó al suelo del asiento del copiloto. Todo aquello era típico de Michael, por supuesto. Llevaba su firma. Michael el bromista. ¿Lo había planeado todo él?
¿Y se había perdido su boda?
Pensamientos disparatados le cruzaban ahora por la mente. ¿Se había enterado Michael de lo suyo con Ashley? ¿Formaba parte todo esto de su venganza? Se conocían desde hacía mucho tiempo. Desde los trece años. Michael era un tipo listo, pero tenía su propio modo de enfrentarse a los problemas. Era posible que se hubiera enterado; aunque él y Ashley habían tenido muchísimo cuidado.
Mientras conducía, se puso a recordar el día en el que Ashley había ido a la oficina por primera vez en respuesta a un anuncio que publicaron en el Argus buscando una secretaria personal. Había entrado, tan lista, tan guapa, a años luz de todas las demás a las que habían entrevistado antes y después. Jugaba en una liga totalmente distinta.
Mark acababa de romper una relación larga y era libre, y Ashley le gustó como ninguna otra chica antes. Conectaron desde el primer momento, aunque Michael no pareció enterarse. Cuando hacía dos semanas que trabajaba para ellos, sin que Michael lo supiera, comenzaron a acostarse.
A los dos meses de su relación en secreto, Ashley le contó que Michael bebía los vientos por ella y que la había invitado a cenar. ¿Qué debía hacer?
Mark se enfadó, pero no se lo mostró a Ashley. Toda su vida, desde que conocía a Michael, había vivido a su sombra. Era Michael quien siempre atraía a las chicas más guapas en las fiestas y quien con sus encantos había logrado convencer al director de su banco para que le concediera un préstamo y pudiera comprar la primera propiedad abandonada, con la que había obtenido grandes rendimientos, mientras Mark salía adelante penosamente con un salario exiguo en una pequeña teneduría.
Cuando decidieron montar un negocio juntos, Michael era quien tenía el dinero para invertir en él y por eso se llevó dos terceras partes de las acciones. Ahora su negocio valía varios millones de libras. Y Michael era el dueño de la mejor parte.
Cuando Ashley entró en la oficina aquel día, fue la primera vez que una mujer lo miraba primero a él.
Y entonces ese mierda se atrevió a pedirle salir.
Lo que sucedió luego fue idea de Ashley. Lo único que tenía que hacer era casarse con Michael y luego urdir el divorcio. Tenderle una trampa con una puta y grabarlo con una cámara oculta. Se conformaría con la mitad de sus acciones y con el 33 por ciento de Mark conseguirían la participación mayoritaria. El control de la empresa. Adiós, Michael.
Un plan sencillo, en realidad.
El asesinato nunca entró en sus planes.
Capítulo 56
Ashley, envuelta en un albornoz blanco, el pelo suelto sobre los hombros, abrió la puerta de su casa y se quedó mirando la figura salpicada de barro de Mark con una mezcla de incredulidad e ira.
– ¿Estás loco? ¿Cómo te presentas aquí? -dijo a modo de saludo-. Y a estas horas. ¡Son las doce y veinte, Mark!
– Tenía que venir. No podía arriesgarme a llamarte. Tenemos que hablar.
Asustada por el tono desesperado de su voz, Ashley transigió, después de salir afuera y mirar detenidamente la calle tranquila a ambos lados.
– ¿No te han seguido?
– No.
Le miró los pies.
– Mark, ¿qué diablos estás haciendo? ¡Mírate las botas!
Mark bajó la vista a las botas más que sucias, se las quitó y las entró. Aún con ellas en la mano, se quedó en el salón abierto, observando las luces que parpadeaban en el equipo de música silencioso colgado en la pared.
Tras cerrar la puerta, Ashley se quedó mirándolo asustada.
– Qué mal aspecto tienes.
– Necesito un trago.
– Creo que hoy ya has bebido suficiente.
– Ahora estoy demasiado sobrio, joder.
– ¿Qué quieres? ¿Un whisky? -le preguntó mientras le ayudaba a quitarse el anorak.
– Balvenie, si tienes. Si no, lo que sea.